Investigaciones científicas uruguayas

Culmina la estadía de los estudiantes de Facultad de Ciencias en la escuela de verano de la Antártida con resultados positivos

Contacto con Gonzalo Sobral, periodista del El Espectador, desde la Antártida

(emitido a las 8.36 hs.)

EMILIANO COTELO:
El jueves pasado se puso en marcha una idea que puede sonar un tanto paradójica: una Escuela de Verano de Introducción a la Investigación Antártica.

La iniciativa fue impulsada por el Instituto Antártico del Uruguay, el Ministerio de Educación y Cultura y la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República y se desarrolla en la Base Artigas que nuestro país tiene en la Antártida.

Allí viven durante todo el año ocho uruguayos encargados de realizar los trabajos de mantenimiento de las instalaciones y que son quienes asisten a los investigadores y científicos que por esta época llegan al continente.

En esa ocasión viajó la misión Antarkos 30, compuesta de 16 estudiantes de distintas licenciaturas de Facultad de Ciencias y siete profesores de esa institución. Su plan era desarrollar cinco líneas de investigación a través de trabajo práctico en las inmediaciones de la base científica. Algunas de estas líneas ya han arrojado sus primeros resultados y es por eso que estamos en contacto con Gonzalo Sobral, a quien le ha tocado acompañar a estos científicos en su paseo de verano.

GONZALO SOBRAL:
Sí, ya mañana comenzamos el proceso de regreso de este grupo grande, somos cincuenta y tantos, muchos más de la mitad estudiantes y docentes de la Facultad de Ciencias. El regreso lleva todo un tiempo, porque entre otras cosas no hay calles, tenemos que utilizar algunos vehículos con orugas que se van desplazando entre piedras, tierra y nieve hasta el aeropuerto, después el vuelo de tres horas hasta Punta Arenas, en el sur de Chile, y de acuerdo a las condiciones del tiempo continuar a Montevideo o dormir en Punta Arenas y seguir a Montevideo al día siguiente, que son cinco horas más de viaje.

EC – Recordemos el origen de este viaje, ¿qué estás haciendo tú, acompañando a esta delegación que se trasladó a la Base Artigas?

GS – Desde diciembre hasta mayo se realizan viajes regulares a la Antártida que traen al personal que se encarga del funcionamiento de la base y de las tareas de reparaciones, más grupos de científicos de diferentes facultades y del Instituto Clemente Estable que vienen año tras año a seguir líneas de investigación. Este viaje en particular tenía la característica de ser la primera escuela antártica de la Facultad de Ciencias, que traerá a ete lugar todos los años grupos de alrededor de 20 estudiantes que tienen que postularse y plantear sus líneas de investigación. Viajan junto a profesores que vienen a dar talleres de cada una de las líneas de investigación y fundamentalmente trabajar sobre el terreno. En algunos casos eso llevado a laboratorios para poderlo procesar aquí en la Antártida y en la mayoría de los casos esas muestras regresan, perfectamente acondicionadas, a Montevideo para seguir el proceso natural con un equipamiento mucho mejor.

EC – ¿Y cómo fue ese trabajo?

GS – Intenso, interesante, desafiante por las condiciones del clima. Por ejemplo, aquí no había previsión de fin de semana, todos los días iban a ser de tareas, desde el miércoles que llegamos, y este fin de semana hubo una ventisca muy fuerte, con una nevada prácticamente insólita para el verano antártico, lo cual complicaba cualquier tarea afuera y tenés que reconfigurar. Pero hay algunos de los trabajos que de repente llaman la atención por el tipo de investigaciones que se hacen. Por ejemplo, la base uruguaya tiene detrás un lago que le llaman el lago Uruguay desde el cual se toma el agua dulce que abastece a toda la base. Ese lago además por su tamaño y su profundidad es la envidia del resto de las bases que están en la zona por la disponibilidad que tenemos de agua dulce. Un equipo de limnólogos metió en ese lago -que además tiene prácticamente la mitad del agua helada- lo que para nosotros sería un tubo de vidrio de aproximadamente unos 60 centímetros de alto, al cual ellos llaman testigo, lo hundió en el fondo para sacar distintas capas de sedimento. En un lugar más o menos normal, por ejemplo Uruguay, los científicos me contaban que en esos 60 centímetros puede tener hasta 100 años de historia; por el tipo de sedimentación que se da en la Antártida ellos obtienen 500 años. Eso llevado a Montevideo va a permitir entre otras cosas saber si hay algún tipo de vida que existió, por ejemplo de 500 años para acá, y además ver si algún cambio en el clima en el último tiempo se puede leer en esa mezcla de sedimento con agua.

