Discurso
del Presidente del Directorio del Banco Central del Uruguay, Cr.
César Rodríguez Batlle, en el almuerzo organizado
por ADM, 26 de setiembre de 2001
Nos sentimos muy honrados de poder exponer ante ustedes acerca del
sistema financiero doméstico y su vinculación con
la actividad productiva. Me siento inclinado a integrar este tema
a otro un poco más amplio, enfocándolo más
bien desde el punto de vista de las relaciones entre la actividad
productiva y las distintas áreas bajo la competencia del
Banco Central del Uruguay.
Quizás
este violando una regla de oro de los banqueros centrales, que es
la de hablar poco. Como todos ustedes saben, el Sr. Alan Greenspan
no es un colega de palabra fácil, tal vez porque sabe que
un par de palabras suyas pueden costar millones al mercado. Modestamente,
espero ser un poco más inofensivo. Pero dada la coyuntura
y el interés que ustedes demuestran, ésta es una buena
oportunidad para poder exponer nuestra visión sobre el sistema
financiero, particularmente en aspectos que a nos involucran.
Para comenzar,
déjenme recordarles que el Banco Central del Uruguay es un
organismo complejo con múltiples responsabilidades, siendo
una de las principales cuidar de la solvencia y el sano desarrollo
del sistema financiero, para que éste pueda a su vez cumplir
su doble papel de administrar los mecanismos de pagos y canalizar
el financiamiento de la actividad económica. El Banco Central
hace bien su trabajo cuando nadie se acuerda de él. No obstante,
nuestro rol no se agota en aspectos regulatorios, sino que abarca
también decisiones de política monetaria y cambiaria,
que como ustedes comprenderán, no puedo dejar fuera de esta
exposición. No sólo por la vinculación entre
éstos y la actividad productiva, sino también por
la estrecha relación que existe a su vez con la propia actividad
financiera.
Dentro de esta
lógica, organizaré mi exposición en tres partes:
para comenzar, situaremos la política cambiaria en
el contexto externo y en el marco de la política de estabilización
que hemos llevado exitosamente adelante durante los últimos
años, dedicando una especial atención en los objetivos
que este instrumento busca alcanzar.
Seguidamente, continuaremos nuestra exposición centrándonos
en el sistema financiero y en los fundamentos de las políticas
regulatorias que aplicamos desde el BCU. En particular, trataremos
de explicar las medidas recientes que hemos adoptado en materia
de regulación prudencial anticíclica, la cual pone
al Uruguay en la vanguardia internacional en la materia.
Finalmente, haremos algunos comentarios acerca del costo del crédito,
para luego concluír con comentarios sobre alguno de nuestros
proyectos para el futuro.
Permítanme,
entonces, comenzar por la gestión cambiaria y su relación
con el plan de estabilización. Recordemos que Uruguay comenzó
la década de los noventa con una tasa de inflación
del orden del 130%. Esta tasa, como ustedes comprenden, era y es
realmente inaceptable. El impuesto inflacionario es el peor de los
impuestos, no sólo por su regresividad y por su ilegalidad,
ya que es un impuesto cuya recaudación no se encuentra bajo
control parlamentario. Además, este impuesto es altamente
distorsionante en términos de la asignación de recursos,
ya que dificulta el cálculo económico y afecta negativamente
las decisiones de inversión.
Hoy en día,
la tasa de inflación se encuentra situada en un entorno del
4%. Esto no sólo es un parámetro aceptable en términos
de estándares internacionales, sino que además revela
una mayor explicitación de los costos de funcionamiento del
gobierno. El impuesto inflacionario no es más una fuente
de financiamiento fiscal.
Este entorno
de estabilidad le da certeza al funcionamiento del mercado y permite
a las empresas tener un marco de planificación. Ahora, la
tasa de inflación no es un instrumento en sí mismo.
Por el contrario, es una meta para el Banco Central en el cumplimiento
de la función de preservar el valor de la moneda, así
como está determinado por nuestra Carta Orgánica.
El principal instrumento, ha sido la administración de la
política cambiaria. En una economía pequeña,
abierta y altamente dolarizada como la nuestra, el nivel de precios
guarda una estrecha relación con la inflación externa,
que importamos de nuestros socios comerciales, y con la tasa de
devaluación, que traduce esa inflación externa a inflación
expresada en moneda nacional. La combinación de ambas genera
una especie de "ancla nominal" para el nivel de precios
domésticos, en un entorno de la cual se sitúan los
precios domésticos. La gradual desaceleración de este
ancla ha permitido un gradual descenso de la tasa de inflación
a los niveles que disfrutamos hoy en día y que tenemos la
obligación de preservar.
