La Mañana de El Espectador

¿Civilización occidental bajo amenaza y en decadencia existencial?

¿Civilización occidental bajo amenaza y en decadencia existencial?

Dos de los pilares de la civilización occidental, Estados Unidos y Gran Bretaña viven momentos muy complejos que indicarían que este Occidente está entrando ya en una decadencia existencial.

Hay dos imágenes que están recorriendo al mundo y que actúan como registro visual de la crisis sistémica y existencial que la civilización occidental está padeciendo, y que sin duda alguna, esas mismas imágenes serán parte del testimonio histórico del legado de este tiempo. 

La primera es la del presidente de los Estados Unidos parado en un salón de la Casa Blanca frente una amplia mesa cubierta de bandejas con hamburguesas, como parte de un agasajo a un equipo universitario de football americano, y como reemplazo de una cena local que no se pudo hacer debido a la ausencia de los cocineros, afectados por el cierre del gobierno federal. 

Una cena, hay que reconocer, que al parecer corrió por cuenta del propio Trump como simple
ciudadano. La otra imagen, es la de una Theresa May asistiendo a su derrota, aplastada por la furia parlamentaria de sus propios correligionarios, en primer lugar. 

Si bien entre el cierre del gobierno federal estadounidense y el Brexit no existe un vínculo estrictamente técnico, funcional u operacional, sí lo tiene al ser ambos hechos o procesos parte de una raíz y de un tronco común que es esa decadencia que pareciera estar hundiendo al Occidente la que, observando y juzgando por lo que a liderazgos políticos e intelectuales se refiere, no tendría vías de salida por cauces normales, por lo menos en el corto o mediano plazo.

Además del común denominador o de los vínculos que existen en la génesis y fomento de estos dos fenómenos, al interior de cada uno de ellos existen además sus dinámicas particulares y sus factores que permiten explicar en parte el hecho que estén ocurriendo en su propio contexto.

En los círculos de análisis político de Washington se señala que la actual parálisis del gobierno federal no es la única señal de debilidad a la que Trump estaría sometiendo a la propia administración del gobierno de Estados Unidos como institución, sino que por omisión o comisión hay además vacíos de poder o cargos claves que aún no han sido ocupados.

El problema del actual bloqueo al funcionamiento del gobierno de la principal potencia del mundo no es el único factor de disfuncionalidad y de actual debilidad y de potencial inestabilidad. Hay por ejemplo vacantes de cargos claves de asesores clave que han renunciado y no han sido reemplazados, como por ejemplo el cargo de la embajada de los Estados Unidos ante la ONU, vacante debido a la renuncia de Nikki Haley, puesto que seguiría sin ser ocupado. 

La reciente renuncia del Secretario de Defensa, James Mattis, quien se fue dando un portazo debido a las profundas discrepancias sobre la política exterior y sus vínculos con los intereses vitales de Washington, donde la decisión inconsulta y abrupta de Trump sobre el retiro de las tropas de EEUU de Siria quizás haya sido el detonante; las renuncias de otros cargos del poder ejecutivo como el Jefe de Gabinete, James Kelly y el Secretario del Interior, Ryan Zinke están hoy bajo reemplazos interinos, como lo está un pilar institucional que es la justicia como lo es el
puesto de Fiscal General, cuyo reemplazo, William P. Barr está sujeto a la aprobación del Congreso, y están vacantes las jefaturas de la Seguridad Interna (Homeland Security) y el de un cargo hoy de urgente necesidad como la jefatura titular de la Agencia de Protección Ambiental. 

Además, embajadores en países aliados como Australia recién fueron confirmados apenas en noviembre pasado, mientras que curiosamente, siguen sin embajadores las representaciones de Washington en países de importancia geopolítica fundamental como lo son Egipto, Arabia Saudita, Jordania, Turquía y Pakistán, y, en países bajo la esfera geográfica rusa como Rumania, Estonia y Uzbekistán. Mientras, en América Latina siguen sin embajadores nada más ni nada
menos que México.

