Lula, los uruguayos y la corrupción
Lula. Hay algo muy obvio en la situación que atraviesa el ex presidente brasileño Luiz Inacio Lula Da Silva, que no ha sido considerada por ninguno de los opinadores y analistas.
Por Carlos Peláez.
Petrobras, la empresa semipública, origen del Lavajato cuenta con directores nombrados por el gobierno. Ellos debían controlar las acciones de la empresa. El 4 de febrero del 2015 la entonces presidenta Dilma Roussef destituyó al Consejo de Administración de Petrobras obligada por los actos de corrupción que comenzaban a irrumpir. Pero curiosamente la propia Roussef fue Ministra de Minas y Energía, de quien también dependía Petrobras, entre el 2002 y el 2010 y luego Jefa de Gabinete cuando comenzó la investigación del Ministerio Público. O sea Lula sabía, o debía saber, lo que pasaba.
La mayoría de la plana mayor del PT, incluso algunos ex integrantes del primer gobierno de Lula, están procesados y presos. Unos por el "mensalao" y otros por el Lavajato. O sea Lula sabía, o debía saber, lo que pasaba.
El BNDES (Banco Nacional de Desarrollo) la mayor institución financiera pública dependiente del Ministerio de Desarrollo, Industria y Comercio Exterior y cuyo presidente es nombrado por el presidente de la República, entregó decenas de millones de dólares sin ningún control a un grupo de empresas que crearon un "cártel de la corrupción";. Por lo que fue una pieza clave en el Lavajato. O sea Lula sabía, o debió saber, lo que pasaba.
Cuando ganó Dilma en el 2011 prometió corrupción cero. Ella llegó después de dos períodos de gobierno de Lula que comenzaron en el 2003. O sea Dilma sabía lo que pasaba.
Entonces, si Lula no es corrupto por lo menos fue inepto, o peor, cómplice.
Es cierto, la ineptitud no es causa penal. Pero si lo es el manejo fraudulento de los fondos públicos. Y de todo el asunto, no sólo del procesamiento de Lula, surge con claridad que hubo mucha gente complotada para beneficiarse: dirigentes políticos del PT y de todos los partidos, parlamentarios, empresas, directivos de Petrobras y del BNDES. El presidente no podía ignorar lo que ocurría.
Si fueron las "reglas del juego" o su decisión de proyectar a Brasil como potencia mundial y para eso necesitaba también que las empresas fueran importantes, sobre todo en la región, tal vez sea un asunto para la historia y que también corresponde definir solo a las ciudadanos brasileños.
Como sea, Lula contribuyó a sostener el estado de corrupción generalizada.
Una vez más queda claro que la corrupción no es considerada un grave problema para el progresismo. Sólo le sirve para desprestigiar adversarios en campaña electoral.
Personalmente, poco me importa si recibió un triplex como coima. Su acción más grave es haber tolerado el saqueo del Estado. Porque el dinero del BNDES pagaba las coimas, que no salían de los bolsillos de los empresarios, sino de los sobreprecios. O sea, los ciudadanos pobres de Brasil fueron doblemente castigados.
Tengo toda la impresión que la debacle comenzó a percibirse no con el Lavajato, sino con el Mundial y las Olimpíadas. Obras faraónicas, con sobreprecios enormes, para ser usadas una sola vez, como ocurrió con varios estadios, entre ellos el emblemático Maracaná. ¿Recuerdan las protestas populares contra esas obras? Por primera vez en la historia el pueblo se oponía a la organización del Mundial.
Para apoyar esas construcciones, el gobierno de Dilma hizo desalojar con la policía favelas en Río porque se necesitaban los terrenos y porque sus habitantes eran considerados un riesgo para la seguridad de los turistas.
Este paquete compró toda la izquierda latinoamericana. Finalmente no hubo ni hambre cero, ni corrupción cero. Pero hoy lloran sobre la leche derramada.
Los uruguayos
Por estas horas es frecuente leer opiniones de ciudadanos que reaccionan ante lo que consideran una injusticia cometida contra el ex presidente brasileño.
Es indiscutible que la oposición, del signo que sea, está al acecho buscando la forma de regresar al gobierno. Pero el problema mayor es que la izquierda le da demasiados argumentos.
