Entrevistas

Vivencias de la dictadura en el Penal de Libertad

Vivencias de la dictadura en el Penal de Libertad

Marcelo Estefanell, ex tupamaro y preso de la dictadura, publicó recientemente el libro El hombre numerado, que ya va en su tercera edición. Se trata de una obra en la que cuenta cómo era internamente la cárcel de Libertad durante la dictadura, qué situaciones vivió durante su reclusión y con qué personas compartió aquellos duros momentos.

JUAN MIGUEL PETIT:

Mauricio, yo no sé a vos que símbolo te queda de la época de la dictadura como aquellos símbolos más temidos, aquellas cosas que uno veía y que le daban escalofríos al verla. En mi caso, uno de esos símbolos que no puedo olvidar y eso que lo veía desde afuera, era cuando iba por la ruta 1, hacia Colonia o el interior, o cuando volvía, y veía, sobre todo de noche, ese rectángulo iluminado y a lo lejos se veía la cárcel de Libertad y uno se imaginaba vagamente qué era lo que podía estar ocurriendo allí, en ese campo de concentración que había aterrizado en Uruguay. Yo creo que esa era una de las imágenes fuertes, muy duras de aquella época. Simboliza todo lo que fue ese horror, esa fuerza de la dictadura.

Está con nosotros hoy Marcelo Estefanell, el autor de un libro editado por Aguilar, El hombre numerado. Un libro que ya va en la tercera edición y que, antes de que empecemos esta charla, me animo a decir que es un libro totalmente singular, novedoso, que presenta una mirada muy diferente de lo que hasta ahora habíamos conocido de lo que era la vida cotidiana en esa cárcel de Libertad, porque justamente muestra eso. Muestra la vida cotidiana y cómo aún en ese horror, que está muy descripto a través de historias de vida, de situaciones, el título del libro, no habían nombres eran números los que estaban allí. Pero también muestra como surge a veces el humor, el amor, la amistad, la deslealtad y toda la relación humana que se puede dar en una vida cotidiana bajo un mismo techo, aún en esas condiciones extremas.

Bienvenido Marcelo Estefanell.

MARCELO ESTEFANELL: Muchas gracias.

JMP – Un gusto tenerlo por acá y poder hablar de este libro. Lo hemos comentado en la producción del programa, hace días que nos tiene bastante impactados.

Un libro que cuenta historias que a veces se meten directamente en lo que puede ser lo sorprendente, el humor. Historias a veces de calidez en medio de eso que era un hielo.

ME – Exacto. En medio de una vida durísima, hostigados, encerrados, aislados, el humor siempre se colaba. No sé porque se cuela, pero se cuela. Tanto viene de afuera a adentro, como sale de adentro de uno hacia fuera. Además, hay situaciones realmente graciosas. Yo narro, para aligerar las crónicas que son más duras, reproduzco pequeños diálogos entre los guardias, por ejemplo, que para ellos era un diálogo serio pero quien lo oía del otro lado, a mí me producía mucha risa y tenía que contenerme la risa para que no me lo hicieran en la noche. Como ese que cuento la noche que bajamos al cine a ver El evangelio según San Mateo y después regresamos a las celdas, pasan lista, apagan todas las luces y en medio de aquel silencio un guardia le dice a otro: "che, viste que Dios existe", y el otro le contesta: "pero yo al que vi fue a Jesús", y le dice: "¿y no sabés que los dos son una misma cosa?", "no, no sabía", "entonces no me discutas más".

(Risas)

Eso es un diálogo maravilloso. Es el cine, si el cine lo dice es cierto para ese espectador. Si aparece Jesús, Jesús existió, para él era Dios además.

JMP – Hay una historia increíble que es bueno que la cuente el protagonista, que vamos a llamarla "la historia del juzgado" o "la historia del casamiento".

ME – Sí, además era en plena... Estábamos todos aislados y ya era significativo. Sabíamos que la rutina cuando te sacaban un día de la celda que no había visita, era terrible, ¿no?

JMP – Mal augurio.

ME – Mal augurio. Y sobre todo que enseguida te llamaban. Había que bañarse, te rapaban por enésima vez aunque tuvieras dos milímetros de pelo, te afeitaban, a la guardia, capucha, esposas y bueno... ¿Qué había después de eso? Seguramente era la tortura de vuelta y el riesgo de vida.