Una buena parte de estos cargos vacantes se deben a que aún no existen candidatos nominados por Trump para ser aprobados por el Congreso, mientras que otros puestos claves especialmente en el gabinete, están vacantes debido a las múltiples renuncias. Y un puesto clave como el del Presidente de la Reserva Federal, ocupado por Jerome Powell, está bajo insólitas presiones por parte de Trump, una transgresión a la independencia con la que debe actuar quien está a cargo de esta dependencia, por lo que una eventual renuncia de Powell no sorprendería. Eso sería un duro golpe a la credibilidad frente a los mercados. Mayor  incertidumbre e inestabilidad.

Desde la elección de Donald Trump en noviembre del 2016 ya ha corrido mucha agua debajo del puente, y existen indicios cada vez más contundentes que llaman a la sospecha de que su discurso, basado en "América first" o "América primero", y de que su discurso cuasi mesiánico salvador de la economía industrial estadounidense no han sido más que recursos retóricos y argumentales para acceder al poder de la principal nación democrática y liberal del mundo y, desde allí, iniciar un proceso de debilitamiento de este orden, alineado ideológica y políticamente con la cosmovisión de Vladimir Putin y su propia agenda desestabilizadora.

El New York Times publicó la semana pasada un hecho muy inquietante y que se agrega al carácter conspirativo que tiene el vínculo Trump-Putin. Según el artículos, el FBI comenzó una investigación de contra inteligencia sobre Trump en el 2017 cuando despidió al entonces director del FBI, James Comey, quien, a su vez, había iniciado una investigación sobre Trump acerca de sus vínculos con Rusia. 

La investigación que hizo el FBI procuraba descubrir si acaso Rusia había influenciado a Trump para que tomara la decision de despedir a Comey. Mientras que el Washington Post public el fin de semana que el president Trump ha ocultado detalles acerca de sus reunions con Putin, inclusive de los propios miembros cercanos de su administración, llegando inclusive a confiscar las transcripciones del intérprete.

Salvando las grandes distancias históricas, ideológicas y pragmáticas, el tratamiento de Occidente a la Rusia post Unión Soviética fue considerado por parte de la generación política de relevo como humillante, y fue Vladimir Putin la voz que terminó siendo la más relevante e influyente en esa narrativa del orgullo perdido y a ser recuperado. Es una narrativa que unificó a una gran mayoría de la sociedad rusa, cuya tranquilidad y estabilidad hasta ahora y a pesar de las dificultades de una economía de desarrollo limitado va en armonía con esa narrativa nacionalista. 

En el plano internacional, el comportamiento autocrático a lo largo de sus veinte años en el poder compone la esencia de esa visión del regreso de una "gran Rusia" al concierto de potencias con mayor incidencia en el orden mundial. Y si bien en materia económica es una potencia de segundo orden comparada con los EE.UU., Alemania o la misma China, y aunque su
gas natural une en la dependencia a Europa como un cordón umbilical para producir y calentarse en los inviernos, es por la vía geopolítica a través de la cual Rusia se ha podido insertar como un agente ineludible y hasta necesario en materia de negociaciones y acuerdos en asuntos como Medio Oriente y Ucrania. Pero esta condición comenzó a debilitarse y a transformarse en la de un antagonista peligrosamente desestabilizador, proceso que se ha ido acentuando en los últimos años y especialmente durante el 2016, el año electoral en los EE.UU.

El segundo fundamento de esta arquitectura ideológica y geopolítica está en su componente filosófico y en la cosmovisión que sostiene esa filosofía. Y es aquí en donde confluyen los fenómenos de Donald Trump y del propio Brexit. Desde la lectura de esta cosmovisión, la Rusia actual se conforma y comporta como un imperio aun incipiente, pero cuyo principal objetivo, tal como lo señalaba el historiador Tony Judt fue y sigue siendo el de consolidar su carácter imperial "euroasiático", es decir no un Estado europeo más, integrado al sistema de la Unión sino el de una gran nación imperial llamada a liderar dos geografías y a ejercer influencias políticas en las fronteras de este amplio espacio, con una identidad propia, ni exclusivamente europea ni definitivamente asiática. La recuperación de Crimea fue un audaz zarpazo, una prueba tal vez de las capacidades de reacción de esas fronteras, en el caso de Ucrania y de la
Europa representada por la OTAN. 

El estado de conflicto crónico por diseño que Rusia creó y que mantiene con Ucrania es otro ejemplo de ejercer esas influencias fronterizas, sin llegar todavía a cruzar el umbral a una aventura expansionista de corte militar, como segunda parte de la operación de Crimea. Se trata de un escenario improbable hoy, pero no imposible mañana si esto fuera parte vital de los mecanismos de avance sobre Europa.


