Entrevistas

La primera orden, de Alfonso Lessa: la dictadura vista a través de la vida de Gregorio Álvarez

<i>La primera orden</i>, de Alfonso Lessa: la dictadura vista a través de la vida de Gregorio Álvarez

En 1981 el general retirado Gregorio Conrado Álvarez se convertía en presidente de facto de Uruguay. Se trataba de la coronación de una carrera signada por una sorprendente "capacidad táctica para conseguir alianzas" que, irónicamente, le llegaba en el momento en que su poder se encontraba más menguado. Veintiocho años después, en octubre de 2009, el ex dictador era condenado a 25 años de prisión por "reiterados delitos de homicidio muy especialmente agravados" ocurridos durante el gobierno de facto. Acusado de masón e izquierdista, pero a la vez dirigente de un régimen que reprimió con dureza a los militantes de dicha extracción política, considerado un escollo hacia la transición democrática y plagado de enemigos en los más diversos frentes, sus deseos, sus miedos y la omnipotencia demostrada a lo largo de los años se retratan en La primera orden, el libro publicado por el periodista Alfonso Lessa y comentado En Perspectiva.


(emitido a las 9.00 hs.)

EMILIANO COTELO:
Hace 25 años por estas fechas la dictadura militar llegaba a su final.

El doctor Julio María Sanguinetti, elegido por la ciudadanía en los comicios de octubre de 1984, se preparaba para asumir. Pero su acto de toma de posesión tendría una particularidad: quien le entregaría el poder no sería el último presidente que tuvo el proceso; por acuerdo entre las Fuerzas Armadas y los partidos políticos, quien encabezaba el gobierno a fines de febrero de 1985 de manera simbólica era el presidente de la Suprema Corte de Justicia, Rafael Addiego Bruno.

Por ese mismo acuerdo, el teniente general retirado Gregorio Álvarez, el último dictador, una figura irritante para la mayoría de la población pero también llena de enemigos entre los propios militares, había renunciado unos días antes y se había alejado discretamente de la escena política.

¿Qué historia personal y política dejaba atrás el Goyo en aquel momento? ¿Qué dice de aquellos hechos él mismo hoy, cuando pasa los últimos años de su vida en la cárcel especial de la calle Domingo Arena?

Sobre esos y otros temas ha trabajado el periodista Alfonso Lessa, que en diciembre del año pasado publicó el libro La primera orden. Gregorio Álvarez, el militar y el dictador, una historia de omnipotencia.

***

EC - El libro no es específicamente sobre el Goyo; está centrado en él, el título, la foto, el subtítulo, pero quien lo lee también puede llegar a la conclusión de que es un libro sobre la dictadura con el "pretexto" de Álvarez.

AL - La definición es correcta, es un libro sobre Álvarez o sobre la dictadura a través de esa columna vertebral que fue Álvarez a lo largo de todo el tiempo, desde antes del golpe, durante el golpe e incluso después del golpe.

EC - El título del libro, La primera orden, alude a aquella famosa orden 7777. Recordemos qué era, porque fue un jalón importante en su vida.

AL - Claro, cuando era comandante en jefe del Ejército, en el año 1978, emitió una orden que incluía varias cosas pero en lo central decía "no se va a admitir revisionismo en lo actuado en materia de derechos humanos", y que si algún cuestionamiento hubiera, él se iba a hacer responsable por haber dado la primera orden como jefe del Estado Mayor Conjunto (ESMACO), que dirigió a partir de 1971. Esa orden no fue un acto de benevolencia de su parte respecto de sus subordinados, sino producto de una profunda crisis militar que había existido en aquel momento. En ese momento Álvarez había sido objeto de duros cuestionamientos internos de parte de militares que emitían una publicación clandestina dentro del Ejército que se llamaba El Talero, en la cual lo cuestionaban duramente. Álvarez descabezó todo ese movimiento encabezado por el general Prantl y entre otros integrado por Gavazzo –es decir que está preso con algunos de sus enemigos–, aprovechó la circunstancia, como supo hacerlo siempre, para descabezar parte de sus enemigos, y emitió como consecuencia esa orden 7777 en la que reconocía que el Ejército atravesaba una situación difícil, pero que él personalmente asumía todas las responsabilidades.

