Otras visiones sobre su obra - comentarios desde la platea
Emiliano Cotelo:
Ruben Cotelo, además de escribir en diarios, semanarios, revistas, además de escribir prólogos de libros, además de escribir libros él mismo, hizo radio. Hizo radio en El Espectador, a comienzos de los noventa; en Emisora del Palacio un poco antes; pero antes todavía en Emisoras del Sodre junto con Augusto Bonardo, con quien, por esos mismos años, fines de los sesenta, hizo televisión, integrando el equipo del programa La Gente, de Canal 5. Y había hecho televisión antes de eso incluso, en 1962, en el programa Hogar Club, de Canal 12, que conducían China Zorrilla y Totó Acosta y Lara.
Así que esta otra faceta de Ruben Cotelo, la de los medios de comunicación masiva también existe. Y existen más, porque en determinado momento dejó el periodismo y se dedicó a dirigir las publicaciones de CINTERFOR y, un poco más tarde, trabajó junto con el rector de la Universidad de la República, Jorge Brovetto y desde esa posición dirigió La Gaceta de la Universidad.
En esta platea hoy hay gente que lo trató en todas esas actividades y en otras más, amigos, compañeros de trabajo, colegas o lectores públicos. Entonces nos pareció bueno que esta segunda parte del homenaje se desarrollara con sus testimonios, con sus opiniones, con sus anécdotas, con sus vivencias. Algunos ya nos dijeron de antemano que van a participar, otros probablemente se sumen después.
Hugo Rocha:
Conocí a Ruben Cotelo muchos años e incluso trabajamos juntos en muchas oportunidades. Ya se han destacado las muchas personalidades de este hombre, quiero simplemente hacer énfasis en una, su condición de periodista, periodista de diario, que es la faena más dura que se puede concebir en el oficio. Ruben fue periodista en el mejor sentido de la palabra. Y todo periodista es un descubridor de mundos. Como dijo Ana Inés Larre Borges, era crítico de ideas, era también periodista de ideas, periodista que descubría mundos porque iba ya con una idea, por ejemplo la idea de ir a Vietnam. Jamás un periodista uruguayo había hecho una corresponsalía en Vietnam, era algo inconcebible, al único que se le ocurrió fue a Ruben Cotelo, que aprovechando la oportunidad que le dio una beca del Departamento de Estado pidió autorización para ir a Vietnam, la consiguió -no sé con qué dones de persuasión pero lo hizo- y realizó unas notas admirables en las que descubrió una cosa que él solo se atrevió a decir entre tantos cronistas de todo el mundo que estaban destacados en Vietnam y que más o menos contaban la historia oficial. Él dijo en sus crónicas un hecho real: en Vietnam hay dos poderes, dos potencias, durante el día el Ejército americano y el Ejército vietnamita, en la noche el Vietcong.
Ruben Cotelo también tuvo la iniciativa de descubrir personalidades extraordinarias, por ejemplo el caso de Osvaldo Bayer. Recuerdo un admirable reportaje que le hizo en tu programa, Emiliano, a Carlos Fuentes, en el que, además de hablar de literatura, lo hizo hablar de política mexicana y de mujeres. Y también recuerdo el reportaje que le hizo a Jacobo Timerman en su casa, La Dacha, en Punta del Este. Timerman era una personalidad sumamente polémica pero a nadie se le había ocurrido ir a entrevistarlo, el único que lo hizo fue Ruben.
Así que yo quiero rendir homenaje a Ruben Cotelo en su faceta de periodista, que me parece la esencial, la básica. Era fundamentalmente un periodista de diario, de la vida diaria, que está en contacto con el mundo real.
Hugo García Robles:
Yo tuve con tu padre encuentros esporádicos, voy a hablar como lector.
Voy a decir algo que muestra de manera clara hasta qué punto era un lector omnívoro: lo leí comentando un libro de medicina. Eso es historia pura, no es una opinión, reseñó un libro de medicina, doy fe. Lo leí sorprendido pero lo recuerdo perfectamente.
