Discurso del presidente George
W. Bush
ante Asamblea General de Naciones Unidas
Texto completo
de la disertación del presidente estadounidense en el 10
de noviembre de 2001.
"Gracias,
señor Secretario General, señor Presidente, distinguidos
delegados, señoras y señores. Nos congregamos en una
sala dedicada a la paz, en una ciudad marcada por la violencia,
en una nación que ha despertado ante el peligro, en un mundo
que se une para una larga lucha.
Cada una de las naciones civilizadas aquí hoy está
resuelta a mantener el compromiso más básico de la
civilización: nos defenderemos a nosotros mismos y a nuestro
futuro contra el terrorismo y la violencia descontrolada.
Las Naciones Unidas fueron creadas en esta causa. En una segunda
guerra mundial aprendimos que no hay aislamiento contra el mal.
Hemos afirmado que algunos crímenes son tan terribles que
ofenden a la humanidad misma. Y hemos resuelto que las agresiones
y ambiciones de los malvados deben responderse pronta, decisiva
y colectivamente antes de que nos amenacen a todos. Ese mal ha regresado
y esa causa se ha renovado.
A pocos kilómetros de aquí, muchos miles todavía
yacen en una tumba de escombros. Mañana, el Secretario General,
el Presidente de la Asamblea General y yo visitaremos ese lugar,
donde se leerán en voz alta los nombres de cada nación
y región que perdieron ciudadanos. Si fuéramos a leer
los nombres de cada una de las personas que murieron, harían
falta más de tres horas.
Esos nombres incluyen el de un ciudadano de Gambia, cuya esposa
pasó el cuarto aniversario de su boda, el 12 de septiembre,
buscando en vano a su marido.
Esos nombres incluyen el de un hombre que sostenía a su esposa
en México, enviando dinero a casa semanalmente. Esos nombres
incluyen el de un joven pakistaní que oraba hacia La Meca
cinco veces al día, y ese día murió, tratando
de salvar a otros.
El sufrimiento del 11 de septiembre ha sido infligido a gente de
muchos credos y de muchas naciones. Todas las víctimas, incluidas
las musulmanas, fueron asesinadas con igual indiferencia e igual
satisfacción por los líderes terroristas. Los terroristas
han violado los principios de cada religión, incluso la que
ellos invocan.
La semana pasada, la Universidad Jeque de Al-Azhar, la institución
islámica de enseñanza superior más antigua
del mundo, declaró que el terrorismo es una plaga, y que
el Islam prohíbe matar a civiles inocentes. Los terroristas
llaman santa a su causa, pero la financian con el tráfico
de drogas; alientan el asesinato y el suicidio en el nombre de una
gran religión que prohíbe ambos. Se atreven a pedir
la bendición de Dios mientras salen a matar hombres, mujeres
y niños inocentes. Pero el Dios de Isaac e Ismael nunca respondería
semejante plegaria. Y un asesino no es un mártir, es simplemente
un asesino.
El tiempo pasa. Pero Estados Unidos nunca olvidará el 11
de septiembre. Recordaremos a cada socorrista que murió con
honor. Recordaremos a cada familia que vive con dolor. Recordaremos
el fuego y las cenizas, los últimos llamados telefónicos,
los funerales de los niños.
Y el pueblo de mi país recordará a aquéllos
que conspiraron contra nosotros. Aprendemos sus nombres. Conocemos
sus rostros. No hay rincón en la Tierra que sea suficientemente
oscuro o distante para protegerlos. No importa cuanto tarde, les
llegará la hora de la justicia.
Todas las naciones tienen un interés en esta causa. Mientras
nos reunimos aquí, los terroristas están planificando
más asesinatos, quizás en mi país, o quizás
en el de ustedes. Matarán porque aspiran a dominar. Procuran
derrocar gobiernos y desestabilizar regiones enteras.
La semana pasada, anticipando esta reunión de la Asamblea
General, denunciaron a las Naciones Unidas. Calificaron de criminal
a nuestro secretario general y condenaron a todas las naciones árabes
que se hallan aquí como traidoras al Islam.
Pocos países cumplen sus exigentes normas de brutalidad y
de opresión. Cada nación es un objetivo potencial.
