Documentos

Entrevista a Wilson publicada por Guambia

Extracto de entrevista a Wilson Ferreira Aldunate publicada en GUAMBIA en 1985 (salió en la Revista 28 y fue reproducido años más tarde, de forma abreviada, en la Revista 142).

(...)

— ¿Usted ya había arreglado su vía de escape del Uruguay?

— No, no, no, mire, eso fue una complicación, fue tremendo... algún día habrá que contarla...

— Se puede contar ahora...

— Sí. En el primer intento, mi mujer y yo nos fuimos al puertito del Buceo y nos metimos en un barco con el cual zarparíamos a Buenos Aires; pero luego de pasar mucho frío y hambre ahí adentro, en una pequeña cabina, el propietario nos comunicó que el motor de la embarcación se descomponía nueve veces de cada diez (risas). Ustedes se dan cuenta qué ridículo tremendo hubiera sido ser agarrado flotando ahí a orillas del puerto (risas y risas) sin posibilidades de avanzar, ni para el norte, el sur, o el este... Una sensación de impotencia horrenda. Entonces dije "ah no, así no". Pensé: el lugar más inverosímil, es el lugar donde hay que ir. Y nos fuimos a la Laguna del Sauce. Antes de lo del barco hicimos cuatro o cinco reuniones intentando organizar la vida de mi partido desde la clandestinidad. Pero era un disparate, porque un partido político democrático está concebido para actuar en la publicidad, se quejan cuando la tienen poca y pintan los nombres de sus afiliados en las paredes. No hay nada más incompatible... Al poco rato ya me di cuenta que aquello era absolutamente imposible. En mi vida política he cometido muchos errores, y tengo algunos aciertos. Pero creo que, donde no me equivoqué, fue en darme cuenta que el campo de lucha en aquello que se iniciaba estaba en la primera etapa, evidentemente, en el exterior, por lo menos para quienes teníamos responsabilidad política de dirección. Allí estuvimos una noche. A la noche siguiente un amigo con un avión, nos recogió en el aeropuerto ese del Jagüel...

_— Perdón, ¿desde el puerto del Buceo a la Laguna del Sauce fue en auto, a cara descubierta?

— Sí. Pusimos cuatro automóviles. Fue de noche: el primer automóvil, si había patrulla, si había control en el camino, frenaba y apretaba reiteradamente el freno, de manera de trasmitir una señal al segundo. Pero si ese segundo era en el que íbamos nosotros, si se daba vuelta era evidente que ahí estaba perdida la batalla, entonces ese segundo hacía lo propio y el tercero era recién el que se enteraba. Pero no pasó nada, llegamos tranquilamente a nuestro lugar de destino, y luego el avión. Nos escondimos con mi mujer en unos pastizales que había en la cabecera de la pista, y el avión fue a aquel extremo, desde donde iba a emprender vuelo. Y allí se hizo girar el avión, abrió la pequeña portezuela (era un Cessna) y corrimos y nos metimos. Y le apreté la cabeza a mi mujer, porque claro, el avión al pasar frente a la torre estaba justamente a su altura y se veía para adentro. Además había un grandote, un inútil con uniforme de capitán o mayor del ejército, mirando aviones (risas). ¡Me dio una rabia! ¡Los aviones que habrá visto en su vida! Y este bobo estaba ahí mirando la pista y casi arruina todo. Siempre se acuerda mi mujer que en el momento en que yo le aplasté la cabeza en el suelo, cuando pasábamos frente al capitán este, le dije: "No podrás decir que te he dado una vida aburrida" (risas). Mi mujer siempre se acuerda.

_— ¿Y usted realmente creyó que corría peligro su vida o su integridad en ese momento?

— No sé. Nadie pensaba todavía..., lo que uno buscaba en aquel momento no era salvar la vida, era preservar la libertad.

— Hubo otro episodio a la salida del Palacio Legislativo, en aquella última sesión, en el que supuestamente interceptan el coche donde se tendría que haber ido usted.

— Al salir del Palacio, había un montón de muchachos allí, gritando fervorosamente, y yo me veo rodeado por ellos y uno me dice: "Senador, senador, no se vaya en su auto que lo van a detener". Y yo digo "¡Qué me van a detener si yo tengo inmunidad!" (risas). Es que es así, es así. Es una cosa que uno va perdiendo de a poco. Uno vive todavía aquello que se acabó, como si sobreviviera. Entonces me convencieron, y Juan Raúl, con un muchacho que era secretario mío, toman mi automóvil y se van. Y efectivamente tuvieron razón, porque los detuvieron varias horas, con las manos en la nuca, interrogándolos dónde estaba yo. Y yo en ese momento salí en otro auto, con un episodio muy pequeñito ahí, que también es muy lindo, porque me agarraron del brazo de repente...