Era un crítico temido porque era muy preciso y acerado. Recuerdo un poeta amigo -a quien no quiero nombrar por respeto, por lo que voy a decir- a quien le corregía con toda razón errores sintácticos y gramaticales [...] Por último algo que ya dijo Hugo Rocha, yo lo escuché, seguramente en alguna intervención radiofónica, describir lo de Vietnam. Me impactó la imagen que me trasmitió en ese momento de lo que era la guerra, además retratando de una manera muy vívida lo que era una tienda de campaña norteamericana, hasta con gin tonic disponible en el refrigerador, el equipamiento, y del otro lado lo que sabemos que había, la voluntad del Vietcong, en un contraste clarísimo, un claroscuro marcado de manera categórica, me sorprendía esa visión que me revelaba cosas que al no estar allí no podíamos conocer con esa nitidez. De modo que fue además un hombre de la información, un hombre del periodismo.
Pero el crítico, el periodista cultural en cierto modo, pero sobre todo crítico, el crítico literario implacable es lo que yo rescato, que quedaría muy claro si se hiciera esa recolección de sus artículos. El prólogo de Hudson, por supuesto, que hemos leído todos, pero hay muchas más cosas. Y siempre fue implacable e impecable.
Por último escribía bien, tenía la cortesía de acercar al lector sus buenas opiniones en un hermoso envase.
Jorge Pignataro Calero:
Emiliano, tú mencionabas recién la participación de Ruben en un programa de televisión de Canal 5 con Augusto Bonardo. Yo recuerdo alguno de esos programas, en particular uno que me dejó impresionado. En el panel estaban también Alejandro Peñasco y Hugo Alfaro, y recibieron a una personalidad que debe haber tenido algo que ver en la dedicación de Ruben Cotelo a la crítica cinematográfica. Recibieron a uno de los fundadores de la crítica cinematográfica de este país, René Arturo Despouey, quien en un momento de la entrevista dijo una frase que me quedó grabada y que Ruben aplicó al pie de la letra, no sólo en lo que tenía que ver con el cine sino en los otros campos que abordó en su quehacer periodístico. Dijo: "Exigirle algo a alguien es darle la medida de lo que es capaz de hacer". Y Ruben Cotelo lo aplicó al pie de la letra.
Carlos Maggi:
Nos tratamos muchos años con Ruben y nos quisimos mucho, tuvimos una relación muy afectiva. No me gusta hablar de los amigos muertos, no hablo nunca, hoy tampoco voy a hablar. Cuando me decido a hacerlo después me arrepiento, como ahora, porque no me gusta. La fuerza, la imposición, la personalidad de Ruben Cotelo es mucho más importante que la del conjunto de críticos del 45 que en muy buena medida se daban problemas profesorales y encares profesorales. La característica fundamental de Ruben era que era un gaucho alzado, un librepensador, iba por la suya desde un punto de vista totalmente diferente y con mucha más fuerza que los demás. A mí me gustaba mucho.
No hace mucho tiempo, hace muy poco, dos o tres años, lo fui a ver un día para pedirle que prologara la edición número 10 de El Uruguay y su gente y me dijo que estaba loco. Le insistí mucho porque su opinión me importaba más que ninguna por esa misma condición que tenía de orejano. Al final lo convencí, empezó a escribir el prólogo y me iba pasando las páginas que iba escribiendo. Las páginas estaban bien, no estaban mal, estaba haciendo una cosa buena pero no le importaba mucho, me di cuenta de eso. Pero al cabo de ocho o diez páginas -el prólogo está escrito, así que tengo pruebas preconstituidas de lo que voy a decir- se soltó y habló de cualquier cosa menos del libro, y habló de una manera impresionante de lo que era la muerte.
Había un sentimiento trágico, ese prólogo es un documento fenomenal, que no tiene nada que ver con el libro, el libro no le importaba nada. A mí me gustaba mucho que lo escribiera aunque fuera así, pero nunca creí que arrancara de pronto con su verdadera vocación, su verdadera cosa: hablo de lo que quiero y como quiero, y si estoy sintiendo la muerte cerca de eso voy a hablar. Hizo unas diez o veinte páginas absolutamente inolvidables. Me quedé muy contento y publiqué ese prólogo que pudo haberlo en otro lado porque con el libro tenía poco que ver y conmigo también. Me gustó mucho eso que hizo Ruben, yo lo quería en ese plano y lo sigo admirando en ese plano.