En este sentido,
es importante tener presente que existe una estrecha relación
entre el ancla y el nivel de precios interno. En consecuencia, la
única forma que una mayor tasa de devaluación no se
traduzca en una mayor inflación doméstica, es sólo
si nos encontramos en una coyuntura deflacionista en la cual nuestros
precios en dólares, como una situación de equilibrio,
tienden a evolucionar por debajo de la inflación internacional.
Indudablemente, esto es lo que define nuestra coyuntura actual,
producto de la serie de shocks adversos que nos han venido afectando
en los últimos tres años.
El gobierno
no considera al manejo de la política cambiaria como un instrumento
idóneo para ganar competitividad per se. Pero lo que sí
resulta evidente, es que es un instrumento adecuado para facilitar
el ajuste de los precios relativos en este contexto deflacionario.
Algo así
comenzó a generarse a comienzos de 1999, con el abandono
de la paridad fija del Real en Brasil y la caída de la demanda
externa. En los últimos 30 meses, nuestra moneda se depreció
aproximadamente un 25% respecto del dólar, pero sólo
un 13% se tradujo en inflación. Aún así, al
comparar esta caída de nuestros precios en dólares
con lo ocurrido en Brasil, el resultado es desfavorable para nuestra
producción. Por eso, nuestro indicador de competitividad
bilateral se deteriora. Brasil es un país con características
financieras y comerciales muy diferentes a las nuestras, y el Real
ha ingresado en un proceso de fuerte depreciación. Una mayor
devaluación en nuestro país , podría haber
generado un mayor nivel de inflación sin traducirse en una
ganancia neta de competitividad. No debemos olvidar que Brasil es
una parte de nuestro "resto del mundo". Y cuando uno deprecia
su moneda no lo hace bilateralmente, sino que lo hace con todos
los socios.
Consideremos
el caso de Argentina, donde claramente una rápida inspección
a nuestros índices de competitividad bilateral sugieren una
significativa mejoría durante los últimos dos años.
Sin considerar el efecto del "empalme" registrado en la
convertibilidad argentina, podemos estimar preliminarmente un aumento
de nuestra competitividad bilateral del orden del 6% entre Enero
de 1999 y Junio 2001. Sin pretender que este efecto sea la consecuencia
directa de nuestra pauta devaluatoria, resulta evidente que la misma
contribuyó positivamente en este proceso. Esto es particularmente
importante, porque el nivel de precios en dólares de Uruguay
se explica, en muy buena medida, por el nivel de precios en dólares
de Argentina, país con el cual tenemos un intenso comercio
no sólo a nivel de mercancías sino también
de servicios. En este sentido se comprende mejor la modificación
temporal en nuestra pauta devaluatoria, no sólo como resultado
de la coyuntura que vivimos, sino también como adecuación
a la devaluación técnica producida por el empalme
de la convertibilidad.
Algo similar
sucede respecto del "resto del mundo", definido como canasta
ponderada de un grupo significativo de nuestros socios comerciales
extrarregionales. En este caso, nuestra estimación preliminar
sugiere un incremento del 3% en la competitividad bilateral, el
que luce más significativo cuando reflexionamos a donde podría
habernos conducido la dramática depreciación del Euro
durante ese período (lo que se está atemperando en
estos días).
En lo que respecta
a nuestro futuro próximo, la pauta devaluatoria ha sido fijada
en un 1.2% mensual, efectiva hasta Junio de 2002. Sólo durante
el correr de 2001, dado que esta pauta es consistente con una inflación
dentro del rango de 5 a 6%, nuestros precios en dólares se
reducirán aproximadamente un 6%, en promedio. Como ustedes
observan, la pauta devaluatoria es funcional a nuestros objetivos
inflacionarios al tiempo que facilita un más fluido ajuste
de nuestros costos en dólares. De hecho, la inflación
acumulada desde enero de 1999 hasta la fecha ha sido del orden del
12%, mientras que el deslizamiento de la banda de flotación
fue del 22%, lo cual permitió una disminución de nuestros
precios en dólares del orden del 9%, sin tener en cuenta
las variaciones del tipo de cambio dentro de la banda de flotación.
En resumen,
como siempre puede haber más y más rápido.
Pero hemos logrado la estabilidad y continuaremos con un paulatino
ajuste de precios relativos. Las exportaciones, aun teniendo en
cuenta el fenómeno de la aftosa y la brutal caída
de los mercados vecinos, han evolucionado favorablemente en términos
de volumen físico, cayendo en valor alrededor de un 7% anualizado
a agosto de este año, principalmente por razones de precios
deprimidos.
No obstante,
entendemos y reafirmamos que la política cambiaria no solo
debe estar al servicio de la estabilidad, sino también debe
ser funcional al objetivo de crecimiento de la economía.