EC - Una orden que más recientemente sería uno de los motivos para su procesamiento.

AL - Ha sido un elemento importante en el juicio. Él admite de hecho haber dado la primera orden.

EC - Ese es el título, La primera orden, y el subtítulo dice: "Gregorio Álvarez, el militar y el dictador, una historia de omnipotencia". ¿Por qué decidiste usar ese acento, "omnipotencia"?

AL - Por sus características personales, es una persona que busca ser la omnipotencia, y en su estilo hay también cierta prepotencia. Omnipotencia porque creo que es la palabra que mejor describe el poder que tuvo Álvarez, no desde el año 78 cuando fue comandante en jefe, ni siquiera en el 81 cuando fue presidente, mucho antes. Su poder atraviesa toda la dictadura. Ya en setiembre del 71, cuando fue ascendido a general, muy rápidamente pasó a ser protagonista central. Una de las cosas que más me llamaron la atención –relacionada con libros anteriores como La revolución imposible, Estado de guerra– es que cuando uno estudia el pasado reciente ve que en todo estuvo Álvarez, y dentro de eso cómo hizo para acumular tanto poder de manera tan rápida; en setiembre del 71 se ascendió a general y enseguida pasó a ser uno de los militares más poderosos de todo ese período.

EC - La personalidad del teniente general retirado Gregorio Álvarez es muy interesante, está de fondo de esto que estabas comentando recién.

AL - Sí, y es una personalidad que no ha cambiado. Las dos veces que lo vi en la cárcel a fines del año pasado lo comprobé. Y lo describen algunos de los que aparecen en el libro.

EC - Por ejemplo, acá hay una descripción que hace de Álvarez el general Fernán Amado, que fue una de las fuentes con las que tú trabajaste. Amado define a Álvarez como: "un hombre de apariciones un poco fugaces del mando, acompañado siempre por una imagen de misterio, que se rodeaba de una coraza de hielo, un hombre frío, distante, por lo menos un hombre de pocas palabras, que llegado el momento tomaba una decisión rápida, porque era así, era de decisiones rápidas".

AL - Lo de Amado es un aporte importante, porque fue un hombre que trabajó muy cerca de él, por los destinos que le tocaron, fue uno de los primeros miembros del ESMACO, que se creó en el 71 cuando se fugaron los tupamaros, la fuga grande. Trabajó con Álvarez ahí, trabajó con Álvarez en la División 4, trabajó con el general Raymúndez, y creo que es una definición certera: apariciones fugaces pero contundentes, un hombre frío. Cuando uno conversa con él lo percibe, está todo el tiempo controlándose. Porque uno de pronto conversa con otros militares, como el general Medina, que en apariencia era un hombre duro pero que en la conversación íntima o personal podía ser un hombre muy cálido y de una sonrisa. Yo no recuerdo que Álvarez, con quien he hablado muchas veces, se haya reído o sonreído prácticamente ninguna vez. Es un hombre muy frío que busca todo el tiempo controlar la conversación y el diálogo. Está todo el tiempo tratando de llevar la iniciativa, al punto de que desvía la conversación todo el tiempo, estamos hablando de un tema y empieza a hablar de cualquier otra cosa hasta que vuelve porque le interesa. Tiene esa personalidad, busca ser siempre el que tiene la iniciativa, siempre con una mirada muy dura de llevarle, y además con esa especie de coraza que describe Amado.

EC - Además –está dicho en el libro–, es un hombre de una vocación política infrecuente entre los militares.

AL - Absolutamente, lo dice Amado, lo dice Sanguinetti, lo dice Végh Villegas, dos veces ministro de Economía en la dictadura, que estuvo cerca de él en la primera gestión cuando Bordaberry era presidente, que llegó al Ministerio de Economía con la desconfianza de los militares y terminó siendo llamado de vuelta por Álvarez al final para la transición. Terminó haciéndose muy amigo de Álvarez, incluso cuenta que salían juntos a algunas fiestas y demás. Pero coincide en esa vocación de poder y vocación política, que era muy temprana, militares que lo conocían de la década de los cincuenta dicen que ya entonces en algún momento dijo "si la historia me diera la posibilidad de ser presidente", con una ambición muy grande y una gran capacidad táctica para ir creando poder a su alrededor en el corto plazo. Todos coinciden –Amado, Végh– en que tenía carencias estratégicas; en el corto plazo era un hombre capaz de juntar voluntades y gente a su alrededor, pero en el largo plazo muchos de sus aliados terminaban peleados con él, como ocurrió con algunos generales muy importantes.

