El triunfo de la corrupción
Un problema de la política contemporánea es emplear las palabras y las definiciones según de qué lado del mostrador se encuentre el gobernante de turno. Esto vale para todos. Y ejemplos tenemos todos los días. Lo que ocurrió en Brasil ¿fue un golpe? Técnicamente no porque es un recurso comprendido en la Constitución. Pero vale señalar que el impeachment está vigente desde 1979 en una Constitución de la dictadura .
31 años pasaron desde el final de la misma en 1985 y ningún gobierno se propuso eliminarlo o modificarlo. Lo dijeron anoche varios senadores oficialistas que parecían haber caído en la cuenta de su error. Collor de Mello reseñó su proceso y destitución, y recordó que se hizo en forma sumaria, no como ahora con Dilma.
Y si bien sobre él pesaban graves cargos por corrupción, lo cierto es que la Justicia jamás lo condenó. Pero entonces en primera fila estaban Lula y el PT reclamando en la calle la renuncia de Collor. Tal cual está ahora la derecha reclamando la renuncia de Dilma.
¿Tenían razón aquellos? ¿tienen razón estos? La diferencia seguro, es el lugar del mostrador en que se encuentran.
El asunto es que esto bastardea la política. Esa es una de las claves de la política contemporánea: la ausencia de principios. Allá como, en todos lados , se justifican señalando que antes era peor. Pero la política también es el arte de convencer
¿Dilma es corrupta? No existe ninguna evidencia de ello. Pero si es cierto que modificó los grandes números del Estado para no dejar en evidencia la crisis económica que vivía el país y en consecuencia no se viera afectado su seguro triunfo en las elecciones. O sea como presidenta tomó medidas para favorecer a la candidata.
Si los uruguayos hubieran sabido antes de octubre de 2014 cuál era la magnitud de la crisis de Ancap ¿hubiera ganado el Frente Amplio? Ninguna de las dos cosas se pueden asegurar. Pero la secuencia alienta la sospecha.
A uno le queda la sensación de que progresivamente se van perdiendo las normas institucionales.
Aquello de "lo político por sobre lo jurídico"; es una buena muestra.
Es obvio y lógico que un partido que gana la elección y lo hace por mayorías considerables tiene el derecho y la obligación de llevar adelante su proyecto político. Pero al aceptar las reglas de la democracia esta obligado a respetar la Constitución y las leyes. Y si no está de acuerdo, debe convencer y cambiarlas.
Este es uno de los fracasos del progresismo, esta nueva denominación de la izquierda para ser tolerada: pretender llevar adelante un modelo de cambio con las leyes elaboradas por sus adversarios e incorporar a sus adversarios al gobierno. El famoso abrazo con las culebras.
Dilma es víctima de eso. Pero para ganar las elecciones Dilma hizo acuerdo con Temer y con Cunha, el corrupto presidente de Diputados. Antes Lula tuvo que sobornar a legisladores – el famoso mensalao – para que le aprobaran sus proyectos.
¿Vale la pena ganar elecciones asi? Yo creo que no, porque cuando se revela públicamente este accionar, el ciudadano se desalienta, se convence de que no hay tantas diferencias entre unos y otros, y ello promueve el descrédito de la política y los partidos con las consecuencias que en Brasil, en Uruguay y en toda América del Sur conocemos tan bien. Sufrimos eso. Pero lo otro que se evidencia en Brasil es el triunfo de la corrupción.
Desde su cargo de Ministra de Minería, Dilma vaciló para enfrentar lo que ocurría con Petrobras. Pero como presidenta – vale señalarlo – apoyó con todo su poder el accionar de la Justicia.
¿Temer hará lo mismo? Bueno, yo creo que no. Tengo muchas razones para creer que no. En principio porque varios dirigentes de su partido están acusados y si no los sostiene, él mismo podría terminar como Dilma.
La secuencia de los hechos que llevaron a la destitución de Dilma comenzó con el escándalo de Petrobras y el lavajato. Eso sumió en una crisis económica brutal a Brasil y por eso Dilma maquilló los números para, reitero, no perder las elecciones.
La corrupción es problema desde los orígenes de Brasil como Estado, no comenzó con el PT y con Lula. El problema es que estos no hicieron nada o hicieron poco, para combatirla. Y ese es uno de los problema del mundo contemporáneo.
La corrupción carcome estados, pero el poder que termina sirviéndose de ella, desvirtúa el problema. Lo plantea como un problema moral. Y en realidad si es eso. Pero también es un gravísimo problema institucional y político.
La columna de Carlos Peláez