Especiales

Cotelo, Hudson y La tierra purpúrea

Por Ana Inés Larre Borges

Me toca hablar de este libro preciosamente prologado por él, que es La tierra purpúrea, que con la edición de Banda Oriental, para la que él hizo el prólogo, recuperó muchísimos lectores, por la edición, por la traducción y por el prólogo.

Mi presencia aquí se justifica, más allá de la cálida invitación de José Rilla, por el respeto intelectual. No conocí casi a Ruben Cotelo, pero supe leerlo siempre con placer. Algunas veces compartimos una mesa como esta, -donde su presencia garantizaba no aburrirse, porque siempre era original y tenía un humor muy especial- y algunas pocas conversamos. Una de ellas tuvo lugar aquí, en la Biblioteca Nacional y –la vida es pródiga en coincidencias inesperadas- se relaciona precisamente con el tema sobre el que me invitaron a hablar hoy.

Fue en la Sala Uruguay que encontré a Cotelo. Estaba leyendo testimonios de viajeros. (Estoy viéndolo: se agarraba la cabeza... y decía con deleite... "No se puede creer lo bien que escriben"... "Todos, cualquiera de ellos..." me leyó algún fragmento..
Ese encuentro coincidió con mi descubrimiento de ese personaje increíble que fue Richard Burton, el viajero inglés descubridor de las fuentes del Nilo y traductor de Las mil y una noches, y se lo comenté. Le conté que Burton había estado por aquí cuando iba a conocer la Guerra del Paraguay, tras los pasos de López. 

Al mismo tiempo, yo me había encontrado –también en la Biblioteca-  con Amir Hamed, el escritor, que estaba escribiendo  lo que después sería Troya blanda... En determinado momento le dije a Cotelo que quizás podía venirle muy bien a Amed, este descubrimiento para su novela. Y me contestó enseguida, con ese filo que fue patrimonio de su generación: "¿Le vas a regalar eso  a Amir Hamed?". Me hizo reír... pero, finalmente, le hice caso. No le dije nada a Amir Hamed. Cotelo en cambio, obviamente sí tomó nota y puso a Richard Burton en su ensayo sobre los viajeros en el libro de Vida privada en el Uruguay que él estaba preparando para el libro que sobre La vida privada en el Uruguay preparaban entonces Gerardo Caetano, Barrán y Teresa Porzecanski. Es un ensayo excelente, que hace honor a los viajeros, porque está escrito en esa prosa elegante y suelta que fue su marca, y que no es menos buena que la de aquellos anglosajones a quien él admiraba tanto.

Y eso quizás es lo primero que me gustaría destacar de su labor intelectual.  Él tuvo la conciencia de que es tarea del crítico, honrar a los autores que aborda, también con la palabra. Supo siempre que parte del homenaje  es ese bien decir, que no es decir correctamente, sino una exigencia que tiene que ver con la ética del lenguaje.

Y es en el contexto de su admiración anglosajona debe medirse su personal aproximación a La tierra purpúrea  y a Hudson,. que no deja de ser un falso viajero inglés, un viajero de contrabando.

Hace dos años se realizó un congreso, organizado por Beatriz Vegh y la Facultad de Humanidades, sobre este libro raro, que Borges pudo juzgar como el paradójico inicio de la literatura argentina aunque fuese un libro "publicado en Inglaterra y en inglés por un norteamericano sobre una acción que transcurre en el Uruguay". Antes de eso La tierra púrpurea fue como dice bien Cotelo en el prólogo, "un libro que Inglaterra perdió y los argentinos nos regalaron". Antes que ese congreso solo estaba el prólogo de Cotelo, sulectura que fue pionera y fundante.

Cotelo inicia con esas disquisiciones su abordaje. Y esa atención es inaugural y premonitoria, de la recepción de Hudson que vendrá. A veces pienso que el Congreso del 2004 fue en sus distintas ponencias, solo una extensión de sus ideas. Él se adelantó a percibir la cualidad fronteriza e inestable de ese extraño libro. Una cualidad que hace  a La tierra púrpurea, especialmente pertinente a nuestro presente condenado a migraciones, a trasplantes y a fugas. Se sabe que Hudson estuvo de visita en Uruguay entre 1868 y 1869, -que son además, las mismas fechas en que nos visitó Burton-, y que ambos vieron un Uruguay que se definía por ser una tierra de aluvión inmigratorio. El puerto al que llegaron ambos, era  una rara Babel donde todos sin estudiar hablaban muchas lenguas. De ese puerto adónde entonces llegaron los inmigrantes que hicieron del Uruguay un pueblo transplantado (como lo catalogó Darcy Ribeiro), y es el que ahora despide a los descendientes de aquellos inmigrantes, que se van a buscar a otros horizontes repitiendo la historia de sus antepasados. Cotelo vio esa pertinencia, esa vigencia inversa en el libro de Hudson.

