Análisis Político

Cinco años es muy poco tiempo o las dificultades de programar el gobierno ya en el Gobierno

Análisis político de Oscar A. Bottinelli, director general de Factum.


Cinco años parece mucho tiempo, como que son 60 meses o 1.826 días. Pero en realidad, el tiempo útil de gobierno es mucho menor. Para empezar hay que descontar el último año centrado en la campaña electoral; y también el año anterior, en el que no hay espacio para impulsar nuevas iniciativas, sino tan solo para avanzar y concluir lo ya iniciado. El tiempo del desarrollo de proyectos se reduce a los tres primeros años, de calendario civil, que en buen romance significan 34 meses, período que la literatura política ha consagrado como "los mil días". Ese es el tiempo total de gobierno, el tiempo para trazar objetivos, diseñar proyectos, evaluar viabilidades, poner en marcha las iniciativas y avanzar lo suficiente como para que pudiere esperarse no se detuviesen. En ese juego de los números mágicos, hay otros dos consagrados en la literatura política: "los primeros cien días", que es el tiempo para impulsar todos los proyectos madre de un gobierno, y "los primeros trescientos días", que marcan el final para pensar proyectos y formular iniciativas. Lo que en ese momento no comenzó, ya quedó fuera.

Los partidos políticos, todos ellos, cuentan con importantes y numerosas "comisiones de Programa", además de similares entidades en al menos todos los sectores importantes. Además existen muchas fundaciones y centros de estudio paralelos a los partidos, sectores y candidaturas, que se supone ofician de "think tanks", es decir, de núcleos de elaboración de pensamiento, proyectos,  propósitos y objetivos. Durante las campañas electorales, es decir, a lo largo del tiempo que va desde el lanzamiento de las candidaturas hasta las elecciones, esos productos de comisiones de programa y centros de estudio se transforman en libros y folletos, y son la base de seminarios, conferencias, mesas redondas, presentaciones en medios de comunicación. Todo indica que cuando un gobierno es electo afina ese programa, y a partir del 1° de marzo comienza su puesta en práctica.

Se supone que cuando la ciudadanía vota un cambio de partidos apuesta a que haya en mayor o menor grado un cambio de programa, y que cuando reelige al mismo partido apuesta a que también en mayor o menor grado se continúe el programa, los proyectos, los objetivos y la obra del gobierno anterior. La enorme ventaja que lleva un partido reelegido sobre uno alternativo, es que aquél cuenta con las ventajas de los aciertos y los errores del periodo anterior, y cuenta con todos los estudios y ensayos de sus predecesores.

Aquí termina la teoría y comienza la observación práctica. Desde la restauración institucional se han instalado en el país seis gobiernos, dos de los cuales han sido continuidad del mismo partido* . Si a un observador lejano se le plantea el ejercicio de detectar cuándo en los seis gobiernos hubo continuidad de partido y cuándo ruptura, tendrá un serio problema. La gran mayoría de los gobiernos, cuatro de los cinco (para excluir al primero, que por esencia era rupturista, al suceder a un gobierno militar), se han visto a sí mismos como refundacionales, como cambio y ruptura. Tan solo uno puede verse como esencialmente continuador, y precisamente no por ser del mismo partido de su antecesor.

Un fenómeno dominante en el actual gobierno, perceptible en varios gobiernos anteriores, es que asumen el poder con grandes ideas fuerzas, pero las mismas no van siempre acompañas de proyectos concretos, de planes de realización, de estudios de viabilidad, ni mucho menos de análisis de fuerzas, de factores propiciatorios y de factores refractarios. Y que mucho de lo que deja el gobierno anterior queda rápidamente de lado. Así surge al desnudo, en éste y en otros gobiernos, que las comisiones de programa elaboran fundamentalmente catálogos de buenos propósitos, no verdaderos programas, lo mismo que los centros de estudio. Es recién en el gobierno cuando el objetivo genérico se transforma en objetivos concretos, y se trazan los planes, programas, estudios de viabilidad y cronogramas. Ocurre entonces que el tiempo que debió destinarse antes, durante la lucha por el poder, se consume en el propio gobierno, que los "primeros cien días" son días de estudio, diagnóstico y planificación, que el primer año se consume en parar al gobierno en la cancha, y así el tiempo útil de gobierno, de por sí estrecho, resulta todavía más reducido de lo necesario.

Los tiempos de bonanza económica sirven para ocultar estos fenómenos, mientras que los tiempos de crisis los presentan en carne viva y agigantan. Ahora bien, lo que no se hizo antes ahora ya es tarde, y lo más que puede hacer el gobierno es acelerar los tiempos para recuperar lo más perdido, para resistir todo lo posible el achicamiento del tiempo útil de gobierno. Lo importante en términos estratégicos es que alguien tome nota de que el país necesita partidos fuertes, organizados, que por sí solos o a través de centros de estudios, de "think tanks", elaboren los proyectos concretos que posibiliten comenzar a gobernar en el minuto siguiente a la promesa del mando.

La otra lección importante surge del discurso del presidente Mujica ante la Asamblea General: ver los tiempos como un largo y único proceso de continuidad, más allá de hombres y de partidos, donde lo proyectado y realizado por unos es el punto de partida de la proyección y realización del siguiente.

Este gobierno en tres o cuatro áreas se ha estrenado con planes y objetivos concretos, con diagnósticos precisos, objetivos claros y planes viables. Pero en otras áreas no aparecen tan claros los objetivos, o si son claros los objetivos no aparece claro la existencia de planes realizables.


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* En 1999, el Colorado; en 2009, el Frente Amplio