A mí me sucede eso y yo iba realmente con muchos nervios, pensando siempre a dónde me llevan, tratando de imaginarme el recorrido del sheep, me doy cuenta de que ese vehículo rumbea a Montevideo y me asombra cuando se detiene en el pueblo Libertad y dobla a la izquierda. ¿Qué hay a la izquierda en el pueblo Libertad viniendo hacia Montevideo? La calle principal, no hay otra cosa.

Y yo me rebanaba los sesos diciendo: ¿qué habrá pasado acá? ¿Habrá otro cuartel, un cuartelillo, un juzgado penal? En eso el sheep se detiene y siento que el oficial a cargo de la custodia le pregunta a un transeúnte: "¿dónde queda el juzgado de paz?". Yo ahí más desconcertado. Encima me sacan la capucha y la venda y estoy efectivamente en el centro del pueblo Libertad. El transeúnte le dice: "ahí, dos cuadras más allá, al lado del bar".

Y bueno, vamos al lado del bar. Entramos a una casa vieja, un pasillo largo, lleno de gente toda emperifollada para una ocasión, a mí me meten a esa pieza y veo a una muchacha jovencita, tan joven como yo, yo tenía 21 años en ese momento, vestida de blanco con una tiara celeste, y nadie se animaba a decir nada y yo tampoco. Yo me pellizcaba, era como diciendo ¿dónde estoy? ¿Estoy soñando, estoy despierto?

En eso entra un señor voluminoso que era el varista, se pone la cinta esa que se ponen los jueces de paz, celeste y blanca y dice: "va a empezar la ceremonia, ¿están los cónyuges? ¿Están los testigos? Si mal no recuerdo, porque yo no conocía a nadie los recuerdos se me confunden, creo que salta la madre de la novia y dice: "señor juez, acá hubo un error", y el hombre se pone nervioso, empieza a fijarse, sigue el expediente y me dice: "¿Y usted cómo se llama?", "Marcelo Estefanell", "Ah sí, es Estefanolli el que se casa no Estefanell".

Entonces fue como un alivio dentro de ese clima, otra vez me suben al sheep, se iban carcajeando, haciendo los cuentos al chofer y al suboficial, hasta que llegamos a pocos metros del penal, otra vez me encapuchan, me esposan y un oficial le dice al suboficial: "nos vamos a comer flor de arresto por esto".

Lo peor es que al otro día bajo al recreo y todo el mundo se me acerca, el flaco Zabalza, el manso Dutra, ¿qué te pasó? ¿Dónde te llevaron? ¿Dónde te flautearon? Flautear, es el término "gambuza" del preso común cuando a uno lo sacan de la cárcel. Y digo: "me llevaron a casar pero yo era el novio equivocado. No me creían.

JMP – No era parte de los castigos.

ME – No, no.

MAURICIO ALMADA:

Estefanell, ¿usted era tupamaro?

ME – Sí, señor, tupamaro.

MA - ¿Y cayó en el 72?

ME – Caí el 12 de agosto de 1972, exactamente.

MA – Y siguió preso hasta la admistía.

ME – Sí, salí en la última tanda. Los últimos cuarenta y, no me acuerdo bien nunca la cifra, si es 41 o 47 presos que salimos el 14 de marzo de 1985.

MA – ¿Y usted estaba entre aquellos integrantes del MLN (Movimiento de Liberación Nacional) que dieron la conferencia de prensa en Conventuales?

ME – Exactamente. A los últimos presos que estábamos en Jefatura nos trajeron del Penal de Libertad, dejamos vacía la cárcel, el 13 de marzo del 85 nos trajeron a Jefatura. En Jefatura tenías la opción de irte por tus medios con tu familia o salir en el grupo que íbamos a ir a Conventuales. Raúl Sendic, por ejemplo, se fue con sus hijos, no fue a Conventuales. Y yo preferí ir a Conventuales con todos mis compañeros.

JMP - ¿Por qué?

ME – Primero porque tenía ganas de seguir con ellos hasta último momento, sobre todo que había compañeros como Mauricio Rosencof, Henry Engler, el "Ñato", Huidobro, Marenales, todos los viejos compañeros que fueron rehenes. Recién los pude ver ahí, recién pude abrazarme de vuelta con ellos en el momento en que tomamos el ómnibus que nos trae del Penal hasta Jefatura. Y nos pasamos hablando 36 horas seguidas.

MA - ¿Usted está en la foto de Conventuales?

