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"Carta abierta a la sociedad uruguaya" sobre las plantas de celulosa, firmada por los químicos más destacados del país

El conflicto por las plantas de celulosa a instalarse en las inmediaciones de Fray Bentos ha crecido desmesuradamente. Los abajo firmantes, docentes de la Facultad de Química de la Universidad de la República y profesionales de la Química, queremos ayudar a poner la discusión en términos adecuados, clarificando los aspectos técnicos que no deberían ser objeto de controversia. Como ciudadanos de este país, tenemos nuestra opinión sobre todo el proceso, que no sólo abarca aspectos técnicos de Química e Ingeniería Química, sino de otras ciencias duras, como la Biología, las Ciencias de la Tierra o la Agronomía. Los  técnicos en esas materias podrán opinar con conocimiento de causa y estudiar el impacto del monocultivo forestal, el eventual desecamiento o la contaminación de las napas freáticas, para determinar que hay de mito o realidad. Los estudios científicos del impacto sobre la flora y la fauna, de la absorción de contaminantes por los suelos, etc., deberán ser llevados adelante por colegas de varias ramas. Aspectos como los eventuales fenómenos migratorios, la afectación forestal de tierras que podrían tener otros  destinos, la sustitución productiva, el impacto  en el turismo regional tienen que ver con la Sociología y la Economía. Estos problemas, junto con los aspectos políticos, históricos y diplomáticos, son  argumentables y sobre ellos es difícil tener datos concretos, apenas contamos con opiniones. Sobre estos temas nuestra opinión tiene el mismo valor que la de cualquier ciudadano informado de nuestra República. Nos limitaremos a exponer los puntos relacionados a los procesos químicos de la industria papelera que están corroborados científicamente y que entendemos que deben quedar bien claros.

Uno de los aspectos claves que se discuten acaloradamente es si las plantas contaminan o no contaminan. Se define como contaminación a la liberación en el medio ambiente  de agentes físicos, químicos o biológicos, en forma y concentración tal, que tengan efectos nocivos para la salud humana, vegetal o animal.  También se incluyen en esta definición a los agentes que, sin ser contaminantes,  puedan sufrir transformaciones que los hagan contaminantes y tambien a aquéllos que, sin tener los efectos nocivos antedichos,  impidan el pleno goce de las condiciones confortables de vida en el hábitat usual del ser humano. Contaminantes son, entonces, el ruido excesivo, el humo del cigarrillo, los gases de la combustión (tanto de los motores de los automóviles u ómnibus como de los asados domésticos), el uso excesivo de agentes químicos oxidantes tales como el cloro que se agrega al agua potable o el hipoclorito que se emplea para limpiar los inodoros, las bolsas y envases de plástico no degradables, los metales pesados como el cromo o el plomo provenientes de diversas industrias, la obtención de energía eléctrica por todos los métodos, las pilas y baterías usadas, cantidades excesivas de desechos orgánicos biodegradables, las computadoras viejas, los correos electrónicos no deseados, los efluentes de las cloacas y, probablemente, un porcentaje importante de los subproductos de toda actividad humana. La contaminación es inherente a la transformación del medio ambiente causada por la presencia del ser humano en números millonarios, y no puede eliminarse completamente sin retroceder a estadios muy anteriores al de la civilización actual, en que la vida era brutal, sucia y breve. Sin embargo, es posible controlar los agentes contaminantes de forma que la perturbación en el ecosistema sea lo suficientemente pequeña como para poder llegar a un nuevo equilibrio estable que no difiera sustancialmente del anterior.

La fabricación de papel requiere celulosa. La obtención de celulosa no es necesariamente un proceso contaminante. De hecho, se puede obtener papel sin tratamiento químico si se está dispuesto a no destruir la lignina, el material que acompaña siempre a la celulosa en la madera, y que le da el color amarronado al papel obtenido en forma "mecánica". La obtención de papel blanco implica un tratamiento químico que destruya la lignina y eso sólo se puede hacer con procedimientos que, de una forma u otra, pueden afectar el medio ambiente. Un ejemplo de lo que pasa cuando no se elimina completamente la lignina se puede ver con el papel de diario, que con el paso del tiempo adquiere una tonalidad sepia. Por supuesto, podría reducirse la contaminación si se redujera al mínimo imprescindible el uso de nuevo papel blanco. Con la tecnología actual, es posible reciclar hasta 3 o 4 veces la celulosa del papel usado, pero el consumo de papel virgen aumenta en el orden de un 20 a 40% anualmente, lo que deja en evidencia que, como con muchas otras cosas, somos nosotros mismos los causantes de nuestros propios males.

