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Este corrupto es mío y lo defiendo

Este corrupto es mío y lo defiendo

Hace pocos días el fiscal Eduardo Zubía relataba en declaraciones radiales que en su juventud mientras vivía en Francia y con hambre había robado 7 latas de sardinas. Desde entonces – reconoció – es más benévolo con los ladrones de latas de sardinas.

Esa frase de Zubía pasó bastante desapercibida. Sin embargo parece ser reveladora de una situación social muy frecuente.

¿Con qué autoridad voy a criticar a alguien cuando hice lo mismo?

Porque en honor a la verdad: ¿quién no se quedó con el vuelto cuando hacía los mandados? ¿quién no robó un chocolate? ¿quién no se llevó algo de su oficina, aunque más no sea una engrampadora? ¿quién no fue al Chuy a bagayear alimentos o cosas que no podías comprar acá?  ¿quién no compró algo en un free-shop? ¿quién no trabajó en negro alguna vez en su vida? ¿quién no compró algo sin facturas? ¿quién no le pidió un favor a algún político? ¿quién no pidió un trabajito en el Estado para sus hijos? ¿quién no pidió que le quitarán una multa?

Estoy absolutamente seguro que por lo menos dos o tres cosas de estas  todos las hicimos alguna vez en nuestra vida. Y más, algunos seguramente las hicieron todas.  Entonces, si todos hicimos algo incorrecto ¿con qué autoridad íbamos a criticar a otros?

Claro, hoy  tenemos otra percepción social sobre estos hechos. Y aunque a muchos le rechine, esa percepción creció gracias al periodismo y a  muchísimas personas que  aún corriendo riesgos han sido fuentes excepcionales.

Pero hay asuntos más graves. Por ejemplo el golpe de Estado se dio con mucho respaldo ciudadano. Sería necio no reconocerlo. Porque los que combatieron a la dictadura seguramente no pasaron de algunas decenas de miles. Pero hoy parecería que todos fueron luchadores antidictatoriales y que entonces nadie trabajó en el Estado.

Cuando recuperamos la democracia, colorados y blancos no sólo no sancionaron a los golpistas sino que los llevaron en sus listas, los promovieron a cargos de relevancia y entonces así hubo legisladores, ministros, intendentes. Los legitimaron ante la opinión pública.

Tampoco se juzgó a la mayoría de los responsables del terrorismo de Estado.

En 1973 los golpistas se justificaban en un sistema corrupto y se presentaban como luchadores contra la corrupción. Los comunicados 4 y 7 tienen varias referencias al respecto. Fue un exitoso fracaso, porque los militares terminaron tan corrompidos como los que decían combatir.

La democracia llegó llena de expectativas que poco a poco fueron fracasando. Y en estos 33 años hemos visto de todo. Mercachifles y vendedores de estampitas; contrabandistas de frontera y ciudad; varias bibliotecas para entender un mismo asunto; quienes atendieron más su negocio que el de todos. Y también buenas personas que lucharon todo lo que pudieron para no ser tragados por ese sistema. Lamentablemente igualados por quienes buscaban protegerse en la multitud .

Cuando era acusado de coimero, Daniel Cambón se explicaba así: "¿Quién no compró bombones de contrabando en el Chuy?".  Sublime, porque él pretendía que todos creyéramos que era lo mismo pedir dos millones de dólares para adjudicar un Banco que comprar garotos de bagayo.

Los años nos trajeron a corruptos de toda laya y de todos los partidos. Pero así como cometimos actos censurables; como apoyamos la dictadura, como también robamos nuestras 7 latas de sardina, la corrupción se percibe según el grado de simpatía o cercanía que se tenga con los acusados.

Esto ha generado un  lamentable debate público sobre quién es más o menos corrupto.

Pero hay algo peor que es la generalización: ahora son todos corruptos.

Finalmente triunfó la doctrina Cambón.

Sin embargo no hay más corrupción que antes, ocurre que la gente se da cuenta y la castiga mucho más. Su aceptación social ha caído en picada. De hecho, como lo señalamos , la gente se había acomodado a la corrupción, ya sea porque era parte, porque no tenía suficiente información para conocer de su existencia  o porque no tenían modo para enfrentar un fenómeno que sabían que existía pero lo  veían como una fatalidad insuperable.

Pero hoy sabemos que la corrupción ha destruido naciones enteras. Tenemos ejemplos muy cercanos. Sabemos además que no reconoce ninguna frontera ideológica. Hay muchos medios para enterarse; hay organizaciones sociales para enfrentarla.

El experto Pascal Boniface escribía en La Vanguardia de España que "la globalización, con el enorme aumento de la riqueza mundial, de hecho creó más tentaciones. En este contexto, el acceso al poder puede ser la fuente de un enriquecimiento más importante que antes. Pero si la corrupción ha permitido que algunos líderes se hagan más ricos que sus predecesores, no hay muchos más líderes corruptos que antes".

Y agrega: "En la actualidad existe en todos los regímenes, cualesquiera que sean sus formas, una opinión pública y una sociedad civil que, muy a menudo, protesta contra la corrupción, incluso en países donde la ciudadanía no elige directamente a sus líderes. Si el presidente de China, Xi Jinping, ha hecho de la lucha contra la corrupción una prioridad, es porque es consciente de que esta es una preocupación para sus compatriotas. No temió por su reelección, pero sabe que necesita, para gobernar el país, un grado de asentimiento de los chinos, del que Mao Zedong podía prescindir en su tiempo.

Los países emergentes –cuyos sistemas políticos difieren en gran medida– a menudo son los más susceptibles a estos movimientos debido a fenómenos comunes: un crecimiento económico de hace varios años que se ha ralentizado; surgimiento de una nueva clase media que tiene los medios para conocer y ser escuchada. En este sentido, estados como India, Brasil, China, México y Malasia tienen mucho en común, más allá de sus diferencias políticas. Estas sociedades civiles se desarrollan en función de tres criterios: el grado de desarrollo económico, la alfabetización y la historia particular de cada país que ha hecho reaccionar a las poblaciones de una manera concreta", decía Boniface.

Lo que nos espera ahora propone nuevos desafíos a la gente. Si a este corrupto lo defiendo porque es de mi partido, todo lo que ocurrirá es el desprestigio de la organización política.

Si la tendencia sigue siendo igualar a todos sin distinguir a los verdaderamente corruptos, el futuro será de los oportunistas, de los que en medio del descrédito generalizado, verán una oportunidad para hacerse del gobierno aunque no tengan nada para proponer.

Ninguna de las dos cosas serán buenas para la democracia: ni la ausencia de partidos, ni la de dirigentes políticos que puedan conducir los destinos comunes.

Hay que superar los mesianismos, que tanto daño han hecho a nuestras sociedades. Hay que apelar a la responsabilidad colectiva.

Si la sociedad no asume un papel protagónico y deja de ser un mero espectador-comentarista, los corruptos y los corruptores tendrán el campo hecho orégano.

Los ejemplos en un sentido u otro abundan, sólo hay que mirarlos.