ME – Estoy en la foto. Con 58 kilos de peso, no porque no comiera bien sino porque tenía una ansiedad tan terrible los últimos meses ante el advenimiento de la libertad que me llevó a adelgazar muchísimo.

MA – ¿Usted es de Paysandú?

ME – Soy de "la heroica Paysandú".

MA - ¿Y se había enrolado allá o acá?

ME – No, acá en Montevideo.

MA – Como estudiante, estaba acá en la capital.

ME – Exactamente, vine a estudiar en Facultad de Veterinaria en el año 69 y al poco tiempo "me subí a la guerrilla", como digo yo, como dicen que se subió a la guerrilla o se bajó de la guerrilla.

MA - ¿Y eso duró cuántos años?

ME – Y hasta que caí preso. Estuve desde principios de 69 hasta que caí en agosto del 72.

MA - ¿Le tocó participar en alguna de las grandes acciones del MLN?

ME – Estuve en algunas, sí. No sé si muy grandes pero estoy acusado oficialmente de dos operativos. Uno, la muerte de Acosta y Lara y la otra, el asalto a la Comisaría 27 en Camino Maldonado.

MA – ¿Y tiene alguna relación con la muerte de los cuatro soldados?

ME – No, no tengo ninguna. Siempre me quisieron vincular a esa muerte pero no tengo ninguna. Lo que sucedió fue yo estaba preso en Punta de Rieles, estábamos muchísimos compañeros cuando era cárcel hombres todavía y cuando nos trasladan desde Punta de Rieles al Penal de Libertad quedo esposado con uno de los compañeros que estaba acusado de la muerte de los cuatro soldados. Ellos se corrían la voz entre ellos, los guardias decían: "acá van los cuatro de los cuatro soldados". Entonces quedé en el medio, era el 244, 245, 246, mí número, y el 247. Eso me llevó a tener que soportar junto con ellos un hostigamiento constante, cada 18 de mayo de cada año era feroz. Y cada cambio de guardia ellos tenían una especie de avidez de conocer a quiénes estuvieron los cuatro soldados y desfilaban por las celdas de cada uno de nosotros.

JMP – Incluso extranjeros ¿verdad?

ME – Sí, sí.

JMP – Extranjeros que iban.

ME – Exacto, no sé como era que había, si había algún congreso o qué, pero se juntaban promociones de oficiales de toda Latinoamérica e iban a visitar el Penal porque se suponía que era una especie de cárcel modelo.

JMP – El libro tiene algunas novedades o por lo menos cosas que no eran tan conocidas y que fueron materia también de sus reflexiones. Por ejemplo, hay un capítulo impactante cuando usted cuanta que en un momento ustedes habían como clasificado a los compañeros presos en tres categorías: A, B y C. A, los que no habían cantado ante la tortura; B, lo que habían cantado algo pero no demasiado importante y estaban arrepentidos y querían mantenerse;...

ME – Exacto. En un proceso de corrección.

JMP – Y C, aquellos que habían cantado y por lo tanto habían traspasado la frontera. Y usted se entera que en la dictadura también utilizaban las categorías A, B y C, para clasificar a los ciudadanos.

ME – A mí me produjo un vergüenza espantosa y aún la siento. Además, me siento culpable porque yo estuve de acuerdo con esa calificación, esa clasificación, me pareció lo más natural hacerla. Cuando uno se quiere reagrupar en esas condiciones de la cárcel, otra vez funcionar en la clandestinidad, es hasta natural que se organice a partir de la gente más aguerrida que ha soportado el dolor sin aflojar y que después vaya dando cuotas de confianza a los otros compañeros. Por eso se inventó el A, B y C.

Lo que no recuerdo es cuando se dejó de usar, creo que se dejó de usar antes de que la dictadura lo usara para su propio beneficio o su propia vergüenza. Pero sí recuerdo que cuando me enteré de un primo mío que ya no pudo volver al país porque era C, me dio una vergüenza terrible, porque ellos también clasificaron A, B, y C. Los alcahuetes al régimen eran los ciudadanos A, los que no se sabía bien eran los B y los que contra el régimen eran C.

Afortunadamente dejamos de clasificar eso, nos costó, nos llevó un año o dos años madurar el tema de la tortura y no juzgar porque alguien no pudo soportarla. No juzgar con esas severidad.

MA – Esto que usted está hablando ahora Estefanell es todo un tema. Usted dice que llevó algunos años, yo diría que hasta ahora, ya pasaron más de 30 años y todavía mucha gente no ha superado eso.