EC - ¿Tiene origen blanco?

AL - Votó al Partido Nacional (PN) en 1971, a Wilson, paradójicamente, quien se transformó en su enemigo jurado.

EC - Ambos se convirtieron mutuamente en enemigos frontales.

AL - Mutuamente en enemigos frontales, se tenían odio y creo que mucho desprecio mutuo. Sin embargo el origen –alguna gente de su familia me lo dijo–, el padre de Álvarez era colorado antibatllista, muy antibatllista, había sido un colaborador muy cercano de Terra en el golpe del 33. El hermano de Álvarez, el asesinado Artigas Álvarez, había votado, según me contaron, a Aguerrondo; es decir, los dos estaban en ese momento con el PN, pero tenían una raíz colorada no batllista, antibatllista. Gregorio Álvarez es muy fuertemente antibatllista.

EC - También está dicho en el libro que tenía una obsesión en contra de los políticos profesionales, no tanto de los partidos. Ahí había una diferencia, ese fue uno de los choques con Juan María Bordaberry, que entendía que había que barrer con el sistema de partidos en Uruguay. Álvarez no, Álvarez cuestionaba a los dirigentes de la época.

AL - Exactamente, ese es un punto crucial de la historia reciente, que no está muy difundido, muy estudiado o muy divulgado, pero hubo un cruce de caminos. Bordaberry decía: "No, señores, acá lo que no sirve es el sistema, hay que eliminar la democracia, se acabó, los partidos son los culpables de lo que existe", y Álvarez –y otros militares, pero sobre todo Álvarez– decía: "No, señor, acá los culpables son los políticos, los dirigentes corruptos que han tergiversado el sentido de los partidos políticos". Por eso se produce la discusión del 76 cuando Bordaberry dice: "Vamos a terminar con los partidos", y los militares dicen: "No, vamos a terminar con los políticos". Por eso vienen los actos institucionales en los que proscriben y además destituyen a Bordaberry. Álvarez creía –lo dice Végh con mucho detalle– que renovando la dirigencia, eliminando del accionar a los políticos tradicionales y creando una nueva generación de políticos se iba a subsanar la cosa. La historia demostró que los dirigentes no se pueden barrer por decreto, y muchos de ellos, aunque no actuaran legalmente –para la legalidad de la época, aunque seguramente legítimamente–, desde la clandestinidad, donde fuera, eran los que pesaban, y una vez que se acabó la dictadura afloraron de nuevo. No era viable terminar con los dirigentes borrándolos por decreto.

EC - Un antecedente que vale la pena acotar es que Álvarez estuvo detrás de aquel arresto de Jorge Batlle, todavía en democracia.

AL - Todavía en democracia, Álvarez fue una de las grandes figuras. Ahí hay otro capítulo muy interesante, que los militares en el año 72 salieron a la cacería, aún en democracia y al margen del Poder Judicial y de todos los poderes, de lo que consideraban empresarios y políticos corruptos, entre los que incluían a Batlle, en muy buena medida influenciados –me lo reconoció el propio Álvarez– por los tupamaros.

EC - Ahí vamos a otro de los episodios en los que estuvo Álvarez: fue uno de los militares que negociaron con los tupamaros que estaban presos en los cuarteles en el año 1972.

AL - Sí, fue uno de los principales negociadores, él y Cristi, de líneas absolutamente distintas, al margen y con el desconocimiento del gobierno y de los mandos; por ejemplo, el comandante en jefe de la Armada de aquella época, que participó en las últimas reuniones para abortar esas negociaciones, fue el comandante en jefe de la Armada, Juan José Zorrilla, que todavía está vivo, con plena energía y muy lúcido, y recuerda el final, cuando Bordaberry les ordenó terminar con esas negociaciones porque se realizaban al margen. Estaban buscando un acuerdo, en el fondo un acuerdo entre los dos grupos armados, las Fuerzas Armadas –básicamente el Ejército– y los tupamaros. El acuerdo pretendía terminar con la guerra interna, que los tupamaros se rindieran, pero no incondicionalmente sino que ponían una serie de condiciones, que incluían nuevas formas de prisión y la puesta en práctica de una serie de planes, planes de desarrollo pesquero y otras cosas. Una madrugada Álvarez y Cristi llamaron a Bordaberry para decirle "los tupamaros se rinden", hablaron de las condiciones, y Bordaberry no las aceptó.

