A 34 años del Golpe de Estado: una asignatura pendiente
Análisis político del profesor Oscar A. Bottinelli, director de Factum.
(Emitido a las 8.29)
EMILIANO COTELO:
Por un lado hubo el 19 de junio la recordación de esa fecha y los distintos actos referidos a distintas interpretaciones del "nunca más". Luego, anteayer, se cumplieron los 34 años del golpe de Estado. A propósito de estos temas que han estado sobre la mesa en los últimos días, el politólogo Oscar Bottinelli, director de Factum, nos propone hoy: "A 34 años del Golpe de Estado: una asignatura pendiente".
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Oscar, ¿por dónde empezamos?
OSCAR A. BOTTINELLI:
Ya el viernes pasado decíamos que es muy difícil superar el pasado, que tiene sus obstáculos, porque por un lado hay dos grandes visiones difícilmente conciliables, con distancia grande, la de quienes consideran que no hay futuro sin memoria y la de quienes consideran (siempre cito al ex presidente checo Havel) que "no hay que permitir que la historia nos impida construir el futuro".
Pero también hay una diferencia entre quienes consideran que si no hay justicia (entendida como juicios y castigo) hay impunidad, y quienes, desde otra postura, creen que si no hay perdón las sociedades o los individuos viven en el rencor y la venganza. Lo cual hace aparecer dos dicotomías, una desde un ángulo entre justicia y perdón, y otra desde otro ángulo, entre impunidad y venganza.
Hay otra asignatura pendiente. No se llega a un golpe de Estado en un país satisfecho, ordenado, en paz, confiado en sus instituciones, no ocurre que un buen día alguien se despierta y dice "voy a dar un golpe de Estado". Los golpes de Estado, los quiebres institucionales y políticos son la culminación de largos procesos de descaecimiento institucional y de pérdida de confianza en la democracia o en las instituciones democráticas. Y además (dato no menor) necesitan un importante sustento popular, no necesariamente una mayoría matemática pero los golpes de Estado no se sostienen solo por la fuerza con una abrumadora mayoría en contra. Esto es lo primero que hay que tener en cuenta.
Hoy parece, en una lectura un poco simple del período, que salvo Bordaberry, Álvarez y algún otro, la totalidad de los uruguayos estuvo en contra del golpe de Estado. Sin embargo, siete años y medio después del golpe, cuando el plebiscito constitucional de 1980, con una muy buena cantidad de presos, torturados, muertos, desaparecidos y exiliados, 42% de los uruguayos respaldó el proyecto constitucional del régimen de facto que articulaba, daba institucionalidad al régimen llamémosle tutelar. Un poco más de cuatro de cada diez uruguayos estuvieron a favor siete años y medio después, ya con un enorme desgaste y una gran caída de las expectativas que tuvo en su momento algún sector de la población con respecto a lo que podía llamarse el efecto curativo o quirúrgico del golpe de Estado.
Decíamos que no se llega a un golpe de Estado por casualidad y sin sustento popular, por lo menos un mínimo sustento popular. Hubo muchas cosas que fueron minando la confianza de la sociedad en la democracia o en el sistema político, de distinta naturaleza y desde diferentes ángulos, en algunos casos como visión del mundo, como diferencia de fondo, de ideología, que cuestionaba este tipo de democracia, conocida como democracia liberal, y en otros como reacción a la experiencia de ese tiempo presente.
Vamos a hacer una lista a título de inventario de distintas cosas de distinto peso y sin un orden deliberado.
Las dirigencias del país, políticas y económicas, no atinaron a encontrar un diagnóstico, una explicación a la crisis del país después de que terminó la larga bonanza. No encontraron una explicación al declive perpetuo que comenzó en 1955, mediados de los cincuenta. A veces se llegó a explicaciones tan simplistas como que el problema era el régimen colegiado, que no daba autoridad, entonces había que tener un presidente de la República, un presidente fuerte, y hasta se llegó a plantear el remedio con una reforma constitucional.
El país también careció de una clase empresaria emprendedora y dinámica, el empresariado se había formado y desarrollado mayoritariamente al calor de la protección estatal y en general carecía de proyectos propios. Y también carecía de capital, un dato no menor.