ME – Yo creo que no. A mí me parece, me da la sensación de que los seres humanos no solamente se dividen en clases sociales sino que en un corte horizontal a través de todas las clases sociales, para mí los seres humanos somos básicamente dos tipos: los esquemáticos y los no esquemáticos. Los esquemáticos necesitan esas categorías, necesitan las cosas digeridas, explicadas, aunque la explicación sea una falsedad, no importa. Y hay otros seres humanos que no, que necesitan la reflexión, necesitan de la confrontación de ideas, como la ciencia: una hipótesis se aproxima a la verdad pero probablemente venga otra que la supere. Y estar en esa actitud, no de aferrarse a lo descubierto sino tomar lo descubierto como un trampolín hacia lo que falta descubrir. Eso sucede, yo lo aprendí mucho en la cárcel, yo era un esquemático cuando caí preso, me parece que era un tipo esquemático. Por eso dedico tres capítulos a la lucha ideológica, le llamo la lucha ideológica porque me parece que los compañeros que antes han escrito de la experiencia en la cárcel soslayaron ese tema, quizá por pudor, no sé por qué razón, pero creo que hay que contarlo. Porque la lucha ideológica es algo diario y es algo normal, el ser humano es un bicho que piensa y porque piensa tiene que confrontar el pensamiento con otros.

MA – No, yo estaba pensando más bien en el tema del cantar a otros compañeros, usted decía que los clasificaban si habían cantado o si no. Como ese tema es muy difícil, porque digamos, al tiempo que algunos construían la figura del que aguantaba como el héroe, en el sentido contrario, el que cantaba, era el traidor, el débil, cuando en realidad debe haber cantado un pueblo. Si uno ve con la rapidez que avanzó la represión, como los acabaron, los aniquilaron rápidamente, debe haber ayudado.

ME – Sin duda. La tortura fue la herramienta fundamental para destruir la organización. Ayudado también en una cuota medida por los compañeros que, bueno "compañeros", los que traicionaron realmente, como Amodio Pérez que, que yo sepa es el único personaje que el MLN, en su momento, declaró traidor y lo sigue sosteniendo.

Pero, la tortura fue la herramienta fundamental y la gente habló. No soportó más el dolor. Y tarde o temprano, porque uno dice: sí yo banqué, ¿cuánto bancaste?, una semana. Y qué hablas de los que estuvieron meses. Yo por eso no juzgo más eso. Y me da mucha rabia la gente que con una liviandad terrible habla del tema. Y otra cosa que me pasa, yo que me considero muy tolerante, es que no puedo soportar que se hagan chistes sobre la tortura. Y lo mismo con los chistes de la gente que sufrió en los Andes. Cuando siento un chiste sobre la gente que sufrió en los Andes me da una rabia espantosa, me levanto y me voy. No puedo soportar. Creo que hay lugares donde el humor no tiene cabida. En ese caso no la tiene. Sin embargo, en otros sí porque la cárcel puede ser que sea una situación durísima. El humor se basa en eso, por eso, el llamado humor negro. Es el humor basado en la muerte. Con el condenado a muerte hay un chiste.

JMP- Es la manera de escapar por un segundo ese extremo que se está viviendo y que nos sobrepasa, ¿no?

ME- Sin duda.

JMP- Hay varios personajes que aparecen en sus crónicas que parecen armados en una novela. Por un momento ese lugar parece macondo por los personajes impresionantes, con todo el color y también con todo el dolor que allí se vivía. Dos de ellos son el negro Barbeito y Arión Salazar. Cuéntenos un poco de ellos.

