Farsa electoral en el Nilo
Los primeros resultados de las presidenciales egipcias muestran un arrollador triunfo del presidente Al Sisi. Si queremos creer en ellos, claro. En realidad no son lo que parecen ser, opina Kersten Knipp para la cadena Deutsche Welle.
¿Debió quizá la Comisión Electoral esperar un poco más antes de entregar los resultados de las presidenciales egipcias? Quizás. Hasta ahora, el presidente Abdelfatah al Sisi suma el 92 por ciento de las preferencias. Sin olvidar el 97 por ciento de los votos que obtuvo el mismo candidato en las elecciones de 2014.
Supongamos que estos resultados pueden tomarse en serio. Al menos en Europa hacen que uno recuerde los viejos tiempos, los de la época de la Guerra Fría. Los grises regímenes de la parte oriental del continente solían obtener esos resultados de ensueño. Todos sabían de dónde salían semejantes cifras. Eran tiempos en que la farsa política imperaba en la escena mundial, pese a que nadie creía en nada.
Modestia aparte
Volvamos al presente. Asumiendo que la Comisión Electoral no encuentre todavía un par de votos más para el generalísimo, tenemos un 5 por ciento menos de respaldo para el hombre más poderoso de Egipto. Eso es, a no dudarlo, una mancha. Quizás también puede ser que el 97 por ciento de las pasadas votaciones fue un poco excesivo, y Sisi y compañía esta vez se contentaron con una cifra menos exuberante para no parecer tan grotescos. En El Cairo tal vez alguien pensó que a veces menos es más. Y, además, los amigos en Occidente verían con buenos ojos esta muestra de modestia.
¿Discrepar, qué es eso?
Seguramente las autoridades no se tomarán muy bien el hecho de que los egipcios, al menos según las cifras conocidas hasta ahora, no participaron en masa en las elecciones. De los 60 millones de personas que tenían derecho a votar, los reportes de prensa hablan de unos 23 millones que acudieron a las urnas, o sea ni siquiera el 40 por ciento. ¿Para qué? En la papeleta había solo un candidato de verdad y otro al que no le parecía tan terrible participar de esta farsa en el rol de rival inerme. Desde un comienzo se supo que el vencedor se llamaría Al Sisi.
Y eso, pese a que no tiene mucho para lucirse. Los datos económicos de Egipto siguen siendo modestos, para formularlo de forma educada. A la gente no le va bien. Ni económica ni políticamente. No solo desde la campaña electoral el país se ha movido en bloque tras una sola ideología, sino que, desde antes, el pluralismo se ha visto seriamente dañado por una presión asfixiante. Aquel que haya tenido la idea de manifestar algo de discrepancia, acabó rápidamente tras las rejas. Al respecto han estado informando las organizaciones de derechos humanos. Sus hallazgos señalan, en corto, que la cosa no se ve bien, para nada.
Terroristas y críticos
Es cierto, el país tiene que combatir a grupos terroristas peligrosos y los asesinos del Estado Islámico y otros criminales campean por territorio egipcio. La pregunta es qué tienen que ver los otros opositores y críticos moderados con todo esto, pues muchas veces son ellos los que repletan por miles las mazmorras del régimen.
En vista de tales circunstancias, una mayoría de los egipcios prefirió, incluso por respeto a sí mismos, no acudir a las urnas. Más de lo mismo en la cúspide del poder no puede traer nada mejor.
Presión y represión
Los Gobiernos occidentales han preferido contenerse argumentando que Al Sisi por lo menos mantiene la estabilidad de Egipto. Lo mismo se decía de Hosni Mubarak y ya sabemos que dicha estabilidad era bastante frágil.
Así pues, es arriesgado apostar por Al Sisi. Cuánto tiempo podrá mantener el control en el país es una pregunta abierta. Pretender asegurar la estabilidad a costa de mayor presión sobre la población es éticamente cuestionable y políticamente peligroso.