Y todo el mundo enfrenta la perspectiva más horrenda de todas:
estos mismos terroristas buscan armas de destrucción masiva,
los instrumentos para convertir su odio en holocausto. Puede esperarse
que usen armas químicas, biológicas y nucleares en
el momento en que puedan hacerlo. No hay indicio alguno de conciencia
que pueda prevenirlo.
Esta amenaza no puede ser ignorada. Esta amenaza no puede ser aplacada.
La civilización misma, la civilización que compartimos
está amenazada. La historia registrará nuestra respuesta,
y juzgará o justificará a cada nación representada
en esta sala.
El mundo civilizado responde. Actuamos para defendernos a nosotros
mismos y para salvar a nuestros hijos de un futuro de temor. Escogemos
la dignidad de la vida sobre una cultura de muerte. Escogemos el
cambio legal y el desacuerdo cortés sobre la coerción,
la subversión y el caos. Estos compromisos - esperanza y
orden, ley y vida - unen a la gente a través de las culturas
y de los continentes. De estos compromisos dependen toda la paz
y el progreso. Por estos compromisos estamos resueltos a luchar.
Las Naciones Unidas han respondido a esta responsabilidad. El 12
de septiembre, estos edificios estuvieron abiertos para reuniones
de emergencia de la Asamblea General y del Consejo de Seguridad.
Antes que se pusiera el sol, esos ataques contra el mundo habían
sido condenados por el mundo. Y deseo agradecerles por esta posición
enérgica y de principios.
También quiero agradecer a los países islámicos
árabes que han condenado el asesinato terrorista. Muchos
de ustedes han visto la destrucción causada por el terrorismo
en vuestros propios países. Los terroristas están
cada vez más aislados debido a su propio odio y extremismo.
No pueden ocultarse detrás del Islam. Los autores de asesinatos
en masa y sus aliados no tienen lugar en cultura alguna ni refugio
en ninguna religión.
Las conspiraciones del terrorismo se enfrentan a una coalición
mundial cada vez más amplia. No todas las naciones serán
parte de cada acción contra el enemigo. Pero cada nación
de nuestra coalición tiene deberes. Estos deberes pueden
ser exigentes, como estamos aprendiendo en Estados Unidos. Ya hemos
hecho ajustes en nuestras leyes y en nuestras vidas diarias. Tomamos
nuevas medidas para investigar el terrorismo y para protegernos
contra las
amenazas.
Los gobernantes de todas las naciones ahora deben considerar cuidadosamente
sus responsabilidades y su futuro. Los grupos terroristas como Al
Qaeda dependen de la ayuda o de la indiferencia de los gobiernos.
Necesitan el apoyo de una infraestructura financiera y refugios
para entrenarse, planificar y ocultarse.
Algunas naciones quieren desempeñar su parte en la lucha
contra el terrorismo, pero nos dicen que carecen de los medios para
hacer cumplir sus leyes y controlar sus fronteras. Estamos dispuestos
a ayudarlos. Algunos gobiernos todavía se hacen los ciegos
ante los terroristas, esperando que la amenaza los dejará
a un lado. Están equivocados. Y algunos gobiernos, mientras
afirman sostener los principios de las Naciones Unidas, se han puesto
de parte de los terroristas. Los apoyan y los albergan, y descubrirán
que sus huéspedes bienvenidos son parásitos que los
debilitarán y eventualmente los consumirán.
Cada régimen que patrocine el terrorismo tendrá que
pagar un precio. Y lo pagará. Los aliados del terrorismo
son igualmente culpables de asesinato e igualmente responsables
ante la justicia.
Los talibán están aprendiendo ahora esta lección:
que el régimen y los terroristas a quienes apoyan ahora son
virtualmente indistinguibles. Juntos promueven el terrorismo en
el extranjero e imponen un reinado de terror sobre el pueblo afgano.
Se ejecuta a mujeres en el estadio de fútbol de Kabul. Las
castigan por usar medias demasiado delgadas. Se encarcela a los
hombres por no asistir a reuniones de oraciones.
Estados Unidos, apoyado por muchas naciones, lleva la justicia a
los terroristas en Afganistán. Hacemos progresos contra los
blancos militares y ese es nuestro objetivo. A diferencia del enemigo,
procuramos minimizar, no maximizar, la pérdida de vidas inocentes.