EC – ¿Son investigaciones que hasta ahora no ha hecho nadie?

GS – Hay de los dos tipos, hay algunas investigaciones de las que ya hay registros previos y lo que se hacen son ajustes, no hay que olvidarse que son investigaciones hechas por alumnos de tercer año de la Facultad, no son científicos profesionales todavía, con lo cual son investigaciones donde los docentes por un lado quieren ver cómo ellos reaccionan en el campo a este tipo de investigación y condiciones extremas, para lo cual tienen que tener algún tipo de registro previo para poder cotejar. Hay otras de ellas que son absolutamente originales, por ejemplo, una que a mí me llama la atención es la de los ritmos biológicos o circadianos, una investigación que llevan a cabo dos docentes con un grupo grande de estudiantes. Les pusieron una especie de reloj pulsera llamado actímetro que les mide cada una hora tres parámetros: la actividad, la intensidad lumínica que hay en ese lugar, y la temperatura del cuerpo. A partir de eso quieren saber qué sucede con los ritmos biológicos en este tipo de condiciones extremas, extremas entre otras cosas porque lo que podríamos llamar noche real, sin luz en el cielo, es entre las 00.30 y las tres y tanto de la mañana, el resto del tiempo es día, con mayor o menor intensidad. A partir de eso empezaron a encontrar algunos datos, porque estos estudiantes se medían estos parámetros, las horas de sueño y demás, en la previa a viajar de Montevideo para aquí, una de las cosas que tiene la Antártida es que los ha ordenado en su sueño.

EC – ¿Cómo es eso?

GS – Claro, eso tiene que ver con que aquí, desde hace mucho tiempo y lo hacen todas las bases a diario, para mantener un cierto ritmo biológico los horarios están muy pautados, básicamente los de comida, y eso ayuda a que el cuerpo termine por ajustarse. Estos estudiantes habían marcado su eje de sueño sobre las 5.00, promedialmente se duermen ocho horas y se estaban durmiendo sobre la 1.00 y despertando a las 9.00, pero llegados a la Antártida cambiaron totalmente entre otras por la obligación de cumplir con determinada rutina. Eso llevó a que el eje de sueño se ordenara a lo que parecía racional, que el medio del sueño total estuviera sobre las 4.00, con lo cual la cantidad de luz que hay no terminó por afectar el sueño de los estudiantes. Un dato interesante que además les planteaban los docentes a los estudiantes antes de empezar era que en el núcleo de uruguayos que ellos investigaron el eje del sueño durante el mes de enero, y ahí puede haber una afectación de no estar yendo a clase, era muy tarde, que se acostaban de repente después de las 2.00 o 3.00 prácticamente cualquier día de la semana, cuando un grupo europeo más o menos de las mismas características lo hacía antes de la medianoche. De hecho estos parámetros que empiezan a aparecer, estas primeras conclusiones de ordenamiento del sueño y demás, van a ser mucho más profundas porque a estos estudiantes todos los días se les hace un análisis de orina y saliva, las muestras van para Montevideo y dentro de un mes van a estar los resultados finales de cómo los ritmos biológicos fueron cambiados por condiciones extremas de temperatura y luminosidad.

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