— ¿Y Ud. por qué llevaba revólver?

— Bueno, por una razón muy sencilla: era un momento terriblemente duro. Nadie usa un revólver para proteger su vida, su seguridad. En aquellos momentos yo creo que la razón fundamental por la cual uno andaba armado, era para protegerse de una eventual humillación. Lo que había que defender a toda costa era el manoseo. Yo soy un hombre muy orgulloso, muy...

— ¿Qué hay de cierto en que Ud. es un gran calentón?

— Y bueno, todos somos un poco (risas), y si alguno no es, a mi no me gusta. Los fríos no me gustan.

— Acá está el nombre, fui al senado, estuve con él... (es el secretario de Wilson quien habla).

— Ahhh, hay que publicarlo eso... (lo pide Wilson).

— Angel Agraso Gómez se llama (lo dice el secretario).

— Fíjense que yo salgo de ahí del Palacio, y veo que es un policía el que me detiene. ¿Cómo, a un senador con inmunidades, lo van a detener en la puerta del Palacio? Entonces saqué un pequeño revólver de aquellos 38 Special, que era muy pequeñito, y por suerte nadie lo vio. Yo lo extendí al costado de la pierna y por suerte lo pude guardar de nuevo, porque esa mano uniformada me dice: "Senador, senador, ¿tiene dónde ir? Mi casa es muy humilde, pero ahí no lo van a ir a buscar. Era un policía, un cabo. ¡Eso es un señor! ¿ve? El fue al palacio a decir "fui yo"...

— A mí me da un poco de miedo, ¿no lo perjudicaremos? (habla la señora de Wilson).

—¡Si fue él mismo a darse a conocer! No creo... (nuevamente el secretario de Wilson).

— Y será el ¿no? (nuevamente la señora de Wilson).

— Todos los porteros del Palacio lo conocen (nuevamente el secretario).

— Yo le conservé cariño a este hombre, porque creo que, hay una frase que uno a veces oye, "se acabaron los grandes señores". Pero no, de ninguna manera, lo que pasa es que están donde no se sospecha. Está lleno de señores, en el viejo sentido aquel que se le daba antes, hasta ampuloso en la expresión. Mire ese hombre ¿eh?

— ¿Y usted sabía usar el revólver?

— Noooo (risas). La más mínima idea. Nunca tiré un tiro, y además odio las armas de cualquier naturaleza.

— ¿Es cierto que Bordaberry le pidió algún tipo de acuerdo para tratar de evitar el golpe?

— ¡Nooo! ¡Todo eso son historias! La última entrevista que tuve con este sujeto es..., mire la historia de mis entrevistas con Bordaberry es una triste historia, y algún día habrá que contarla porque...

— Cuéntela ahora...

