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Documento: Transcripción de la audición de José Mujica, "Habla el presidente" (13/04/10)


Es un gusto, amigos, poder saludarlos a través de este espacio con el que intentamos volcar alguna reflexión. Hoy, con un tema de enorme profundidad, que nos parece olvidado porque tiene ribetes que por lo menos para mucha gente son feos. Y como son feos hacemos como que no los vemos o no los queremos ver, por esa actitud que a veces los humanos adoptamos.

Creo que ningún economista del mundo hoy puede vaticinarnos que el porvenir, la economía mundial, no vaya a tener en algún momento alguna crisis de esas a las que nos tiene acostumbrado. Que provocan una crisis en el comercio internacional, en la demanda, y que hacen caer el ingreso abruptamente en las naciones, como ha pasado tantas veces en nuestra historia. Y esas crisis cíclicas a las que nos tiene casi acostumbrados la marcha del capitalismo y de la economía se transforman en crisis sociales, en crisis por el reparto dentro de las sociedades. Porque naturalmente los sectores más fuertes de la economía tratan de trasladar el peso de esa crisis a los sectores asalariados. Estos se defienden como pueden y las sociedades crujen, entran en momentos, en instancias de grandes tensiones sociales.

A veces esas tensiones sociales van a ser la causa de fondo que determina los abruptos cambios de carácter político, como aconteció en América Latina en la década del 30, donde prácticamente no quedó ningún gobierno constitucional en pie. Cayeron todos. ¡Y vaya que en nuestra historia contemporánea tantas veces cosas de este tipo han ocurrido!

Absolutamente ningún economista puede vaticinar que en el mundo venidero no habrá crisis. No sabemos cuándo ni sabemos cómo. Pero es prudente que pensemos que eso que ha pasado puede volver a pasar. Eso tiene enorme importancia porque tenemos que hacernos otra pregunta. Esa pregunta es cuál es la última garantía en una sociedad de juego y de resistencia institucional de la democracia de derecho que conocemos; cuál es, sin entrar en teoría del Estado, a la luz de nuestra experiencia histórica.

En nuestro país en la década del 30 hubo un golpe de Estado que fue dado con el cuerpo de Bomberos y parte de la Policía como elementos activos. Y las Fuerzas Armadas se quedaron tomando mate en los cuarteles, dejaron hacer. Fue suficiente poca cosa, porque alcanzó que las Fuerzas Armadas se quedaran quietas, con la presencia del cuerpo de Bomberos y algunos policías. Y ese golpe de Estado duró años. Sería torpe de nosotros pensar que la causa fueron los Bomberos. No. Las razones políticas de la época estaban impulsadas por una "caldera del diablo", y esa "caldera del diablo" era el peso de la crisis social, desatada por la crisis de 1929 en el mundo entero. La causa real era otra. El instrumento fueron parte de la Policía y los Bomberos.

Yo quisiera que los oyentes después pensaran otras etapas de nuestra historia. En la historia de América Latina, por todas partes –hasta hace poco en Honduras, antes en Ecuador–, hemos visto a veces formas directas donde algunos militares asumen el gobierno, pero hemos visto también formas indirectas donde los militares ponen un gobierno civil y ponen a otro. Hemos visto todas las variantes en la historia de América Latina.

Entonces, a esta altura del análisis, la primera pregunta que uno tiene que hacerse es cuál es la honda garantía de la democracia institucional del país.

Es nuestra visión, esas cosas que convencidos solemos decir: nunca más. Es la educación de nuestros muchachos, educación que propende, bien, mal o regular, al respeto institucional, al respeto del juego democrático, de mayorías y de minorías. Es nuestra cultura. Todos esos factores juegan y son importantes, y no es nuestra intención desmerecerlo. Pero la gran garantía es que los cuerpos armados, en la hora de las tensiones sociales, defiendan la estabilidad institucional. No permitan ser arrastrados a la aventura. No permitan alinearse atrás de aventuras golpistas o semi golpistas. Esta cuestión pasa a ser vital.

No consideramos que los responsables de los golpes de Estado sean directamente los cuerpos armados. En el fondo hay otros factores que juegan. Pero esos factores hondos, si se quedan sin instrumento práctico, serán fuerzas negativas de nuestra sociedad, pero no mucho más. La verdadera garantía para una nación es que sus cuerpos armados, en los grandes momentos de tensión, cuiden y respeten el funcionamiento institucional. Esto no tiene vuelta y no hay que disimularlo.