ME- Bueno, el negro Barbeito. Me gusta contarlo desde la óptica de un joven que estaba en la guerrilla y un día se entera del asalto de la casa de los Mailos. Una familia rica, sigue siéndolo creo, que en aquella época, en aquel Uruguay cerrado económicamente donde estaba prohibido tener divisas, había como dos tipos de dólar diferente, un compañero que era administrador de los Mailos pasa a la clandestidad, entrega la famosa caja fuerte de los Mailos, donde había escondida libras esterlinas y lingotes de oro. Y ese compañero deja escrito en el pizarrón -en el escritorio grande de Mailos- "hasta la victoria siempre", Roberto. Me pareció maravilloso eso. Para mí pasó a ser otro ídolo más (el negro). Bueno, pocos años después él viene a mi celda. Y ese ídolo que yo había fabricado era un ser de carne y hueso como uno con la diferencia de que él había tomado una actitud de cerrarse a sí mismo. No se comunicaba con nadie porque se había enterado de que un cats del comando apoyo tupamaro, Silvestre le decíamos porque se organizaban solos, lo había condenado a muerte por traidor. Entonces, el optó por cerrarse como un caracol, se escondió y no hablaba con nadie. Y llega a la celda y era como una planta. Digo en la crónica que era peor que una planta, porque la planta por lo menos tiene un toque de color, capaz que florece, no huele mal, no tose, no hace sus necesidades, no defeca. Y el negro era un ser humano convertido en una planta. Entonces, llegó un momento en que me propuse que se comunicara. Mi objetivo era que él se comunicara conmigo y con todos los compañeros. Y casi sin querer se dio el asunto. Él era asmático crónico y en el primer ataque de asma que tuvo demoraron mucho en atenderlo. Al final el enfermero militar estaba tan nervioso que no encontraba la vena y yo le di la minifolina inyectable. Y ese fue nuestro primer nexo. El segundo nexo fue la música. Yo en esa celda encontré un pizarrón pintado y decidí aprender a tocar la guitarra solo, con un método de Puyol, un catalán que tiene un método para gente que estás sola, (cuatro volúmenes). El negro sabía mucho de música. No sabía música teórica pero tenía un oído fabuloso y una cultura musical. Era de aquellos que siempre iba al Sodre, a los famosos conciertos del Sodre, los sábados de mañana y de noche. Y él sabía dar el "la", yo tenía que afinar la guitarra y el sabía emitir el "la". Entonces, afinaba la guitarra al lado del negro. Nos empezamos a llevar bien, a conversar mucho porque un día le dije: mirá es muy sencillo si no te gusta y vas a seguir así callado pedí cambio de celda y andate. Te voy a hablar todo el día ya que estoy una vez con alguien en la celda, te voy a hablar todo el día. Y me convertí en portador de noticia, pero de noticias viejas. Por mi intermedio se enteró, un año después a mediados del 76, de que había terminado la guerra de Vietnam, por ejemplo, se enteró en detalle del Golpe de Estado del 73, de la liberación de las colonias portuguesas. Y me gustó eso de portador y de ser nexo -porque él no bajaba al recreo- entre mis compañeros, en el recreo, y él. Y un día tanto mejoró que bajó al recreo con todos. Lo convencí a los otros compañeros que bajaran. Y bueno, los militares son así: cuando vieron que el ya estaba bien lo sacaron de la celda. Y lo llevaron a otro piso y otra vez volvió a su concha.

JMP- ¿Y Arión Salazar?

ME- Y Arión Salazar era compañero que habitaba en la celda donde nos fugamos de Punta Carretas, en la planta baja, y era un personaje que se creía un extraterrestre. Él decía que había nacido en una galaxia muy lejana y siempre estaba en esa posición. Entonces yo que era un fanático de Cervantes y del Quijote, sin querer me confundí en un Sancho Panza. Lo cuento en la crónica que era como vivir una novela, vivir del otro lado del espejo porque otra vez estaba viendo en la realidad algo muy similar a la ficción. Además, Arión Salazar físicamente se parecía a Don Quijote, esa idea que tenemos: rostro enjuto, piel cetrina. Él era así. Creo que también enloqueció de tanto leer, como dice el narrador de Don Quijote.

JMP- ¿Él era de la organización?