Esta cosmovisión combina varios componentes que es lo que le dan a la Rusia actual y a Vladimir Putin ese carácter peligroso de excepcionalidad: identidad imperial, nacionalismo y tradicionalismo conservador, una combinación muy poderosa porque reúne aspectos políticos y culturales.

Sus principales ideólogos son dos figuras claves del entorno de Vladimir Putin. El primero, su mentor o guía filosófico e intellectual es Alexander Dugin, al propósito del cual el diario inglés The Guardian publicó hace apenas unas semanas atrás una  semblanza acerca de este personaje. Dugin es un polítologo y polemista con todas las características de un villano de James Bond pero lejos de la brom no es en vano ni por accidente que en Rusia y en el ambiente político se ganó el apodo de ser el "Rasputín" de Vladimir Putin. 

Según The Guardian sus libros y posteos, generalmente impenetrables o bordeando lo delirante son material de lectura requerida para aquellos que buscan entender el escenario del Brexit, de la victoria de Donald Trump y el surgimiento global de la ultraderecha. Dugin es una persona relativamente joven, nacido en 1962 y es un "feroz paladín del imperialismo ruso" o lo que él mismo denomina como concepto central de su ideología, el "Eurasianismo". Sobre este fundamento, Dugin promueve las tradiciones –con raíces de la Rusia zarista- en oposición al
liberalismo, a la autocracia contra las instituciones democráticas y la uniformidad severa y rígida frente al pluralismo de la Ilustración.

En la visión de Dugin hay un cierto misticismo, bordeando en una especie de
fanatismo religioso. Si bien el grado de acceso o de influencia directa de Dugin sobre Putin no está muy claro, y ha ido y venido a lo largo del tiempo, The Guardian señala que por fuera de
toda duda o discusión la influencia geopolítica de Dugin sobre el staff de la academia
militar y el ministerio de Defensa ruso es notoria. 

La intervención de Putin en Georgia en el 2008, la invasion a Ucrania en el 2014 y la estrategia rusa en Siria son todas consistentes con la estrategia de Dugin para la Madre Rusia. Esto según el Guardian ya es suficientemente alarmante, pero es aun más alarmante la creciente influencia de Dugin en Occidente. Se sostiene desde hace mucho tiempo que actúa como un intermediario encubierto entre Moscú y los grupos de ultra derecha en Europa, muchos
de los cuales recibirían fondos del Kremlin. El propósito de operaciones tales como el "hackeo" de las elecciones de los Estados Unidos ha sido según el Guardian, el desestabilizar el orden Atlántico en general y a los EE.UU. en particular y en esta lucha, Dugin es, "positivamente milenarista" afirmando según el Guardian que: "Debemos crear alianzas estratégicas para derribar el orden presente de las cosas, cuyo núcleo son los derechos humanos, lo anti jerárquico y la corrección política, todo lo que está en el rostro de la bestia, el Anticristo".

Es decir, señala el Guardian el complejo central es una mezcla de imperialismo, fanatismo, religiosidad reaccionaria y el odio a la diversidad social. Además ha tomado de la postmodernidad la idea que "la verdad es un asunto de creencias, no hay tal cosa como los hechos". Esto sin duda sostiene y potencia la política de la post-verdad lo que es más que relevante en un momento en el que este fenómeno resuena en forma profunda. Y aquí cae la pieza que faltaba según el Guardian y que en las investigaciones que se llevan a cabo sobre esta colusión se sospecha y es la conexión de Dugin con quien fuera el estartega principal de la Casa Blanca, Steve Bannon, quien además seguiría trabajando tras las bambalinas.

Hay una segunda figura en el diseño de esta plataforma rusa. Es Vladislav Surkov, un hombre clave en la estrategia geopolítica del Kremlin.  Surkov sería el gran ideólogo geopolítico y de la gran política interna. El historiador Jorge Saborido, autor de "Rusia, Veinte años sin comunismo, de Gorbachov a Putin" señala que Surkov ha definido al régimen de Putin como a una "democracia soberana" pero como un híbrido en el que se combinan elementos occidentales con los de las "tradiciones propias de la "identidad nacional rusa" mientras que se enfatiza en el
vínculo entre la sociedad civil y el poder del Estado y de una idea de la "vertical del poder" un concepto según Saborido al que Putin refiere, entendido como una subordinación de "todos los órganos del Estado y del Poder Ejecutivo a las órdenes del Presidente". Esto debilita la idea de un Parlamento o de un Congreso o de una sociedad civil fuerte en sus libertades.