EC - Es más, Bordaberry ahí quería echar a Álvarez, pero no lo echó.

AL - Más de una vez Bordaberry quiso echar a Álvarez pero nunca tuvo el poder para hacerlo. Hubo un famoso episodio en el que Álvarez, muy molesto por unas versiones que estaban corriendo sobre su vida personal, ingresó a la cancillería y le dio un fustazo en la cara al subsecretario de la época, Michelín Salomón. Ahí Bordaberry le ordenó a Vadora, que era el comandante en jefe, que destituyera a Álvarez, que lo pasara a retiro, y Vadora no pudo. No fue el único problema de ese tipo que hubo, pero Álvarez de alguna manera marcó los límites del poder de Bordaberry en una disputa de una desconfianza mutua terrible.

EC - Bordaberry creía que Álvarez era de izquierda y masón.

AL - Exactamente, creía que era de izquierda y masón, eso lo dan múltiples testimonios, entre otros el de Sanguinetti, pero muchos otros más. Además yo hablé mucho tiempo –para los otros libros– con Bordaberry y sé de la enorme desconfianza personal que había entre los dos. Álvarez quiere relativizar eso, pero es así; Bordaberry tenía una gran desconfianza personal y política con respecto a Álvarez, le atribuye algunos episodios de la historia reciente. Hubo una disputa muy fuerte por la conducción de la política económica entre Bordaberry y Álvarez.

EC - La economía era una de las aficiones de Álvarez, con ideas que, según está dicho en el libro, tampoco estaban muy claras, con vaivenes.

 
 El general Álvarez junto al dictador chileno Augusto Pinochet

AL - Sí, al comienzo estaba aquella corriente llamada "peruanismo", una cierta corriente "de izquierda" entre las Fuerzas Armadas, inspirada en el gobierno de Velasco Alvarado en Perú, que era lo que hacía desconfiar a Bordaberry de que era un hombre de izquierda. Esas ideas estaban básicamente sintetizadas en el comunicado 4 de la rebelión de febrero del 73, en el que había un montón de postulados que podía firmar perfectamente la izquierda; tanto que hubo sectores de izquierda como el Partido Comunista y sectores de la CNT que respaldaron explícitamente el levantamiento militar creyendo que se abría la posibilidad de un militarismo de izquierda. La paradoja de la historia que a veces se quiere ocultar o relativizar: en su momento hubo sectores de izquierda que apoyaron al general Gregorio Álvarez en su levantamiento y en sus postulados de izquierda creyendo que era otra cosa.

EC - Álvarez se las ingenió para seducir a ese sector del espectro político.

AL - Sí, en el libro Estado de guerra, Queirolo, un general de otra línea, de los Tenientes de Artigas, dice: "Fue un anzuelo que le tiramos a la izquierda, y la izquierda lo tragó". Yo no estoy tan convencido de que haya sido un tema estratégico, creo que en ese momento había un sector importante de oficiales que creía en esa política, que presionaba por esa política. Amado cuenta en el libro que los militares se molestaron mucho durante los primeros tiempos de la gestión de Bordaberry porque veían que la economía iba completamente para otro lado, Bordaberry quería una política absolutamente liberal, y no estatista como la que implicaba el peruanismo. Y Amado fue uno de los designados por los generales para recorrer el país, cuartel por cuartel, para explicarles a los militares por qué estaban tomando el rumbo que estaban tomando y decirles que en realidad no se estaban dejando de lado los principios. Es decir, hubo un malestar militar y un enfrentamiento muy fuerte en el tema de la política. Todo esto es reservado; yo siempre digo, sobre todo a la gente más joven, que lo más difícil de esa época es trasmitir los contextos. Nada de esto se sabía públicamente, pero había una pelea muy fuerte entre Bordaberry y Álvarez por la conducción de la política económica que terminó con el triunfo de la línea liberal de Bordaberry.