En la cultura de las naciones las armas, nos guste o no nos guste, han tenido históricamente una enorme participación política. Si no, no se podría entender que una parte de los héroes latinoamericanos fueron militares. Y nuestros partidos frecuentemente se sienten orgullosos de haber tenido entre sus ilustres a ciertos militares. No es esta una afirmación guerrerista ni cosa que se parezca. Es la importancia que tiene en momentos cruciales el servicio de las armas. Y es torpe una nación si no se ocupa de la salud política, moral, ética y del grado de compromiso de sus cuerpos armados.

¿Qué nos pasa en Uruguay? Pasa que hemos vivido una dictadura muy dura, con todas sus condiciones. Entonces tendemos a estas, a nuestras Fuerzas Armadas de hoy, a endilgarles los hechos, la responsabilidad de cosas que pasaron hace muchos años. ¿Y qué nos pasa desde el punto de vista práctico con esta actitud? Que dejamos de costado, como despreciados, a nuestros cuerpos armados. Lo tenemos como un perro peligroso, atado en el fondo; no lo queremos ni mirar mucho. Y, sin embargo, está integrado por hombres de nuestra sociedad que tienen en los hechos nada más y nada menos que la responsabilidad de llevar las armas del país.

Y creo que asumimos una actitud torpe con el futuro, con el porvenir. Porque la gran garantía de todas las luchas del pueblo uruguayo por mejorar, por distribuir mejor, se van a poner a prueba. No se cuándo, algún día, cuanto más lejos mejor, cuando alguna crisis mundial nos traiga alguna crisis de reparto. Y en esa hora tendrá inmenso valor que los cuerpos armados obliguen a respetar la democracia. A que tengamos las tensiones que tengamos que tener, pero sin cataclismos institucionales. Y esto será posible si no dejamos que las ineludibles tendencias fascistoides, que también existen en una sociedad, sean propietarias o esté largándose al porvenir un mensaje que esté allí, como esperando, como latiendo, esperando su circunstancia favorablemente golpista. Porque en las crisis de reparto, en las crisis sociales, las instituciones para mucha gente pierden valor práctico, porque la penuria tiende a obnubilar la visión de las grandes masas.

Y el deber es superar esos momentos, no experimentar institucionalmente. Pero para ello hay que tener cuerpos armados hondamente comprometidos con las transformaciones de la sociedad. Parte de la sociedad, no como cosas que quedan al costado. Como que no se ven. Como que no participan. Como que no son ciudadanos. No debemos cometer ese error de tremenda ingenuidad política.

Nunca debe verse el acontecer con un espíritu fotográfico, como el hoy, que no cambia. La vida de las sociedades debe verse como un proceso, y hay que trabajar mucho para esos procesos. Sobre todo para los momentos críticos, donde –allí sí– no hay que perder la cabeza y no hay que dejar que las sociedades pierdan la cabeza.

Los cuerpos armados tienen una gravitación tremenda en la historia de un país. Y la tienen para bien o para mal. Será para mal si atropellan, si arrasan con las garantías elementales de convivencia. Será para bien si las garantizan en el medio de la penuria. Pero para esto los soldados y policías nunca deben dejar de ser ciudadanos. Y esta no es una cuestión de palabrerío. Es un problema nacional que tenemos que comprenderlo.

Así como en una sociedad se precisan médicos y enfermeros también necesitamos gente armada. Porque a veces el peor enemigo del hombre es el propio hombre. Y si esto es necesario, hay que darle la integridad y la seriedad que estas cuestiones tienen.

Nada de esto se arregla con órdenes de mando. Nada de esto funciona a "prepo". Esto es parte de los hondos problemas que tenemos que discutir en nuestra sociedad. Pero a veces lo meramente circunstancial y anecdótico se transforma en lo central. Y aunque uno tenga la partitura de lo central delante de los ojos, es inútil. Terminamos discutiendo las pavadas y no le dedicamos un minuto a estas cosas que son tan esenciales y que no se arreglan sólo con los mitos institucionales o con algunos discursos altisonantes, sino con una política integradora que construye, construye y construye, y hace participar y termina influyendo a todos. Y responsabilizándonos a todos.

No te digo estas cosas, querido pueblo, así porque sí. Te lo digo convencido. Porque hoy, con tranquilidad, en paz, con una economía que tiene problemas pero que funciona, con una perspectiva integradora de esperanza, hay que tener la inteligencia de no tragarse el porvenir. Porque algún día habrá horas críticas; no se cuándo, y cuánto más lejos mejor.

El hoy relativamente positivo y de progreso debe servirnos como un dato integrador y preparatorio para poder solventar como sociedad los momentos dramáticos y difíciles que vendrán algún día. Y también se irán, porque siempre amanece.