En Primera Persona

Nueva Zelandia: segundas impresiones

Nueva Zelandia: segundas impresiones

Por Emiliano Cotelo.

(Emitido a las 8.47)

Ocurrió justo el último día que pasé en Nueva Zelandia (NZ).  El taxista nos saludó con un acento raro. Miré su tarjeta de identificación. Se llamaba Marco y tendría cerca de 60 años. Le pregunté de dónde era. Me contestó "de Montenegro" y habló luego de su pequeño país y su ubicación en el mapa de los Balcanes, tan convulsionado en los últimos años.
Quise saber cuánto tiempo llevaba en Auckland. Su respuesta me impresionó: "12 años, y si hay algo que lamento es no haber venido antes". Por si no me había quedado claro, agregó: "Este es el mejor lugar de la Tierra para vivir".

Curiosamente, esa no era la primera vez que yo escuchaba esa opinión en mi recorrida de 11 días por NZ. Esa frase de Marco, palabra más, palabra menos, me la habían dicho otros inmigrantes, entre ellos algunos uruguayos. Pero este montenegrino la planteaba de una forma especialmente contundente: "Una persona común, como yo, si trabaja con seriedad y responsabilidad, acá puede ganar bien y vivir muy dignamente". Pero además, agregaba, "lo económico no es todo, lo más importante es la gente". Y allí Marco destacaba algo que a mí también me había llamado la atención: "acá todos son amables, el malhumor es la excepción, no hay caras estresadas o angustiadas, y lo más normal es intercambiar sonrisas con personas que uno no conoce". Ese ambiente, según el taxista, "le cambia la cabeza y el alma a cualquiera".

Marco siguió hablando un rato largo, a veces ante preguntas mías, a veces por iniciativa propia. Era tal su entusiasmo que alguien malicioso podía sospechar que yo estaba ante un actor contratado por el gobierno para promocionar al país. Pero no. Era notorio que hablaba con sinceridad y agradecimiento. 

NZ, muy bien

Es que NZ ha venido evolucionando muy bien. Tan bien que además de la inmigración convencional hay otras: por ejemplo, la de estudiantes de los países de la región que llegan a cursar liceo y facultad, o matrimonios jóvenes, incluso del hemisferio norte, que se instalan allí por un tiempo porque entienden que la sociedad kiwi es el entorno más apropiado para criar y educar a sus hijos chicos. 
No es que NZ sea un paraíso; tiene sus problemas, obviamente. Pero las patologías más graves del mundo de hoy lucen allí muy atenuadas. Por ejemplo, la delincuencia es mínima en comparación con lo que ocurre en Uruguay, los contrastes sociales están acotados, la corrupción es casi cero, la burocracia está acorralada.

En NZ resulta muy sencillo poner en marcha un negocio, el sector privado muestra un empuje y una creatividad muy interesantes, la desocupación llegó a niveles simbólicos de 3,7% en 2006, no hay multiempleo, se trabaja 40 horas semanales como máximo y el salario mínimo es efectivamente suficiente para satisfacer las necesidades básicas.
Por otro lado, la educación pública primaria y secundaria tiene altísima calidad y es la que prefiere la amplia mayoría de la población; en las universidades estatales las carreras son pagas pero los estudiantes pueden financiarlas con créditos sin intereses a pagar cuando empiezan a trabajar; el sistema de salud, también estatal y eficiente, cubre gratuitamente lo básico aunque conviene complementarlo con un seguro médico, por ejemplo para cubrir internaciones y operaciones, cuyo costo es bastante menor a la cuota de una mutualista en Uruguay.
Las carreteras y las calles se encuentran en perfecto estado. En general, la ciudades lucen limpias, ordenadas y bien iluminadas.

20 años es mucho

Ojo, NZ no era así 20 años atrás. Todas las personas con las que hablé lo destacan.
Las reformas que se implementaron alrededor de 1990 precipitaron una vitalidad y un dinamismo que llevaron a este pequeño archipiélago del Pacífico Sur (que entonces tenía poco más de 3 millones de habitantes) a alcanzar indicadores del primer mundo, por ejemplo un PBI per cápita de 21.000 dólares anuales o una tasa de mortalidad infantil de cinco por mil.

