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14.11.2001
















Discurso del presidente George W. Bush
ante Asamblea General de Naciones Unidas

Texto completo de la disertación del presidente estadounidense en el 10 de noviembre de 2001.

"Gracias, señor Secretario General, señor Presidente, distinguidos delegados, señoras y señores. Nos congregamos en una sala dedicada a la paz, en una ciudad marcada por la violencia, en una nación que ha despertado ante el peligro, en un mundo que se une para una larga lucha.
Cada una de las naciones civilizadas aquí hoy está resuelta a mantener el compromiso más básico de la civilización: nos defenderemos a nosotros mismos y a nuestro futuro contra el terrorismo y la violencia descontrolada.
Las Naciones Unidas fueron creadas en esta causa. En una segunda guerra mundial aprendimos que no hay aislamiento contra el mal. Hemos afirmado que algunos crímenes son tan terribles que ofenden a la humanidad misma. Y hemos resuelto que las agresiones y ambiciones de los malvados deben responderse pronta, decisiva y colectivamente antes de que nos amenacen a todos. Ese mal ha regresado y esa causa se ha renovado.
A pocos kilómetros de aquí, muchos miles todavía yacen en una tumba de escombros. Mañana, el Secretario General, el Presidente de la Asamblea General y yo visitaremos ese lugar, donde se leerán en voz alta los nombres de cada nación y región que perdieron ciudadanos. Si fuéramos a leer los nombres de cada una de las personas que murieron, harían falta más de tres horas.
Esos nombres incluyen el de un ciudadano de Gambia, cuya esposa pasó el cuarto aniversario de su boda, el 12 de septiembre, buscando en vano a su marido.
Esos nombres incluyen el de un hombre que sostenía a su esposa en México, enviando dinero a casa semanalmente. Esos nombres incluyen el de un joven pakistaní que oraba hacia La Meca cinco veces al día, y ese día murió, tratando de salvar a otros.
El sufrimiento del 11 de septiembre ha sido infligido a gente de muchos credos y de muchas naciones. Todas las víctimas, incluidas las musulmanas, fueron asesinadas con igual indiferencia e igual satisfacción por los líderes terroristas. Los terroristas han violado los principios de cada religión, incluso la que ellos invocan.
La semana pasada, la Universidad Jeque de Al-Azhar, la institución islámica de enseñanza superior más antigua del mundo, declaró que el terrorismo es una plaga, y que el Islam prohíbe matar a civiles inocentes. Los terroristas llaman santa a su causa, pero la financian con el tráfico de drogas; alientan el asesinato y el suicidio en el nombre de una gran religión que prohíbe ambos. Se atreven a pedir la bendición de Dios mientras salen a matar hombres, mujeres y niños inocentes. Pero el Dios de Isaac e Ismael nunca respondería semejante plegaria. Y un asesino no es un mártir, es simplemente un asesino.
El tiempo pasa. Pero Estados Unidos nunca olvidará el 11 de septiembre. Recordaremos a cada socorrista que murió con honor. Recordaremos a cada familia que vive con dolor. Recordaremos el fuego y las cenizas, los últimos llamados telefónicos, los funerales de los niños.
Y el pueblo de mi país recordará a aquéllos que conspiraron contra nosotros. Aprendemos sus nombres. Conocemos sus rostros. No hay rincón en la Tierra que sea suficientemente oscuro o distante para protegerlos. No importa cuanto tarde, les llegará la hora de la justicia.
Todas las naciones tienen un interés en esta causa. Mientras nos reunimos aquí, los terroristas están planificando más asesinatos, quizás en mi país, o quizás en el de ustedes. Matarán porque aspiran a dominar. Procuran derrocar gobiernos y desestabilizar regiones enteras.
La semana pasada, anticipando esta reunión de la Asamblea General, denunciaron a las Naciones Unidas. Calificaron de criminal a nuestro secretario general y condenaron a todas las naciones árabes que se hallan aquí como traidoras al Islam.