Según la BBC, Surkov es conocido como el "autor oculto" del "putinismo, o el "titiritero" o cardenal gris del Kremlin, pero ciertamente el cerebro de la "nueva estrategia bélica" y del intervencionismo y expansionismo agresivo ruso. Surkov es considerado como "un operador sutil, inteligente bien conectado y que se mueve en la ssombras". El rumbo que ha tomado Rusia en las últimas dos décadas responde en gran parte a su influencia. Y aunque su peso político ha fluctuado desde que se incorporó al gabinete en 1999, Surkov, descrito como un operador sutil, inteligente y bien conectado que se mueve en las sombras, ha tenido una gran influencia en el rumbo que ha tomado Rusia en las últimas dos décadas.

Según la BBC, Surkov es el artífice del autoritarismo disfrazado de pluralismo democrático". Hay coincidencia en que ha ayudado a maquinar el creciente "autoritarismo disfrazado de pluralismo democrático" de Putin (del que lo acusan los críticos), y las poco convencionales -y hasta desconcertantes- participaciones rusas en conflictos recientes.


"Surkov es sin duda una persona talentosa, polifacética y leal. No sorprende que su ascenso al círculo íntimo de Putin haya sido meteórico", explica Famil Ismailov, editor del Servicio Ruso de la BBC.

Ante esta construcción que viene a reemplazar como columna vertebral al comunismo soviético, los Estados Unidos actuaron, transitando sobre un eje durante la era de George W. Bush y la de Barack Obama, desde la incomprensión cuando no el desprecio o ninguneo y sin interpretar sus potenciales amenazas, a la de un antagonismo casi hostil al término del segundo periodo de Obama. Para entonces el daño ya estaba hecho, y los componentes de esta cosmovisión, aplicados a la estrategia geopolítica de Putin, comenzaron a germinar, desestabilizando a Ucrania, ejerciendo la fuerza en Georgia y avanzando en la agenda de los grupos y partidos extremistas de ultra derecha europeos.

La evolución de la globalización económica, financiera y cultural que nace durante comienzos de los 90s y a la que se pliega como soporte de crecimiento exponencial el surgimiento de internet y la tecnología a partir de mediados de esa época, y sobre la falsa creencia, capitaneada en su postulación orientadora del nuevo orden mundial por intelectuales liberales como Francis Fukuyama entre otros, y mientras la euforia y el optimismo de quienes veían la instalación de una era casi definitiva de bienestar, paz y prosperidad hizo olvidar a la Historia como fenómeno intrínseco a la falibilidad de la naturaleza humana. Así fueron germinando los agentes y factores que terminarían creando el medio ambiente político y social y contra cultural a la narrativa de la globalización. En esta contra cultura se mezclaron como un cocktail explosivo de gradual inflamación la perplejidad y la frustración, los temores y la inseguridad laboral, el rechazo al extranjero como amenaza vital y finalmente el descrédito de la clase
política, vista ahora como inoperante y cómplice en la gestación de todos los males.

Los atentados del 11/9 del 2001, el avance de la tecnología y los efectos negativos de la globalización en grandes desplazamientos de medios de producción y capitales a mercados laborales e industriales más baratos, primero el sudeste asiático y luego ya definitivamente China, en detrimento de la mano de obra industrial de EE.UU, y de buena parte de la Europa ineficiente en costos laborales, junto a la crisis financiera mundial del 2007 que desnudó en parte el carácter de casino especulador de un capitalismo fatigado y que debía recurrir a hacerse trampas en el solitario, empaquetando como activos de inversión global hipotecas basura, el corolario a esa era de auge fue la recesión que le siguió, exasperando aun más la volatilidad social. En el 2016 esa volatilidad se transformó en un candidato y en sus promesas de espantar a los demonios y en noviembre de ese año esa promesa se convirtió en presidente.

