En Primera Persona

Debate no, obviamente, otra vez

Por Emiliano Cotelo


(emitido a las 08.15 hs)


¿Alguien creyó que podía haber debate?

Desde hace meses estamos todos perdiendo el tiempo en torno a una posibilidad absolutamente remota. En la medida que en Uruguay no tenemos la tradición de los debates asumida, el asunto vuelve a discutirse en cada campaña electoral. Y, como ha ocurrido siempre en estos casos, el reclamo viene de los candidatos que van atrás en las encuestas.

El Partido Nacional (PN) hizo de esta demanda uno de sus caballitos de batalla en la previa a la elección del 25 de octubre. El Frente Amplio (FA) contestaba que no, y lo máximo que estuvo dispuesto a aceptar fue un debate entre fórmulas presidenciales. Pero los blancos rechazaron esa posibilidad. Así que no pasó nada.

Una vez confirmado que habría ballotage, Lacalle y Larrañaga insistieron, razonablemente, en su exigencia y el FA reiteró su reticencia, recordando que sí estaba dispuesto pero siempre que fuera entre fórmulas. La respuesta no era muy creíble, en la medida que, por su intención de voto, es evidente que Mujica y Astori no tienen mucho para ganar con ese intercambio y, al mismo tiempo, corren varios riesgos.  

De todos modos, el asunto volvió a instalarse.

Durante varios días escuchamos argumentos de unos y otros, en una nueva edición de algo que ya es costumbre de los políticos uruguayos: el debate indirecto sobre el debate directo. La polémica incluyó largas argumentaciones en torno a la teoría del debate: para qué sirve, por qué debería ser sólo entre presidenciables, qué le aportaría la presencia de los candidatos a vice, el tipo de temas que deberían abordarse, cómo debería ser la dinámica, cuánto de sorpresa, cuánto de negociación previa, en qué ámbito tendría que desarrollarse, quién o quiénes serían los periodistas más apropiados para moderarlo.

Todo ello condimentado, por supuesto, con antecedentes famosos: el debate pionero entre John Kennedy y Richard Nixon, en 1960 en EEUU; el debate previo al plebiscito de 1980 en plena dictadura en Uruguay; cómo se debate en Francia, en Chile o en España; y, además, el recuerdo nostalgioso de los últimos debates presidenciales uruguayos, que datan de 1994.

Finalmente, el Partido Nacional aceptó la condición básica impuesta por el oficialismo y, con toda la pompa del caso, los dos partidos nombraron comisiones de tres dirigentes cada una, encargadas de negociar con la otra parte los términos de ese encuentro cara a cara, o dos caras a dos caras. Esos delegados eran algo así como los padrinos de las dos partes que en una de esas iban a enfrentarse en un duelo a filo, contrafilo y punta.

Los blancos habían aflojado notoriamente sus exigencias en aras de concretar un objetivo que consideraban fundamental para pelear la presidencia en la segunda vuelta. No era obvio que el FA terminara aceptando. Algunas declaraciones de Mujica, Astori y otros dirigentes de izquierda daban a entender que en las negociaciones se plantearían condiciones difíciles. De todos modos, el primer encuentro de las dos partes se agendó para ayer lunes al mediodía.

¿Cómo se entiende, en ese contexto, que el  PN haya decidido lanzar esa serie de spots, mezcla de propaganda e información, que comenzaron a emitirse, sin firma, desde el viernes en radios y canales de televisión del interior? Esas piezas publicitarias suben la apuesta de manera muy fuerte. En base a declaraciones del ex presidente Jorge Batlle, vinculan a Mujica y Julio Marenales con el arsenal descubierto en una casa perteneciente a Saúl Feldman, ese economista ermitaño que resistió a tiros su arresto, mató a un policía e hirió a varios más.

Un producto publicitario como ése está en el límite de la ética política, por varias razones: porque crea la falsa imagen de un informativo y/o de un diario, porque no se identifica con el PN, porque incluye un titular engañoso y, sobre todo, porque la fuente que se cita no aportó pruebas de la vinculación de Mujica y Marenales con el arsenal, sino que hace suposiciones y realiza un emplazamiento.  

Pero, ojo: el juego sucio tiene larga historia en la política uruguaya y no es, ni por asomo, patrimonio exclusivo de los partidos tradicionales. Cuando la izquierda era oposición, varios de sus voceros incurrieron en denuncias sin fundamento contra figuras blancas o coloradas, acusándolas de maniobras y delitos espantosos, tanto en declaraciones a la prensa como en intervenciones parlamentarias e incluso en campañas publicitarias; y, cuando luego se comprobaba que lo dicho no era cierto, en el mejor casos, pedían perdón. Podremos discutir la magnitud de aquellas acciones de desprestigio y estas de ahora, pero son pocos los que están libres de culpa en esta materia.

Ahora, lo que cuesta entender es por qué los blancos deciden recorrer este camino, cuando, por otra parte, estaban esperando la respuesta de Mujica y Astori a la posibilidad de un debate. ¿Quién podía pensar que, después de recibir esa mano de bleque con esos spots, el FA se sentaría plácidamente con sus competidores en una mesa frente a las cámaras de televisión? Nadie podía creer una cosa así. La pregunta siguiente es por qué los blancos dieron ese paso en el fin de semana. Las respuestas posibles son dos: una, que en realidad lo que le interesaba al PN no era el debate sino que el FA dijera que no al debate; dos, que los spots sobre el caso Feldman hayan sido una improvisación que se escapó de la estrategia trazada previamente y la dinamitó. En ambos casos estamos hablando de una campaña zigzagueante, difícil de comprender desde afuera, algo que ya le pasó al PN antes del 25 de octubre, y que también le ha pasado al FA, antes del 25 de octubre y también ahora, en esta segunda etapa.
Por ejemplo, los dos partidos han anunciado una y otra vez su firme determinación de centrarse en las propuestas y no en los ataques.  Sin embargo, cada vez que lo resolvían, la buena intención duraba unas pocas horas y era trasgredida sin ningún miramiento, incluso por los principales referentes. (Algo que, por otra parte, se daba de bruces con otra de las promesas hechas por los dos candidatos, la de que sin son electos presidentes convocarán al más amplio diálogo con todos los partidos y las fuerzas sociales.)
Pero en realidad a esas malas costumbres se debe agregar otra, la de mirar con lupa cada declaración del adversario en busca de frases presuntamente graves o peligrosas, que después se tergiversan y manipulan y se utilizan como armas arrojadizas, algo que las dos partes practican a troche y moche.

¿Cuál es el resultado de esta sumatoria? Una campaña desagradable, que fatiga a buena parte de la población y que es, además, peligrosa, porque genera entre los líderes enfrentamientos demasiado severos, que en cualquier momento pueden trasladarse a sus seguidores y simpatizantes.

A nadie escapa que el dilema Mujica-Lacalle es un cruce de caminos muy complicado. Pero, ¿es sensato jugar de la forma que se lo está haciendo con la convivencia armoniosa entre los uruguayos?

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