Pocos países cumplen sus exigentes normas de brutalidad y de opresión. Cada nación es un objetivo potencial. Y todo el mundo enfrenta la perspectiva más horrenda de todas: estos mismos terroristas buscan armas de destrucción masiva, los instrumentos para convertir su odio en holocausto. Puede esperarse que usen armas químicas, biológicas y nucleares en el momento en que puedan hacerlo. No hay indicio alguno de conciencia que pueda prevenirlo.
Esta amenaza no puede ser ignorada. Esta amenaza no puede ser aplacada. La civilización misma, la civilización que compartimos está amenazada. La historia registrará nuestra respuesta, y juzgará o justificará a cada nación representada en esta sala.
El mundo civilizado responde. Actuamos para defendernos a nosotros mismos y para salvar a nuestros hijos de un futuro de temor. Escogemos la dignidad de la vida sobre una cultura de muerte. Escogemos el cambio legal y el desacuerdo cortés sobre la coerción, la subversión y el caos. Estos compromisos - esperanza y orden, ley y vida - unen a la gente a través de las culturas y de los continentes. De estos compromisos dependen toda la paz y el progreso. Por estos compromisos estamos resueltos a luchar.
Las Naciones Unidas han respondido a esta responsabilidad. El 12 de septiembre, estos edificios estuvieron abiertos para reuniones de emergencia de la Asamblea General y del Consejo de Seguridad. Antes que se pusiera el sol, esos ataques contra el mundo habían sido condenados por el mundo. Y deseo agradecerles por esta posición enérgica y de principios.
También quiero agradecer a los países islámicos árabes que han condenado el asesinato terrorista. Muchos de ustedes han visto la destrucción causada por el terrorismo en vuestros propios países. Los terroristas están cada vez más aislados debido a su propio odio y extremismo. No pueden ocultarse detrás del Islam. Los autores de asesinatos en masa y sus aliados no tienen lugar en cultura alguna ni refugio en ninguna religión.
Las conspiraciones del terrorismo se enfrentan a una coalición mundial cada vez más amplia. No todas las naciones serán parte de cada acción contra el enemigo. Pero cada nación de nuestra coalición tiene deberes. Estos deberes pueden ser exigentes, como estamos aprendiendo en Estados Unidos. Ya hemos hecho ajustes en nuestras leyes y en nuestras vidas diarias. Tomamos nuevas medidas para investigar el terrorismo y para protegernos contra las
amenazas.
Los gobernantes de todas las naciones ahora deben considerar cuidadosamente sus responsabilidades y su futuro. Los grupos terroristas como Al Qaeda dependen de la ayuda o de la indiferencia de los gobiernos. Necesitan el apoyo de una infraestructura financiera y refugios para entrenarse, planificar y ocultarse.
Algunas naciones quieren desempeñar su parte en la lucha contra el terrorismo, pero nos dicen que carecen de los medios para hacer cumplir sus leyes y controlar sus fronteras. Estamos dispuestos a ayudarlos. Algunos gobiernos todavía se hacen los ciegos ante los terroristas, esperando que la amenaza los dejará a un lado. Están equivocados. Y algunos gobiernos, mientras afirman sostener los principios de las Naciones Unidas, se han puesto de parte de los terroristas. Los apoyan y los albergan, y descubrirán que sus huéspedes bienvenidos son parásitos que los debilitarán y eventualmente los consumirán.
Cada régimen que patrocine el terrorismo tendrá que pagar un precio. Y lo pagará. Los aliados del terrorismo son igualmente culpables de asesinato e igualmente responsables ante la justicia.
Los talibán están aprendiendo ahora esta lección: que el régimen y los terroristas a quienes apoyan ahora son virtualmente indistinguibles. Juntos promueven el terrorismo en el extranjero e imponen un reinado de terror sobre el pueblo afgano. Se ejecuta a mujeres en el estadio de fútbol de Kabul. Las castigan por usar medias demasiado delgadas. Se encarcela a los hombres por no asistir a reuniones de oraciones.
Estados Unidos, apoyado por muchas naciones, lleva la justicia a los terroristas en Afganistán. Hacemos progresos contra los blancos militares y ese es nuestro objetivo. A diferencia del enemigo, procuramos minimizar, no maximizar, la pérdida de vidas inocentes.
