Entrevistas

Psicólogo Luis Correa: pandillas violentas son la expresión de una crisis que atraviesa a la sociedad

Psicólogo Luis Correa: pandillas violentas son la expresión de una crisis que atraviesa a la sociedad

La agresividad entre bandas de jóvenes ha acaparado la atención de los medios en los últimos días. Entrevistado por En Perspectiva, el psicólogo Luis Correa cuestionó las visiones reduccionistas sobre las pandillas y abogó por un abordaje interdisciplinario para entender la violencia que muchas veces protagonizan. También se refirió a una crisis de valores al expresar que "vivimos en un mundo en el que se premia más el éxito que el bien". Por otro lado, discrepó con la expresión "violencia banal" que se ha utilizado para calificar los hechos ocurridos en los alrededores de la cancha de Aguada: "para estos chicos [la violencia] no es sin sentido, esto es lo terrible del asunto", expresó.


(emitido a las 8.50 hs.)

EMILIANO COTELO:
Está claro que en los asesinatos de los dos Rodrigo ocurridos el viernes 8 en los alrededores de la cancha de Aguada había algo más que un enfrentamiento entre hinchadas o barras bravas de clubes de básquetbol o de fútbol. Fue interesante lo que dijo un referente de la hinchada de Aguada, consultado por la prensa, sobre los homicidas: "Que iban al partido es una excusa. Los que nos movemos en el ambiente sabemos que fue el grupo de Los Feos".

¿La sociedad uruguaya tiene conciencia de esta tendencia creciente a los enfrentamientos entre pandillas de muchachos? El problema no aparece solo en Montevideo, también se da en el interior. El sábado, el suplemento Qué Pasa del diario El País reveló el trasfondo de los incidentes entre estudiantes de UTU de Artigas, un hecho que hace dos semanas había sido noticia en toda la prensa. Según ese reportaje, aquel incidente era solo un caso más de una larga racha de violencia en la que viven inmersas varias pandillas que se conocen como Los Pinos, La Capilla, Los Finos, La Biblioteca, Ayuí y Los del Taller, entre otros.

Según esa investigación periodística, "los jóvenes de estos grupos se reúnen en ciertas esquinas para pasar el tiempo tomando caña y fumando marihuana, y chocan con otras pandillas atacándose con armas caseras cada vez que se cruzan. Basta que dos de ellas coincidan en la plaza o en un boliche, y un cruce desafiante de miradas hará el resto. Enseguida llegará la policía, el enemigo común de todas las barras".

"Cada una de estas bandas tiene sus códigos propios. Algunos, por ejemplo, se jactan de que no les pegan a otros muchachos que pasen con criaturas o mujeres. Otros dicen con orgullo que nunca usan armas y que, en cambio, pelean ‘a mano limpia’, o agarran pedazos de baldosas y se los tiran por la cabeza a sus enemigos".

Desde 2002 a la fecha, en Artigas ya murieron tres personas como consecuencia de estos enfrentamientos, y además ha habido numerosos heridos.

¿Todos conocíamos esa realidad? ¿Cómo se explica este fenómeno que algunos expertos llaman la "violencia banal"? ¿Qué papel puede jugar el Estado para enfrentarlo? ¿Qué lugar debe ocupar la familia?

En los próximos minutos vamos a abordar este problema de la violencia entre pandillas desde una perspectiva psicológica.

***

EC - Para eso hemos invitado a Luis Correa, psicólogo de adolescentes y adultos, que está trabajando intensamente en los preparativos del V Congreso de la Asociación Uruguaya de Psicoterapia Psicoanalítica (Audepp), que comienza el jueves 21.

En este último tiempo, en el que han abundado las noticias sobre violencia en liceos, en el deporte, en barrios, con testimonios que hablan de rivalidades fuertes, de revanchas, de venganza entre grupos o bandas, la primera consulta es: ¿esto está bien estudiado?, ¿está bien diagnosticado este fenómeno de esta clase de violencia?