Hoy escuchamos a varios dirigentes uruguayos coincidir en que las denuncias "son parte de una campaña para desprestigiar a los gobiernos de izquierda. Se hacen denuncias que no se llevan a la Justicia pero generan opinión".
Parece que perdieron la memoria. Porque cuando el FA estaba en la oposición hizo lo mismo. Se cansaron de denunciar por corrupto a Luis Alberto Lacalle…¿alguna vez lo denunciaron en la justicia?... lo mismo hicieron con Sanguinetti y con Batlle. ¿Alguna vez los denunciaron en la justicia?
En Maldonado denunciaron a Burgueño, a Sanabria y a Antía. Pero jamás los llevaron a un juzgado. Es más, Burgueño y Sanabria eran considerados personalidades. Lo mismo ocurrió cuando un medio de prensa, denunció al actual presidente de la Junta, Rodrigo Blas, por evasor fiscal y una presunta estafa. La mayoría de ediles del FA no quisieron llevarlo a la justicia, aún cuando después lo denunció la DGI.
Han sido los periodistas, que no los políticos, los que han llevado la carga de exponer y denunciar los actos de corrupción, antes y ahora. Con todas las consecuencias.
Es absurdo que ante una denuncia concreta se responda enseguida: "y por qué no se preocupan por lo que hizo fulano" y el fulano gobernó 20 años atrás... Parecería algunos creen que la historia empieza cuando llegan ellos.
Los uruguayos tienen, en general, una mirada partidaria sobre la corrupción. Está bien decir cualquier barbaridad sobre los adversarios, pero no sobre mi partido.
Aunque esta muy claro, que la oposición tiene sus muertos en el placard.
Nuestro país se acostumbró a la corrupción. A pedirle a un dirigente un cargo en el Estado; una tarjeta para un borne; que le quiten multas; a meter a sus hijos en un puesto público; a aceptar como normal la indignidad de tener que hacerse ver en campaña electoral para luego obtener algún beneficio. Lo mismo hacen las empresas: le dan dinero a todos para asegurarse luego que gane quien gane, estarán en condiciones de lograr su tajada.
Esto lo sabe todo el mundo, pero no se aprecia la misma indignación popular.
Lo que nadie parece entender es que la corrupción, y su hija más pequeña, la ineptitud, le quitan recursos a los más necesitados. Hay decenas de ejemplos para corroborar esta aseveración.
Y este es el drama de toda América Latina: gobiernos corruptos, gobernantes enriquecidos, empresas que jamás pierden, y millones de pobres.
La corrupción
Países enteros están siendo destruidos por obra de gobernantes y empresarios corruptos. La carga la llevan los ciudadanos que tienen que pagar más impuestos para recuperar lo que otros se robaron. Y encima sin ningún beneficio o con el deterioro de los servicios públicos.
Es cierto, es parte de la obra del sistema. Pero no solo del capitalista ¿o de donde creen que salieron la mafia rusa o los billonarios rusos del mundo?
Mas bien todo parece ser obra de la condición humana y su ambición.
Entonces, eso no lo podemos cambiar. Pero si podemos protegernos para tratar de minimizar los saqueos.
En relación a sus vecinos, Uruguay parece no tener problemas de idéntica magnitud. Eso no nos hace menos corruptos, solo cambia la escala.
Hay que hacer un esfuerzo para entender que si no lo paramos ya, el próximo "plan cóndor" será el de los corruptos.
Y para eso necesitamos una democracia fuerte y sana; partidos políticos organizados, con propuestas e ideologías; instituciones democráticas y respetables. Y por supuesto, no a cualquiera que por tener dinero, pretenda conducir nuestro destino. Los mesías nunca han sido buena cosa para los países.
Por supuesto, lo fundamental es contar con ciudadanos, educados, responsables y alertas. Podemos debatir, pelear e insultar a todos los que no piensen como nosotros. Eso no cambia nada, solo nos divide más.
El esfuerzo hay que ponerlo en reclamar a nuestros representantes que suspendan sus campañitas electorales y sus míseras batallas por cargos, y asuman su responsabilidad para con quienes los votaron.
Tal vez tres o cuatro vayan presos. Pero eso no cambiará absolutamente nada si no asumimos con honestidad el papel que cada uno de nosotros tiene en la sociedad.
Ni Lula, ni Maduro, ni Trump harán por nosotros lo que no seamos capaces de hacer colectivamente por nosotros mismos.