No usó, claro está,  la palabra desterritorialización  que sacude y embate la prosa académica de nuestros días, ni tampoco la palabra "periferia", pero supo ver en la vida escindida de Hudson y en el destino vagabundo de sus ediciones y de sus traducciones, ese estar "fuera de lugar" que define al mundo moderno. Así, justamente, Fuera de lugar, titula su autobiografía un pensador paradigmático de estas condiciones, el palestino Edward Said.

Cotelo vio que Hudson era un ser en tránsito entre mundos, condenado a la nostalgia como los rioplatenses transplantados.

He leído muchas veces el prólogo de Cotelo a The purple land.  Recuerdo sus ideas, y me sé algunas frases ideas de memoria.

Pero preparando este homenaje, he vuelto a leer este prólogo memorable de un modo diferente. No buscando aprender sobre Hudson o sobre La tierra púrpurea, no tentando la lectura de saqueo que hacemos a veces los críticos al leer a otrs críticos, sino buscando al hasta hoy invisible hombre que lo escribió. Esperando que el rostro del escritor se vaya dibujando con las palabras que usa para decir otras cosas. 

Evidentemente la invisibilidad se revela como muy relativa y allí están sus pasiones y sus maneras.

Cotelo sabía de estas cosas. Quiero destacar la conciencia que tuvo siempre de las condiciones de lectura. Esa idea borgeana –que entra en la teoría dellenguaje que borges hizo siempre avant la lettre- respecto al papel que juega la lectura en el sentido de una obra. "Colaboración" es la palabra que usa Borges, para decir que es en el acto de la lectura cuando se completa el sentido de una obra. 

(Quiero aclarar que ese es un rasgo de Cotelo y quizás lo que hizo que Carlos Real de Azúa valorase su aporte crítico que se evadió de lo meramente parroquial, de la estilística trasnochada y se animó a mirar desde una complejidad mayor y abarcativa el sistema de la literatura.

El ejemplo para mí paradigmático es el de su lectura de Onetti. Cuando Ruben Cotelo señala que Onetti es un escritor religioso, y con esa idea cambia para siempre la interpretación de nuestro mayor escritor, acota inmediatamente que no lo hemos percibido porque el Uruguay pertenece a una cultura laica, a que no tenemos escritores religiosos. Es decir lee el contexto y nota y señala el fenómeno interesantísimo por el cual una lectura por mero posicionamiento, -eso que la teoría llamaría "horizonte de expectativas" del lector-, puede amputar parte del sentido de una obra.

Lo dice textualmente en este bellísimo prólogo:"Ningún texto existe verdaderamente hasta que lo recrea la lectura activa y participativa" (p. 21, 2001, EBO)
Esa percepción y sensibilidad guía su análisis de La tierra purpúrea y hace que el prólogo se inicie recapitulando la recepción del libro en Inglaterra, en Argentina, en Uruguay. Que atienda a detalles de edición, prólogos, imprentas. Que "lea" incluso el significado de las traducciones. Cotelo, antes de entrar a la obra, saca partido de su atención al periplo de ese texto a travès del tiempo y del espacio. 

Cuando Cotelo murió dije esto que voy a repetir porque es lo que más valoro en su aporte intelectual. Dije que él era un crítico que acuñaba ideas. Y que más allá, de su renuencia a reunir en libro sus escritos, éstos perdurarán porque tienen ideas. Quizás llegue un momento en que no se sepa quién fue que las creó, pero esa es una pérdida insignificante, en realidad. La tarea crítica está destinada al olvido. Es poderosa en el presente y puede levantar o abolir prestigios, pero luego tiende a olvidarse. Y eso no está mal.
Volviendo a Cotelo, puedo ahora descubro que esa pasión por las ideas determina ya la estructura de sus escritos. En su ensayo sobre La tierra purpúrea  advertimos que está  construido en base a preguntas. Interrogantes que el texto le provoca. La primera, incluso, está modulada literalmente en el texto. "¿Por què Inglaterra?" se pregunta. ¿Por qué Hudson que era un hijo de norteamericanos nacido en la pampa, se va a Inglaterra y no a Estados Unidos?.

No me interesa volver a responder esa pregunta. De hacerlo terminaríamos hablando otra vez de Hudson, que es hermoso, pero no es el tema de este homenaje. Solo señalo, entonces, que esas preguntas son las que hacen a esta hermenéutica que es la crítica de ideas:

¿Por qué fracasa la primera edición inglesa?
¿Por qué hemos olvidado este libro?
¿Qué lugar ocupa este libro en nuestro canon? etc..

Cotelo es el primero es ver cómo la difusa identidad o pertenencia del autor se transfiere a un libro que no se sabe bien a què género pertenece. Es sabido que La tierra purpúrea se comentó en la sección de Viajes y geografía de los periódicos londinenses y que un crítico dijo que ni el libro era un verdadero libro de viajes, ni su autor un verdadero viajero. Ese estatuto precario son los que mejor definen lo que este libro es y deviene. Y lo interesante es comprobar que esa anomalía, ese interregno, se adecua a la situación inestable, fronteriza o marginal  del intelectual rioplatense. Y así al propio Cotelo.

