Continúan las protestas en Europa
El investigador en Historia John Moor se refirió en la Mañana de El Espectador al brote de protestas en Europa, por parte de un grupo de extremistas de ultra derecha.
El pasado domingo se llevó a cabo una protesta en Bruselas, por parte de la ultra derecha, en la que participaron aproximadamente 5.500 personas, para manifestarse en contra del Pacto Mundial de la Migración de Naciones Unidas, que fue firmado por cerca de 150 países el pasado 10 de diciembre en la ciudad de Marrakesh.
Estos disturbios ocurrieron en el corazón europeo y en la ciudad sede del parlamento europeo y provocó destrozos y la detención de cerca de 100 personas.
Hay países en todos los continentes que se han opuesto a este pacto, entre ellos Estados Unidos y Chile en las Américas, Austria, Hungría, Polonia en Europa y Australia, por citar a algunos de los Estados no firmantes. Las razones entre uno y otro país por no adherirse varían en su naturaleza, ya que no todos provienen de una matriz xenófoba.
Se trata además de un pacto no vinculante del que cada país firmante puede adaptar su marco para eventualmente implementar su propio plan migratorio.
Sobre el malestar europeo expresado en Francia se refiere otra lectura que la aporta Christophe Guilluy, un geógrafo y autor de "El Ocaso de las elites: prosperidad, periferia y el futuro de Francia", quien en una columna titulada Los chalecos amarillos, efecto de la globalización afirmó que "Las movilizaciones en Francia no son un fenómeno coyuntural, sino un producto de nuestra época que hunde sus raíces en la marginación social y cultural de las clases populares desde los años ochenta".
Según Guilluy, "quienes participan en este movimiento dejaron de creer hace mucho en la vieja división entre derecha e izquierda, desafían a los medios de comunicación, los expertos y el mundo académico, que tienden a caricaturizarlos. Por su forma de organización, espontánea, anárquica y vertical, este movimiento [ ] es el perfecto ejemplo del proceso de desafección y desapego de las clases populares. Encarna, en las calles, la ruptura histórica entre el mundo de arriba y el mundo de abajo. Lo que tenemos ante nuestros ojos es nuevo, es el fruto de la globalización, no la reaparición del pasado. Es una reacción radical a la separación emprendida por las élites desde finales del siglo pasado.
Si las raíces del malestar son culturales en esencia, quizás el comienzo de un cambio o de una mejora radique precisamente en los jóvenes como comunidades que ya las hay y muchas- con conciencia de que ni los liderazgos políticos tradicionales hoy en declive, y mucho, muchísimo menos los liderazgos autoritarios emergentes, pueden aportar esas soluciones, sino que dependen de los que esas comunidades sociales y civiles sean capaces de proponer y construir en lugar de esperar y/o exigir del poder político, de los Estados, ambos con desgaste, soluciones que para ambos son imposibles de crear por sí solos. La esperanza es que, si hay algo que la naturaleza humana tiene es su carácter binario, como el dios Jano, de dos caras, el de la autodestrucción pero también el de la resiliencia y la renovación.
Llegando a América Latina, en Brasil y a poco menos de dos semanas de la toma de posesión del nuevo gobierno, Jair Bolsonaro enfrenta una suerte de caos al interior de su equipo.
A menos de casi 15 días de la toma de mando de Jair Bolsonaro, existirían serios conflictos e importantes desacuerdos al interior del equipo del futuro gobierno. La complejidad es tal, que la revista Veja publica un artículo con el título "La Babel de Bolsonaro" en el que se señala la existencia de "disputas, divergencias y poca claridad sobre las acciones del futuro gobierno que generan enfrentamientos, intrigas y confusiones entre los aliados del presidente electo".
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