EC - Álvarez terminó comprando ese modelo, al punto de que llamó nuevamente a Végh Villegas cuando era presidente, sobre el final de la dictadura.

AL - Exactamente, Bordaberry colocó a Végh Villegas para terminar con la discusión, lo dice: "Cuando nombré a Végh se terminó todo aquello". Végh impuso una línea liberal, y al final Álvarez la compra, cuando le toca ser presidente lo termina llamando a Végh para que impulse esa política que se daba de cabeza contra el famoso peruanismo.

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EC - A propósito de la personalidad del Goyo Álvarez el libro trabaja otro aspecto, el de sus miedos. Uno de sus miedos era que lo mataran, y no era un miedo dirigido solo a la izquierda, a la subversión, era un miedo también dirigido hacia dentro mismo de las Fuerzas Armadas.

AL - Sí, lo rodeaban impresionantes medidas de seguridad. Yo tuve la oportunidad de cubrir Casa de Gobierno en la época de Álvarez, y se iba todos los días en un auto con una ametralladora o subametralladora en la falda.

EC - Eso está contado en la página 28: "Siendo presidente solía colocar un arma automática sobre sus piernas o a un costado de su asiento cuando salía de la Casa de Gobierno en la plaza Independencia o de la residencia oficial del Prado en Suárez y Reyes". Pero además de eso, que era su protección propia, "una caravana de automóviles y motos lo protegía con extraordinarias medidas de seguridad que ningún otro mandatario exhibía por entonces".

AL - Uno de sus edecanes cuenta cómo lo recriminó un día que se dio cuenta de que no iba armado, le dijo: "Está bien, usted no va armado, cuando haya que salir corriendo va a ir más liviano". Uno podía pensar –seguramente le pesaba mucho– que también podía ser objeto de un atentado de parte de ex guerrilleros –aunque en ese momento no había nada– sobre todo por el peso que le había quedado del asesinato de su hermano, Artigas Álvarez, que había sido asesinado de manera bastante artera en la puerta de su casa, cuando el MLN estaba siendo desarticulado. Ahí hay toda una discusión, pero yo después investigué, llegué al jefe del operativo y pude comprobar que no lo asesinaron ni porque lo confundieron con Álvarez –Álvarez sigue convencido de que sí, porque él había estado viviendo en la casa de su hermano hasta hacía poco– ni en venganza porque había estado torturando. Lo mataron simplemente porque en un momento de desesperación del MLN, que estaba casi desorganizado y se había reorganizado en pequeños grupos, le llegó a ese grupo una lista de blancos, de gente que había que matar, y el más fácil y el que encontraron primero, porque no tenía custodia, fue Artigas Álvarez. Seguramente eso pesó en el ánimo de Álvarez y por eso tenía tanta protección. Pero también pesaban los enemigos internos que tenía, que sabía que eran muy duros. Álvarez había protagonizado lo que comentamos en el año 78, y había sido objeto de por lo menos un plan para asesinarlo.

EC - Es insólito quién fue traído o "contratado" para aquel intento: Aníbal Gordon. "En la preparación del primer y fallido atentado tuvo activa participación el siniestro paramilitar argentino Aníbal Gordon, muy cercano al coronel uruguayo Gilberto Vázquez, quien a fines de los setenta se había refugiado en Uruguay junto con seis o siete miembros de su banda con la que había actuado con impunidad en Buenos Aires".

AL - Sí, Gordon fue uno de los más siniestros personajes de la dictadura argentina, un paramilitar, delincuente común, que había actuado con los militares en las zonas liberadas que había en Buenos Aires; básicamente había operado en Orletti contra los uruguayos, seguramente estuvo vinculado a los asesinatos de Michelini y Gutiérrez Ruiz. En Argentina todos los homicidios políticos y los atentados tenían como contracara el robo descarado de las propiedades de la gente que iba desapareciendo, que iba muriendo. Y había un reparto del botín, y en ese reparto en algún momento Gordon tuvo unas peleas duras con generales argentinos, y vino a Uruguay, donde fue protegido, entre otros por Gilberto Vázquez. Aníbal Gordon fue el padrino de casamiento de Gilberto Vázquez, y además le financió el casamiento; me lo contó y admitió el propio Gilberto Vázquez.

