Pequeñeces peligrosas de algunos (negros y blancos)
Por Ignacio de Posadas.
Ahora que se acalló el conventilleo, armado por un par de políticos frentistas, voy a hablar. No para repetir que "merienda de negros" es una viejísima expresión (ver el Diccionario de la Real Academia), carente de connotaciones racistas; ni para explicar lo obvio, de que no la usé con otro fin que el de describir el aquelarre de la asamblea corporativa para reformar la educación.
Sino para referirme a lo único verdaderamente serio (triste y patético) de todo este fabricado episodio: el recurso -una vez más- por parte de políticos de izquierda, al odio como arma de ataque. Inventar en sus adversarios políticos males humanos, para hacer nacer contra ellos el odio y la inquina.
Buena parte de la izquierda vernácula viene especializándose en esta práctica, desde hace años. Con buen rédito político, pero al costo de desfigurar y desfibrar a nuestro país, modelo de sociedad integrada y armónica que, por aceptar estas manijas, ha ido destrozándose sola, en mala imitación de otras que sí tienen los problemas que nosotros nos autofabricamos.
Primero fueron las décadas de discurso cargado de odio y veneno, para convencer a los orientales que vivíamos -aunque no lo supiéramos- en medio de una encarnizada lucha de clases. Así llegamos a fracturar la armonía y la convivencia de nuestro Uruguay y a enterrar de cabeza a los que sí constituyen su más horrible problema, los marginados, ajenos al juego de poder, secuela de los enfrentamientos fabricados por la izquierda y condenados a quedar fuera de la foto oficial.
Más recientemente, desde la izquierda se inventó el odio nacido en el pasado. La condena a cualquier tipo de perdón y reconciliación. Un país que había podido salir repetidas veces de enfrentamientos violentísimos, por tener la grandeza de espíritu de saber tender una mano, comprender, perdonar y olvidar, ahora está preso; aprisionado por la izquierda (inexistente en aquellas épocas), que no permite cortar con el pasado. Así, toda la sociedad está obligada a tener que elegir, entre las barbaridades del pasado o la imagen de un viejo, enfermo, mandado preso. Cuando lo que queremos es mirar para adelante, atacar los problemas reales y avanzar.
Ahora, por si estos otros odios no dieran suficiente combustible, aparece este invento: resulta que no lo sabíamos, pe-ro somos un país racista.
Plagio asqueroso y poco original.
No es necesario profundizar mucho para darse cuenta que nada hay más ajeno a nosotros que el racismo y menos aún con quienes puedan ser más o menos negros que otros.
"Negra" llamaba mi padre a mi mamá, como "negros " llama mi mujer a mis hijos. "Negro Jefe" fue uno de nuestros máximos ídolos deportivos y negro es, por excelencia, nuestro Carnaval. Cariño y ternura tiene nuestro país para todo lo que tenga esas connotaciones. No dejemos que ahora la izquierda -parte de ella- nos haga perder también eso.
Basta de odios y pequeñeces. Son como la droga: quienes los usan se hacen adictos y termina destrozándolos. A ellos, pero también a quienes deben convivir con ellos.
No pasó nada