Hechas estas
consideraciones sobre nuestro contexto monetario-cambiario, me concentraré
sobre los aspectos más específicos vinculados al sistema
financiero.
Para situar el tema, tengamos presente que el mismo es importante
no sólo desde el punto de vista de su relacionamiento con
otros sectores de la economía. Para comenzar, recordemos
que el desarrollo del sistema financiero -si bien ha tenido algunas
características de naturaleza aluvional a través de
los años- ha sido en buena medida el producto de una estrategia
de largo plazo que ha trascendido varios gobiernos durante los últimos
25 años. Esta estrategia, que podríamos definir como
una verdadera política de Estado, ha apuntado a desarrollar
un sistema cuyo valor agregado se estima actualmente en orden de
los 2 mil millones de dólares.
En un sentido
amplio, el sistema financiero comprende las actividades bancarias
tradicionales, los seguros, las administradoras de fondos de ahorro
previsional y el mercado de valores. A pesar de ello, nuestro enfoque,
por razones de tiempo, principalmente se concentrará en la
actividad del sistema bancario.
Hechas estas
consideraciones sobre nuestro contexto monetario-cambiario, me concentraré
sobre los aspectos más específicos vinculados al sistema
financiero.
Para situar el tema, tengamos presente que el mismo es importante
no sólo desde el punto de vista de su relacionamiento con
otros sectores de la economía. Para comenzar, recordemos
que el desarrollo del sistema financiero -si bien ha tenido algunas
características de naturaleza aluvional a través de
los años- ha sido en buena medida el producto de una estrategia
de largo plazo que ha trascendido varios gobiernos durante los últimos
25 años. Esta estrategia, que podríamos definir como
una verdadera política de Estado, ha apuntado a desarrollar
un sistema cuyo valor agregado se estima actualmente en orden de
los 2 mil millones de dólares.
En un sentido
amplio, el sistema financiero comprende las actividades bancarias
tradicionales, los seguros, las administradoras de fondos de ahorro
previsional y el mercado de valores.
A pesar de ello,
nuestro enfoque, por razones de tiempo, principalmente se concentrará
en la actividad del sistema bancario.
Desde el punto
de vista de la contribución al producto bruto interno, el
valor agregado de la actividad financiera (definida en general,
incluyendo la actividad de las compañías de seguros)
representa aproximadamente un 10% del esfuerzo productivo total
del país. Para darles una idea de magnitud, su contribución
directa es comparable al del sector de transportes y comunicaciones,
o a la de la industria de la construcción. Desde ya hablamos
en términos de valor agregado bruto y dejamos de lado otros
aspectos importantes (ocupación, efectos indirectos, etc.).
No es una comparación de carácter polémico,
sin perjuicio de que no compartimos la visión que enfrenta
los llamados sectores reales con los financieros.
Por otro lado, en términos de capital, sin duda se trata
de un sector clave aunque difícil de cuantificar, dada la
intangibilidad de muchos de sus activos. Si bien el sector se encuentra
respaldado por una fuerte acumulación del capital físico,
no nos cabe duda que su principal riqueza se encuentra en el capital
humano involucrado, su acumulación de conocimientos, su capacidad
de innovación tecnológica, el know-how, y tan importante
como ésto, la confianza y la reputación que el propio
sector ha ido acumulando a través de los años.
La vinculación
del sector con el resto de la sociedad a través de su actividad
de intermediación financiera es significativa. Medido a través
de sus activos, el crédito total del sistema financiero al
sector privado residente equivale a aproximadamente la mitad del
producto interno bruto. De este total, más de la mitad corresponde
al sistema bancario oficial.
Una vez planteada
la importancia del desarrollo del sector en la economía nacional
podemos analizar las claves para una articulación constructiva
entre el sistema financiero y el resto del aparato productivo.
El primer canal
se refiere a la existencia de flujos estables de financiamiento.
Estabilidad entendida en oposición a crisis. Por supuesto
que el crédito tiene ciclos y los seguirá teniendo,
pero es vital que el flujo no se interrumpa y que facilite el crecimiento
de la economía. Para esto, también es necesaria la
existencia de financiamiento de largo plazo y de capital de riesgo.
El primero para adecuarse a los plazos de maduración de distintas
inversiones. Muchos proyectos requieren de capital de riesgo que
esté dispuesto a aceptar incertidumbre que rodea a una actividad
innovadora, así como de financiamiento a largo plazo que
elimine la presión de liquidez en las fases de desarrollo
del proyecto.
Para que estas
condiciones estén presentes, el Banco Central del Uruguay,
como regulador del sistema financiero, debe mantener una conducta
prudencial que asegure la solvencia de la plaza y debe estar atento
a asegurar el desarrollo del marco regulatorio adecuado a esta articulación.