LUIS CORREA:
Sí, aunque resulte sorprendente en nuestra sociedad, en otros lugares tienen larga data y hay mucha investigación al respecto. El problema es que en nuestro país hemos sido víctimas, en el análisis de este fenómeno, de dos reduccionismos opuestos que no han permitido operar positivamente en estas cuestiones desde hace mucho tiempo.

Por un lado está el reduccionismo socioeconómico, que adscribe todas las causas de la violencia, sobre todo de la violencia juvenil, a las condiciones de privación, de necesidades básicas insatisfechas y a todo lo que ello conlleva en cuanto a frustración y necesidades de darle un sentido, aunque parezca banal mirado desde la perspectiva de los que tenemos otros recursos, a la vida. Pero también están las causas intrapsíquicas familiares, que producen esta clase de fenómenos y de respuestas a escala individual y colectiva.

EC - ¿Cómo se explica? ¿Dónde estarían las causas? Porque algunos grupos, en este caso de jóvenes, pero la tendencia no incluye solo a jóvenes, también abarca a personas mayores...

LC - Hay un atravesamiento de la violencia en toda la sociedad, y del desconocimiento del otro, que es lo que está detrás de esto.

EC - Lo cierto es que algunos grupos de jóvenes optan por incorporarse, por formar parte de una barra, de una banda de "amigos", a partir de la cual pasa a girar su vida, la pertenencia a esa barra es el sentido de su vida.

LC - Evidentemente ni yo ni ningún colega podemos agotar la perspectiva del tema, que necesita un abordaje interdisciplinario, no solo en la comprensión del fenómeno, sino en las posibles intervenciones correctivas. Pero desde la perspectiva específicamente psicológica y desde el enfoque desde el que yo entiendo la psicología, que la entendemos en la asociación a la que pertenezco, que es el enfoque psicoanalítico, uno de los bienes más preciados del mundo psíquico es la identidad, ser alguien. La identidad se construye por una sumatoria o por una síntesis de identificaciones. Hay una cantidad de cosas que somos en la vida que dan cuenta de cómo nos vemos a nosotros mismos. Cuando el conjunto de las identificaciones no se puede amalgamar en una identidad compleja que permite dar cuenta, detrás de un nombre y un apellido, de quién es uno, qué proyecto tiene, hacia dónde va, las identificaciones parciales, fragmentarias, se hacen rígidas, y todo lo que es rígido en el mundo psíquico tiende a estar muy ligado a lo pulsional, es decir al pasaje al acto o la expresión directa de los impulsos.

Un conjunto de circunstancias sociales y culturales que dificultan la posibilidad de verse a sí mismo como proyecto existencial –cosa que afecta a toda la sociedad pero particularmente a los más jóvenes, a los adolescentes– hace que se requiera esta clase de identificaciones, y entonces la falta de un proyecto trascendente, de un sentido de vida, se agota en la pertenencia a un grupo, a una barra, dentro de la cual se sienten parte, se sienten contenidos, sienten que son alguien. Y que además tiene determinadas reglas de funcionamiento que permiten ubicarse en ese micromundo dentro de una pertenencia social donde hay referentes, hay lugares y determinadas conductas muy sencillas, y muy brutales, que permiten ser alguien, y obtener respeto, además.

EC - Se ha hablado mucho de que una de esas pertenencias es la deportiva, ser "hincha de", sobre todo ser hincha de Peñarol o de Nacional. Todos sabemos que dentro de las hinchadas de los dos cuadros grandes hay varios grupos de gente que lleva esa simpatía deportiva al exceso, al límite, con expresiones como "bolso, sos mi vida", y a partir de allí todo lo que hemos visto, incluso con intercambio de violencia. Pero el hecho de que esos jóvenes opten por incorporarse y sentirse que son alguien porque forman parte de estos grupos no necesariamente tendría que tener como consecuencia la violencia, sin embargo después aparece ese otro componente. ¿Por qué?

