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Ruben Cotelo: la crítica literaria y cultural. La madurez de un género

Por Wilfredo Penco.

En primer lugar quiero agradecer a los hermanos Cotelo que me permitieron acceder en las últimas semanas al archivo de su padre. Este repaso algo superficial que pude hacer durante algunas horas en dos tardes de sábado, más algunos recuerdos y otras lecturas me llevaron a escribir estas líneas.

"El mejor cuento uruguayo es el Uruguay mismo. Y ese cuento del Uruguay tiene tanta importancia que si no se lo esboza y expone los cuentos de la presente antología podrían resultar ininteligibles, carentes de sabor y de personalidad. Pueden, estoy seguro, defenderse solos como creación literaria, desprendidos de sus contextos de época y por supuesto de las circunstancias personales dentro de las cuales cada uno de los escritores los imaginó. Sobre esta confianza elemental se levanta la presente antología. Pero el material, el conjunto de piezas que de ahora en adelante empieza a tener vida propia y hasta cierto punto autónoma, impone, exige otro tipo de consideraciones y el uso de algunas categorías paralelas o auxiliares a la crítica literaria. Ellas permitirán atemperar, de alguna manera, el privilegio de opinión y gusto literario que cada co-lector, lo quiera o no, usufructúa."

De esta manera, concisa y centrada en los elementos fundamentales de una concepción que habrá de materializarse en las páginas siguientes, Ruben Cotelo inicia la introducción a su antología Narradores uruguayos, que la editorial venezolana Monte Ávila dio a conocer en Caracas en 1969 y que se convirtió en referencia pertinente para un conocimiento a fondo y sin digresiones de la crisis padecida por Uruguay en los comienzos de la segunda mitad del siglo XX.

Se trata de uno de los ensayos más ambiciosos y abarcadores de Cotelo, en el que procuró articular una interpretación coherente del país desde circunstancias muy específicas y en lo que él mismo denominó "suerte de indagación de un destino colectivo".

Al establecer las bases teóricas de su trabajo crítico el antólogo pone de manifiesto algunas de las claves de esa labor en "categorías paralelas o auxiliares de la crítica literaria". Por lo pronto de la historia y otras ciencias sociales como la economía, la antropología cultural, la sociología, la psicología social, se abastece gran parte de la mirada del ensayista que repasa y revisa, principalmente en los espacios de la cultura letrada, el contexto en el que se inscribe el conjunto de narraciones reunidas.

En la contratapa del volumen al que se viene haciendo referencia se alude al compilador como a un periodista que "ha escrito centenares de artículos y ensayos publicados en diarios y revistas, pero rehúsa congregarlos en libros a la espera de organizarlos dentro de una investigación en curso sobre literatura uruguaya contemporánea, de la cual esta antología vendría a ser una de sus bases".

En un reportaje concedido a Pablo Rocca para El País Cultural muchos años después, Ruben Cotelo explicó los motivos personales que lo llevaron, o más estrictamente lo obligaron, a cerrar el ciclo de más de una década de periodismo cultural y a interrumpir los consecuentes proyectos de investigación sobre la literatura aparecida en Uruguay durante las tres décadas anteriores, proyectos anunciados en la antología y que reclamaban una previa tarea de reelaboración de los abundantes materiales que ya descansaban en sus carpetas como reseñas, críticas, apuntes, comentarios de prensa o breves ensayos sobre la producción editorial de su tiempo.

Una delicada intervención quirúrgica y la convicción de que sobreviviría pocos años lo llevaron a adoptar decisiones que implicaron profundas rupturas. "Así que me la jugué y me fui", dijo Cotelo. "No me importó nada: (...) viajé por todo el mundo y estuve como corresponsal en Vietnam. La experiencia era imprescindible para concluir una vida y punto. Todo aquello que había visto en el cine y a través de libros quería verlo directamente. Suponía mi muerte, y sin embargo el cirujano cortó bien y gracias a él estoy contando la historia." Luego vinieron la dictadura en Uruguay, las oportunidades laborales que surgieron como tabla de salvación y le permitieron vivir como traductor y como funcionario de un organismo internacional. Recién en vísperas de su jubilación y en coincidencia con los años de recuperación democrática, reapareció públicamente en Jaque, Alternativa Socialista y El País Cultural, en cuyas páginas dejó testimonio de perspectivas más sedimentadas, menos compulsivas y de más largo alcance que las que el desafío acuciante y la necesidad de dar respuesta cotidiana al bombardeo editorial de los años cincuenta y sesenta le habían impuesto.