— Todo empezó cuando elegido Presidente de la República, empezó a recorrer sectores políticos propiciando un acuerdo patriótico, etc., por encima de partidos. Cuando llegó a mi casa había un grupo de uruguayos abajo, en le apartamento pese que yo tenía antes en Avda. Brasil, y ahí había un grupo de ciudadanos que me inspiró una profunda lástima. Me dio mucha pena por esa gente, porque aplaudió fervorosamente la llegada de Bordaberry, en el tono de quien aplaude, bueno, "a los orientales que por encima de partidos van a sumar esfuerzos para defender la patria". Esa cosa que la gente siente cada vez que se inicia un período de gobierno, esa esperanza que la gente quiere tener. Y yo pensaba para mis adentros, "¡qué horrible si esta gente sospechara el tenor de una conversación política con el señor Bordaberry!". Bordaberry llegó, y me planteó solamente problemas burocráticos menores, de los grandes no entendía. El diálogo era un poco un diálogo para sordos; porque yo traté de explicarle que no era bueno para el país andar fabricando entreveros; que era bueno, que era sano que este país tuviera Gobierno y tuviera Oposición. Entonces él me decía "Bueno yo te ofrezco dos ministerios". Entonces yo le decía que era bueno que la oposición controle...  "Tres ministerios" ofrecía él, "Pero mirá que...". "Incluyo Relaciones Exteriores" decía él. Pero el problema es que participar con un gobierno supone pensar por lo menos parecido en las soluciones nacionales... "Catorce entes autónomos". Y todo el diálogo era así. A él no se le pasaba por la imaginación que alguien pudiera moverse en otro campo que en el de las posiciones burocráticas. Terminó diciéndome, yo no sé si es prudente que yo cuente esto, o no, pero qué sé yo. Terminó preguntándome si votaríamos la autorización a Pacheco para que pudiera salir del país. Yo le dije "Nosotros por desdicha no tenemos los votos suficientes como para someterlo a juicio político" (no teníamos los dos tercios, ni siquiera la mayoría). "Si pudiéramos someterlo a juicio político, lo someteríamos. Pero como no es así, ojalá se vaya y cuanto antes mejor". Porque me parecía peligroso para el país la coexistencia de dos centros de poder, y uno de ellos vinculado a los sectores más peligrosos de las FF.AA. y otro más peligroso del ambiente político. Inmediatamente me preguntó si votaríamos la venia para designar a Segovia embajador en París. Le contesté con una expresión muy popular pero que no se puede publicar:  "Jamás", le dije, "pero... no creo que ni a tí ni al país le venga bien comenzar una gestión gubernativa con una iniciativa así que le va a provocar una pérdida en las esperanzas que la gente hoy concibe". Me dijo, un poco fastidiado, "pero es que ese hombre tiene un senador y tres diputados". Ahí me fastidié un poco yo y le repliqué: "y yo tengo cuarenta, y vamos a ver si cambias bien o cambias mal". El insistió: "pero es que yo le prometí". Esa conversación yo la recuerdo -miren- como si fuera hoy. Y le dije "bueno, pero es que el que puede tener promesas a cumplir es el señor Bordaberry; pero los presidentes de la República no tienen compromiso, las promesas de Bordaberry, son de Bordaberry, pero el presidente de la República no tiene más compromisos de los que tiene con el país. Ahora están en juego cosas que no tienen nada que ver con las promesas personales". Y entonces me dijo "pero ustedes no votan la venia". "No" le contesté, y con gran asombro veo que exhala un profundo suspiro. ¡Ah! Qué tranquilidad". "¿Por qué?", pregunto yo; "porque es un...". Y "un" es un gruesísimo calificativo que lesionaba a...

— ¿A la mamá?

— No, no, no, era más bien el nombre de una profesión que aparece en las películas de aventuras. Le pregunté si era así, porqué pedía la venia, y nuevamente el argumento del compromiso. Entonces terminó diciéndome -la conversación sobre los destinos nacionales- terminó con una pequeña consulta: "¿Y el hijo de fulano?" me dijo, no quiero quemarlo pobre muchacho, "que tuvo ahí un lío en unos negocios cambiarios que le fue mal, pero si le hubiese ido bien estaban todos atrás de él, como le fue mal no lo saludan y lo tratan de ladrón, ¿quedaría muy mal que le diera un puestito diplomático?" "Horrible" le digo. Y así terminó. Ese era el tono de los diálogos con este señor. Esa fue mi primer entrevista. La última fue en Suárez, empezó mal esa entrevista, ya la cosa venía muy deteriorada. Yo tengo la impresión de que se hizo trampa en la concertación de la entrevista: Legnani, entonces ministro de Defensa Nacional, con muy buena intención, deseoso de encontrar una salida, me dijo que Bordaberry quería hablar conmigo. Y estoy seguro que le dijo a Bordaberry que yo quería hablar con él. Eso se descubrió después, cuando la Presidencia emitió un comunicado, que nosotros desmentimos diciendo que se había entrevistado conmigo a mi pedido. Lo cierto es que yo llegue a Suárez, pasé a un pequeño escritorio que había inmediatamente entrando a mano izquierda, saludé a su señora que se retiró. Entonces él se sentó y en ese momento se desabrochó el saco y muestra, no en una canana, sino debajo del cinto, una enorme pistola parabellum, pero de esas que yo no sabía que había de verdad (risas) una cosa imponente (risas), era un cañón (risas). Un cañón negro inmenso, así debajo del cinto cruzado sobre el ombligo y yo asombrado le dije: "¿Tenés miedo que te vengan a hacer un atentado acá?"˜, y miró así, se miró la parabellum y me dijo: "no, es costumbre".

— Ah, macho! (risas).

— Personaje increíble. Si será increíble, que creyó que podía encabezar un golpe militar, siendo civil... y quedarse.