La Mañana de El Espectador

El mundo mira al abismo

El mundo mira al abismo

El fenómeno de Jair Bolsonaro no se explica exclusivamente por la coyuntura brasilera. Es necesario buscar una explicación más amplia y más profunda, ya que se inserta dentro de un proceso mundial y cuyas raíces están en el estado actual de la naturaleza humana en materia de expectativas frustradas, bonanzas fugaces y endebles, el desprestigio de la clase política ante la corrupción rampante y los avances de agendas sociales que buscan transformaciones que despiertan impulsos reaccionarios y radicales.

Esto siembra los diversos extremismos que vienen ocupando gobiernos o grandes colectividades apolíticas –en el sentido de partidos ideológicamente definidos- en varios países del mundo. El auge del perfil autoritario se explicaría básicamente por tres grandes factores:

El primero es la polarización en el antagonismo socio-político, creando posiciones irreconciliables y retroalimentando conflictos crecientes al interior de las sociedades y en sus representatividades políticas.  Esto deteriora a la gobernabilidad por consenso.

Si la democracia actúa como un sistema con la sociedad y a los políticos profesionales como dos subsistemas que lo componen el vínculo representativo efectivo entre ambos parece desmoronarse. En esencia, el republicanismo está debilitándose después de más de un siglo de vigencia. Esto es preocupante.

El subsistema político, parece estar perdiendo las capacidades de operar como un mecanismo representativo eficiente para resolver los grandes problemas que hoy angustian o desorientan a  la sociedad: la creciente delincuencia en sus diversos niveles de agresión y destrucción del entramado social e institucional de los países; las inestabilidades de la economía, que afectan fundamentalmente al empleo y salario de las clases medias y bajas y las incertidumbres que implica la aceleración del impacto tecnológico.

La política hoy carece de instrumentos para actuar en forma efectiva ante las transformaciones que se ciernen sobre el trabajo y su evolución. En lugar de respuestas existe una parálisis o incapacidad de generar espacios de transformación y recursos para la anticipación a los problemas.

El segundo factor afecta a la composición de la política. Hablar hoy de partidos políticos como entidades con fundamentos ideológicos claramente definidos y contenidos filosóficos como anclajes identificativos, o referirse a la extrema izquierda o derecha resulta cada vez menos preciso para interpretar a la actual situación, como sellos característicos del panorama contemporáneo. Hoy las sociedades tienden a buscar respuestas en liderazgos personales fuertes, con discursos radicales que representan sentimientos viscerales, más que ideas o proyectos. Estas emociones son tan válidas como peligrosas, según el manejo que hagan de ellas estos liderazgos. Hablan mucho del malestar o abierto enojo colectivo que hoy se limita a expresarlo con su voto. Por ahora.

También despierta crispación social la condición de vida en ciudades cada vez más grandes y fragmentadas en tribus urbanas y en cuya convivencia reside la hostilidad al otro, sea inmigrante, pobre, marrón, blanco, negro o amarillo, musulmán, homo o heterosexual.

Otra víctima de este estado es la globalización, perforada por el neo-proteccionismo, por la guerra comercial chino-americana y los movimientos migratorios, cuya repulsión en países europeos demuestra que su concepción en torno a lo económico utilitario, excluye a la integración cultural y étnica. Se trata de otra fractura que explica el auge autocrático.

Vivimos en un tiempo en el que el mundo socio-político se está alejando del centro y parece avanzar hacia un abismo peligroso, cada vez más cercano, y de épocas oscuras y no muy lejanas en el tiempo como lo fue la  infame década de 1930. Cuna del Nazismo y del fascismo, ambas fuerzas supieron manipular las crispaciones, frustraciones e inseguridades para convertirlas en odio, violencia y muerte.