Politólogo Adolfo Garcé: que Lugo haya sido depuesto por el Congreso "tiene algo de bueno"
El politólogo Adolfo Garcé opinó sobre la crisis política actual que atraviesa Paraguay, cuando el por entonces presidente de ese país, Fernando Lugo, fuera destituido de su cargo por el Congreso. Entre otras cosas, dijo que "antes caía la democracia, ahora cae el gobierno". Para profundizar sobre los dichos del politólogo, En Perspectiva dialogó con Garcé sobre su visión "optimista" de esta crisis. "Que un presidente sea depuesto por el Congreso tiene algo de salvable, algo nuevo, algo de bueno, en esta América Latina de presidentes extraordinariamente fuertes que manejan con discrecionalidad las políticas", apuntó el especialista.
(emitido a las 7.47 Hs.)
EMILIANO COTELO:
"Hay una diferencia enorme y fundamentalísima, antes, en América Latina, caía la democracia, ahora lo que cae es el gobierno".
Esta frase está contenida en una columna del politólogo Adolfo Garcé, publicada hoy en el diario El Observador a propósito de lo ocurrido en Paraguay. La nota se titula: "Las nuevas crisis políticas de América Latina". Es una nota interesante que vale la pena tomar porque le da al caso paraguayo perspectiva, lo ubica justamente en un contexto.
Empieza diciendo "Cayó Fernando Lugo. De inmediato, los demás presidentes rodearon al depuesto. En todos lados sonó la alarma: ciudadanos y políticos, medios de comunicación y partidos, montaron guardia rápidamente demostrando que los reflejos democráticos siguen funcionando a toda velocidad. Tantos años de dictaduras, tantas penurias para conquistar la libertad, evidente y afortunadamente, no han pasado en vano. Pero la sana obsesión antigolpista no debería hacernos perder de vista que, entre las crisis de otrora y las de ahora, hay una diferencia enorme y fundamentalísima: antes caía la democracia, ahora cae el gobierno".
Sigue diciendo Garcé: "La democracia en nuestro continente, durante el siglo XIX y buena parte del siglo XX, ha brillado por su ausencia. En el siglo XIX, después de las turbulencias que siguieron a las luchas por la independencia, se consolidaron regímenes políticos que, para evitar el riesgo de la anarquía, no dudaron en concentrar el poder en manos de los presidentes, obstaculizando los controles cruzados entre los distintos poderes inherentes al presidencialismo, y obturando la construcción de poderes locales.
Durante el siglo XX, en general, la democracia siguió sin poder consolidarse. Los reclamos populares de inclusión social derivaron en dos tipos de regímenes políticos no democráticos: a veces constituyeron la base social de regímenes populistas (que incluyeron políticamente a los trabajadores, pero excluyeron a los sectores tradicionalmente acomodados); otras veces propiciaron golpes de Estado orientados a preservar los viejos y abundantes privilegios de las clases altas".
Sigue anotando Garcé: "La democracia recién se transformó en régimen político predominante en América Latina a fines de la década de 1970, cuando una tras otra, fueron cayendo las dictaduras. Los gobiernos han pasado a ser regularmente electos en sufragios libres. Los partidos de oposición son tolerados. Las libertades políticas y civiles, en general, son respetadas. Desde luego, persisten problemas muy serios. La calidad de la democracia en la región, como tantos informes e investigaciones han señalado, sigue por debajo de lo deseable. Subsisten problemas sociales: con el 30% de los latinoamericanos sumergidos en la pobreza sigue siendo difícil construir ciudadanía. Subsisten problemas institucionales: en demasiados países los gobiernos siguen ejerciendo presiones sobre los sistemas judiciales y medios de comunicación. Subsiste la fragilidad de los partidos políticos: con partidos efímeros es muy difícil construir democracias representativas estables. Subsiste, como acabamos de ver en Paraguay, la inestabilidad política".
"Como sintetizó brillantemente hace unos años nuestro colega, otro politólogo, Aníbal Pérez-Liñán, tenemos democracias estables, con gobiernos inestables. Desde la caída del presidente Hernán Siles Suazo en 1985 en Bolivia hasta ahora, 16 presidentes electos por el pueblo no pudieron culminar sus mandatos". Garcé repasa esas situaciones, "algunas veces renunciaron ante la gravedad de los problemas económicos y sociales como Raúl Alfonsín en 1989 y Fernando De la Rúa en 2001, en Argentina. Otras veces fueron destituidos por el Parlamento como Lugo en Paraguay o por el Poder Judicial, luego de una decisión del Poder Legislativo, como José Manuel Zelaya en Honduras en el 2009. A veces la movilización social y las protestas callejeras fueron fundamentales como en el caso de Carlos Andrés Pérez en Venezuela, en 1993, o en el Gonzalo Sánchez de Losada en Bolivia en 2003. En algunos casos, como en el de Fernando Collor de Mello en Brasil, las denuncias de corrupción fueron decisivas en la crisis de legitimidad que precedió al decisivo juicio político en 1992".