Emiliano Cotelo:
Mario Trajtenberg ocupaba el cargo que Ruben Cotelo pasó a desempeñar en CINTERFOR en el año 1969. Pero supongo que el primer contacto no fue ahí.
Mario Trachtenberg:
No, por supuesto, fue en Marcha, fuimos compañeros de trabajo en Marcha en los años cincuenta. Recuerdo uno de los encuentros con él porque lo define políticamente. Tú estabas volviendo de un viaje, eras un niño todavía, y me dijo: "Estoy esperando a mi hijo Emiliano, que tiene que llegar". Me llamó mucho la atención tu nombre, ¿por qué "Emiliano"? Después me di cuenta de que era un homenaje a Emiliano Zapata, por supuesto, que denotaba su simpatía por la Revolución Mexicana. Después leí en algunas de las cosas que se publicaron que en su primer día de liceo salió a la calle y para despejarse las ideas compró tres publicaciones: Justicia, del Partido Comunista, El Sol, del Partido Socialista, y Marcha. Su corazoncito siempre estuvo de ese lado y si uno repasa sus cosas, sobre todo las de esa época, sobre todo cuando estaba en Marcha e influido por el ambiente, era lo que pensaba.
Yo no tuve el privilegio que tuvo Penco, que admiro, de ir a su archivo y encontrarse con esa riqueza enorme de temas. Lo relativamente poco que pude ver fue en la colección de El País Cultural, que lleva diez años, y que arranca con un admirable artículo sobre La tierra purpúrea, que no me parece que sea lo mismo que el prólogo del libro, peso es de esa tonalidad. Y naturalmente las cosas de Marcha, que son muy difíciles de consultar porque tengo algunos tomos encuadernados pero hay muchos sueltos y se destruyó mucho. De modo que me siento un poco un intruso porque falté del país durante unos 25 años durante los cuales mantuve la amistad con él por carta y cuando venía aquí iba a matear con él en la casa de Príamo y nos poníamos al día. Mi impresión releyendo las cosas que pude encontrar en El País y en Marcha es que fue un formidable crítico literario, a pesar de que se autodefinía como book reviewer, no como crítico; yo creo que era realmente un crítico pero que tenía una orientación muy clara hacia ciertas disciplinas: la historia, la antropología, la sociología, la economía, que era lo que más le importaba. Y lo aplicaba al comentar ciertos autores y elegir a otros.
Su labor periodística no se desarrolló en El País, aunque ahí fue muy interesante, sino que ya venía de Marcha cuando era todavía muy joven y publicaba notas sobre temas de interés general. Recuerdo dos que reencontré hace poco, uno sobre la aprobación de una ley sobre noticieros uruguayos que le daba una especie de subsidio a la creación de noticieros uruguayos y otra sobre los ferrocarriles en la que anunciaba la ruina inminente de los ferrocarriles uruguayos y qué se podía hacer y qué no se podía hacer. Eran notas típicamente periodísticas, no tenían nada que ver con la literatura ni con la historia, pero eran de un periodista que vibraba en contacto con los temas de interés social.
Emiliano Cotelo:
Vamos a escuchar a Daniel Weinberg, compañero de años de Ruben Cotelo en CINTERFOR, hasta hace muy poco. Daniel es argentino.
Daniel Weinberg:
No pensaba hablar, pero frente a algunas alusiones de los tres lustros y la reaparición de Cotelo en el 85 quiero dejar un testimonio público de mi amistad con Ruben Cotelo en años muy duros de este país.
Para todos los que lo conocieron decir que Ruben Cotelo fue un hombre hosco, gruñón, no es nada nuevo, pero lo que quiero destacar y que quede como testimonio público en esta ocasión son actitudes de enorme solidaridad humana y política que Ruben Cotelo tuvo en este país en los peores años de la dictadura.
Cuando yo llegué aquí, en noviembre del 74, y viví hasta el 80, cuando por razones de fuerza mayor me tuve que ir a vivir a México, tuve tres espacios solamente: en primer lugar, la cancha de Welcome, en segundo lugar, la casa de Jesualdo y María Carmen Portela, y fundamentalmente la casa de Ruben y Blanca en Colón.