En ese marco de enfrentamiento muy duro que hubo entre Álvarez y alguna gente –Prantl, etcétera–, Inteligencia del Ejército detectó –hay un testigo vivo, entre otros, que es el coronel Ferro, que trabajó en ese tema– que el general Álvarez y su familia estaban siendo objeto de vigilancia –vivía en avenida Agraciada– y que había un incipiente plan para atentar contra Álvarez. Después, a la salida, sobre el fin de la dictadura, algunos militares que veían en Álvarez un obstáculo llegaron a manejar la posibilidad, pero fue una cosa mucho más en el aire. Esto fue un plan concreto y Aníbal Gordon, increíblemente, estuvo acá bastante tiempo. Después Álvarez tuvo una entrevista con Patricio Kelly, otro personaje argentino, peronista, que actuó en el terreno paramilitar, etcétera; Álvarez tuvo una entrevista secreta con Patricio Kelly en Punta del Este, fue llevado por uno de sus edecanes. Qué temas trataron no sé, pero Aníbal Gordon era enemigo de los dos, había secuestrado a Patricio Kelly y lo había torturado en Buenos Aires, y además Guillermo Patricio Kelly había estado en un tema vinculado a Propaganda Due (P2, logia masónica italiana con actividad en Sudamérica) y todo aquello.

EC - ¿Aquella conversación pudo haber sido para que Kelly se encargara de Gordon?

AL - No lo sé, no lo puedo asegurar, pero si uno piensa qué intereses en común tenían Kelly y Álvarez, uno era un enemigo común, que era Aníbal Gordon.

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EC - Uno de los discursos más célebres del Goyo Álvarez fue su respuesta como dictador al acto del Obelisco de noviembre de 1983 en el que todos los partidos y las organizaciones sociales reclamaron un "Uruguay democrático y sin exclusiones".

(Audio Goyo Álvarez.)

"Si uno de los postulados del acto fue la defensa de la democracia, no se puede entender que en el estrado hayan estado presentes quienes por su ideología han sido y son sus más recalcitrantes enemigos. Es incomprensible que se trate de reivindicar desde el estrado y en la proclama a los dirigentes marxistas que accionaron como grupo subversivo, infiltraron los centros de enseñanza, subvirtieron todas las formas de la actividad nacional e intimidaron a la población por la violencia y el miedo. En cuanto a la proclama, es en su contenido mentirosa e insultante. Cabe preguntar, y así lo hacemos, a los dirigentes de los partidos políticos: cuando se habla de conjunción nacional, ¿estamos asistiendo a la creación de un frente amplísimo en donde veríamos mancomunados a quienes dicen defender la democracia con quienes pretenden destruirla desde siempre?".

(Fin.)

EC - El mensaje casi no fue escuchado por la población, porque mientras Álvarez hablaba por cadena de radio y televisión, la gente salió a protestar en forma masiva haciendo sonar las cacerolas, y no solo desde las ventanas de las calles, también ya en las calles, en un sinnúmero de manifestaciones que se produjeron espontáneamente en todo el país.

¿Cómo se puede calificar el papel del Goyo Álvarez en la parte final de la dictadura? ¿Favoreció o frenó las negociaciones de las Fuerzas Armadas con los partidos políticos?

AL - Un breve paréntesis, porque no lo incluí en el libro y siempre me arrepentí, porque uno va seleccionando, está apurado. En la primera de las dos visitas que le hice a Álvarez en la cárcel para conversar con él, había algunos sobrinos, y un sobrino, recordando este discurso, y en particular esta frase, le dijo: "Qué razón que tenías, tío". Y él asintió.

EC - Álvarez había logrado ser elegido presidente por las Fuerzas Armadas en el año 1981, en un proceso muy intrincado, muy peleado, que no hay tiempo de comentar ahora. Por lo tanto fue el jefe de Estado, era quien estaba al mando cuando empezaron a desarrollarse las conversaciones después del fracaso de la reforma constitucional en el 80, con las elecciones internas en el 82, con todo aquel contexto.

