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Documento: Carta del Dr. Juan Carlos Blanco escrita desde Cárcel Central (Diciembre de 2012)


Han finalizado las dos causas penales que se me seguían y he sido condenado a veinte años de prisión en una y a treinta en la otra -ya he estado preso por más de seis- todo lo cual a mis 78 años tiene un cierto tono de humor negro. He guardado silencio en la esperanza de una justicia que no fue.

Soy inocente.

Ningún fallo ni ningún tribunal podrán cambiar esa verdad ni alterar mi absoluta paz de conciencia.

No participé en ninguna actividad represiva, en Uruguay o en cualquier otro país.

Tampoco tuve participación en la denunciada coordinación internacional de actividades represivas.

No participé en la elaboración de ningún plan represivo ni en la formación de aparato represivo alguno. 

No tuve ninguna participación en la decisión, planificación o consumación de los delitos por los cuales se me ha condenado ni en ningún otro delito.

No participé en ninguna reunión del Cosena o de cualquier otro grupo, oficial o no oficial, en la que se discutiera acciones a tomar contra personas determinadas o indeterminadas. Si es que las hubo.

No hay prueba alguna que desmienta mis afirmaciones precedentes: son la verdad.

¿Acaso en el Uruguay de hoy es el acusado quien debe demostrar su inocencia? ¿O, acaso, el solo hecho de integrar un gobierno hace penalmente responsable por los hechos delictivos ocurridos en su transcurso? Si esto es así ¿para qué hacer juicios?

A falta de elementos que liguen mi persona a los crímenes se acude a suposiciones que saltan a cada momento en los fallos –debió o pudo saber, no pudo ser de otra manera- o se me describe y presenta, y hasta se me califica, en términos tales que todo se puede creer de semejante personaje: fanático, extremista, monstruo, bestia, gestor de un plan de aniquilamiento, constructor de un aparato represivo que sigue matando solo y, como no podía faltar, mendaz.

Una retahíla que, de no ser para fines infaustos, sería abiertamente cómica. Y que, por añadidura, tampoco se prueba.

En efecto luego de desempeñarme durante más de cinco años en la cancillería, tres como embajador ante la ONU, cinco como senador y siete como periodista, actividades en las cuales he emitido miles de opiniones, no se aporta ni una sola línea mía con expresiones que respalden semejante caracterización.

Sin olvidar que no procede una condena penal basada en adjetivos y suposiciones. O en meras manifestaciones.

Tampoco es fundamento para la condena de una persona la animadversión u hostilidad o el odio –sentimientos que afloran a cada paso en las sentencias-hacia el régimen político en el cual el acusado actuaba. Aun si esos sentimientos fueran justificados, no son prueba de que el imputado haya intervenido en actos delictivos concretos. No cabe "castigar" al régimen –por lo demás ya pasado hace casi treinta años- con la condena a una persona determinada cuya vinculación con el acto punible no está demostrada.

Parece perfilarse la aplicación de un "derecho penal del enemigo" donde el acusado está condenado de antemano o cuando el juez –como lo ha dicho- "siempre tiene referentes sociales e integra grupos sociales" y con su decisión hace coercibles "las convicciones de las grandes mayorías o de los grupos sociales poderosos". Otra vez entonces, la pregunta de para qué molestarse con el juicio.

Pese a todo y gracias a Dios, no guardo odio ni rencor. Perdono a quienes me han hecho y me hacen mal aunque no me lo pidan. Los tengo en mis oraciones y extiendo hacia ellos la mano de la reconciliación y del perdón. Aunque no encuentre reciprocidad.

Creo que sólo en la unidad los uruguayos podremos alcanzar un destino superior.

Destino al cual siempre dediqué mis mejores esfuerzos, según aprendí de mis mayores, y a ello me apliqué durante mi gestión ministerial como lo muestra una obra que no se puede desmentir. En eso estuve trabajando esos 5 años y no en las perfidias que se me atribuyen.

Por eso sería para mí una satisfacción si al menos estas injustas condenas sirvieran para desfogar el odio de los violentos, odio que separa y opone.

No tengo poder político.

No tengo riqueza material.

No integro "grupos sociales poderosos", ni estructuras u organizaciones que me den apoyo incondicional.

No me quejo: es el precio de mi independencia. Y es también su riesgo.

Me respalda, sí, la verdad. Aunque hasta ahora no haya sido suficiente, me basta.

El Señor me ha bendecido con el amor y la solidaridad de mi familia y de amigos cercanos y leales a quienes agradezco y quiero.

Aprecio y agradezco también, de todo corazón, el apoyo notable de las personas que -sin conocerme o conociéndome apenas- me han testimoniado su confianza y su respaldo. Ninguna de ellas sucumbió a la furia de la leyenda y se atrevieron a enfrentarla: han conocido la verdad de mi persona. Y les digo a todos que no han confiado en vano.

La reconciliación y el regreso a la unidad después de los conflictos solía ser la conducta habitual entre nosotros.

Aunque ahora el talante parece ser otro, permanece en mí incontaminado ese rasgo nacional que nos dio a los uruguayos como sociedad política un perfil superior. A todos mis compatriotas, sin excepción, el saludo de la paz.