Me siento orgulloso de la conducta honorable de las fuerzas armadas norteamericanas. Y mi país siente todo el sufrimiento que el régimen talibán le ha causado a Afganistán, inclusive la terrible carga de la guerra. El pueblo afgano no se merece a sus actuales gobernantes. Años de desgobierno talibán no han traído otra cosa que miseria y hambre. Aún antes de esta crisis actual, cuatro millones de afganos dependían de Estados Unidos y otras naciones para alimentarse, y millones de afganos eran refugiados procedentes de la opresión de los talibanes.
A todas las víctimas de ese régimen les hago esta promesa: los días en que el régimen talibán daba refugio a los terroristas, traficaba con heroína y brutalizaba a su pueblo se acercan a su fin. Y cuando ese régimen se haya ido, el pueblo de Afganistán le dirá, junto con el resto del mundo, "¡por fin!".
Puedo prometer también que Norteamérica se unirá al mundo para ayudar al pueblo de Afganistán a reconstruir su país. Muchas naciones, entre ellas la mía, envían alimentos y medicinas para ayudar a los afganos durante el invierno. Norteamérica ha lanzado desde el aire en Afganistán 1,3 millones de paquetes de raciones. Solamente esta semana, llevamos por avión a la región 20.000 frazadas y más de 200 toneladas de provisiones. Continuaremos suministrando ayuda humanitaria, aun mientras el régimen talibán trata de robar los alimentos que enviamos.
En último término se necesitará más ayuda. Estados Unidos colaborará estrechamente con las Naciones Unidas y los bancos de desarrollo para reconstruir Afganistán luego que hayan cesado las hostilidades y el régimen talibán ya no ejerza el control.
Y Estados Unidos colaborará con la ONU para apoyar un gobierno posterior al régimen talibán que represente a todo el pueblo afgano.
En esta guerra de terror, cada uno de nosotros debe responder por lo que ha hecho o lo que ha dejado de hacer. Después de la tragedia, llega la hora de la simpatía y la condolencia. Y mi país está muy agradecido por ambas. Las ceremonias de recordación y las vigilias llevadas a cabo en todo el mundo no serán olvidadas. Pero la hora de la simpatía ha pasado; ahora, ha llegado la hora de la acción.
Las obligaciones más básicas de este nuevo conflicto ya han sido definidas por las Naciones Unidas. El 28 de septiembre el Consejo de Seguridad aprobó la Resolución 1373. Sus requerimientos son claros: cada país miembro de las Naciones Unidas tiene una responsabilidad de reprimir el financiamiento terrorista. Debemos aprobar en nuestros propios países todas las leyes que sean necesarias para permitir la confiscación de los bienes terroristas.
Debemos aplicar esas leyes a cada institución financiera en cada nación.
Tenemos una responsabilidad de compartir datos de inteligencia y coordinar los esfuerzos de aplicación de la ley. Si ustedes saben algo, dígannoslo. Si nosotros sabemos algo, se lo diremos a ustedes. Y cuando encontremos a los terroristas, debemos colaborar para llevarlos ante la justicia. Tenemos la responsabilidad de denegar a los terroristas cualquier asilo, refugio seguro o tránsito. Cada campamento terrorista conocido debe ser cerrado, sus operadores detenidos y las pruebas de su arresto presentadas a las Naciones Unidas. Tenemos una responsabilidad de denegarles armas a los terroristas y de impedir activamente que los ciudadanos particulares se las provean.
Estas obligaciones son urgentes y tienen fuerza de ley para todas las naciones que ocupan un lugar en este recinto. Muchos gobiernos asumen con seriedad estas obligaciones, y mi país lo agradece. Pero, sin embargo, más allá de la Resolución 1373, se requiere más, y se espera más de nuestra coalición contra el terrorismo.
Pedimos un compromiso amplio con esta lucha. Debemos unirnos para oponernos a todos los terroristas, no simplemente a algunos de ellos. En este mundo hay causas buenas y malas, y podemos estar en desacuerdo acerca de dónde fijar la línea de separación.
Pero no hay ningún terrorista bueno. Ninguna aspiración nacional, ningún agravio que quede en la memoria puede justificar jamás el asesinato deliberado de los inocentes.
Cualquier gobierno que rechace este principio y trate de escoger y elegir a sus amigos terroristas, sabrá de las consecuencias.