Nuestra función es cuidar de la solvencia de las instituciones,
porque eso implica proteger a los depositantes y a la cadena de
pagos, al tiempo de generar el marco regulatorio apropiado para
que el mercado se desarrolle en toda su potencialidad. Pero tal
como lo veremos más adelante, estas políticas regulatorias
no deben forzar decisiones anti-económicas.
Por otra parte, en un plano más proactivo, y de acciones
directas, el Banco Central facilita la canalización de recursos
de mediano y largo plazo a los sectores productivos, como en el
caso de los préstamos Multisectoriales, e instrumenta el
mecanismo de prefinanciación de exportaciones. Lo anterior
habilita al sistema bancario a acceder a fondos de mediano y largo
plazo que trasladan a los sectores productivos y en el caso de la
prefinanciación permite a los exportadores financiarse con
la tasa más baja de la región.
No siempre es
fácil ver cómo la solvencia paga. Sin embargo, esto
tiene un claro efecto sobre las condiciones financieras de los bancos.
Un sistema financiero riesgoso, con fundamentos débiles,
tendría costos de captación típicamente mayores
que la tasa de interés internacional. Sin embargo, este no
es el caso de Uruguay. En nuestro país, el costo de captación
se encuentra sistemáticamente por debajo de la tasa LIBOR.
Por un lado, este es un claro indicador de que el flujo de capitales
que vienen a Uruguay no es de naturaleza especulativa. No se trata
de hot money, sino de fondos que buscan seguridad en un contexto
donde las reglas del juego son claras y el sistema financiero solvente.
Por otra parte, este costo de captación es parte esencial
del costo del crédito ya que es el piso de las tasas de interés.
Para entenderlo bien, basta reflexionar sobre cuál sería
este costo si nuestro sistema financiero tuviera que fondearse a
tasas cinco o diez puntos porcentuales superiores a las actuales.
Otra modo de
ver la misma situación es no ya a través de los precios,
sino a través de las cantidades. Si tomamos a los depósitos
de no residentes como indicador de la imagen de solvencia de nuestro
sistema, los mismos mantienen su tendencia creciente de los últimos
años. En particular, han aumentado un 18% en lo que va del
año, en buena medida como resultado de un arbitraje en las
condiciones de seguridad y solvencia a nivel regional.
Dando vuelta
la hoja de balance y viendo la actividad del sistema bancario a
través de sus activos, se observa un sostenido crecimiento
del crédito durante la década anterior. Si observamos
en primer lugar la actividad del sistema bancario privado, nos permite
evaluar directamente las tendencias de mercado.
En este sentido, lo primero es notar que el crédito crecía
exponencialmente hasta 1998, momento en el cual comenzó a
generarse una situación muy adversa en los mercados financieros
internacionales y en nuestros países vecinos, principalmente
en Brasil. A mediados de ese año, el Banco Central estaba
muy preocupado con una tasa de crecimiento anual del crédito
de más del 20%, que no guardaba ninguna armonía con
el resto de las variables macro y que eventualmente podía
inducir a la toma de excesivos riesgos que menoscabaran la solvencia
de las instituciones financieras.
El Banco de
la República, por su lado, suministra aproximadamente un
44% del total del crédito a la actividad productiva. Su comportamiento
crediticio, si bien agresivo, puede observarse que guardó
más equilibrio con el desarrollo económico de la segunda
mitad de la década, para luego reflejar también la
particular coyuntura económica de estos últimos años.
Volviendo a
la banca privada, con los matices del caso, puede apreciarse que
la evolución general se replica a nivel de los distintos
sectores del quehacer económico.
Por ello se
aprobó oportunamente un conjunto de normas tendientes a dar
más solidez financiera a los bancos, al tiempo que armonizaran
las tasas de crecimiento del crédito. Entre ellas, se aumentó
la responsabilidad patrimonial a un 10%, lo cual consolidó
la posición financiera de las instituciones al tiempo que
nos acercaba a los estándares del Mercosur. Al mismo tiempo,
se volvió más exigente la normativa en materia de
previsiones por riesgos, lo cual permitió no sólo
frenar el aumento excesivo del crédito en un momento de auge,
sino también crear reservas que son las que en el futuro
permitirán aislar, al menos parcialmente, la evolución
del crédito del momento del ciclo.
No obstante,
antes de entrar en la consideración de la regulación,
creo que sería útil dar una idea de donde estamos
situados en materia de acceso al crédito. No escapa al conocimiento
general que el crecimiento del crédito se ha desacelerado
significativamente en los últimos meses. Esta realidad es
común a los principales sectores de la actividad económica.
Entender el problema es importante para no tratar de implementar
soluciones equivocadas, las cuales no sólo no resolverían
los problemas sino que podrían crear otros que ahora no tenemos.
