Reconciliación entre líderes tribales añade un nuevo foco de poder en Libia
La decisión de Zintan y Misrata, dos de las ciudades-estado más importantes del oeste de Libia, de poner a un lado sus diferencias y trabajar en la reconciliación supone la entrada en juego de un nuevo e influyente foco de poder que con toda probabilidad cambiará la actual enrevesada dinámica.
Es difícil aventurar aún si para mejor o para peor, pero parece cierto que el pacto preocupa tanto al Gobierno de Acuerdo Nacional (GNA) sostenido -aun sin legitimidad- por la ONU en Trípoli como para el mariscal Jalifa Hafter, hombre fuerte del país, que lo observan con inquietud.
"El acuerdo, si se desarrolla como está previsto, supone la aparición de un nuevo foco de poder en el ya complejo tablero libio. Un cuarto jugador que querrá incidir en la toma de decisiones", explica a Efe un diplomático europeo asentado en Libia.
Misrata y Zintan fueron, junto a Derna -bastión yihadista- y Bengasi -capital del alzamiento- dos de las primeras ciudades en sumarse a la revolución que en 2011 acabó con los 42 años de dictadura de Muamar al Gadafi.
Las milicias de Zintan fueron, además, las primeras en entrar en la capital en agosto de 2011, horas después de que el tirano huyera a Sirte, donde sería asesinado apenas un mes y medio después con la ayuda de las milicias de Misrata.
Ambas mantuvieron una alianza estratégica hasta 2014 e incluso trataron de hacerse con la capital, pero diferencias de criterio político y ambiciones económicas le condujeron a una sangrienta batalla que ahora pretenden olvidar.
Convocados por los responsables políticos, cabecillas de las principales milicias de ambas ciudades se reunieron el pasado miércoles y jueves en Zintan, una zona montañosa cercana a la frontera con Túnez, donde firmaron un acuerdo de reconciliación que definieron como histórico.
Concebido como "el primer paso de mucho otros", las dos partes se comprometieron a "no volver a recurrir a las armas para solventar nuestras diferencias".
Poco más se sabe de la letra pequeña, más allá de la creación de un comité para discutir cuestiones espinosas como los prisioneros de guerra, que tiene previsto reunirse en un futuro próximo, esta vez en Misrata, principal puerto comercial de Libia.
"El objetivo es avanzar en nuestra relación para así facilitar también la unión entre las diferentes milicias", explicó Mohamad Rajab, líder del Consejo General de milicias de Misrata, al término de la histórica jornada.
Expertos locales y extranjeros coinciden en resaltar el momento elegido para esta reconciliación, y la idea expresada por ambas partes de "optar por la creación de una autoridad civil que acabe con la autonomía de las milicias".
Empujados por la ONU, los gobiernos en Trípoli y Tobruk -bajo el control este último de Hafter- trabajan desde el pasado septiembre en un acuerdo político de mínimos que permita celebrar elecciones a lo largo de este año y formar una sola autoridad en el país.
La estrategia agrada al GNA pero no al militar, quien hace un mes aseguró a la revista "Jeune Afrique" que "Libia no está madura para la democracia", como piensan también otros grupos y analistas independientes locales y foráneos.
Aún así, participa de la creación del censo y otros instrumentos democráticos necesarios para mantener una posición de fuerza en el tablero político.
"Misrata y Zintan han visto la misma jugada y no quieren quedar fuera de la partida", explica el diplomático europeo, que prefiere no ser identificado. "Ambos odian a Hafter, le acusan de querer imponer otra dictadura y no quieren dejar que pueda ampliar poder", agrega.
Sus relaciones tampoco son fluidas con el GNA, aunque su posición a este respecto este menos combativa que con Hafter, un exmiembro de la cúpula que aupó al poder a Al Gadafi en 1969 y que años después, tras ser reclutado por la CIA, se convirtió en su principal opositor en el exilio.
El principal objetivo del mariscal es, a día de hoy, hacerse con el control militar del país, clave para cualquier solución política estable.
Una tarea titánica ya que desde la caída del tirano Libia es un estado fallido, víctima del caos y de la guerra civil, en el que cientos de milicias bien armadas ejercen el poder a nivel local en todo el país.
A esta anarquía de alianzas cambiantes se suma la fortaleza de las diferentes mafias de contrabando -de personas, combustible, armas y petróleo-, que sostienen y dominan la débil economía nacional.
Y los diferentes grupos islamistas radicales, desde la rama libia del Estado Islámico hasta Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI) y los tunecinos de Ansar al Sharia, que controlan pequeñas poblaciones a lo largo del territorio. EFE