La apertura de la economía, la desregulación, la caída de los monopolios públicos, la flexibilización de las relaciones laborales, las políticas de fomento de la competencia y el control de la competencia desleal, la caída de los subsidios agropecuarios, la reforma de las universidades públicas... aquel paquete de decisiones profundas, impulsadas por un gobierno laborista, le sacó a NZ su techo y la abrió al mundo. 
Fue un verdadero shock. Pero los kiwis se las ingeniaron para asimilar el sacudón y construyeron en poco tiempo un verdadero polo de atracción, para inmigrantes, como ya mencioné, y también para inversores extranjeros. Paralelamente, sus empresarios se lanzaron a exportar fuerte y, además, se decidieron a ampliar sus negocios instalándose fuera del país, como lo ha hecho el gigante de la industria láctea, Fonterra, que opera desde hace años en América Latina, o como sus tamberos, tan conservadores en el pasado, que empezaron a cruzar el océano para comprar tierras en Chile, Argentina, Brasil y Uruguay y aplicar en esos nuevos predios su know how y sus tecnologías.

Algunas dudas, pero...

Hoy el panorama tiene algunos nubarrones en el horizonte. Por ejemplo, el dólar kiwi está demasiado fuerte y eso genera preocupación en sectores exportadores. Por ejemplo, hay empresarios que advierten que el gobierno laborista actual pondría en riesgo el clima de negocios con su tendencia a agregar nuevas regulaciones y el aumento de la presión tributaria.

Son discusiones importantes, sin duda. 

Pero lo cierto es que NZ muestra una pujanza envidiable a los ojos de cualquier uruguayo. Basta observar la cantidad y la calidad de las obras públicas y privadas que están ejecutándose por todas partes. O impresiona enterarse que lo habitual es que un empleado no permanezca en su puesto más de dos años, porque pasado ese lapso tiene la oportunidad de un ascenso o pasa a un mejor puesto de trabajo en otro lugar.

¿Una referencia para Uruguay?

¿Cómo hicieron los kiwis para lograr ese nivel de desarrollo?  Y, sobre todo, ¿esa experiencia es aplicable en Uruguay?  ¿Hay allá una fórmula que nos permita pegar el salto que nos cuesta tanto dar?
Si bien esas fueron las preguntas que pautaron mi visita a NZ, debo admitir que todavía estoy rumiando una respuesta.

Y, en primera instancia, estoy más bien tentado a ser escéptico. 

Yo creo que, más allá de que tenemos en común varias características, también nos separan unas cuantas diferencias relevantes. Menciono algunas, nada más:
1) La herencia británica de NZ y la cultura sajona en general.
2) El fuerte sentimiento comunitario que demuestra la población.
3) Muy relacionado con los factores anteriores, el tipo de Estado que supieron construir y que, después de las reformas y las privatizaciones, sigue siendo un Estado fuerte, aunque al mismo tiempo muy eficiente.
4) La seriedad con la que cada individuo encara su trabajo, tanto en el sector privado como en el público.
5) La conciencia que los neocelandeses tienen de la importancia que la producción agropecuaria tiene en su economía y cómo la valoran todos, incluso aquellos que no tienen nada que ver con el campo.
6) La forma cómo jerarquizan la innovación, la ciencia y la tecnología.
7) La buena onda de su gente y su tendencia a desdramatizar las cosas, algo que también tiene su correlato a nivel político, donde -me da la impresión- son más sencillos los acuerdos en las cuestiones prácticas y elementales.
8) El hecho de vivir en un grupo de islas alejadas de todo, un defecto que, manejado con inteligencia, se convirtió en una virtud, al volver ineludible la confianza en sí mismos y la apertura al mundo.
9) Otro detalle de esa ubicación geográfica, en principio incómoda, pero relativamente cerca de Japón y los países asiáticos, una vecindad muy interesante en un período en el que, justamente, esa zona del mundo pasó a crecer a niveles nunca vistos.

Por esas y otras razones, insisto, si se lo mira desde Uruguay el ejemplo de NZ debe ser tomado con pinzas. 

De todos modos, lo que sí me quedó claro es que:
a) pese a esas diferencias, en varias cuestiones puntuales nuestro país puede aprender mucho de los kiwis.
b) hay mucho para trabajar en conjunto, tanto a nivel privado como entre los gobiernos, con beneficios para las dos partes.
Sobre algunos de esos temas, si les parece bien, podemos volver a charlar con más detalle en otros espacios EN PERSPECTIVA, en las próximas semanas.