En particular,
quisiera demostrarles que este comportamiento no es el producto
de una restricción de liquidez, ni de un entorno regulatorio
inapropiado. Por el contrario, es principalmente el producto de
la particular coyuntura del ciclo económico y de la percepción
del estado de los negocios.
Si observamos
los flujos de fondos del sistema, vemos que el sistema bancario
ha tenido durante el último año una actitud muy conservadora.
De los 1657 millones de dólares que estuvieron disponibles
durante los últimos doce meses finalizados en Julio de este
año, principalmente originados en depósitos de no
residentes, más de mil millones fueron utilizados en acumulación
de activos financieros de corto plazo. Esta importante liquidez
es en buena medida una respuesta natural ante flujos de capital
que, más allá de su robustez, se originan en una búsqueda
de refugio ante la volatilidad regional y condiciones financieras
muy severas. Esta liquidez es la misma que asegura la tranquilidad
de los depositantes y la continuidad de los flujos.
Pero la otra
lectura complementaria, es que sólo 154 millones fueron utilizados
en financiar al sector privado residente. En otras palabras, el
sistema bancario privado disponía de fondos para financiar
actividades productivas a nivel doméstico y no encontró
negocios convenientes para asignar esa liquidez. Este dato es muy
importante porque descarta de plano un diagnóstico que escuchamos
a menudo: que el problema del crédito al sector privado es
un problema de liquidez. Este no es un problema de liquidez, sino
de falta de identificación de negocios. En consecuencia,
es inútil discutir sobre políticas de encajes o mecanismos
de provisión de liquidez.
Llegados a este
punto, entiendo que es una buena oportunidad para reflexionar acerca
de lo que es conveniente hacer, pero también sobre lo que
no es conveniente hacer. Para comenzar, déjenme recordarles
que la actividad de intermediación financiera es un delicado
negocio, sensible no sólo al marco regulatorio y a las expectativas
futuras, sino también a la capacidad de ejercicio de los
derechos de propiedad. Todo el negocio financiero se basa sobre
la idea de que los contratos se cumplen: si esto no fuera así,
nadie firmaría contratos. Para ello se requiere de un procedimiento
de liquidación de deudas eficiente, lo cual está más
allá de la responsabilidad del Banco Central del Uruguay.
Si las deudas no pueden liquidarse, o es costoso o lento hacerlo
por limitaciones judiciales, el ejercicio de los derechos se encuentra
limitado y esto necesariamente aumenta el costo del crédito.
Algo similar
sucede con la refinanciación de las deudas. El plan de reperfilamiento
que el Banco de la República y los bancos gestionados pusieron
a disposición del sector agropecuario por instrucciones de
su principal accionista, el Estado, se basó en un esquema
voluntario con una explicitación de costos que son asumidos
fiscalmente. Este esquema no puede implicar un menoscabo de la solvencia
de las instituciones involucradas. A su vez, cuando se considera
extender este régimen al sistema bancario privado, debe tenerse
muy presente que no es posible hacer que esta refinanciación
sea forzada. Si la refinanciación no es voluntaria, esto
equivaldría a romper de oficio los contratos e imponer otros
nuevos, lo cual implica erosionar el ejercicio de los derechos de
propiedad. Esto puede sonar atractivo para los endeudados hoy, los
insiders, pero el costo financiero que implica el riesgo de otros
eventuales cambios en las reglas del juego sería inevitablemente
pagado por todos aquellos que en el futuro requieran financiamiento.
En resumen, aumentaría el costo y restringiría aún
más el acceso al crédito.
Desearía
aquí, dar lectura a un fragmento muy breve del Libro I, Capítulo
IX de la Riqueza de la Naciones, en el cual Adam Smith se refiere
a este tema con la elegancia de sus escritos:
"Hay ocasiones
en que un defecto en una ley puede elevar el tipo de interés
muy por encima de lo que permitiría la situación del
país en cuanto a riqueza o pobreza. Cuando la ley no impone
el cumplimiento de los contratos, coloca a todos los prestatarios
de dinero casi al mismo nivel que los quebrados, o que las personas
de crédito dudoso.... La inseguridad de reembolsarse de su
dinero hace que el prestamista exija el mismo interés usurario
que es corriente exigir a los que se encuentran en la bancarrota.".
(Libro I, Capítulo IX, Beneficios del Capital. Adam Smith.