Entre los trabajos que dio a conocer en los últimos veinte años de su vida se destacan los diez abordajes sobre la personalidad de uno de sus más notorios mentores, que reunió bajo un título de complicidad lúdica, a los que era tan afecto: Carlos Real de Azúa de cerca y de lejos (1987). Esas páginas permiten medir, a la luz de la confesión del propio autor, la distancia recorrida entre dos períodos de gestación, puntos de vista y requerimientos perfectamente discernibles. Cotelo resume esa distancia de este modo: "Durante los años sesenta recensioné y comenté los libros que Real de Azúa iba publicando. Lo escrito ahora tiene poco o nada que ver con aquellas extensas reseñas periodísticas, que hoy conservan apenas valor histórico. Lo de este libro no las niega ni refuta; es en todo caso otro enfoque, que complementa y prolonga lo dicho hace tantos años".

Se trata, en consecuencia, de dos tipos de producción intelectual que es posible datar en la trayectoria pública del crítico y el ensayista, con seguras conexiones vinculantes desde una matriz común pero a la vez con desarrollos autónomos que tienden a separarlos, a diferenciarlos a partir de lecturas o relecturas condicionadas en cada caso por los respectivos contextos.

Es la labor de lo que podría considerarse el primero de sus grandes períodos -que se integra con sus nutridas colaboraciones en Marcha, Reporter y El País-, la menos aprehensible en una mirada retrospectiva por su carácter disperso y su variedad y también por su índole algo más remota. No obstante, esa labor fue la que marcó más a fuego su personalidad literaria; con el tiempo, Cotelo se reconoció a sí mismo, casi como si estuviera examinando a un extraño, como un francotirador que buscaba a toda costa construir en esos convulsionados años un marcado perfil de independencia intelectual en el campo de una cultura local que a veces parecía más un campo de batalla donde la lucha por el poder y la capacidad de influir sobre los lectores estaban desatadas con cierta virulencia en nombre de intereses de grupos o capillas, concepciones ideológicas y hasta ambiciones personales.

Hace algún tiempo escribí con afán sintético a propósito de Ruben Cotelo para una enciclopedia nacional: "Instauró, sobre todo desde las páginas de El País, sobre mediados del siglo XX, criterios de modernización en la crítica bibliográfica uruguaya. Lector voraz y de amplios intereses, examinó la literatura desde perspectivas sociológicas y psicoanalíticas y con otros enfoques renovadores para su tiempo". Ya antes, Carlos Real de Azúa había sostenido algo similar que no hice más que compartir en sus principales términos.

Por su parte, Ángel Rama, que polemizó duramente con Cotelo a partir de  interpretaciones enfrentadas que ambos sostuvieron sobre la novela Nos servían como de muro (1962), de Mario César Fernández, estimó globalmente la tarea crítica de su contendor como signo inequívoco de la "reordenación del género con una división más estricta del trabajo y una jerarquización de sus diversos niveles"; y aunque tal vez disimulara apenas cierto menoscabo implícito, subrayó finalmente como reglas cumplidas por Cotelo a las exigencias de esa función: "atención por la novedad, versatilidad temática, información responsable, enjuiciamiento claro y sencillo para recomendación de lectura". Todo lo cual, por cierto, parece ajustarse a una descripción sin objeciones, pese a que como caracterización -es probable que en forma deliberada- no resulte completa ni suficiente.

El feroz ataque que Emir Rodríguez Monegal dedicó a Cotelo desde su Literatura uruguaya del medio siglo (1966), un ejemplo de página de injuria en el que lo menos que dijo fue que se había pasado "la vida leyendo o escribiendo pero el resultado de esa dedicación" fomentaba "el escepticismo", no tuvo en el atacado una respuesta inmediata que el ofuscamiento o la indignación pudieron haber provocado. Pasaron los años, Rodríguez Monegal regresó al país por pocos días en 1985 con una sentencia de muerte inminente sobre sus espaldas, y Ruben Cotelo no fue sólo uno de quienes lo recibieron sino que también lo entrevistó en un memorable reportaje publicado en el semanario Jaque.

La valoración final de Cotelo se produjo a la hora del balance, tras la muerte de su antiguo contendiente, y dice mucho no sólo del destinatario sino también, por afirmación o por contraste, de las condiciones o atributos que consideraba exigibles a la labor crítica con carácter general, incluso a la propia. En esa línea destaca como notas positivas en Rodríguez Monegal, en tácita autorreferencia: "rigor, brevedad, precisión informativa, estudio de antecedentes, insobornable exigencia estética", pero también, como distancias insalvables que los separaban: "notoria indiferencia en cuanto a valores históricos, sociales y hasta espirituales, subrayados por aquel remotismo cuando se reprime de manera militante la subjetividad en beneficio de datos objetivos y comprobaciones impersonales". En resumen, para Cotelo, las diferencias principales que lo distanciaban de Rodríguez Monegal radicaron en que este había sido "demasiado prescindente de los contornos sociales y políticos que rodean toda obra literaria y se manifestaba casi indiferente a las cuestiones que no fueran de naturaleza técnica y estetizante".