En los años sesenta miles de hogares uruguayos perdieron una y otra vez sus ahorros en sucesivos quiebres bancarios, todos de bancos de capitales nacionales, quiebres algunos de ellos claramente delictivos, que dieron con los dueños y directores de los bancos en la cárcel.
Se creyó que los dirigentes políticos eran todos corruptos, o buena parte de ellos. Eso fue una prédica creciente, sobre todo en la segunda mitad de los sesenta, y en realidad eso creyeron los militares cuando dieron el golpe de Estado, uno de los elementos era que iban a sanear al país de una clase política corrupta. Y luego de buscar y rebuscar por once años, de ese mar de corrupción no encontraron casi ni una gota, tal vez alguna gotita aislada.
No hay duda de que campearon el clientelismo y el patronazgo del Estado: no había forma de ingresar a un empleo estatal sin recomendación política y difícilmente se podía ascender en la escala funcional sin palanca política. Se prefería crear más empleos que mejorar los sueldos, los presupuestos estatales se manejaron como botín del ganador. Como anécdota (que puede parecer sesgada porque se refiere a un año en particular, pero que es válida para gobiernos de los distintos partidos), en el presupuesto de 1960 se crearon de un plumazo 10.000 puestos en la administración central.
No había forma de tener en la casa un teléfono sin una recomendación política para conseguirlo, si no, había que esperar (y no es exagerado, parece un disparate) 10, 15, 20 y hasta 25 años para conseguir uno. Hay que ver los diarios de la época que relataban anécdotas de ese tenor o cartas de la gente de ese tenor.
Era muy difícil jubilarse e incluso obtener una pensión por fallecimiento sin el llamado "pronto despacho", una orden de un director de las entonces cajas de jubilaciones que permitía que el expediente terminase su camino y el individuo obtuviera la jubilación o la pensión.
Del 55 en adelante el ingreso de la gente cayó sistemáticamente año tras año, el sueldo, los ingresos de los hogares.
La inflación creció a niveles de más de 150%.
Un grupo de jóvenes (o no tan jóvenes) se alzó en armas, no contra la dictadura, que no existía (esa es una de las grandes confusiones de esta época), no contra el autoritarismo o la falta de libertades, sino contra el sistema capitalista, para hacer la revolución, fundamentado ideológicamente en cosas muy profundas. Decir algo distinto sería invalidar el sacrificio que, en el acierto o en error, llevó a la muerte a tantos jóvenes de aquella época que creían que construían un mundo mejor y que construían el hombre nuevo.
Por otro lado, un segmento significativo de la sociedad apostó a un sindicalismo duro, combativo, clasista, no con la finalidad única de obtener mejoras para los trabajadores, que sí era un objetivo, sino también de concientizar a las masas en la lucha de clases.
Hacia el otro lado del eje político comenzó a pensarse en que el gobierno debía endurecerse, así vino la reforma de 1966, con el restablecimiento de la figura presidencial, el fortalecimiento de los poderes del presidente, el establecimiento de las leyes de urgencia que el Poder Ejecutivo podía enviar. Y más tarde empezaron a aparecer las candidaturas políticas militares, que son un signo de debilitamiento de la dirigencia política, candidaturas militares a las que finalmente también se sumó la izquierda.
Esto no es más que un mero inventario hecho al pasar, no el producto de una investigación ni de un gran debate, son pinceladas.
Que los golpes de Estado no se repitan (ese nunca más al golpe de Estado) no es solo un tema ético, un tema de valores, las sociedades deben evitar caminar por los senderos que conducen a los golpes de Estado. Para ello es necesario hacer un diagnóstico preciso de qué llevó a ese golpe de Estado. Porque hace 34 años que se dio el golpe de Estado y hace más de 22 que la dictadura terminó y esta asignatura sigue pendiente. A la sociedad uruguaya la está faltando discutir y pensar por qué diablos se fue primero hacia el descaecimiento de la democracia, qué llevó a eso, y luego hacia la caída de la democracia.
Este debate y esta reflexión son una gran asignatura pendiente de toda la sociedad uruguaya.