Debemos decir la verdad acerca del terrorismo. No toleremos jamás las indignantes teorías de conspiraciones en torno a los ataques del 11 de septiembre; las mentiras malintencionadas que tratan de eximir de culpa a los mismos terroristas, de eximir a los culpables. Inflamar el odio étnico es adelantar la causa del terrorismo.
La guerra contra el terrorismo no debe servir de excusa para perseguir a las minorías étnicas y religiosas de cualquier país. A la gente inocente se le debe permitir vivir su propia vida, según sus propias costumbres y conforme a su propia religión. Y cada nación debe tener espacio para la expresión pacífica de opinión y disidencia.
Cuando estos espacios se cierran, crece la tentación de hablar mediante la violencia. Debemos promover nuestra agenda para la paz y la prosperidad en cada país. Mi país se ha comprometido a estimular el desarrollo y ampliar el comercio. Mi país se ha comprometido a invertir en educación y en combatir el SIDA y otras enfermedades infecciosas en todo el mundo. Luego del 11 de septiembre, estas promesas son aun más importantes. En nuestra lucha contra los grupos odiosos que explotan la pobreza y la desesperación, debemos ofrecer una alternativa de oportunidad y esperanza.
El gobierno norteamericano mantiene también su compromiso por una paz justa en el Medio Oriente. Trabajamos para lograr el día en que dos estados, Israel y Palestina, vivan juntos pacíficamente dentro de fronteras seguras y reconocidas, como lo piden las resoluciones del Consejo de Seguridad. Haremos todo lo que esté a nuestro alcance para que ambas partes vuelvan a negociar. Pero la paz sólo llegará cuando todos hayan jurado renunciar, para siempre, a la incitación, la violencia y el terrorismo.
Y, finalmente, esta lucha es un momento definitivo para las mismas Naciones Unidas. Y el mundo necesita su liderazgo de principios. Cuando, por ejemplo, la Comisión de Derechos Humanos le ofrece asientos a los más persistentes violadores de los derechos humanos en el mundo, eso socava la credibilidad de esta gran institución. Las Naciones Unidas dependen, por encima de todo, de su autoridad moral, y esa autoridad debe ser preservada.
Los pasos que describí no serán fáciles. A todas las naciones les exigirán esfuerzos. A algunas naciones les requerirán gran valentía. Sin embargo, el costo de no hacer nada es mucho mayor. La única alternativa de la victoria es un mundo de pesadilla donde cada ciudad es un campo potencial de masacres.
Como se lo he dicho al pueblo norteamericano, la libertad y el miedo están en guerra. Encaramos enemigos que odian no nuestras políticas, sino nuestra existencia; la tolerancia de apertura y cultura creativa que nos define. Pero el resultado de este conflicto es seguro: hay en la historia una corriente que fluye hacia la libertad. A nuestros enemigos les molesta y la repudian, pero los sueños de la humanidad los define la libertad -- el derecho natural de crear y construir y adorar y vivir con dignidad. Cuando a hombres y mujeres se los libera de la opresión y el aislamiento, encuentran realización y esperanza, y millones salen de la pobreza.
Estas aspiraciones estimulan a los pueblos de Europa, Asia, Africa y las Américas, y pueden estimular a todo el mundo islámico. Defendemos las esperanzas permanentes de la humanidad, y esas esperanzas no se verán frustradas. Confiamos, también, en que la historia tiene un autor que cumple su propósito a través del tiempo y la eternidad. Sabemos que el mal existe, pero que la buena voluntad prevalecerá contra él. Así lo enseñan muchas religiones, y con esa certeza cobramos fuerzas para un largo viaje.
Es nuestra tarea -- la tarea de esta generación -- dar respuesta a la agresión y al terrorismo. No tenemos otra alternativa, porque no hay otra paz.
No pedimos cumplir esta misión, pero hay honor en el llamado de la historia. Tenemos una oportunidad de escribir la crónica de nuestra época, una crónica de la valentía que derrota a la crueldad y de la luz que se impone a la oscuridad. Este llamado es digno de cualquier vida y digno de todas las naciones. De modo que sigamos adelante, confiados, determinados, y sin temor.

Muchas gracias".

 





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