ME- No. Él era un preso común de Punta Carretas. Y a los presos les pasa, en general, que al poco tiempo se quedan sin visitas. Entonces, una de las estrategias de supervivencia, una de las tantas que tienen, es recibir a todos los que vienen de afuera: mormones, pastores metodistas, rotarios. Reciben a los de afuera: psiquiatras, psicólogos, asistente social. Entonces, él empezó a leer la Biblia en sus múltiples versiones, se la sabía de memoria. Y a su vez, tenía como maestro a otro preso común, más veterano, al cual le decían el profeta. Y leyó muchísimo ciencia ficción. Entonces, ahí hizo un corto rarísimo. Y me decía que hoy lo visitaron. ¿Quién te visitó un Ovni? No, un Ovni es un objeto volador no identificado, me visitó una nave de mi galaxia. Y yo le decía: yo la quiero ver cuando se aproxime, avisame. Y un día me avisó: ahí viene, ahí viene. Entonces, me puse en la ventana, en ese momento estábamos en celdas contiguas. Después fuimos compañeros de celda. Y veía ver una luz, efectivamente, que siempre doblaba para el mismo lado, venía de Buenos Aires y de pronto doblaba rumbo a Río de Janeiro. Entonces, me di cuenta de que era el avión que hacía Buenos Aires–Río de Janeiro, no era un Ovni. Pero, no había forma de explicarle, de bajarlo a tierra. Y un día lo bajé a tierra cuando yo estaba tocando un bolero. Estaba tocando aquel bolero famoso: Nosotros que nos quisimos tanto. Y cuando paro de tocar el bolero veo que se le caen las lágrimas por su rostro y me dice: ¿me hacés el favor de tocarlo de vuelta? Y lo toqué otra vez. Y ahí él me dice: me llevaste sin querer a cuando yo estaba enamorado de una chiquilina. ¿Y quién era? –le digo-. Vivía cerca de mi casa en el Cerro, pero era mucho menor que yo. ¿Y eso cuando fue?, le pregunto. Creo que me dijo 57, 56. Ella tenía 12 años. Entonces, ahí le dije: ¡ha te agarré, no tenés 3.000 millones de años flaco! Tenés 47. Y él me contesta: eso me pasa por meterme con los humanos. Y volvió a su vida extragaláctica.

MA- ¿Usted sigue en la organización?

ME- No. Hace muchos años que no milito más.

MA- ¿Y cómo observa la intención del presidente de la República de reparar a las víctimas de la subversión?

ME- Con el titular estoy de acuerdo. Lo que no sé es cómo. El cómo que planteó no me gusta absolutamente. Quizá la idea mejor sea, pero esto lo tengo muy prendido con alfileres, la verdad que no he reflexionado sobre el tema, creo que merece mucha reflexión, es el de una pensión graciable, no sé si fue el Pepe Mujica que lo planteó, como alternativa. Pero detrás de todo el tema, más allá de la reparación para unos u otros, me parece que es el camino hacia la pacificación, hacia la reconciliación, no sé cómo llamarlo. A mí nunca me pidan que me reconcilie con quien me torturó, porque no me voy a poder reconciliar, es imposible. Me puedo reconciliar con la sociedad entera como si fuera una abstracción, es más, estoy reconciliado, hace muchos años que soy un ciudadano común y corriente que va a la feria, al supermercado, cine, que trabaja muchísimo, que habla con todo el mundo sin ningún prejuicio. Pero el tema concreto de cómo reparar a nuestras víctimas, lo ideal sería que lo reparemos nosotros, el MLN mismo, me parece que sería lo mejor. Así como hay un fondo Raúl Sendic que ayuda a los que tienen proyectos económicos y prestan una cierta cantidad de dinero, algunos son préstamos no reintegrables, también ayudar a algunas víctimas, víctimas totalmente inocentes.

JMP- ¿Víctimas de los dos lados?

MA- Estamos hablando de las víctimas de la sedición.

ME- De las víctimas nuestras hacia ellos. Yo creo que el Estado tiene una gran responsabilidad. Eso sí que es innegable. No podemos poner al mismo nivel a un muerto en la guerrilla con un muerto por la guerrilla, porque en una es un funcionario del Estado que está armado para matar o para morir –hacen un juramento cuando ingresan a la policía o al Ejército– y los otros éramos realmente subversivos, queríamos subvertir el orden, queríamos mediante la lucha armada llegar al poder y hacer una cantidad de transformaciones económicas y sociales. No estamos en el mismo nivel. No me gusta las reparaciones hacia nosotros, no me gustan todas estas leyes que salieron para la reparación.

MA- Usted propone una idea...

ME- La guerrilla no va a reparar a este señor que murió en Paraguay, que no sé ni quién es, y nadie sabe muy bien quién es y está en esta lista del proyecto original. Pero, a la familia del peón (...) podríamos repararla, ¿por qué no? Fue una muerte terrible.

MA- ¿La de Acosta y Lara?

ME- No sé. La verdad que me está haciendo una pregunta. Para ser franco, no es por disparar a la respuesta, porque Acosta y Lara, no quiero herir susceptibilidades, era un personaje siniestro que nos hizo mucho daño, desde la clandestinidad él también. A mí que no me digan que no existió los escuadrones de la muerte. Existió e hizo muchísimo daño. Pero, no tengo forma hoy de ponerte las pruebas ni nada. Hay otras muertes inocentes. Pero eso tendrían que repararlo ellos. A un compañero - en el 72- vinieron a detenerlo y se abalanzó sobre los militares para que lo mataran porque no quería caer vivo. El militar disparó una ráfaga de metralleta y a él ni siquiera lo hirió, le agujereó toda la gabardina porque iba con los brazos abiertos como un murciélago y murió un vecino que iba atrás cerrando la puerta de su casa. Eso es típico daño colateral, como se le dice ahora.