LC - Nuestra cultura ha fracasado en este punto. Si pensamos el deporte desde sus orígenes, en Grecia, es un tramitador de la pulsión agresiva, las competencias deportivas en Grecia se hacían cuando no había guerra. Es obvio que las habilidades necesarias para el deporte son las mismas que se necesitan para la guerra, sobre todo para la guerra antigua, entonces la organización del deporte, y sobre todo el espíritu olímpico, que le ha dado un cierto sentido al deporte, tiene como cometido permitir a las personas tramitar esas pulsiones agresivas, que son componente y parte normal del aparato psíquico de cualquiera de nosotros, de una manera simbólica. La afiliación, la pertenencia a un cuadro, el deseo de ganar, la camiseta, hay una serie de rituales que funcionan en torno al deporte cuyo sentido es la tramitación simbólica de la pulsión agresiva y permitir, en el marco de una sociedad civilizada, que esos enfrentamientos se realicen sin otra consecuencia que ser un juego que obtiene su gloria y que tiene sus momentos de pena, pero que puede ser vivido de una manera tolerable para el narcisismo primario.

Pero cuando una serie de circunstancias sociales y políticas, de política deportiva y no solamente, van anulando el aspecto simbólico, lo que es una guerra simbólica se transforma en una guerra real, y la pertenencia a la hinchada de un cuadro deja de ser una filiación deportiva y se transforma en un sentido de vida. Frente a la ventana del consultorio donde trabajaba había un graffiti que decía: "Mi vieja me dio la vida, Nacional la razón para vivirla". Yo soy hincha de Nacional, pero qué tristeza que alguien encuentre la razón de vivir en pertenecer a la hinchada o ser parte de la identidad de un club deportivo.

EC - Pero ese no es el único motivo por el cual se forman barras, bandas o pandillas. En el caso de Artigas, que comentábamos a partir del suplemento Qué Pasa de El País, es bien claro, allí los grupos son el de La Biblioteca...

LC - ...algunos son deportivos, pero no todos.

EC - Algunos tienen que ver con lo deportivo y otros no.

JUAN ANDRÉS ELHORDOY:
Algunos tienen que ver con lugares específicos, los lugares de reunión.

EC - Los Pinos, La Capilla, Los Finos, etcétera.

LC - Tú viste la descripción de la vida cotidiana de esos muchachos. Ahí hay un grave problema de ocio y tiempo libre, no tienen qué hacer. Algunos de estos fenómenos atraviesan a toda la sociedad, y lo que ocurre con estos muchachos, que generalmente pertenecen a determinado sector socioeconómico, es la punta del iceberg. Decíamos que la violencia nos atraviesa a todos.

EC - Pero ¿por qué los jóvenes de La Capilla o los de La Biblioteca, por ejemplo, cuando se cruzan entre sí estallan en enfrentamientos?

LC - Porque es "el otro". Esto es bien psicoanalítico.

EC - ¿Tú compartes ese término de "violencia banal"? Lo veía el otro día en El Observador utilizado por el sociólogo Luis Eduardo Morás.

LC - Sí, es un término que se utiliza. Desde el punto de vista psicológico no estaría de acuerdo, desde el punto de vista psicoanalítico no estaría de acuerdo.

EC - ¿Por qué?

LC - Porque para el sujeto que es actor de esa violencia no es banal. Es banal desde la perspectiva de los valores sociales más o menos acordados, ahí se usa el término y es correctísimo cómo lo usa el sociólogo, pero si lo miramos desde el punto de vista del sujeto violento no es banal, le va la vida en eso, está dispuesto a jugar su propia vida. Uno dice ¿por semejante cosa? Es que estamos acostumbrados a pensar que el ejercicio de la violencia y eventualmente la puesta en riesgo de la vida son cosas que pueden ocurrir frente a circunstancias que entran dentro de una excepcionalidad, que a su vez está reglada por una escala de valores más o menos civilizada. Pero cuando todo eso se va desprendiendo y se va perdiendo, o no existe, queda solamente la necesidad de ser y el horror inconsciente a ser sustituido, borrado por el otro. ¿Y el otro qué es? En este caso es el hincha del otro cuadro, el que pertenece a la otra barra, el que vive en el otro barrio. Pero desde el punto de vista inconsciente el otro es el horror de no ser, es la perspectiva de encontrarse frente a algo que da más miedo que la muerte, que es el no tener sentido en el existir.