Empiezo por mi testimonio personal. Esa casa, que fue de los pocos espacios que tuve en este país durante los seis años que viví, era el único lugar adonde los días domingo podía llegar con mi mujer y mis hijos a tomar mate, a escuchar música, a pelear con Cotelo, con sus chicos y con Blanca. Y también allí pasé, en mi exilio uruguayo, muchas navidades y muchos años nuevos porque no podía viajar a mi país.
Pero mucho más importante que esto, quiero decir algunas cosas que hizo Ruben Cotelo. Voy a volver a algunas cosas que planteó el profesor Romeo Antón.
La amistad con Carlitos Real de Azúa. En aquellas épocas comían una vez por mes y yo tuve el privilegio de acompañarlos en todos esos almuerzos. Cuando en el 77 vuelve Carlitos Real de Azúa maltrecho, de Miami primero y tras un rápido pasaje por México, llega a Montevideo, es operado del hígado y a las pocas semanas muere, fui de las primeras personas que se enteraron de que había muerto porque Ruben y yo íbamos prácticamente todos los días al Hospital Español a visitarlo.
Cuando me entero de la muerte de Carlitos me voy a Colón, hablo con Cotelo y nos venimos de inmediato al departamento de la calle Mercedes donde se hizo su velatorio. Y Cotelo, con esa perseverancia, con esa necedad como dicen algunos, empezó a insistirle a la familia con que quería ver el testamento que había dejado. No le interesaba el testamento en general, le interesaba la biblioteca, qué se iba a hacer con ella. El primero que llama la atención acerca de la importancia de tener en un buen lugar a la biblioteca de Real de Azúa fue Ruben Cotelo. En el testamento, que leí con mis propios ojos aquella noche, decía: "De ninguna manera se puede donar a la Biblioteca Nacional. En segundo lugar, quiero que se venda" -estamos hablando de la dictadura- e indicaba dos o tres librerías establecidas y también mencionaba a un señor gordo a mitad de cuadra en la feria de Tristán Narvaja los domingos. Había dejado a pie de página sus indicaciones de adónde iba a ir. Con Cotelo enterramos a Carlitos en el cementerio del Buceo y al día siguiente fue convocado a mi casa de Punta Carretas un insigne prócer de este país que acaba de morir hace muy poco, Carlitos Filgueira, que dirigía el CIESU. Cotelo, con ese estilo tan personal, le dijo: "Carlitos, vos tenés que comprar la biblioteca de Real de Azúa, entera". Filgueira no tenía plata. No era Filgueira sino el CIESU, un centro de investigaciones que existía en esa época. No existía, no tenía la plata y mucho menos tenía un local. Cotelo, con esa claridad que exhibió tantas veces, dijo: "No importa de dónde va a salir la plata. ¿Vos estás dispuesto a meter en el CIESU la biblioteca de Real de Azúa, sí o no?". Y efectivamente, esa biblioteca, con las gestiones que inició Cotelo, que acompañamos unos cuantos, se mantuvo y hoy en día está en el CIESU. El responsable intelectual de que la biblioteca de Real de Azúa no se fragmentase, no se malvendiera, no circulase por cualquier lugar fue el señor Ruben Cotelo.
En segundo lugar quiero decir que los años de CINTERFOR fueron de enorme aprendizaje para Cotelo. Cotelo curtió nuestra América, la disfrutó, disfrutó México, disfrutó Perú, gozó Colombia, pasó buenos años conociendo América aunque no pudiese escribir públicamente. Era un tipo extremadamente riguroso y enemigo de hacer favores, pero no puede quedar olvidado que Ruben Cotelo rescató de las calles de esta ciudad a muchas personas, voy a nombrar a algunas: Pepe Barrientos, simple vendedor de repuestos en la calle Paysandú o Cerro Largo, lo trajo a trabajar como corrector; trajo a trabajar como corrector a CINTERFOR a Julio Rossiello, más conocido por Pangloss, que atendía un quiosco de golosinas en la calle Rondeau; Miriam fue también correctora de CINTERFOR, obviamente. Y trajo a trabajar a CINTERFOR a Néstor Campiglia, un sociólogo que hoy muchos han olvidado y que se estaba muriendo de hambre.
No quiero aburrirlos contándoles demasiadas cosas de Cotelo, estoy a disposición de quien quiera mis testimonios entre los años 74 y 80.
