La Mañana de El Espectador

Lula el leproso

Lo que ayer decidió y resolvió por unanimidad el Tribunal Federa Regional con sede en Porto Alegre fue la situación judicial de Lula da Silva, precisamente en relación a la condena del juez Sergio Moro en un fallo de primera instancia, en contra de el ex presidente, acusado de lavado de dinero, al haber recibido una propiedad, un "dúplex" luego convertido en un "triplex", por parte de la empresa OAS, a modo de una propina por prebendas recibidas por parte del gobierno de Lula, y sin haber sido declarada como parte de su patrimonio. Este hecho puntual, se inscribe dentro de una investigación mayor, titulada "Lava Jato", por delitos de corrupción y de lavado y que involucran a una parte importante del sistema político brasilero.

Ayer fue sin duda un día trascendental, no sólo para el futuro personal y político de Lula, sino también para el propio futuro del sistema político brasilero, su estabilidad y gobernabilidad, como también para el orden social y la seguridad interna. Igualmente, sin duda alguna, fue un día clave para la región, ya que este fallo, traerá importantes implicancias para el resto de los países latinoamericanos.

¿Es éste el final de la compleja y oscura trama de corrupción que se gestó e instaló en el sistema político brasilero, y con la participación cómplice del sector empresarial? Tal vez no, e, irónicamente, la condena a Lula, el aun político más poderoso del Brasil, sea tan sólo la señal de un buen comienzo, en el que la justicia brasilera pareciera haber marcado una frontera como órgano guardián de una institucionalidad muy dañada por la corrupción que impregnó y contaminó al Brasil y que, sin registros previos de algo similar, se extendió al resto de América Latina, y donde aun amenaza la continuidad de varios políticos.

¿Es ésta una decisión que ilustra la seriedad y honestidad, pero fundamentalmente ahora, la imparcialidad política del poder judicial brasilero? Tal vez sí lo sea. El juez Sergio Moro se aventuró, no contra un cacique local, al interior de los Estados del Brasil y en los que aun reinan como señores feudales, sentados sobre un sistema en el que campea una corrupción endémica y hasta violenta. Lo hizo en contra del ex presidente más popular de la historia moderna del Brasil, y sin duda también de América Latina. La dimensión de la decisión de Moro y de sus implicancias anima el optimismo, y despeja algunas dudas o suspicacias, especialmente entre la comunidad financiera y empresarial del mundo. Pero aun restan salvar varios obstáculos y pruebas en el camino, ya que ponerle grilletes a todo un sistema delincuencial es tarea titánica.

El propio presidente actual, Michel Temer está bajo sospecha e investigación por causas concatenadas con las que ayer sentenciaron a Lula. De allí la importancia de una clara señal de imparcialidad como guía maestra de los procesos judiciales en curso. Porque además de generar confianza a los inversores que generan trabajo, sella los labios de acusaciones conspirativas, provenientes del Partido de los Trabajadores, de la izquierda en general que se ve agravada en las acusaciones y condenas, y del progresismo regional, o de sus restos, que ve en la justicia, una herramienta más para ajustar el funcionamiento del sistema a su favor político.

¿Qué tan importante es para el sistema político brasilero como para la política regional lo que hoy se resolvió en Porto Alegre?
En primer lugar, el fallo de ayer, ayudaría a establecer la firmeza del sistema judicial como un organismo ajeno a la ola de corrupción que contaminó a todo el sistema político, y que involucró a empresas líderes del Brasil, tanto del sector público, como Petrobras, como del sector privado, entre ellas, a Orderbrecht. Es decir, al mantener firme el Tribunal Federal Regional de Porto Alegre, la condena del juez Moro, -y sobre cuya investigación no ha caído ninguna sospecha que haya dado lugar a influencias políticas, de presiones o de intereses sectoriales, como se le acusa desde el PT- entonces el Brasil podría comenzar a recuperar algo de su solidez institucional y, de su credibilidad ante el mundo. Pero, respecto a esta recuperación, y al encauce del Brasil en un curso de transformación institucional, en lo político principalmente, aun queda mucho camino por recorrer todavía. Porque a este respecto sí que el Brasil sigue siendo un gigante con pies de barro.

En segundo lugar, si se hiciera efectiva dicha condena y se aplicara la inhabilitación política a Lula, cambiaría absolutamente el escenario político brasilero en este año de elecciones. Si las encuestas de octubre del año pasado, ponían a Lula y a Jair Bolsonaro, el candidato del PSC, Partido Social Cristiano, un ex militar, definido como de ultraderecha como los rivales en un eventual ballotage, el vacío que dejaría Lula abriría un gran espacio de incógnita, en donde Bolsonaro podría pasar a liderar las encuestas. Tomando en cuenta el giro político que ha ido tomando la región hacia representantes y grupos políticos de derecha, y en donde ya hoy prácticamente los gobiernos considerados de izquierda progresista como Ecuador y Uruguay, o bien de un socialismo más extremo como Bolivia y el radicalismo hacia el comunismo pro cubano de Venezuela, son ya una minoría frente a los de derecha o conservadores desde la perspectiva política.

La pregunta que habría que hacerse a partir de ahora es acerca cuan beneficioso sería este escenario para la estabilidad del Brasil, y su gobernabilidad, tomando en cuenta la tendencia hacia la polarización hacia extremos como lo indican hasta ahora las preferencias electorales. Tan sólo el fenómeno de Bolsonaro comienza a explicar dicha polarización.

El 2018 es año electoral, y las investigaciones judiciales seguirán su curso, desde las cuales podrían surgir nuevas acusaciones a los ya condenados, como también a los actuales sospechosos, agregando así mayor inestabilidad e incertidumbre entre quienes tienen tanto el poder del voto como del dinero, recurso que el Brasil demanda a gritos para recuperarse y reencontrarse con el crecimiento. La mezcla explosiva de inseguridad interna, de incertidumbre política y de inquietud social, ante una recesión económica provocada en buena parte por una retracción de la inversión y de una parálisis ejecutiva es un escenario tan posible como inquietante.

Sin duda este fallo puede definir el acontecer político de Brasil, no solamente en los próximos nueve meses que restan para las elecciones, sino para el futuro político de toda la región. Brasil, con sus vicios y fortunas, sigue ejerciendo el liderazgo geopolítico latinoamericano, y es su principal estandarte como factor de atracción y captación de inversiones.

Y si las inversiones son determinantes para la estabilidad política y social, es altamente probable que, si bien Lula aun no se haya convertido en un "cadáver político", ya que agotará recursos políticos y legales para evitar caer en dicha condición, ciertamente hoy Lula es un leproso con alta capacidad de contagio, y del que todos ya temen estar cerca. En el eje Sao Paulo-Brasilia, donde impera el pragmatismo político y económico, quizás ya se haya dictado la condena política a Lula, y, desde este pragmatismo, sin duda que esta es la sentencia auténticamente letal para el PT y su líder.

 

 

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