La única revolución posible es la ética
Estas dos últimas semanas han sido especialmente ilustrativas sobre la calidad de nuestra polÃtica. En principio porque harta identificar la existencia de un discurso público y otro privado. Ambos tan diferentes que terminan de situarnos ante la gravedad del problema, la imposibilidad de resolverlo y el reconocimiento de que las situaciones son insostenibles.
La esposa del Ministro del Interior, y por si fuera poco también diputada, se reúne con personas calificadas como delincuentes por su marido y hace gestiones para ellos. Nadie con autoridad se inmuta por ello.
El senador Leonardo De Leon se indigna nuevamente por lo que califica como "persecusión contra su lÃder";. Pero no explica, por ejemplo que harÃa él ante una situación denunciada por el contador Jorge Pérez.
¿AutorizarÃa el pago de facturas ilegibles? Tampoco reconoce que Ancap cambió todo el sistema de aprobación del pago de facturas, después de esta denuncia y creó una sección exclusiva para los Contadores Delegados que no existÃa antes, para asegurarse que se aprueben bien (después de la denuncia), y se pasó a pagarles un "plus" a quienes desarrollan las dos tareas (Contador para Ancap, y para el Tribunal de Cuentas).
En realidad De León deberÃa empezar por reconocer que la actuación de su lÃder y la suya propia provocaron una pérdida de 900 millones al ente y un posterior ajuste fiscal.
Pero no sólo en Ancap sino en otros varios organismos se patotea a los funcionarios. Se toman represalias. Se les provocan graves problemas de salud. Mientras se protege a quienes actúan mal o en beneficio propio.
No son pocos los que ya sostienen que el Estado ha servido – como siempre – para acomodar amigos o compañeros. Se supone que esta era una de las mayores crÃticas que la izquierda hacÃa a los partidos tradicionales, bajo la denominación de "estado clientelÃstico";. Con todo derecho deberÃamos concluir en que tanto remaron para llegar a la misma orilla.
Es cierto que hay diferentes puntos de vista, opiniones, filosofÃas y propuestas polÃticas, todas propias del sistema democrático. Pero el debate polÃtico público transcurre sobre otras preocupaciones.
Esas diferencias y ese debate se unifican en un solo concepto: lo que está mal, está mal. Y aquà es donde ingresa la concepción ética de la polÃtica. Una concepción que hoy con mucha evidencia necesita de una revolución.
La columna de Carlos Peláez