Por último, el doctor Carlos Quijano tuvo uno de sus últimos almuerzos, largo y tendido como eran, eterno, una semana o diez días antes de morir con Ruben Cotelo y con este privilegiado testigo en la ciudad de México. Cuando terminó ese largo almuerzo, muy interesante para mí, Carlos Quijano le preguntó si tenía inconveniente en traer una carta para Hugo Alfaro. Para los que no lo conocieron, Alfaro era un modesto vendedor de libros por las calles de Montevideo en los años en que yo lo conocí, entre el 74 y el 80, y Quijano le mandó una carta con Cotelo. Cotelo se fue a visitar a su hijo Enrique en Estados Unidos y llega a Montevideo Ruben con la muerte de Carlos Quijano en México y la carta que le quemaba en el bolsillo del saco. Tal vez uno de los últimos testimonios escritos que quedan del doctor Carlos Quijano fue aquella carta que Ruben Cotelo trajo de México.
Cotelo fue un hombre grande y también fue grande en aquellos lustros en que ustedes no lo conocieron. Agudello, yo mismo y muchos compañeros de CINTERFOR disfrutamos de ese hombre, sabemos lo que produjo y sabemos todo lo que le dio a este país en los años más oscuros de su historia.
Emiliano Cotelo:
Volvemos al periodismo, con Miguel Carbajal, que trató a Ruben Cotelo a mediados de los sesenta en la redacción del diario El País.
Miguel Carbajal:
Mi intervención es premeditada como lo revela la lectura de juicios y recuerdos a los que los someto por escrito. Y se centra casi exclusivamente en el Cotelo periodista de información general, que tuvo una corta pero destacada carrera, fuera de su pasión literaria.
Tenía 30 años cuando lo conocí pero parecía mayor por un pelo que empezaba a ralear y el uso de unos lentes de aumento que eran utilitarios, anteriores a que se convirtieran en artículo de moda. Y seguramente también por su carácter. Funcionaba como enlace entre la generación del 45 y la mía.
El País, el medio en el que él trabajó durante un tiempo y yo durante toda mi vida, era en esos momentos, al romper los sesenta, una especie de sucursal de Cartier: una gran vidriera repleta de diamantes. En los escaparates de Espectáculo y secciones generales refulgían las firmas de Alsina Thevenet, Emir Rodríguez Monegal, Taco Larreta, Menchi Sábat, Elina Berro, Carlos María Gutiérrez, Horacio Vignolo y muchos otros más. La mayor parte de ellos se fue, se fueron casi todos juntos en los años siguientes.
Cotelo sabiamente se ponía a trabajar fuera de ese mundo de candilejas. Calculo que la presencia muy teatral y ya lanzada al exterior de Emir Rodríguez Monegal establecía distancias que Cotelo no estaba dispuesto a enfrentar como límites superables. Entre que la crítica literaria no figuraba en las categorías que cubría la página de Espectáculos, como lo hace ahora, y debido al mapa geográfico que había inventado Cotelo para desplazarse, sus acercamientos con el mundo exterior -estoy hablando de la sala de redacción- eran pocos frecuentes y siempre en torno a temas literarios.
Tenía un carácter que podía parecer fuerte y un estilo de humor filoso que emparentaba con el de Alsina, con quien además compartía otros rasgos: la pasión por el dato exacto -que en Alsina funcionaba casi como una manía-, la costumbre de chequear las fuentes de información que había implantado el periodismo norteamericano y una forma de escribir que ya se había convertido en un estilo propio, diferente del tajante de Alsina, más elegante y literario. Se movía dentro de un perfil bajo que lo mantuvo fuera de las manipulaciones y dentro de la independencia.
Cuando el diario se vacía de muchas de sus estrellas en el nuevo ordenamiento aparece Ruben Cotelo como el nuevo jefe de información, el principal cargo entonces porque la secretaría era una especie de cargo honorario que ejercía Dionisio Alejandro Vera, una herencia del periodismo deportivo que se transformó en duradera leyenda.
Fue recibido con los prejuicios de costumbre: demasiado intelectual para el cargo, huérfano de boliche -suponían, después de hacer el cálculo de tiempo que le insumían sus lecturas-, falto de cintura y, claro, demasiado serio. Y muy preocupado por mejorar el estilo del periodismo informativo que, hasta ese momento, salvo las excepciones restallantes de Gutiérrez y de Berro, se preocupaba más por el contenido que por las formas.