MA- El libro tiene una mirada diferente a lo habitual no porque excluya todo el dolor que allí hubo, toda la parte horripilante que tuvo ese Penal, sino porque hace también un rescate de lo que puede haber sido la vida cotidiana allí y cómo los que allí estaban presos se las ingeniaban para tratar de buscar pequeños resquicios de calor humano que les permitiera zafar de la situación. Uno de los resquicios que usted encontró fue con las palomas. ¿Cómo fue eso?

ME- Sí. Soy colombófilo de niño. Mi padre crió palomas mensajeras en su niñez, en su juventud. En casa siempre teníamos palomas mensajeras. Y cuando vine a estudiar a Montevideo, una de las cosas que extrañé fue el palomar y las palomas. Paradójicamente cuando estoy preso, a los pocos años, empiezan a aparecer palomas, no mensajeras sino palomas comunes, y veo que se instalan en ese mounstro de ladrillos, hay un bloc central donde están casi todas las oficinas piso por piso. Y empiezan a colonizar en esas ventanas que eran las más cómodas. Empecé a darle migas de pan en la ventana de la celda. Y un día apareció una, y después otra. Y con el correr de los años eran tantas que era imposible compartir la comida con ellas. Por suerte habían otros compañeros que también compartían el pan y el arroz con ellas. Y hay tres capítulos que titulo: lecturas y palomas, porque para mí fueron dos soportes en mi vida solitaria. Los libros, por un lado, y las palomas, por otro. Y cuando empezaron a aparecer las palomas justo estaba leyendo un libro de Corran Lorens, aquél etólogo que revolucionó la teología. Él estudió muchísimos años la conducta de los grajos, la familia de los grajos, los cuervos y después a los gansos salvajes. Cuenta que cuando era niño pasaban por Suiza mirando los gansos salvajes, desde Egipto a Europa y desde Europa a Egipto, siempre le llamó la atención por qué todos remontan vuelo al mismo tiempo. Eran 3.000, 4.000 gansos. Entonces, tiene que haber una comunicación. Se pasó años investigándolo. Pero él fue el que funda el método de análisis en un esquema de la conducta innata adquirida y aprendida. Entonces, empecé a observar las palomas. Estaban siempre conmigo. Y como no me daba la comida dije: que coma la que pasa por debajo del (...) de la ventana. Pero, con los meses pasaban todas. Que coma la que viene hasta mí. Y al final andaban revoloteando dentro de la celda como si fueran un preso más. Con la ventaja de que ellas podían salir y volar. Y con mi amigo, el actual ministro de Trabajo, Eduardo Bonomi, que también les daba de comer, empezamos a seguir las familias de las palomas. Les pusimos nombres y empezamos a seguir al genealogía de distintas casales, sus hijos, nietos, bisnietos y les poníamos nombres. Y me asombré un día que me cambian de celda. Bajo al recreo y cuando miro hacia mi antigua celda, ellas están buscando, ventana por ventana. Yo digo: no puede ser que me estén buscando. No podía creer lo que estaba viendo. Regresamos del recreo, vamos a la rutinaria ducha y después a la nueva celda que era del otro lado pero del mismo piso. Y me estaba secando y vistiendo y siento un volido, el típico volido, estaba de espalda a la ventana, de una paloma cuando está descendiendo. Me doy vuelta y ahí estaba el palomo que le habíamos puesto de nombre Aristóteles, porque era el más inteligente de todos. Y a los pocos minutos, una o dos horas, ya había seis, ocho palomas. Y al otro día las 20 palomas que iban a mi ventana estaban en la otra. Me encontraron. Y me distinguieron. Entre ese mundo de 800 presos, todos rapados y de mameluco, sabían diferenciarte. Para nosotros todas las palomas son iguales cuando la vemos en la plaza. Pero son todas diferentes.

JMP- Y serían como 200 ventanas todas iguales...

ME- Sí, claro las ventanas todas idénticas. Todo el mismo esquema.

MA- Y fueron para ahí, qué bárbaro.

