Cuando los equipos entran a la cancha o los primeros pasos estratégicos hacia el 2014
Análisis político de Oscar A. Bottinelli, director del Instituto Factum.
La política es por definición la lucha por el poder. Esta lucha puede ser más civilizada o salvaje según la cultura de la sociedad sobre la cual opere. Puede ser también una lucha de grupos que compiten por el poder con fines primordialmente personales, o por grupos que compiten en función de los intereses y finalidades de segmentos determinados de la sociedad.
Por eso, en esa lucha por el poder, una elección o un ciclo electoral es una etapa de una contienda infinita; es el final de un tiempo y el comienzo de otro. Por eso es paralelo el proceso de instalación de un gobierno con el correlativo proceso de definición de las estrategias hacia la siguiente competición, que en este caso es el ciclo electoral 2014. Para usar términos futbolísticos en boga, es cuando se piensa cómo debe pararse el equipo en la cancha.
Las estrategias que se tracen con cuatro años de anticipación muchas veces resultan prematuras, como que la arquitectura final de la competencia puede no coincidir con la previsualización inicial.
En diciembre de 1994 los uruguayos esperaban para la siguiente elección una competición centrada entre Tabaré Vázquez, Volonté y un delfín de Sanguinetti; la competencia resultó ser entre Vázquez, Lacalle y Batlle. En diciembre de 1999 lo esperado para 2004 era una competencia Vázquez-Sanguinetti-Lacalle; resultó una disputa binaria Vázquez-Larrañaga, con un Partido Colorado fuera de probabilidades efectivas. En diciembre de 2004 lo esperado para la elección siguiente era la dualidad Astori-Larrañaga, y vino a ser Mujica-Lacalle. Por tanto, lo que comience a delinearse hoy no asegura que sea lo que llegue a las urnas el 26 de octubre de 2014.
Un dato relevante es que esta va a ser la segunda vez de la época posdictadura en que el partido de gobierno llega a la elección con la sombra del presidente anterior en condiciones de competir. La vez anterior fue en 2004, cuando el dos veces primer mandatario Julio Ma. Sanguinetti declinó la posibilidad. Diez años después, Tabaré Vázquez tendrá ante sí la obligación de decidir qué hace. Seguramente lo hará en función del contexto, de la gestión de gobierno, de cuánto crezca o se desgaste el actual presidente, cuánto crezca o se debilite en la sombra su propia figura. Cómo va a jugar todo este periodo el anterior presidente es un tema en sí mismo.
Lo realmente significativo más allá de lo que efectivamente haga el anterior mandatario es que la oposición parte del supuesto de que Vázquez va a ser el candidato del oficialismo y, por tanto, su seguro competidor.
Pero está esa coincidencia y aparecen las divergencias: parte de la oposición cree que es inexorable el retorno del oncólogo a la primera magistratura y que por tanto su propia competencia se centraliza o limita en lograr el liderazgo de la oposición; otra parte en cambio cree que el Frente Amplio va a ser vulnerable tras dos periodos de gobierno, y que por tanto lo que está en juego es el premio mayor. Este es uno de los primeros desafíos estratégicos: optar por cuál será el escenario hipotético.
El otro, es el juego de figuras en pos del liderazgo de la oposición. A esta altura, sujeto a todos los avatares que pueden ocurrir a lo largo de 48 meses, el supuesto es que el Partido Colorado tiene un liderazgo incontestable. Por tanto, el tema se reduce a uno solo, o nada menos que a uno sustantivo: cómo posicionarse para disputarle la primacía de la oposición al nacionalismo.
Para ello Bordaberry presenta un menú claro:
- Rechazar la percepción de la existencia de dos grandes bloques en el país (FA de un lado, partidos tradicionales del otro) y luchar por presentar un escenario tripartidista. De donde, bajo ningún concepto aceptar ninguna posibilidad de fusión ni de alianza de ambos partidos históricos.
- Como forma de debilitar esa percepción bipolar, confrontar alternativamente con la izquierda y con el nacionalismo, pero especialmente con éste, como forma de generar la imagen de tres actores equidistantes entre sí.
- No dar por sentado que el Partido Nacional está consolidado como el principal contrincante del Frente Amplio y disputar el imaginario del liderazgo de la oposición. Por eso, como etapa inicial, Bordaberry va por la contraposición constante y en toda oportunidad con el nacionalismo.
El Partido Nacional tiene un tema adicional. No tiene un liderazgo por encima de toda contestación, por lo que la lucha por el liderazgo partidario y la candidatura presidencial es un primer tema o una primera etapa.
Paralelo al otro, la lucha por mantener el liderazgo opositor. De donde surgen tres tipos actorales: Larrañaga, Lacalle y el conjunto dispar de nuevos pretendientes. Jorge Larrañaga ha desplegado sus cartas con absoluta claridad. Juega como si ya hubiese sido designado candidato presidencial único y sucesor en el liderazgo partidario.
A su vez, sus mensajes dejan un supuesto inequívoco: la competencia es entre un oficialismo que va a estar representado por Tabaré Vázquez y una oposición que toda ella no tendrá otro camino que ir detrás de sí. Con ello busca deslegitimar las aspiraciones de Bordaberry al liderazgo opositor, dar por supuesto el retiro de Lacalle y dejar sin espacio a nuevos pretendientes.
A la vez, al dar por válida su primacía, asfixiar toda posible rebelión o escisión en sus propias filas. Y así como en la segunda mitad del año pasado los opositores elevaron la figura de Vázquez como forma de contraponerlo a la de Mujica, hoy es muy claro cómo Larrañaga juega a un apoyo al nuevo presidente en todo aquello en que éste difiere o borra lo hecho por su antecesor. Es que apoyar a Mujica no produce costos, siempre y cuando el precio lo tenga que pagar Vázquez.
El combate de Larrañaga es en realidad a muchas puntas, pero todas ellas quedan subsumidas en una sola, si el objetivo estratégico se logra: que los uruguayos consideren ineluctable optar entre Vázquez y Larrañaga.
Luis Alberto Lacalle es el líder de la oposición, presidente del nacionalismo, cuyo retiro se daba como un hecho. Pero la forma de proceder del ex presidente, su dinamismo en el Senado, la impronta fuerte de sus planteos, hace pensar más en un líder en actividad que en un Fraga Iribarne, un hombre todavía en lucha y no camino al retiro.
Como el futuro de Lacalle es una incógnita, hay una larga fila de aspirantes a la sucesión, o a abrir un camino propio y diferente, a disputar el liderazgo no solo con el líder sino con quien se siente el sucesor ungido, es decir, con Larrañaga. Nombres hay muchos, desde los que ya aspiraron a la candidatura presidencial del entonces herrerismo hasta 2007 ó 2008 (Heber, Chiruchi, Vidalín) pasando por figuras entonces vistas en reserva para un recambio futuro (como Penadés) o líderes sectoriales que transitoriamente resignaron su postulación (como Gallinal) hasta nuevos desafiantes (como Analía Piñeyrúa o el propio Luis Alberto Lacalle Pou)
Como dicen por estos días los relatores y comentaristas de fútbol, los equipos están en la cancha.