Esto nos lleva
al otro aspecto del problema: el rol de la regulación prudencial,
y nuestro margen de flexibilidad dentro de este marco. Este punto
no es trivial: existen estándares regulatorios internacionales
que necesariamente debemos respetar. Por un lado, por convicción
y por el otro, para conservar la buana calificación que a
nivel internacional tiene el Uruguay. Cuando nuestro país
adhiere a estos principios generales, cuando incluso los excedemos,
tal como sucede con la responsabilidad patrimonial de los bancos,
cuando somos estrictos en la adopción de un protocolo para
prevenir el lavado de activos, cuando recibimos el reconocimiento
del GAFI o de la OCDE o de la IRS, no sólo estamos protegiendo
una reputación en abstracto. Estamos disminuyendo el costo
país y bajando el costo del crédito, y eso implica
hacer rentables proyectos de inversión que en otras condiciones
no lo serían.
Una vez aceptadas
estas reglas básicas del juego, creo que sería oportuno
dedicar unos minutos a explicar la naturaleza de las modificaciones
recientemente aprobadas en materia de constitución de previsiones.
Esta normativa no sólo es importante porque permite mitigar
los efectos adversos del ciclo sobre el crédito bancario,
sino también porque coloca a Uruguay en la vanguardia mundial
en este plano. Pocos países han adoptado normas previsionales
anticíclicas, y esta resolución es la mejor contribución
que podemos hacer para evitar que el impacto de la fase baja del
ciclo se multiplique a través de una contracción adicional
del crédito.
Permítanme
explicar el contenido de esta modificación. Como recordábamos
recién, en setiembre de 1998 el Banco Central tomó
una serie de medidas para controlar una fuerte expansión
del crédito que no estaba en armonía con los fundamentos
macroeconómicos. Una de esas medidas apuntó a aumentar
las tasas de previsión para riesgos crediticios y atender
las probables pérdidas derivadas de una actitud demasiado
optimista en la concesión de créditos, inducida por
el favorable momento del ciclo. Hoy en día, en la fase opuesta
del ciclo, estamos devolviendo los porcentajes específicos
de provisiones a sus niveles anteriores.
Sin embargo,
debe tenerse claro que el efecto directo de esta medida no es liberar
recursos. En un principio, esto implicaría menoscabar la
solvencia global del sistema sin solucionar el problema del crédito
-ya que tal como hemos discutido- éste no está asociado
a la falta de recursos financieros. Las provisiones excedentes acumuladas
estos dos años, automáticamente quedan afectadas a
la constitución de un fondo de provisiones estadísticas,
el cual se continuará generando mensualmente como un porcentaje
de los créditos otorgados. Este fondo de reserva crece en
los momentos altos del ciclo cuando el incumplimiento efectivo es
más bajo que el promedio, y es utilizado cuando los requerimientos
de provisiones específicas generadas por incumplimientos
superan a las estadísticas, suavizando el impacto del ciclo
sobre los resultados de los bancos. ¿Por qué esta
normativa contribuye a suavizar el impacto del ciclo sobre el aparato
productivo? Porque reduce el vínculo entre la afectación
de resultados del banco y el momento del ciclo. En lo sucesivo,
si los bancos deben previsionar sus riesgos por sobre el promedio,
la utilización de este fondo de reserva necesariamente habrá
de suavizar el efecto de la norma prudencial sobre el otorgamiento
de créditos.
Esta decisión,
la de mayor trascendencia, se enmarca en otras que tienden a facilitar
la operativa del crédito y de la reestructuración
de deudas en un momento adverso del ciclo económico. A tal
fin se han admitido nuevas garantías computables para la
determinación de previsiones sobre riesgos crediticios, (prenda
de vehículos utilitarios, semovientes, títulos valores,
prenda de stocks, etc.), así como la extensión de
los plazos de cómputo de garantías ya admitidas.
A su vez, se flexibilizaron las condiciones para la reestructuración
de operaciones, admitiendo bajo ciertas circunstancias, para deudores
agropecuarios, el mantenimiento de la categorización preexistente,
evitando nuevas previsiones o aumentos en las tasas de interés.
En todo caso, dando señales de que el BCU no está
ajeno a la realidad del País, sin descuidar la solidez y
solvencia del sistema.
Normas bancocentralistas de regulación prudencial, sobre
estándares internacionales, que se han flexibilizado o adaptado
para facilitar el crédito o las reestructuraciones del mismo
y previsiones anticíclicas en el mismo sentido frente a la
difícil coyuntura.
En resumen: un sistema bancario sólido, solvente y líquido.
Con condiciones y recursos para otorgar préstamos en función
de la libre decisión de cada institución y de acuerdo
con la identificación de oportunidades de negocios.
Dediquemos unos
minutos a analizar el problema desde otro punto de vista: el costo
comparado del crédito a nivel regional. Evidentemente, aquí
tenemos un claro problema de segmentación de mercados: existen
deudores que pueden elegir la moneda de su endeudamiento mientras
que otros no. Para algunos, por un problema de gestión del
riesgo cambiario, la opción puede ser muy costosa. Otros
deudores pueden inclusive elegir también el mercado si tienen
acceso a financiamiento externo o posibilidad de recurrir al mercado
de valores. No son tampoco iguales las tasas según los plazos.