AL - Todo el mundo coincide, y cuando uno analiza lo ve en los documentos: Álvarez se imaginaba como el candidato único de la transición, legitimado por todos los partidos. La Constitución del 80 preveía el proyecto de un candidato único de transición. Él se imaginaba como un presidente constitucional para terminar frente a la historia. No pudo, entonces forzó su candidatura en el Ejército, fue muy peleado, pero paradójicamente cuando ejerció la presidencia fue quizás cuando menos poder tenía. No frente al común de la gente, sino internamente en las Fuerzas Armadas, fue perdiendo poder, porque además se había roto un pacto implícito o explícito que había entre los militares de que no iba a haber un presidente militar en la dictadura uruguaya, a diferencia de lo que ocurría en los otros países de la región. Y cuando llega la transición viene un episodio clave, que es el fracaso de las conversaciones del Parque Hotel.

EC - Las conversaciones del Parque Hotel, primer intento de avanzar hacia la transición.

AL - Fueron en el año 83, después de las elecciones internas; el representante de Álvarez fue un hombre de su extrema confianza, el general Rapela. Eso, que es el antecedente del Club Naval, fracasa, entre otras cosas los partidos dicen que los militares quisieron imponerles por la vía de la negociación las mismas normas que habían sido rechazadas en la Constitución del 80. Y todos veían detrás de aquella postura inflexible a Álvarez. Álvarez niega –me lo dijo– que no quisiera la transición, dice que quería mayores garantías para los militares.

EC - Álvarez dice que Sanguinetti fue muy hábil en inventarlo a él como enemigo para las propias Fuerzas Armadas.

AL - Exactamente, y ahí hubo un episodio importante, que Sanguinetti logra ubicar a un interlocutor decisivo, que ya era enemigo de Álvarez, que es el comandante en jefe del Ejército, el teniente general Medina. Amado y otros generales cuentan que cuando llegó Medina como comandante ya se sabía lo que iba a pasar. Entonces los políticos ven que Álvarez está maniobrando todo el tiempo para impedir que se concrete la transición, y los comandantes en jefe terminan aislándolo. Álvarez es presidente –inconstitucional, es el dictador– pero queda al margen por completo de las negociaciones del Club Naval; los comandantes en jefe toman las negociaciones, en particular el general Medina. Creo que fue el senador Zumarán quien en una nota en el semanario La Democracia escribió "¿Fue Sanguinetti que eligió a Medina, o fue Medina que eligió a Sanguinetti?"; seguramente los dos tenían intereses que confluían y coincidían, los militares estaban convencidos de que se les había agotado el tiempo. Hay que tener presente una cosa muy importante: a diferencia de lo que ocurría en Argentina, los militares uruguayos estaban militarmente intactos, no había habido una Malvinas, pero estaban políticamente aislados.

EC - Había existido la bomba de la rotura de "la tablita", en 1982, que fue devastadora desde el punto de vista económico.
 
Gregorio Álvarez, esposado, es conducido a prisión.

AL - Exacto, devastadora desde el punto de vista económico y devastadora para el poder de Álvarez, porque "la tablita" se produjo por un modelo y un ministro de Economía que Álvarez sostuvo hasta último momento, a pesar de que algunos otros militares, como el general Raymúndez, estaban totalmente en contra, decían que eso iba a explotar y el ingeniero Végh también, pero Álvarez lo mantuvo hasta último momento, y vino la debacle económica. Eso tuvo un costo político terrible para Álvarez y facilitó la transición.

Entonces queda por un lado el general Medina llevando a cabo las negociaciones, y el presidente Álvarez, que todos los políticos consideraban que era el gran obstáculo de la transición, queda aislado y se concreta el pacto del Club Naval a espaldas de quien había sido el hombre que tuvo el mayor poder de Uruguay pero que paradójicamente terminó su presidencia con la menor cuota de poder de toda su carrera. De esa manera se produce lo que tú mencionabas al principio de la entrevista, que los políticos, y Sanguinetti en particular, no querían recibir la banda de Álvarez. Álvarez lo dice –creo que está en el libro–: "Bueno, me dijeron que yo era un factor de irritación para los políticos"; ya estaba totalmente aislado, tenía esa capacidad táctica de conseguir aliados pero a largo plazo los fue perdiendo dentro de las propias Fuerzas Armadas, y terminó solo, o casi solo.

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Transcripción: María Lila Ltaif