La Audiencia Opina

Sobre los dichos de Rosencof sobre Lussich

Estimado Emiliano:

El viernes pasado escuché , como acostumbro, tu programa.  Tenía , para mí, un atractivo extra al hacerlo desde Maldonado. Disfruté mucho de toda la trasmisión y en particular de los móviles realizados por Rosario .

 Me decidí a escribirte porque en la tertulia  Mauricio Rosencoff , hizo un cuento infame que a fuerza de repetirse, a lo largo de los años, se toma como verdad. Me refiero a la  afirmación que Don Antonio Lussich echaba a pastar vacas en Punta Ballena con faroles como cencerros luminosos , para que encallaran los barcos que entraban al Río de la Plata. Es tan disparatada, falsa  y  canallesca esa historia que  resulta increíble que aún hoy,  se repita.

Como tu sabes, hice una investigación sobre Lussich que me insumió varios años y que se tradujo, primero en un capitulo de mi libro Al este de la historia, cuya autoría comparto con Silvia Pisani.  Y cuatro años después, en una biografía novelada del forestador  de Punta Ballena, titulada Que nos abrace el viento.

 En 1896 Lussich compró  algo más de 1500 hectáreas en Punta Ballena y un par de años después comenzó a sembrar . El lugar era entonces una sucesión de sierras peladas gobernada por todos los vientos. Tenía 52 años : para la época un anciano. Era el dueño de la empresa marítima y fluvial más grande de América del Sur  y la segunda más eficiente del mundo, según  lo reconocía Inglaterra, la potencia marítima  mundial por excelencia.

Sus hazañas en el mar, rescatando náufragos en el Río de la Plata , le valieron condecoraciones de los gobiernos de Francia, España, Italia y , obviamente, de Gran Bretaña. No era un empresario de escritorio; él mismo dirigía los salvatajes , arriesgando su vida. Era además un hombre inmensamente rico que había hecho su fortuna en buena ley. Aquí quizás esté un dato clave para encontrar una de las raíces de la leyenda negra que se tejió sobre él.

Cuando decidió sembrar Punta Ballena, delegó parte de sus responsabilidades en la compañía, en sus hermanos Manuel y Enrique. Hasta que en 1916 el Estado uruguayo
le  expropió la empresa a la vez que creó la Administración Nacional de Puertos. Sólo un dato ilustrativo, en 1916 la compañía contaba con 100 vapores y lanchas, un dique y casi mil empleados. Diez años más tarde, aquello se había convertido en un montón de chatarra.

Un año antes de publicar Que nos abrace el viento ,  recorrí desde el mar nuestra costa: de  Cabo Polonio hasta Portezuelo. Fue en un barco de la Armada -El Temerario-. La travesía insumió medio día. Pude hacerle al capitán del buque y a la tripulación una cantidad de preguntas, que me sirvieron para escribir el libro y , fundamentalmente, para comprender la magnitud de las hazañas protagonizadas por Lussich. Y en ese interrogatorio al que sometí,  a los marinos profesionales  estuvo la  pregunta de las vacas con faroles en el lomo de la sierra de la Ballena. La respuesta fue categórica: es un disparate  .

La luz que un farol puede emitir, no se avista desde el canal por el que navegan los barcos que entran al Río de la Plata.  Eso jamás hubiera podido ocurrir, ya que por las características de la costa de Maldonado, la embarcación encallaría y se hundiría varios kilómetros antes de poder avistar una señal así.

Lussich fue un empresario exitoso. Un visionario y un pionero. Creó una de las reservas forestales, en su época, más importantes del mundo. La siembra de Punta Ballena, que marcó para siempre y para bien el destino de la costa este del Uruguay y que le insumió desde 1898 hasta pocos meses antes de su muerte en 1928. Perteneció a esa generación de hombres brillantes que, desde la empresa privada, construyeron el Uruguay moderno de comienzos del Siglo XX.

Sostengo que otra de las raíces de  la leyenda negra, está en la filiación  blanca de Lussich  y en su formación cristiana, en un país  que entonces  vivía el auge del primer batllismo.

Es muy triste comprobar que aún hoy, mucha gente, en el Uruguay sigue condenando a hombres como Lussich, sin tomarse el trabajo de leer algo de historia.

Un abrazo
Diego Fisher