EC - El informe del suplemento Qué Pasa incluye el testimonio de una docente y presidenta del Club Centenario.

LC - La profesora Claudia Pereira.

EC - A esta profesora hay que hacerle un monumento, porque ha tomado sobre sus hombros el intento de ordenar, de encauzar a una de estas barras, la de Los Finos, que es del mismo barrio que el Club Centenario.

LC - Los convenció de que no robaran.

EC - Por ejemplo; y los pone a ensayar con la escuela de samba Académicos, que pertenece a ese lugar, etcétera. Es interesante porque en un momento le preguntan cómo se entiende la violencia, y ella dice: "Ellos se pelean y no saben ni por qué lo hacen. La respuesta que dan es: ‘Le pegué porque él me pegó antes’, y cuando les preguntás qué había pasado antes, te dicen: ‘Nosotros le habíamos pegado’, ‘¿Y por qué?’, ‘Porque lo vimos pasar’".

LC - Por eso es importante una visión psicológica en estos temas. ¿Cuándo recurre uno en las circunstancias de la vida personal a un psicólogo, a un terapeuta, a un psiquiatra que trabaje terapéuticamente? Cuando le pasan cosas que no puede entender por qué le pasan, cuando la causalidad de los síntomas que uno experimenta a nivel vincular, afectivo, emocional, a uno mismo se le escapa, o tiene algunas pistas pero no le alcanzan. Acá ocurre exactamente lo mismo. Yo no trabajo específicamente en este campo, tengo una reflexión más que nada teórica, pero hay gente que pone el cuerpo en esas situaciones, como esta profesora y otra gente que trabaja admirablemente y que ha sido capaz de transformar una teoría que ha sido pensada para el consultorio individual en aplicaciones con efectos en salud personal y colectiva en términos comunitarios.

¿Qué ocurre? Cuando ven al perteneciente a la otra barra, a la otra tribu, ven al otro, ven algo que es ominoso, que es amenazante para la precaria integridad de un yo formado de esta manera. Entonces la tendencia a eliminarlo, a derrotarlo, a someterlo, es casi una respuesta defensiva muy primitiva. Otros tenemos otros mecanismos de defensa porque nuestros recursos afectivos, emocionales, nuestros sostenes sociales, nuestras redes de pertenencia nos permiten tramitar de una manera simbólica esas ansiedades de existencia, esas ansiedades de ser. Pero donde no hay proyecto, donde no se puede salir del mero presente y pensar en un futuro donde se desplieguen cosas deseables, la frustración existencial básica es tan enorme que pasan estas cosas. Y de esa frustración existencial básica es de la que no nos hemos hecho cargo como sociedad. En un tironeo entre cuestiones políticas, explicaciones sociales y dos cosas que hacen mucho daño en todo esto: por un lado la explicación social que termina, aunque no quiera, siendo un justificativo: "viven en determinadas condiciones", en otras clases "los padres trabajan mucho, los dejan solos, internet, la televisión", todas las cosas que se dice que hacen que haya adolescentes vulnerables y que pueden caer en esta clase de conductas.

Esto es solo una parte de la realidad.

EC - ¿Cuál es la otra?

LC - La otra parte opuesta, que también es reduccionista, es la construcción del monstruo, como dice el psicoanalista uruguayo Marcelo Viñar. Es la idea de que son seres excepcionales, gente que está fuera de la norma, individuos anormales que hay que radiar de la sociedad, encarcelarlos, sin que nos preocupe demasiado -salvo cuando hay un motín- en qué condiciones son encarcelados, sin que nadie se preocupe verdaderamente –cuando digo "nadie" quizás exagero, porque hay gente que sí pone el cuerpo en estas situaciones y que las piensa, como dije antes– de cómo se hace para que esta gente tenga alguna posibilidad de reparar lo que está haciendo. Es lo que hace esta profesora, por iniciativa casi individual y seguramente sin sostén y sin acompañamiento institucional.

