Apuntes de la campaña (1): Guerras sucias y puentes en peligro
Por Emiliano Cotelo
(Emitido a las 08.30)
Las acusaciones lanzadas en estos días contra el doctor Jorge Larrañaga cambiaron, sin duda, el tono de la polémica electoral. ¿Caímos en una "guerra sucia", como se denunció desde el Partido Nacional (PN)? Puede ser. Pero una campaña se parece bastante a una guerra, y en una guerra resulta muy difícil establecer los límites. En Estados Unidos, por ejemplo, asuntos del estilo de este subsidio -y otros menores aún- forman parte natural del debate todos los días.
Personalmente, creo que se trata de una acusación desmedida. Buena parte de los políticos utiliza este tipo de compensaciones. Porque en realidad en el análisis habría que tener en cuenta también otras herramientas de financiamiento indirecto de las campañas por parte del Estado, como por ejemplo los pases en comisión, el empleo de la infraestructura de los despachos de diputados y senadores, o poder dedicarse a la campaña con la tranquilidad del sueldo de legislador mientras corre el receso parlamentario (recordemos que los candidatos que aún no han sido electos no cuentan con ese privilegio). En fin, creo que ningún partido puede decir: "Yo no tengo nada que ver". Por eso, para mí, este tema apareció sobredimensionado.
Pero, nos guste o no nos guste, en una campaña electoral ningún competidor corre solo: el contrario también juega. Estas jugadas serán más o menos caballerescas, pero la experiencia indica que los planchazos siempre terminan existiendo. Y por eso hay que cuidar cada paso para no dejar flancos abiertos. Así de duro es este negocio. En este caso, Larrañaga dejó un flanco y algunos dirigentes de la izquierda decidieron aprovecharlo.
Ahora: vamos a no confundirnos. Las guerras sucias no se agotan en líos como el de esta semana. Hay otra variante, por citar una, que consiste en tergiversar planteos del adversario para después criticarlos o directamente ridiculizarlos. Y este tipo de prácticas ha tenido más de una vez como víctima al Encuentro Progresista-Frente Amplio (EP-FA), que en estas elecciones se las ha ingeniado para llevar casi siempre la iniciativa. Por ejemplo, le ocurrió hace pocos días a raíz de su propuesta para facilitar el uso de fondos de las Afap con destino a la construcción de viviendas. Fue comprensible el malestar del economista Walter Cancela cuando reaccionó ante los cuestionamientos que su iniciativa había despertado entre dirigentes de los partidos tradicionales. Efectivamente, su planteo había sido simplificado, sacado de contexto y demonizado. Daba para fastidiarse.
Pero el EP-FA optó por el contraatacar con un aviso que subió la apuesta de manera severa. El titular fue: "Batlle y Larrañaga mienten juntos". Un planteo de por sí muy duro, por el uso del verbo "mentir" dirigido contra el presidente de la República, pero que, además, cortaba grueso: buscando aprovechar el episodio para tratar de identificar a Larrañaga con el gobierno, metía al candidato blanco en la lista de quienes habían salido al cruce de la propuesta de Cancela, cuando Larrañaga no había expresado ese rechazo.
Claro, a esta objeción a ese aviso la izquierda podrá replicar: "¡Vaya por tantas veces que se han distorsionado y banalizado nuestras posiciones!". Y del lado de los partidos tradicionales, y sobre todo del gobierno, se podrá retrucar: "Vamos, si son ustedes quienes caricaturizan siempre lo que hacemos, mienten y viven de denuncia en denuncia". Claro, porque, después de todo, ¿cuándo empezó la campaña? ¿Quién tiró la primera piedra?
En definitiva, y mal que nos pese, la campaña electoral no se limita a la comparación de programas de gobierno y aptitudes personales de los candidatos. También es, entre otras cosas, enfrentamiento mediático. Y para esas batallas las armas son múltiples. Las más inocentes: el ruido, el estruendo, la confusión y el enredo; las más crueles: las zancadillas, el enchastre y hasta -¿quién sabe?- el ingreso en las vidas privadas.
Salir del juego limpio puede producir resultados impactantes en el corto plazo. Pero también implica riesgos que no pueden ignorarse. El primero, que la población juzgue negativamente al que pega esta clase de golpes. El segundo, que el afectado devuelva el ataque con la misma moneda, ingresando en una escalada de golpes bajos de alcances imprevisibles. Y el tercero, que es el que más me preocupa a mí: que se afecten seriamente los vínculos entre los partidos o entre sus principales dirigentes.
Los uruguayos la hemos pasado muy mal en los últimos años y tenemos grandes asignaturas pendientes en la reconstrucción del país. Para esa tarea, gane quien gane, todos tenemos la esperanza de que, ahora sí, puedan producirse entendimientos interpartidarios amplios para enfrentar los problemas fundamentales. Con jugadas vistosas como la de estos días, las haga quien las haga, ¿no estaremos dinamitando desde ya esa posibilidad?