No había sido casualidad que entre las fuentes formativas de Ruben Cotelo figuraran revistas como Nuestro Tiempo, Tribuna Universitaria, Nexo, en las que, a diferencia de otras anteriores como Asir, Número, Clinamen o Escritura, como dice Cotelo, "no se escribía sobre cine, teatro, artes plásticas, novela ni poesía, sino sobre política, economía, historia y sociedad".

Al reseñar un libro de Juan Ferraté, La operación de leer y otros ensayos (1962), Cotelo aprovecha para explicitar sus ideas sobre el trabajo que desarrolla desde las páginas del diario donde escribe y dice que "en la crítica literaria contemporánea se pueden distinguir -y así se ha hecho- varias técnicas, modos y estilos, e incluso sería posible establecer o señalar diversos ámbitos de su ejercicio, pues son ellos los que en definitiva determinan técnicas y estilos. Así, por ejemplo, lo que se practica en diarios o semanarios y que los ingleses designan book review, reseña de libros, designación que por lo exacta debería imponerse, es un género periodístico y  difiere considerablemente de la que emana de cátedras y seminarios universitarios". Autodefinido como un book reviewer -expresión que otros tomarían al pie de la letra para presentarlo como practicante de un género menor-, como si presintiera la andanada que podría ya estar en la puerta, con destreza preventiva y sostenido humor no carente de mordacidad, el book reviewer acota: "En este mundo de Dios hay lugar para todo".

Fiel a su vocación cosmopolita y omnívora, se ocupó de libros de pedagogía, de antropología, de psicología infantil, de derecho y asuntos religiosos, de filosofía, de ciencia política, de sociología, de tratados e historias de las ideas, de enfoques  psicoanalíticos y de sistemas económicos, de análisis literarios, de biografías y de textos históricos, en particular uruguayos, rioplatenses y latinoamericanos. Novelas, cuentos, ensayos, obras teatrales y poesía, crónicas, diarios de viaje y memorias le ofrecieron la oportunidad de dejar consignados comentarios y revisiones que pusieron a prueba diariamente su vasta cultura y, sobre todo, su sagacidad y su esfuerzo de comprensión por encima y debajo de la letra.

Desde el título de cada nota asumió la responsabilidad de conquistar a un nuevo lector. Todos los recursos -periodísticos, narrativos- apuntaron a la misma finalidad, en particular los conocidos por hábiles pedagogos que saben "cuánto beneficio puede extraerse de una inteligente presentación de un tema".

Lo deslumbraron las novelas de Ivo Andric, Ray Bradbury y Aldous Huxley, escribió el obituario de Jean Cocteau, a Torcuato di Tella le observó su "terminología eufemística a la moda del desarrollismo y la CEPAL", aplaudió sin retaceos la obra de Haroldo Conti y puso en evidencia las flaquezas y la tilinguería de otros novelistas argentinos que se habían puesto de moda en las playas del Este. Reseñó obras de Franz Fanon y Gilberto Freire, pero también dedicó tiempo y espacio a comentar las novelas de espías de Iann Flemming y las indiscreciones ficcionadas de Roger Pereyfitte.  El espectro fue muy amplio y todo lo que llegaba a sus manos, en particular lo publicado por Fondo de Cultura Económica, Eudeba, Hachette, Nueva Visión, Joaquín Mortiz, Emecé y Seix Barral, entre otras editoriales, fue recibido con beneplácito y objeto de sistemática recensión.

La literatura uruguaya contemporánea tuvo en Rubén Cotelo a un atento y severo lector y también a un consecuente polemista, a quien le gustaba el ejercicio de la ironía y la provocación cultivadas sin esfuerzo y casi con naturalidad, sin alardes ni pretensiones. Aunque supo -y lo dejó por escrito- que el periodismo no tolera audacias autobiográficas, sus comentarios de cercanía -para usar una expresión cuya paternidad podría haber reclamado con derecho Carlos Real de Azúa- lo mostraron si no en su recóndita intimidad, sí en cambio en el riesgo más evidente de sus convicciones.

El día en que los cientos de notas dispersas en la prensa sean reunidos y organizados en volumen para una lectura más atenta y articulada, al igual que sus trabajos inéditos que no parecen ser pocos, podrá entonces medirse con más rigor y precisión y con más elementos el alcance de su aporte crítico. Desde ya puede decirse, sin embargo, que su interpretación del Uruguay de hace medio siglo, de cerca y de lejos, para volver de nuevo a su admirado maestro, no deja de ser una hazaña que justifica con plenitud su vida y recupera una muy rica memoria individual que lo proyecta en la historia colectiva sobre su tan reciente como lamentada muerte.