Me siento orgulloso de la conducta honorable de las fuerzas armadas
norteamericanas. Y mi país siente todo el sufrimiento que
el régimen talibán le ha causado a Afganistán,
inclusive la terrible carga de la guerra. El pueblo afgano no se
merece a sus actuales gobernantes. Años de desgobierno talibán
no han traído otra cosa que miseria y hambre. Aún
antes de esta crisis actual, cuatro millones de afganos dependían
de Estados Unidos y otras naciones para alimentarse, y millones
de afganos eran refugiados procedentes de la opresión de
los talibanes.
A todas las víctimas de ese régimen les hago esta
promesa: los días en que el régimen talibán
daba refugio a los terroristas, traficaba con heroína y brutalizaba
a su pueblo se acercan a su fin. Y cuando ese régimen se
haya ido, el pueblo de Afganistán le dirá, junto con
el resto del mundo, "¡por fin!".
Puedo prometer también que Norteamérica se unirá
al mundo para ayudar al pueblo de Afganistán a reconstruir
su país. Muchas naciones, entre ellas la mía, envían
alimentos y medicinas para ayudar a los afganos durante el invierno.
Norteamérica ha lanzado desde el aire en Afganistán
1,3 millones de paquetes de raciones. Solamente esta semana, llevamos
por avión a la región 20.000 frazadas y más
de 200 toneladas de provisiones. Continuaremos suministrando ayuda
humanitaria, aun mientras el régimen talibán trata
de robar los alimentos que enviamos.
En último término se necesitará más
ayuda. Estados Unidos colaborará estrechamente con las Naciones
Unidas y los bancos de desarrollo para reconstruir Afganistán
luego que hayan cesado las hostilidades y el régimen talibán
ya no ejerza el control.
Y Estados Unidos colaborará con la ONU para apoyar un gobierno
posterior al régimen talibán que represente a todo
el pueblo afgano.
En esta guerra de terror, cada uno de nosotros debe responder por
lo que ha hecho o lo que ha dejado de hacer. Después de la
tragedia, llega la hora de la simpatía y la condolencia.
Y mi país está muy agradecido por ambas. Las ceremonias
de recordación y las vigilias llevadas a cabo en todo el
mundo no serán olvidadas. Pero la hora de la simpatía
ha pasado; ahora, ha llegado la hora de la acción.
Las obligaciones más básicas de este nuevo conflicto
ya han sido definidas por las Naciones Unidas. El 28 de septiembre
el Consejo de Seguridad aprobó la Resolución 1373.
Sus requerimientos son claros: cada país miembro de las Naciones
Unidas tiene una responsabilidad de reprimir el financiamiento terrorista.
Debemos aprobar en nuestros propios países todas las leyes
que sean necesarias para permitir la confiscación de los
bienes terroristas.
Debemos aplicar esas leyes a cada institución financiera
en cada nación.
Tenemos una responsabilidad de compartir datos de inteligencia y
coordinar los esfuerzos de aplicación de la ley. Si ustedes
saben algo, dígannoslo. Si nosotros sabemos algo, se lo diremos
a ustedes. Y cuando encontremos a los terroristas, debemos colaborar
para llevarlos ante la justicia. Tenemos la responsabilidad de denegar
a los terroristas cualquier asilo, refugio seguro o tránsito.
Cada campamento terrorista conocido debe ser cerrado, sus operadores
detenidos y las pruebas de su arresto presentadas a las Naciones
Unidas. Tenemos una responsabilidad de denegarles armas a los terroristas
y de impedir activamente que los ciudadanos particulares se las
provean.
Estas obligaciones son urgentes y tienen fuerza de ley para todas
las naciones que ocupan un lugar en este recinto. Muchos gobiernos
asumen con seriedad estas obligaciones, y mi país lo agradece.
Pero, sin embargo, más allá de la Resolución
1373, se requiere más, y se espera más de nuestra
coalición contra el terrorismo.
Pedimos un compromiso amplio con esta lucha. Debemos unirnos para
oponernos a todos los terroristas, no simplemente a algunos de ellos.
En este mundo hay causas buenas y malas, y podemos estar en desacuerdo
acerca de dónde fijar la línea de separación.
Pero no hay ningún terrorista bueno. Ninguna aspiración
nacional, ningún agravio que quede en la memoria puede justificar
jamás el asesinato deliberado de los inocentes.
Cualquier gobierno que rechace este principio y trate de escoger
y elegir a sus amigos terroristas, sabrá de las consecuencias.