El procedimiento de blanqueado de papel implica romper moléculas orgánicas complejas (ligninas). Para ello es necesario emplear sustancias químicas oxidantes que pueden ser, por ejemplo, cloro elemental, dióxido de cloro, ozono, peróxido de hidrógeno, ciertos percloratos, varias enzimas y algunos compuestos complejos de metales tales como el hierro. La destrucción de colorantes con estas metodologías es bien conocida a nivel doméstico, como saben todas las personas a las que se les "mancha" la ropa con Agua Jane, o que se aclaran el cabello con agua oxigenada. Existen dos procesos tecnológicos modernos que se emplean para producir celulosa: ECF (Libre de Cloro Elemental) y TCF (Totalmente Libre de Cloro). Ambos se definen por referencia al proceso más antiguo que empleaba cloro libre elemental y que aún hoy se emplea en un 20% de las fábricas de celulosa del mundo, incluyendo las plantas de Papel Misionero y Celulosa Puerto Piray, ambas en la provincia de Misiones (Argentina), y que descargan sus efluentes en el río Paraná. Un 75% de la celulosa producida en el mundo se obtiene por el proceso ECF, que no emplea cloro elemental sino dióxido de cloro, molécula que tiene dos átomos de oxígeno y uno de cloro y que produce sus efectos fundamentalmente por la acción del oxígeno y no del cloro. Alrededor del 5-6% de la celulosa se produce por el método TCF, que no emplea cloro en ninguna etapa del proceso y que usa sólo peróxido de hidrógeno para la destrucción de la lignina. El peróxido de hidrógeno y el dióxido de cloro producen sus efectos por un mecanismo similar, que involucra a los dos átomos de oxígeno, pero el peróxido de hidrógeno no deja residuos potencialmente contaminantes. De hecho, en los procesos ECF modernos el tratamiento con dióxido de cloro es precedido con un tratamiento con peróxido de hidrógeno, disminuyendo los requerimientos del agente clorado. Ninguna de estas dos tecnologías es necesariamente contaminante, pero ambas tienen potencial para contaminar. El método TCF tiene la desventaja de producir celulosa de fibras más cortas, y por eso el papel TCF usado puede reciclarse menos veces que el papel proveniente del método ECF. Por lo tanto, termina siendo potencialmente tan contaminante como el ECF, ya que requiere consumir más árboles para cubrir la misma demanda de papel. El proceso TCF elimina mejor la lignina que el ECF, aunque nuevas investigaciones han mejorado esto, y hoy se consigue papel casi de la misma calidad con ambos procesos, desde el punto de vista de la blancura, no de la reciclabilidad. El método TCF produce un 12% más de gases de efecto invernadero que el método ECF, requiere un 10% más de combustible fósil y requiere un 11% más de madera para producir la misma cantidad de papel. Si todas las fábricas que hoy usan el proceso ECF fueran convertidas a TCF, se calcula que se necesitaría unos 67 millones más de árboles por año para mantener la producción actual de papel. Todos estos aspectos pueden ser perfectamente resueltos con más investigación y más inversiones, y en ello se trabaja en muchos laboratorios del mundo. Pero no debe descartarse el método ECF porque use cloro, ya que no es el elemento reactivo en el proceso. La sal de cocina tiene un 60% de cloro y eso no la hace nociva. Otro limitante importante, por supuesto, es el económico. Cuesta aproximadamente US$ 724  fabricar una tonelada de pulpa TCF  y US$ 690 una tonelada de pulpa ECF, lo que redunda en un papel más caro y, consecuentemente, en un menor mercado (ya que sólo alcanza a los consumidores que aceptan pagar más por un producto que consideran ecológicamente más satisfactorio). Actualmente, la mayor parte del papel TCF se vende en Alemania y el año pasado cerró sus operaciones TCF una planta sueca que lo empleaba, justamente porque el mercado alemán se contrajo mucho y ya no hay clientes dispuestos a pagar el precio de ese tipo de papel.

La mala reputación de la industria del papel (o, mejor dicho, de la producción de celulosa) es merecida. Sólo la presión social ha conseguido que la industria se mueva en una dirección adecuada y en el presente  conviven dos teorías. La teoría con menos adeptos propone reducir al mínimo los eventuales daños ambientales dejando el cloro completamente de lado y empleando el método TCF. Esta alternativa es la favorecida por Greenpeace. Al mismo tiempo, se debe operar en un ciclo cerrado, de forma que los efluentes no se viertan al medio. La teoría más aceptada propone emplear la metodología ECF y combinarla con un tratamiento de los efluentes sólidos, líquidos y gaseosos, de forma que el 95% de los contaminantes potenciales nunca lleguen al medio. En las plantas ECF modernas, los desechos sólidos se queman en la caldera, lo que permite conseguir energía (incluso en exceso, que se puede vender) y recuperar gran parte de los productos químicos empleados en el proceso, lo que hace que la ecuación económica cierre. Así, la garantía de la buena operación del proceso no sólo depende de la buena fe de las industrias y de quienes las controlen, sino también del hecho de que el proceso mal desarrollado sería demasiado costoso.