Cuando se produce la reunión de presidentes de América en Punta del Este, en 1967, Cotelo encabezó la misión y yo la parte operativa. Dos periodistas inusuales, uno proveniente del área literaria y otro del cine, lograron una cobertura de destaque que derivó en la aceptación total de Cotelo. Le descubrieron virtudes que estaban a la vista pero que se empeñaban en no ver.
Superó esos prejuicios, tuvo una visión mucho más amplia de los acontecimientos, más integrada al circuito internacional, mejor informada, culturalmente más rica y, contra todo lo previsible, ecléctica y flexible.
En ese tiempo viajó a Estados Unidos, donde dejó una impresión inmejorable; esto no dicho por él, siempre escudado en el mutismo de sus actos personales, sino en documentos que tuve la posibilidad de leer más tarde. Mantuve una correspondencia con él que me enseñó a desestructurarme y apartarme del corsé que me había quedado de mis años de Espectáculos. Un elogio y un coscorrón era su manera de moverse. Y de enseñar.
Se fue muy rápido de la jefatura de información, atraído por un trabajo en una agencia internacional en donde por supuesto lo esperaban sueldos más atractivos. Cuando regresa el periodismo lo hace desde sus contribuciones literarias y culturales. No vuelve más a información, un terreno en el que de seguro no pensó mucho después pero en donde dejó huellas que todavía perduran.
Hasta hoy quienes permanecemos en el diario y somos de su generación recordamos esos rasgos realmente excepcionales como una herencia a la cual acudimos en los momentos difíciles a los que nos enfrenta la vida diaria en una redacción de diario.
Emiliano Cotelo:
Ya casi completando esta ronda vamos a volver a hablar de Ruben Cotelo periodista, pero después de CINTERFOR y de la dictadura, en Alternativa Socialista, que dirigía Garabed Arakelián.
Garabed Arakelián:
Yo conocí a Ruben Cotelo como persona que existía -porque sabía de su nombre pero no lo conocía físicamente- a través de sus notas periodísticas. Pasó mucho tiempo y no llegué a conocerlo, hasta que por razones profesionales tuve que leer algunas de las publicaciones de CINTERFOR. Esas publicaciones, algunas de ellas por lo menos, sobre todo en aquellos tiempos, contaban asambleas, reuniones, convenciones, sobre temas tan áridos como enseñanza técnica, formación profesional, eran realmente cosas densas, que leían aquellos que eran profesionales de la cosa y por necesidad. Pero de pronto comencé a advertir que algunos textos eran muy buenos, estaban bien narrados, incluso las síntesis llegaban a ser mejores que las intervenciones de los delegados o de los representantes en las convenciones. Y una de las tantas veces que fui a CINTERFOR le pregunté a alguno de los amigos quién era el que hacía eso o quién era el que dirigía eso, y me dijeron: "Ruben Cotelo"; "Ah, bueno, es buen periodista".
Doy un salto en el tiempo y me ubico en la secretaría de Alternativa Socialista. En ese fárrago que era el semanario un día Ernesto de los Campos, que era el director, me dice: "Va a venir Ruben Cotelo"; "¿A qué?"; "Va a colaborar con nosotros, va a escribir"; "¿Estás seguro?"; "Yo lo conozco, ya estuvimos hablando, va a venir"; "Que venga un día que estemos tranquilos". Y a las dos o tres semanas me dejó una nota: "El jueves de tarde, a las 18 horas, está acá Ruben Cotelo".
Comenzamos a hablar. Lo que quiero rescatar y contarles a ustedes es que si bien en algunos lugares tenía fama de individuo gruñón, la verdad es que a mí me trataba de una manera muy campechana, como si fuera un alumno, y siempre me estaba toreando, me decía: "¿y por qué?", "¿qué le parece?", "¿usted qué opina?", pero para tomarme la lección, porque era un espíritu renacentista en el ámbito del periodismo, no había cosa que no pudiera tocar, escribir y sobre la cual opinar cabalmente. No recuerdo cuál fue la primera nota, le dije: "¿De qué quiere escribir?"; "Dígame usted, si es usted el encargado"; "No sé, no tenía nada preparado". Al final dijo: "Voy a escribir tal cosa"; "¿Sabe qué? Tenemos problemas de espacio"; "Déme la hoja pautada, a ver cuánto quiere que le escriba"; "Tres hojas"; "Bueno, es muy poco, ¿no?"; "Sí, pero usted sabe..."; "Sí, cómo no"; "Entrega el lunes"; "Pierda cuidado". Vino el lunes, le dije: "Macanudo, muchísimas gracias, Cotelo"; "¿Está bien así?"; "No sé, supongo que está bien, yo no lo voy a corregir a usted"; "Usted tiene que corregirme, para eso está"; "Bueno, después le digo. ¿Trajo título?"; "Sí, acá tiene un título; si es demasiado largo, use este otro, y si lo acomoda bien, le puse un colgado"; "Macanudo".