A pesar de que
cada historia es diferente, trataremos de sacar algo en limpio comenzando
por la moneda extranjera: nos basaremos en tasas promedio del sistema
para generalizar nuestras conclusiones, aunque reconocemos que estas
pueden aparecer algo contaminadas por la percepción del riesgo
crediticio asociado a las características de los deudores.
Si tomamos las tasas de crédito promedio en moneda extranjera,
lo primero que observamos es que no estamos hablando de niveles
elevados. El costo del crédito para esta franja se encuentra
domésticamente en un entorno del 10%, nivel que, en promedio
es inferior a su similar en Argentina. Esta tasa baja uno o dos
puntos para créditos preferenciales, y en términos
efectivos es inclusive entre 3% y 4% menor para aquellos exportadores
que acceden al mecanismo de prefinanciación de exportaciones.
Pero también es preciso notar que, a diferencia de Argentina,
el costo de ese crédito es poco volátil. Como es previsible,
Argentina traslada sus problemas crediticios a nivel soberano al
ámbito privado y ustedes pueden observar los picos registrados
durante la moratoria rusa de 1998, la crisis del Real en Brasil
a fines de 1998 y comienzos de 1999, o aún durante los desarrollos
actuales. Una vez más, resulta claro que los esfuerzos realizados
en nuestro país para asegurar la estabilidad macroeconómica,
mantener la calificación crediticia y preservar la solvencia
del sistema financiero pagan doblemente, por un menor costo de crédito
y una menor volatilidad.
Un mensaje análogo
puede extraerse de la observación de las tasas de interés
reales en moneda nacional. Para este propósito hemos elaborado,
una rápida estimación de las tasas de interés
reales implícitas en las tasas en moneda nacional, también
para los casos de Argentina y Uruguay. En este caso, también
disponemos de datos del mercado en Brasil. Tomamos tasas reales
para hacer comparables los costos nominales en términos de
una canasta de bienes.
Una rápida
inspección a estas series sugiere que el costo del crédito
en moneda nacional, para esta categoría de riesgos, no ha
sido significativamente diferente en Argentina que en Uruguay, aunque
sí existe una diferencia en la volatilidad. En Brasil, el
rol del riesgo cambiario es más evidente donde las tasas
reales se encuentran por debajo de las uruguayas.
Por supuesto,
esto abarca una categoría muy amplia de créditos y
una heterogeneidad de tasas. Con toda seguridad este no es el caso
del crédito al consumo en moneda nacional. Este es un tema
muy complejo que excede el objetivo de esta charla. Con relación
a esto último, permítanme una breve digresión.
Desde el año pasado impulsamos ciertas medidas tendientes
principalmente a dar mayor información a los consumidores
sobre los niveles de tasa de interés y los momentos de aplicación
de la misma.
Si bien se ha
generado, en algunos casos, disminuciones significativas de las
tasas de interés, entendemos que hay que continuar en el
esfuerzo. Me interesa anunciar que es nuestro propósito publicar
un ranking que exhiba -sobre la base de información de las
propias empresas- el orden de los niveles de tasa de interés
aplicados por las tarjetas y administradoras de crédito para
que se pueda comparar dichos niveles y posiciones con las tasas
promedio cobradas por el sistema bancario. De estas forma el consumidor
tendrá un nuevo elemento de comparación para decidir
con mayor información
De todas maneras, insistimos en seguir trabajando para bajar el
costo del crédito en moneda nacional. Creemos que existe
una asimetría entre la moneda extranjera y la moneda nacional,
y que aún existe espacio para reducir las tasas en moneda
nacional.
Desde ya éstas deben bajar en el corto plazo, a impulso de
la reducción de las tasas a nivel internacional.
Si analizamos
los spreads promedio por moneda implícitos en las tasas activas
promedio del crédito corporativo, vemos que para la moneda
extranjera éste se ubica en el orden del 7%, mientras que
en moneda nacional está diez puntos por encima de eso. Esto
es particularmente importante, dado que aquellas empresas que tienen
su base de ventas en sectores no transables, con ingresos vinculados
al mercado doméstico, preferirían endeudarse en m/n
si las tasas estuvieran arbitradas.
Pero los altos
spreads deben ser u n alerta que se vincula a los costos operativos
de los bancos. Sin mejora de su productividad -que se les pide con
razón a todos los sectores- no podemos trasladar a la producción
las menores tasas de captación, como debería ocurrir,
y no son las regulaciones bancocentralistas la razón de estos
altos costos.
Como ya insinuamos, estamos frente a una segmentación de
mercados entre moneda nacional y moneda extranjera, en la cual elevadas
tasas activas conviven con un tramo del mercado que exhibe una elevada
aversión al riesgo cambiario, probablemente empresas con
las características ya mencionadas.
