"Yo tengo un sueño"
Un día como hoy pero hace 50 años, fue asesinado Martin Luther King uno de los más formidables luchadores por los derechos civiles en EE.UU.
Cinco años antes, 1963, había pronunciado su famosa frase "yo tengo un sueño" frente a la hasta entonces más grande marcha y congregación ciudadana reunida frente al Capitolio.
Esa marcha tenía demandas específicas:
-el fin de la segregación racial en las escuelas públicas;
-una legislación significativa sobre los derechos civiles (incluyendo una ley que prohibiese la discriminación racial en el mundo del trabajo);
-una protección de los activistas de los derechos civiles de la violencia policial;
-un salario mínimo para todos los trabajadores sin distinción
Pero no lo asesinaron solo por sus reclamos, sino también porque King expresaba públicamente sus críticas contra la guerra de Vietnam y la pobreza. Por eso inmediatamente pasó a ser calificado como comunista y se convirtió en enemigo irreconciliable de los blancos supremacistas de Washington.
"La verdadera compasión es más que dar una limosna a un mendigo; permite ver que un edificio que produce mendigos tiene necesidad de una reestructuración. [ ] de Vietnam a África del Sur pasando por América latina, los Estados Unidos están en el lado malo de la revolución mundial" decía King
Además, cuestionaba "nuestra alianza con los terratenientes de América Latina" y se preguntaba por qué los Estados Unidos reprimían en lugar de apoyar las revoluciones de los "pueblos descalzos y descamisados" del tercer mundo".
Martin Luther King era un religioso, que creí que la violencia solo engendraba más violencia y por eso promovía manifestaciones pacíficas. Eso también le ganó el odio de algunos sectores radicales de la comunidad negra.
El 4 de abril de 1968 estaba en Memphis para apoyar a los negros recolectores de basura que estaban en huelga desde hacía casi un mes con el objetivo de obtener mejoras salariales y mejor trato. A los afroamericanos se les pagaba 1 dólar y 70 centavos por hora, pero no les pagaban cuando no podían trabajar por razones climatológicas, al contrario de lo que se hacía con los trabajadores blancos.
A las 18.01 de ese día una bala terminó con su vida. Dos meses después James Earl Ray, un ladrón de poca monta sin hechos violentos en su haber y entonces fugado de prisión, fue capturado en el aeropuerto de Londres cuando intentaba salir del Reino Unido con un falso pasaporte canadiense a nombre de Ramón George Sneyd. Ray fue extraditado rápidamente a Tennessee y acusado de la muerte de Martin Luther King. Reconoció el asesinato el 10 de marzo de 1969 y se retractó tres días después. Aconsejado por su abogado Percy Foreman, Ray se declaró culpable con el fin de evitar la pena de muerte. Fue condenado a 99 años de prisión y murió preso el 23 de abril de 1998. Pero ni la familia de King creyó que Ray fuera el verdadero criminal.
50 años después otro estúpido supremacista blanco es presidente de los EE.UU. Aunque ahora no discrimina sólo a los negros, sino también a mexicanos, salvadoreños y cuanto centroamericano haya buscado en ese país una forma de sobrevivir a los problemas que, casualmente, la política de ese país les provoca en sus propias naciones.
Martin Luther King se proponía derribar los muros que el color de la piel había construido en su sociedad. Donald Trump tiene como gran proyecto construir el muro más largo del mundo para evitar que los narcos mexicanos, que ellos mismos alimentan y arman, puedan ingresar a los EE.UU. Y con ello se castiga a millones.
1968 también fue año duro en Uruguay. Los jóvenes estudiantes habían comenzado diarias jornadas de protesta en 1967 contra el aumento del precio del boleto estudiantil. Pero a impulsos de la rebelión en La Sorbona y el mayo francés, los estudiantes percibieron la importancia del pensamiento crítico y que juntos podían lograr más que separados. Fue también una rebelión contra sus mayores.
El gobierno de Jorge Pacheco Areco, en respuesta, desató una cruel represión. ¿Por qué nos pegaba la policía si lo que reclamábamos era justo? Cuando se entendió el por qué, la lucha adquirió otro contexto.
La mayoría no sabía todavía que rebelarse contra el orden impuesto tenía un costo. Y ese costo se pagó con vidas. Aquí, en Checoeslavaquia y en la plaza de Tlatelolco.
El mundo no era ancho pero si era ajeno. Los pueblos del mundo se rebelaban contra las injusticias. Y eso alentaba a todos.
En ese 68 creció una generación que no midió costos. Ni aún el de su propia vida. Una generación luego exterminada por la dictadura.
A esas luchas se les daba contexto ideológico y algunos consideraban que sólo con armas podría lograrse más justicia.
Pero todo terminó en derrota, brutal, sangrienta, triste.
Sin embargo lo que no ha logrado derrotarse es un sueño muy humano de pensarnos iguales, ya no importa el color de la piel, la sexualidad, el lugar donde vivamos.
Aunque en muchos aspectos hemos retrocedido. La ideología que prometía una sociedad de iguales demostró su fracaso. La ética que defendimos con la vida terminó en el mismo lodo que proponía combatir. El mundo sin hambre, sin violencia, sin injusticias, no existe.
¿Esto invalida las batallas pasadas? Pues no, porque los problemas siguen ahí en el mismo lugar, solo que ahora no encontramos las soluciones. O mejor dicho, nunca fueron tan fáciles como creímos.
"Yo tengo un sueño" gritó en 1963 Martin Luther King.
Yo también tengo un sueño. Y creo que usted también debe tener un sueño que seguramente no es muy diferente.
Un sueño de libertad, justicia e igualdad, que ojalá no tuviéramos que soñarlo.
Tal vez porque nos falta saber cómo encontrar los puntos de acuerdo, más que los desacuerdos.
"Creo que la verdad desarmada y el amor incondicional tendrán la última palabra en la realidad. Por eso creo que el bien, temporalmente derrotado, es más fuerte que la maldad triunfante", dijo King en el discurso de aceptación del premio Nobel.
Yo también lo creo.