Venía y decía: "¿De qué podemos hablar, de qué podemos escribir? ¿Qué le parece tal cosa?". Escribía de todo y lo hacía maravillosamente bien.
Para terminar quiero rescatar una separata que hicimos sobre Rosa Luxemburgo. Estábamos preocupados con Ernesto de los Campos: a quién encontrábamos que se saliera del molde del dogmatismo doctrinario para aportar algo, una opinión fresca. Entonces me dice Ernesto: "¿Y si se lo pedimos a Ruben Cotelo?"; "Pa, me parece excepcional". Lo llamé por teléfono y le dije: "Dentro de dos semanas queremos hacer esto"; "No hay problema". Y me empezó a hablar ya de Rosa Luxemburgo, sabía montones. Habló de las dos películas que había en ese momento sobre Rosa Luxemburgo, las criticó, las elogió, marcó las cosas que había que marcar de acuerdo con su criterio. Esa separata -lo quiero dejar como legado para aquellos que se preocupan por el aporte que pudo haber hecho y que hizo Ruben Cotelo desde el punto de vista doctrinario, ideológico- es una obra que merece ser tenida en cuenta, en ella se aúnan el concepto periodístico, porque era una pluma maravillosa, la síntesis y además la claridad de concepto para ubicar a Rosa Luxemburgo como persona pero además como representante de una ideología y de una actitud frente a la vida.
Esas cosas solamente las podía hacer don Ruben Cotelo. Cuando lo vi, le dije: "Es un gusto conocerlo, es la primera vez después de tantos años que me siento frente a usted"; "Yo a usted lo conozco"; "¿Cómo, si nunca estuvimos juntos?"; "En el año 65 yo lo escuché hablar"; "¿Dónde?"; "En la plaza Libertad, pasaba por ahí, había un acto y había un tipo parado en un cajón que gritaba como un desaforado. Me paré a escucharlo y era usted"; "¿Y de qué estaba hablando yo?"; "Estaba hablando del genocidio armenio, por eso lo conozco". Como diez años después se acordaba.
Hicimos una amistad muy buena que él me concedió, tuve oportunidad de estar en su casa dos veces, me impactó con su enorme biblioteca y sobre todo me dejó impactado con su forma de saber de tantas cosas distintas y poder analizarlas con esa amplitud de criterio. Realmente era un renacentista del pensamiento en esta época.
Emiliano Cotelo:
Vamos a terminar con otro argentino, vamos a escuchar a Julio Bergerie, que era director de CINTERFOR en 1969 cuando Ruben Cotelo comenzó a trabajar allí. Bergerie hoy está retirado y vive en Ginebra, pero quiso participar en este homenaje a la distancia por teléfono.
Julio Bergerie:
Qué tarde llega este homenaje a Ruben Cotelo, había que haberlo hecho al entrar la última década del siglo, cuando estaba entero y carburando fino. Seguro que entonces no se habría quedado callado y habría aportado a la conversación su grano de sal, como los que echaba por entonces en Jaque, Alternativa o la revista de la Universidad. Pasó la oportunidad. De todos modos, el homenaje es hoy.
¿Qué podré decir que interese a esta reunión de amigos de Ruben Cotelo, siendo como soy un simple lector perdido en una asamblea de escritores? Quizá lo único que justifica mi testimonio es que durante años trabajamos juntos en Montevideo y viajamos, en comisión de trabajo, a prácticamente todos los países de las tres Américas.