El mercado ha resuelto este problema dolarizando el crédito,
donde las tasas son más competitivas. Hoy en día,
el crédito en dólares al sector privado no financiero
equivale aproximadamente a un 85%, del crédito total, excluyendo
el crédito al BHU, con sus especiales características.
Esto resuelve el problema del costo, pero no el problema del riesgo
cambiario que se encuentra implícito en el riesgo crediticio
de muchas empresas. Arbitrar estos costos es uno de nuestros más
importantes desafíos, que en este caso equivale a resucitar
un mercado de créditos en moneda nacional.
En este sentido,
quisiéramos comentar brevemente sobre un proyecto que sintetiza
algunas ideas que venimos manejando de tiempo atrás, junto
con inquietudes y propuestas que algunos de ustedes nos han hecho
llegar. Esta alternativa posible, que conjuga el desarrollo del
mercado en moneda nacional con la generación de un mercado
de crédito a mediano y largo plazo, es sobre la base del
desarrollo de un indexador diario. Este indexador no está
relacionado con la UR, sino que es un pariente más cercano
de la Unidad de Fomento chilena. La idea es generar y poner a disposición
del mercado una Unidad Indexada, vinculada a la evolución
del IPC. La desvinculación del Indice Medio de Salarios aislaría
al indexador de los efectos de cambios en la productividad o en
la coyuntura del mercado laboral. El IPC, por una parte, es una
unidad de cuenta natural para el ahorro previsional, razón
por la cual ya hemos recibido muestras de interés por parte
de AFAP y compañías de seguros. Por otra parte, somos
concientes que muchos de ustedes estan interesados en este desarrollo
por un problema de diversificación de pasivos o más
directamente, de gestión del riesgo cambiario. En particular,
aquellos deudores con actividades más orientadas al mercado
interno, así como también aquellos que manejan proyectos
de mediano y largo plazo. Aún para el propio gobierno sería
interesante desarrollar este mercado como forma de diversificar
su estructura de pasivos por monedas, bajando de este modo el riesgo
país y el costo del financiamiento. Sin duda, disponer de
una Unidad Indexada de manejo público y diario facilitará
el desarrollo de un mercado en moneda nacional, y de hecho es la
única alternativa que puede generar un mercado profundo y
líquido que compita con el dólar
Evidentemente, desarrollar un mercado de la nada no es fácil,
pero tenemos confianza que en breve tendremos novedades positivas
al respecto.
Una palabra
final sobre el futuro.
Si seguimos creyendo en Uruguay como plaza financiera, debemos continuar
y profundizar las reformas del sistema. El Banco Central ha planteado
iniciativas al Poder Ejecutivo que se han materializaran en leyes
o están en proyecto para ser consideradas por el Poder Legislativo
Entre otras, algunas orientadas a una menor regulación en
materia de seguros, o la creación de posibles opciones para
las administradoras de fondos de pensión o flexibilizar la
instalación de bancos eliminando la restricción de
acceso existente.
A su vez, se han adoptado numerosas resoluciones tendientes a mejorar
el funcionamiento y la información de los bancos y del mercado
de valores.
Pero el camino requiere de incorporar nuevas tecnologías
y bajar costos operativos. O aumentar la base de negocios en el
sentido anteriormente mencionado. O, en el caso de los bancos públicos
continuar los procesos de reestructura y mejora de la gestión
y la información.
Nuestro país
ha realizado, desde mediados de la década de los noventa,
importantes esfuerzos legislativos para configurar el mercado financiero.
Recordemos las leyes de mercado de valores y obligaciones negociables,
los fondos de ahorro previsional, la desmonopolización de
seguros e hipotecas, la securitización, los fondos de inversión,
etc. Esta legislación ha creado instituciones y nuevos productos.
Hay allí un importante campo para el de desarrollo de mercados
aún incipientes, de acción complementaria con el sistema
bancario tradicional.
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Podemos crecer
hacia fuera sin descuidar lo interno. Necesitamos financiamiento
para la inversión y el capital de trabajo de las empresas,
tanto proveniente de los bancos como del resto del sistema financiero,
particularmente el mercado de valores y los recursos de las AFAP.
Del lado externo, tenemos entonces la oportunidad, de proyectarnos
como centro de exportación de servicios financieros siguiendo
la misma visión estratégica que se ha tenido para
los otros sectores de la economía nacional.
Circunstancias como la presente, donde Uruguay desde el Mercosur
aborda procesos de negociación en USA y con la Unión
Europea pueden ser propicias para incluir la consideración
de estos temas.
De todas maneras esto no alivia la carga de seguir trabajando para
la mejora continua del sistema financiero.
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