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La ilusión del nuevo Zimbabue se evapora un año después de la caída de Mugabe

La ilusión del nuevo Zimbabue se evapora un año después de la caída de Mugabe

Hace hoy un año, el Ejército de Zimbabue dio un golpe militar y provocó algo inimaginable: la caída del presidente Robert Mugabe, en el poder desde 1980, lo que generó una ilusión por un futuro mejor que, a la postre, se ha evaporado.

El 14 de noviembre de 2017 por la noche, los tanques tomaron las calles de Harare y los soldados se hicieron con el control de la radiotelevisión estatal y puntos estratégicos de la capital.

Fue la respuesta a la decisión de Mugabe, de 94 años, de despedir a su vicepresidente Emmerson Mnangagwa, en medio de tensiones entre éste y la primera dama, Grace Mugabe, sobre quién debía suceder al longevo mandatario.

Mugabe dimitió el 21 de noviembre y fue reemplazado tres días más tarde por Mnangagwa, de 76 años, un relevo histórico que provocó el júbilo de los zimbabuenses en las calles de un país próspero que el ya expresidente llevó a la ruina.

Un año después de aquel cambio, Mnangagwa se ha legitimado en las unas al ganar las elecciones del pasado 30 de julio, pero las dificultades de muchos zimbabuenses son las mismas.

Las colas de ciudadanos ante las tiendas para adquirir productos básicos y la escasez de combustible han alentado el temor a que el país enfrente más dificultades con Mnangagwa.

Tras criticar al hombre que impulsó su caída, Mugabe y su esposa, de 53 años, empezaron a apoyar a Mnangagwa después de que éste fletara este septiembre un avión privado para que Grace Mugabe pudiera volver desde Singapur y asistir al funeral de su madre.

El expresidente ha pedido respaldo ciudadano al nuevo jefe de Estado, y su mujer asegura que Mnangagwa es un "regalo de Dios".

Sin embargo, muchos zimbabuenses discrepan, como comprueba Efe en un embalse de una finca en el noreste de Harare, donde varios jóvenes arrastran una red en busca de peces por el agua fangosa del río Mutenje.

"Ellos están diciendo que apretamos los botones equivocados", dice a Efe el guía local Tinashe Gumiro en el idioma shona. Los "botones equivocados" aluden al 50,6 % del electorado que votó a Mnangagwa en las elecciones presidenciales de julio.

Cerca de la presa, campos de coles esperan a ser cosechados. Con la escasez crónica de dinero en efectivo, los precios en el mercado de Harare bajaron de 50 centavos por repollo a solo 15 centavos.

"Los agricultores dicen ahora que hay que regalar nuestra cosecha", asegura Gumiro.

El desánimo en el campo y en las ciudades contrasta con el júbilo de noviembre de 2017, cuando decenas de miles de ciudadanos se echaron a las calles de Harare para pedir a Mugabe que renunciara.

Las elecciones de julio no dieron la victoria a la oposición, como deseaban muchos manifestantes, y la represión del Ejército de protestas dos días después, que causó varios muertos, dejó un sabor amargo y una sensación de estancamiento.

"Después del golpe se creía que Zimbabue podría dar uno o dos pasos adelante, pero parece que ha retrocedido diez pasos", declara a Efe la directora de Human Rights Watch (HRW) en África del Sur, Dewa Mavhinga.

"Zimbabue -agrega Mavhinga- no vive lo que muchos esperaban, que era un nuevo comienzo guiado por el Estado de derecho, el respeto de los derechos humanos y mejoras significativas en la economía".

En octubre pasado se desató una crisis, después de que el Gobierno aplicará un nuevo impuesto sobre las transferencias electrónicas de dinero y el gobernador del Banco Central admitiera que la moneda local había perdido valor.

El acopio de productos básicos provocó grandes colas en supermercados, se volvió casi imposible encontrar pan y el precio de los medicamentos se disparó, mientras la deuda interna del país supera los 9.000 millones de dólares.

El opositor Nelson Chamisa, que lidera el Movimiento por el Cambio Democrático (MDC) y rechaza el resultado de los comicios de julio, está aprovechando la situación para promover manifestaciones por todo el país basadas en las protestas pro democracia de la "Primavera árabe", que sacudieron el norte de África en 2011.

Mnangagwa intenta mantener una imagen de líder optimista, pide paciencia porque "los buenos tiempos pronto llegarán", y busca inversión extranjera y cooperación con países como Alemania o India.

Sin embargo, sus críticos alegan que es una "venta de falsas esperanzas" respaldada por medios estatales, que narran historias de "grandes acuerdos" capaces de cambiar la suerte de Zimbabue.

Por contra, el exdiputado del MDC y economista Eddie Cross no culpa de todo a Mnangagwa, pues "heredó un gran lío de Mugabe".

A su juicio, la reciente elección del exvicepresidente del Banco Africano de Desarrollo Mthuli Ncube como ministro de Finanzas ha traído medidas para estabilizar la economía, como el gravamen al uso del dinero electrónico y la liberalización de las importaciones.

"Esto no es una minucia, sino algo grande", añade Cross a Efe, al predecir que Zimbabue será en 2019 "un país diferente". EFE