ME- Y fueron para ahí...

MA- ¿Qué sentiste cuando viste aquellas imágenes de los presos comunes destruyendo el Penal de Libertad? En uno de los últimos grandes motines que pudieron hacer y que quizás ustedes tuvieron ganas y no pudieron.

ME- Puede parecer de idiota pero si es así soy un idiota. Sentí un terrible dolor cuando vi que destrozaban al Penal y me dio muchísima bronca. Porque nosotros cuidábamos al Penal: lo pintábamos, higienizábamos e insistíamos cuando faltaba hipoclorito, perfumol o jabón insistíamos a la guardia que nos trajeran elementos de limpieza. Era nuestro lugar de vida, tenía que estar limpio. Tenía que estar lo más pulcro posible porque ahí estábamos encerrados 23 horas y media por día. Y es más, hubo un compañero que pidió permiso para que le traigan pintura para pintar la celda. Rompió tanto los cataplines para que le entrara, que un día entró. La pintó y cuando terminó lo cambiaron de celda. Y llegó un momento que por suerte nos dieron pintura. Pintábamos las celdas y los pasillos, las planchadas. Y todos los días salíamos a hacer fajina con un lampazo gigantesco, escoba y agua con jabón. Entonces, no podía concebir que se rompiera eso. Con romperlo lo único que logran es sacarse la bronca momentánea por un problema x. Pero pasan a vivir en la mugre y en la destrucción. O a otro lugar peor, o pasan hacinados porque si dejan desecho todo un ala o tres pisos, ahí están de a cuatro o de a cinco, en una celda. Y nadie puede vivir así, es imposible. Puedo entender por qué lo rompieron pero tu pregunta era que sentí y sentí eso, una profunda bronca.

JMP- Cuenta el libro que hay un momento en una noche, creo que con el negro Barbeito, estaban conversando y se plantean qué es lo que más quisiera hacer cada uno, cuál es la mayor fantasía que tenían.

ME- Sí, eso fue con Fortunato. Otro personaje entrañable que estuvo conmigo en la celda. Y yo le contesté: bueno, a parte de los abrazos y de volver a encontrar a los seres queridos lo primero que haría es tomar una Coca - Cola bien helada.

(risas)

JMP- No es publicidad esto...

ME- No es publicidad, es la verdad. Era la cola que había en esa época. Y lo hice. Me granjeé una irritación de garganta terrible, estuve como cinco días tragando con dificultad. Y él dijo: a mí me gustaría volver a Punta del Diablo –porque era oriundo de ahí– y hacer la plancha en el medio del mar mirando el cielo.

MA- El título del libro: El hombre numerado, además de hacer referencia al numero que sustituía la identidad de cada uno. ¿Tiene alguna relación con el título El hombre ilustrado, de Ray Bradbury?

ME- No. A Algunos le hace acordar eso y también El hombre duplicado de Saramago. Esa pregunta viene a colación con esto: cuando empiezo a escribir casi siempre le tengo que poner un título a lo que escribo, es una manía que tengo. Y el título inicial que le había puesto era Recuerdos prisioneros memoria liberada. Es larguísimo. Pero en realidad, el libro es eso. La memoria como que ya no tiene corsé ninguno como para rescatar un pasado prisionero. Pero, efectivamente era un título largo. Pero después propuse Crónicas de un hombre numerado. Y me dijeron que eso era parecido a Crónicas marcianas y a Crónicas de una muerte anunciada. Y me gustó cuando me sugirieron El hombre numerado, sólo, seco porque era eso. Intentaron que nosotros fuéramos un número y no lo lograron. A veces me han preguntado qué siento al ver el número en la portada o que me digan 246. Y la verdad que yo fui el 246 durante 13 años. Y por lo que cuento en el libro creo que también llegué a ser feliz, aunque estaba preso. Me di el lujo, que muchos colegas envidian y también algunos colegas de ustedes, de leer 1.600 títulos. Fue mi panzada de lectura, durante seis años solamente leí. Y eso me permitió aprender muchísimo, fugarme metafóricamente cuantas veces quise.

MA- A su ínsula.

ME- A mi ínsula. La devarataria, como la ínsula de Sancho.

JMP- Esa mirada singular, ese viaje singular, bastante removedor y diferente a lo que está circulando, por lo menos hasta ahora está en este libro: El hombre numerado. Muchas gracias, y bueno si hay una segunda edición con más crónicas...

ME- Les aviso...