Tuvimos, pues, mucho tiempo para conversar, en serio y en broma. Imposible no hablar en serio con Cotelo, de trabajo, de política, de historia, de literatura, del destino del hombre y del mundo. Pero había un límite dibujado por el cansancio o por el escepticismo: cuanto más ambiciosa la demostración o la afirmación, más difícil nos resultaba rematarla, entonces no quedaba más que patear el tablero sin disimulo, más bien con escándalo fingido. Por ejemplo hablando de historia o de política, Cotelo me cortaba: "Ya salió el mitrista".
En las dos bandas sabemos que Mitre fue comandante de una coalición de países que llevó la guerra y la ruina al poderoso Paraguay, que amenazaba conquistar los países del continente con las armas de destrucción masiva de la época.
La primera vez casi me ofendo. ¡Decirme eso a mí, a quien no interesaba ningún prócer anterior a Juan B. Justo o Hipólito Irigoyen! No me quedaba más que retrucarle: "¿Y que tenés que decir vos, anarco disciplinado?".
Aseguro que no le gustaba nada el insulto figurado. Anarco sí, a mucha honra; pero disciplinado no, todo lo contrario. Y se largaba a hacer el elogio de la libertad, la inspiración, la improvisación, hasta el desorden, y terminábamos la parrafada riendo.
Cotelo era como mi hermano porque como mi hermano había nacido en 1930, tenía corazón tierno y le divertía provocarme exagerando las diferencias de opinión que podíamos tener sobre tal o cual cosa. Esto último parecía ser una forma de ejercitar una de sus aptitudes profesionales, la de reportero, que había practicado cuando joven; esa aptitud de acosar al reporteado, con aparente inocencia y real desparpajo, para hacerle decir lo que trata de ocultar.
Ahora bien, Cotelo escribía y escribía; en el trabajo y fuera del trabajo, en su casa y en los hoteles durante los viajes en comisión, de día y de noche. Si yo fuera dibujante lo inmortalizaría tecleando en su máquina portátil en medio de mucho humo y mucho ruido. Escribía con claridad y amenidad, tanto un texto sobre la certificación de las calificaciones profesionales de los trabajadores de la industria de Costa Rica como un texto sobre La naranja mecánica o la introducción a los cuentos de Narradores uruguayos, de 1969, que iban desde Felisberto Hernández a Silvia Lago.
Cotelo era un gran conversador polémico, pero también muy generoso, pues no pedía nada a cambio de las informaciones que aportaba, recogidas y analizadas en sus infatigables lecturas.
Siendo yo unos de los que compartían muchas de sus horas, tuve el beneficio de escucharlo discurrir entusiastamente sobre Hudson, Faulkner, Real de Azúa, Onetti. Bien que me fue, porque si bien todavía no he alcanzado a leer la obra completa de los cuatro, como Ruben me lo recomendaba, de todos modos nunca podría haber leído esos autores tan disímiles sin el estímulo de los nutridos comentarios de mi amigo.
Con sus compañeros de trabajo no era peleador. Su trabajo, el gran volumen de trabajo que producía, lo absorbía enteramente. Los rozamientos cotidianos, las rencillas no eran su fuerte. Cuando surgían y lo tocaban no reaccionaba, como si la inconcebible sorpresa lo hubiera desarmado. En cambio, cuando hablábamos de trabajo oponía sus razones a las mías. Había casos en que mis razones parecían mejores, todo es relativo. En esos casos, Cotelo acataba de palabra y seguía trabajando a su manera. A veces, hacía algo más divertido. Terminada la discusión, me decía: "Bué, ya te salió de nuevo el monje de la casa central de la orden".
Hago notar, como dato histórico, que comenzamos a tutearnos después de muchos años de trabajo. En esa época no se le daba confianza a cualquiera.
Los intelectuales de Uruguay y de muchos otros países del continente, cualquiera sea la extensión de su territorio, explotarán sin duda alguna la sabiduría que contienen los escritos de Ruben Cotelo. Estos intercambios, que comenzaron en vida de Ruben, con decidido apoyo de su parte, confirmarán que el conocimiento de su obra valiosa será provechoso para los lectores de nuestra literatura y quizá de otras.
También es cierto que sus hijos, su familia toda, sus amigos, sus compañeros de trabajo, todos los que lo conocieron y admiraron seguiremos recordando al querido Cotelo, el voluntarioso, el generoso.