La conclusión unánime en todo el mundo es que los procesos ECF y TCF tienen niveles similares de producción de posibles contaminantes, siempre que se tomen las medidas adecuadas de tratamiento de los efluentes. Ninguna de las dos metodologías produce policloro dioxinas o policloro dibenzofuranos en cantidades detectables. Esto quiere decir que producirán menos de una parte por trillón, que es el límite de detección. Por esto, no representan ningún riesgo cancerígeno ni teratogénico adicional al producido por la quema de leña, madera de monte o combustibles fósiles en las condiciones actuales. La producción total de AOX (Halogenuros Orgánicos Absorbibles) comprometida luego del tratamiento de efluentes para la planta de Botnia es de 0,05 g/tonelada, por lo que, estimando una producción de 1.000.000 toneladas anuales, nos da un valor de 1,6 mg de AOX por segundo, a diluir en un caudal mínimo del Río Uruguay de 2000 m3/s. Esto da una concentración máxima de AOX de 0,00000000008 gramos por litro en las condiciones más desfavorables de caudal del río, lo que no es una amenaza a la salud. Mas aún, estos AOX no son policlorados y no contienen dioxinas. Ambos procesos están aceptados actualmente en USA, en Europa y en Australia, país que en el 2005 completó un largo proceso relacionado con la instalación de una planta similar a las que se van a instalar en Uruguay y similar a una instalada en Alemania en 2005. No es cierto que la tecnología que será instalada en el Uruguay haya sido desechada por la Unión Europea, ya que la Directiva  96/61/CE del 24 de Septiembre de 1996, relativa a la prevención y control integrado de la contaminación, acepta que ambos procesos son las mejores tecnologías disponibles, en un pie de igualdad. No es cierto que a partir de 2007 no se permitirán industrias con proceso ECF en la Unión Europea, sino que las que no se permitirán serán plantas que usen el proceso con cloro elemental (como las que hoy existen en Argentina). No es cierto que se arrojarán al río Uruguay contaminantes orgánicos clorados bioacumulables en cantidades significativas.  Las empresas se han comprometido a  que sólo haya un aumento de un doscientosavo (1/200) de los productos clorados (AOX) que actualmente se liberan por la acción de la potabilización del agua para consumo humano en Fray Bentos con cloro. No es cierto que no habrá tratamiento del nitrógeno y fósforo y que ellos serán liberados en el río, sino que los productos químicos que producen eutroficación serán sometidos a tratamiento biológico en barros activados, lo mismo que las sustancias químicas que consumen oxígeno (BOD y COD).

En resumen, desde el punto de vista químico, no existe ninguna razón científica para pensar que los procesos a implementar contaminarán el ambiente, siempre que se cumpla con el control de las emisiones de efluentes líquidos, gaseosos y sólidos, al que las empresas se han comprometido. Existe suficiente información química disponible públicamente en el sitio web de la Dirección Nacional de Medio Ambiente, en el propio sitio de Botnia, y en el sitio de Amigos de la Tierra (Friends of the Earth). En particular, esta organización ecologista concluye que "La complejidad del tema del papel significa que es difícil arribar a conclusiones firmes. Toda la fabricación de papel causa daño al medio ambiente y en la mayoría de los casos, los factores determinantes en el desempeño ambiental de una planta de pulpa no son el proceso, el tipo de papel o la fuente de la fibra, sino el lugar en que se ubiquen, las prácticas de la fábrica y del operador de la planta. Por lo tanto, tratar de calificar los productos de papel o las técnicas de producción en términos de cierta forma de jerarquía de desempeño ambiental, basándose únicamente en el proceso de manufactura, es extremadamente difícil".

Finalmente, queremos enfatizar que los técnicos egresados de la Universidad de la República que han participado del estudio de impacto ambiental de las empresas nos merecen el mayor de los respetos.   Desacreditar a la ligera los estudios matemáticos, físicos, químicos y biológicos realizados por estos colegas nos parece una temeridad basada en cálculos y predicciones erróneas, ignorantes o tendenciosas.

Como conclusión, queremos expresar nuevamente nuestro convencimiento de que las plantas a instalarse contaminarán o no dependiendo exclusivamente del control que se realice sobre las actividades  potencialmente contaminantes. Desde este punto de vista, es necesario que las autoridades nacionales sean conscientes de los riesgos y tomen las precauciones adecuadas para que cumplan las promesas efectuadas sobre el tratamiento de efluentes y la adopción de las mejores tecnologías disponibles para todo el proceso de producción, tanto en el momento inicial como con el proceso en régimen. Sólo así se podrá asegurar que los riesgos de contaminación, que efectivamente existen, puedan minimizarse de forma responsable. Nosotros confiamos en que las empresas mantendrán la palabra empeñada, pero más aún confiamos en que las autoridades de la República dotarán de los recursos humanos y materiales necesarios a los organismos de control correspondientes como para que el proceso sea conducido con la seriedad que el tema merece y monitoreado de la forma más exhaustiva posible.

Nos lo debemos a nosotros mismos.

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