Debemos decir la verdad acerca del terrorismo. No toleremos jamás
las indignantes teorías de conspiraciones en torno a los
ataques del 11 de septiembre; las mentiras malintencionadas que
tratan de eximir de culpa a los mismos terroristas, de eximir a
los culpables. Inflamar el odio étnico es adelantar la causa
del terrorismo.
La guerra contra el terrorismo no debe servir de excusa para perseguir
a las minorías étnicas y religiosas de cualquier país.
A la gente inocente se le debe permitir vivir su propia vida, según
sus propias costumbres y conforme a su propia religión. Y
cada nación debe tener espacio para la expresión pacífica
de opinión y disidencia.
Cuando estos espacios se cierran, crece la tentación de hablar
mediante la violencia. Debemos promover nuestra agenda para la paz
y la prosperidad en cada país. Mi país se ha comprometido
a estimular el desarrollo y ampliar el comercio. Mi país
se ha comprometido a invertir en educación y en combatir
el SIDA y otras enfermedades infecciosas en todo el mundo. Luego
del 11 de septiembre, estas promesas son aun más importantes.
En nuestra lucha contra los grupos odiosos que explotan la pobreza
y la desesperación, debemos ofrecer una alternativa de oportunidad
y esperanza.
El gobierno norteamericano mantiene también su compromiso
por una paz justa en el Medio Oriente. Trabajamos para lograr el
día en que dos estados, Israel y Palestina, vivan juntos
pacíficamente dentro de fronteras seguras y reconocidas,
como lo piden las resoluciones del Consejo de Seguridad. Haremos
todo lo que esté a nuestro alcance para que ambas partes
vuelvan a negociar. Pero la paz sólo llegará cuando
todos hayan jurado renunciar, para siempre, a la incitación,
la violencia y el terrorismo.
Y, finalmente, esta lucha es un momento definitivo para las mismas
Naciones Unidas. Y el mundo necesita su liderazgo de principios.
Cuando, por ejemplo, la Comisión de Derechos Humanos le ofrece
asientos a los más persistentes violadores de los derechos
humanos en el mundo, eso socava la credibilidad de esta gran institución.
Las Naciones Unidas dependen, por encima de todo, de su autoridad
moral, y esa autoridad debe ser preservada.
Los pasos que describí no serán fáciles. A
todas las naciones les exigirán esfuerzos. A algunas naciones
les requerirán gran valentía. Sin embargo, el costo
de no hacer nada es mucho mayor. La única alternativa de
la victoria es un mundo de pesadilla donde cada ciudad es un campo
potencial de masacres.
Como se lo he dicho al pueblo norteamericano, la libertad y el miedo
están en guerra. Encaramos enemigos que odian no nuestras
políticas, sino nuestra existencia; la tolerancia de apertura
y cultura creativa que nos define. Pero el resultado de este conflicto
es seguro: hay en la historia una corriente que fluye hacia la libertad.
A nuestros enemigos les molesta y la repudian, pero los sueños
de la humanidad los define la libertad -- el derecho natural de
crear y construir y adorar y vivir con dignidad. Cuando a hombres
y mujeres se los libera de la opresión y el aislamiento,
encuentran realización y esperanza, y millones salen de la
pobreza.
Estas aspiraciones estimulan a los pueblos de Europa, Asia, Africa
y las Américas, y pueden estimular a todo el mundo islámico.
Defendemos las esperanzas permanentes de la humanidad, y esas esperanzas
no se verán frustradas. Confiamos, también, en que
la historia tiene un autor que cumple su propósito a través
del tiempo y la eternidad. Sabemos que el mal existe, pero que la
buena voluntad prevalecerá contra él. Así lo
enseñan muchas religiones, y con esa certeza cobramos fuerzas
para un largo viaje.
Es nuestra tarea -- la tarea de esta generación -- dar respuesta
a la agresión y al terrorismo. No tenemos otra alternativa,
porque no hay otra paz.
No pedimos cumplir esta misión, pero hay honor en el llamado
de la historia. Tenemos una oportunidad de escribir la crónica
de nuestra época, una crónica de la valentía
que derrota a la crueldad y de la luz que se impone a la oscuridad.
Este llamado es digno de cualquier vida y digno de todas las naciones.
De modo que sigamos adelante, confiados, determinados, y sin temor.
Muchas gracias".
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