Para Vladimir Putin y su grupo ideológico, la sumatoria de los fracasos aparentes de la globalización y los efectos del tecno- progreso fueron los ingredientes que necesitaba para acelerar la implementación de su agenda reaccionaria. Ese mismo cocktail explosivo que gestó a Trump, fue lo que en junio del 2016 impulsó a una mayoría de británicos enojados a votar por el Brexit. Podría decirse quizás, que este sería el momento crítico que marcó casi el retroceso de lo que aun yacía de la posibilidad de un orden mundial democrático-liberal, sostenido y consolidado sobre un capitalismo impulsado por bajos costos industriales y saltos tecnológicos. Un círculo virtuoso de progreso y bienestar. 

Hoy como Occidente tenemos una guerra comercial con China, principal factor del capitalismo barato y viable declarada por Trump que a su vez mantiene jaqueado a su propio país, un Brexit camino a ser una ruptura sin acuerdo, un sistema político internacional en el que el extremismo de ultra derecha con sus nacionalismos xenófobos crece en participación electoral y parlamentaria cuando ya no están gobernando como en Italia, Turquía y Hungría y movimientos de protesta en Francia que ya le costaron la caída de intención de voto a Macron rumbo a las elecciones parlamentarias europeas en mayo frente a Marie Le Pen.

Salir de este callejón no será fácil, porque aunque Robert Mueller finalmente confirme en su investigación actos de auténtica "colusión" que posean la figura de delitos como los de traición a la patria y como sí lo tuvieron los procedimientos del caso Watergate en 1973, la figura de colusión se empequeñece frente al panorama mayor de una cosmovisión compartida, la de debilitar a la democracia liberal. Un impeachment, de haber delitos comprobados y que involucren directamente a Trump, sólo decapitará a una de las cabezas de la hydra, ya que en Mark Pence aun sobrevive esa misma visión reaccionaria.

La única forma de detener este fenómeno es neutralizando a Putin y su aspiración hegemónica sobre Europa, pero para ello es necesaria una presidencia, un liderazgo político fuerte en el apoyo democrático, empezando por los EE.UU. y siguiendo por Europa, muy especialmente en Gran Bretaña, Alemania y Francia. 

Se requiere de una verdadera coalición que endurezca las sanciones económicas a Rusia, y que sienta el poderío de Occidente en la defensa de sus valores democráticos por la vía estratégica de la OTAN y otras organizaciones, aunque algo muy difícil de implementar por la dependencia del gas y del petróleo, por la propia incapacidad o debilidad política de los partidos de centro, hoy muy debilitados, por la propia incapacidad de la UE en llegar a un acuerdo con Gran Bretaña sobre el Brexit y, fundamentalmente por una pobreza de liderazgos.

En las nuevas generaciones de políticos como las que representa la congresista Alexandra Ocasio-Cortez hay una esperanza que late, pero estas nuevas figuras deberán trabajar juntos en una suerte de coalición junto a representantes de la política con experiencia y fogueo como Nancy Pelosi, con la propia Theresa May o Angela Merkel, -y no es accidente o coincidencia esta confluencia de liderazgos femeninos- cuya supervivencia política es valiosa y con representantes de sectores como la academia e intelectuales y los sistemas de defensa e inteligencia y el propio capitalismo del siglo XXI que sin duda puede ser más poderoso que una Rusia dependiente de un commodity energético que debe y puede ser prescindible para Occidente. Y se debe traer a China como socio, como un aliado de Occidente, igualmente de cuidado y desconfiable, pero que sigue siendo imprescindible en lo económico y lo geopolítico. China es un mal necesario, y frente a Rusia, es un mal imprescindible.

Pero por encima de todo, Occidente necesita renovar su contrato con sus componentes
esenciales: la política, la economía, el conocimiento y sus desencantadas sociedades
para recuperar y sostener el equilibrio perdido, porque finalmente, y aun asumiendo que
esta regresión que vivimos será finalmente superada en forma pacífica, aunque no estará
libre de momentos muy complejos como los que ya estamos viendo y viviremos sin
duda en el mediano plazo, a la humanidad le espera resolver el gran reto de los efectos
de su propio progreso, ante los cuales, este planeta ya le está mostrando sus propios
límites y señales. Y este será quizás el último factor de unidad necesaria frente al
desafío existencial más extremo que enfrentamos.

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