Creo que lo más interesante de su aproximación a Hudson,  lo que resulta críticamente más productivo, es su decisión a interrogar los alrededores del libro y sacar de allí unas conclusiones especialmente fermentales.
Casi no se detiene en las aventuras de Richard Lamb, y no menciona más que al pasar los episodios románticos o humorísticos que la historia depara a los lectores.
Es, en cambio, en los alrededores de la historia donde el crítico se concentra y logra exprimir sentido.
La edición y la reedición emprendida por el propio Hudson. La atención y registro de las variantes entre una edición y otra, la comparación de circunstancias de publicación, quién y cómo traduce, quién escribe el prólogo, etc, son el objeto de estudio para una crítica que mira más allá del texto y que hoy lleva el nombre de culturalismo.

Pasa luego a nuestras lecturas.
El peaje argentino de un libro que
Inglaterra perdió y Argentina nos regaló. El asombro ante la indiferenia, pero especialmente su pertenencia.

Dice Cotelo casi como al pasar que "Los uruguayos no tuvimos, pues, nuestra Tierra purpúrea hasta la presente traducción de Idea Vilariño".
Esa idea de que la traducción –lejos de una traición, es un acto de amoroso reconocimiento y la posibilidad de merecer una obra- señala la fe en la lectura, - ya que la traducciòn, no es sino otra forma màs exigente de lectura-. No alcanza, dice Cotelo con editar el libro en la colección oficial de Clásicos uruguayos para que sea nuestro, si en lugar de hacer una traducción propia se recurre holgazanamente -como hizo el Ministerio de Cultura de los años 40-  a lo que él llama "el fonógrafo de Hillman"(el traductor argentino que nativiza abusivamente la prosa de Hudson).
Con elegancia pero sin falsa modestia,  Cotelo sugiere que es la edición esa de 1992, que Idea Vilariño traduce y él prologa, la que está devolviendo La tierra purpúrea  a los descendientes de los orientales que pueblan ese libro.
En los mismos párrafos en que señala estos avatares editoriales, anota que la primera edición, la de 1885 permaneció ignorada por el verdadero erudito que debió ir a buscar las diferencias, y dice que el ejemplar celosamente custodiado en esta misma Biblioteca tuvo durante cien años, un sueño prolongado, ya que él mismo constató que sus folios estaban todavía vírgenes en 1985 cuando vino aquí a consultarlos.
Estas arengas elegantes no fueron improductivas, un joven investigador, Javier Uriarte tradujo ese prólogo, creo que acuciado por el profesor Rocca, aquí presente. Y sospecho que algo tuvo que ver con su iniciativa, la lectura de este prólogo.
Porque así se teje la secreta historia de la literatura y del pensamiento en países como éste.

Hay algo más que quiero destacar. Cotelo parece haber sido un individuo extremadamente consciente de esa manera de vida, sobrevida y permanencia tan frágil que hace a la historia de las culturas. Siempre me pareció especialmente sensible a la vitalidad de lo escrito, y no al estudio árido o meramente erudito o académico. Y esta pieza ejemplar que es el prólogo a The Purple Land, lo muestra en cada línea. Por eso quizás, fue antes que nada, un periodista.

Por eso no tiene ningún escrúpulo en alojar en su prólogo erudito y fino, una opinión, de interpretación política. Es esa que, al asediar los avatares de la recepción de La tierra purpúrea, da una explicación para la brevísima primavera de Praga que el libro conoció en los años 60. "cuando otra vez el Estado Oriental se convirtió en la tierra purpúrea, coloreada por la sangre de sus hijos, y entonces el libro se comrpendió mejor".

En esa misma línea debe inscribirse su anotación final que me gustaría guardar hoy como una suerte de legado. El valor que ve en el libro de Hudson es que contiene una interpretación del país.

Y concluye:
"No importa que bajo otros cielos haya perdido vigencia, importa que lo hagamos nuestro por derecho de traducción y asimilación".

En estos tiempos en que parece que para que algo valga –desde los futbolistas a los escritores- tienen que tener reconocimiento y legitimación fuera de fronteras, parece pertinente esta invocación de Cotelo. Hace poco en una polémica interesante que se está produciendo hoy sobre el tema de las artes plásticas, Juan Fló señalaba esta timorata manera de buscar "también en los temas del arte" esa autorización extranjera.  Y además me gusta que esta necesaria reivindicación de nuestros intereses identitarios provenga de un intelectual que fue lo más lejano a lo que Real de Azúa llamaba "parroquial" o meramente regional o localista,

Que sea él quien afirma ese reclamo a una independencia de criterios centrada no en la ignorancia sino en las necesidades propias, intransferibles, me parece más que oportuno imprescindible.