Y ya en el final de la nota dice Garcé: "Que tantos presidentes electos por la ciudadanía no hayan podido terminar sus mandatos (destituidos por no poder manejar situaciones delicadas o acusados de corrupción) habla a las claras de la entidad de los problemas que todavía persisten en la mayoría de los países de la región. Pero todo lo que resta por hacer para transformar, de una buena vez, nuestras democracias imperfectas en repúblicas cabales no debe hacernos olvidar que, durante las últimas tres décadas, la región ha experimentado un vuelco político extraordinario. Antes los presidentes clausuraban los parlamentos, ahora son los parlamentos los que se animan a enjuiciar y destituir a los presidentes".
La nota tiene algún párrafo final, pero me detengo para darle los buenos días al politólogo Adolfo Garcé.
Me pareció bueno repasar estos párrafos de tu columna y llamarte porque quizás es tu temperamento, tu personalidad. Pero has elegido centrarte en la crisis de Paraguay con una visión "optimista", viendo el vaso medio lleno, ¿cómo es eso?
ADOLFO GARCÉ:
Sí, puede ser que esté condenado al entusiasmo y al optimismo, puede ser que esté equivocado también. Veo que América Latina sigue, lamentablemente, con la tradición bolivariana de tener monarcas, de tener reyes con el nombre de presidentes. Que un presidente sea depuesto por el Congreso tiene algo de salvable, algo nuevo, algo de bueno, en esta América Latina de presidentes extraordinariamente fuertes que manejan con discrecionalidad las políticas.
La historia de América Latina es la historia de las dictaduras. América Latina no es Uruguay, en donde afortunadamente las cosas han transcurrido por otros caminos desde el siglo XIX en adelante. Pero América Latina es un continente de dictaduras, de presidentes extraordinariamente poderosos, muchísimo más que los presidentes norteamericanos. Se supone que en América Latina copiamos el formato de presidencialismo norteamericano, pero en realidad lo invertimos. Los presidentes norteamericanos son débiles y los nuestros son demasiado poderosos.
Cuando aparecen congresos destituyendo a presidentes, uno no puede alegrarse porque hay una crisis política. Pero uno puede pensar que se está empezando a equilibrar el esquema institucional, los congresos están empezando a tomar más fuerza que antes, y esto implica el comienzo del fortalecimiento del sistema democrático en la región.
EC Tú dices en la nota: "Antes, durante los golpes de Estado, los ciudadanos eran perseguidos y reprimidos por policías y militares que buscaban desmovilizarlos. Ahora les tocó a los presidentes ser acorralados por las demandas y movilizaciones de los ciudadanos".
AG Yo no me puedo alegrar de que caiga un presidente como [Fernando] De la Rúa, con la gente en la calle diciendo "que se vayan todos", como pasó hace diez años, con lo que pasó en Bolivia, o en otros países. Pero antes eran los presidentes, apoyados por minorías políticas y sociales, los que reprimían a los ciudadanos. Ahora los ciudadanos están en la calle reclamando por sus derechos y exigiendo que el presidente cumpla sus promesas. Algo ha cambiado para bien. Cuando examinamos algunas crisis políticas recientes, no podemos perder de vista la historia del autoritarismo en América Latina.
EC Si vamos al caso concreto de Paraguay, ya que mencionabas el comportamiento del parlamento y de la ciudadanía, tenemos un parlamento que fue el activo, el que llevó adelante el proceso y destituyó al presidente. Y a la ciudadanía con un comportamiento apático. No es que no haya habido movilizaciones, pero ante una crisis como esta, todos esperábamos más manifestaciones en apoyo al presidente y no ocurrió, ¿entonces?
AG Hay que ir de país a país para ver lo que está pasando en cada lugar. En algunos países la gente presiona sobre el poder ejecutivo y le pide su destitución, y a menudo la obtiene. En otros casos, los parlamentos, o el poder judicial. Lo esencial es que la política latinoamericana no pasa exclusivamente por las decisiones y los caprichos de los presidentes. Hay otros actores que balancean, que chocan contra los presidentes, y eso es el comienzo de la consolidación y de la profundización de las democracias en nuestra región.
EC - ¿Puede hablarse de golpe de Estado?
AG Yo creo que sí. Habría que resolver la expresión: golpe de Estado es una interrupción de la democracia. Si en Paraguay no hay elecciones como está establecido en la Constitución, se empieza a perseguir a los partidos de oposición, se empieza a presionar o a clausurar medios de comunicación y se atenta contra las libertades políticas y civiles, más que de una crisis política, estaríamos hablando de una crisis de la democracia y de un golpe de Estado. Lo que hay es una crisis política importante de la que no hay que alegrarse, pero tampoco hay que olvidar que hay un abismo entre esto y lo que pasaba en las décadas del 40, 50, 60 y hasta en la década del 80.
¿Una crisis política se puede transformar en una crisis de régimen, en una caída de la democracia? Puede. No creo que sea lo que vaya a pasar, estamos en una época completamente distinta en América Latina.
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