EC - Por eso hoy decía que era una heroína. Y no es la única, hay varias, varios que se ponen al hombro este desafío.

LC - Es el secreto del padre Mateo cuando actuaba por fuera de la institucionalidad. Después entró a la institución, que es la tumba de los cracks.

EC - Ahí viene la pregunta de qué papel le corresponde al Estado, qué puede hacer el Estado, pero Juan Andrés también tiene algunas preguntas.

JAE - A propósito de este tema, ¿cuánto pesa, cuánto influye la falta de identificación? ¿Cuánto hay detrás de la falta de familia, la falta de padre, la falta de madre, de estructuras que son atípicas o anormales en términos históricos?

LC - Vivimos en un mundo en el que se premia más el éxito que el bien. Nadie habla del bien, ni del bien común. Yo hablaba del narcisismo primario, de una tendencia que algún psicoanalista conceptualizó como el "bebé todopoderoso". La vida, la transacción necesaria con el principio de realidad, del cual son los primeros instrumentos los padres, no por un ejercicio de autoridad arbitraria, sino como representantes ellos en el seno de la familia del conjunto de la cultura, de la civilización, de la sociedad, debería ir formando a las personas para reconocer sus posibilidades y aceptar sus límites. Esto no ocurre, no ocurre de manera dramática en algunas circunstancias en que la degradación familiar –no importa qué tipo de familia– lleva a que no haya referente, no haya un otro significativo con el cual construirse.

JAE - Simplificadamente, la falta de referencia puede ser una explicación para esta situación.

LC - Por supuesto, absolutamente.

EC - Algunos oyentes tienen otras interpretaciones. Por ejemplo, dice Gerardo: "Considero que el principal problema de la violencia parte de los juegos cibernéticos. En el 90% de ellos se trata de matar; uno mata y sigue vivo, al que mata lo recupera y vuelve a jugar, etcétera". Y también habla de la prensa, que juega un rol preponderante: "Vemos los informativos televisivos que dedican 40 minutos a mostrar hechos de violencia. Este no es un tema aislado, la región toda, Argentina, Brasil, Chile, tiene el mismo flagelo".

LC - Es interesante la palabra "flagelo", parece que es algo que viene de fuera, y en realidad es algo que viene de dentro. En cuanto a los videojuegos, dijimos que un componente propio de la condición humana es la agresividad, todos tenemos en algún punto cierta pulsión agresiva, y desde el punto de vista evolutivo es una necesidad. Es toda una discusión teórica si es posible o no sublimar la agresividad, si se puede aplicar la energía que parte de la pulsión agresiva a fines superiores y convenientes para toda la sociedad. Yo pienso que sí, pero admitamos que es un tema discutible.

La posibilidad de simbolizar, de trabajar con las fantasías, es una de las cosas que nos permiten desarrollarnos sanamente. Y en ese sentido los videojuegos no son malos per se, lo mismo se podría haber dicho en algún momento de los cuentos de hadas, por ejemplo, "¡cómo les van a leer a los niños esos cuentos tan espantosos!", porque además las versiones originales de los cuentos de hadas eran verdaderamente terribles. Y Bruno Bettelheim descubrió que esos cuentos en sus versiones originales, lejos de ser patogénicos para un niño, al contrario, le permitían encontrar una expresión simbólica a cosas que sentía. Vamos a desidealizar ciertos aspectos de la infancia, un bebé con una rabieta es un asesino en potencia, es chocante decirlo así, pero la bronca es gigantesca, solo que no tiene los medios para llevarlo a cabo. ¿Y de qué se trata esto que decía Juan Andrés en la educación, en el ofrecer a otros significativos, papá, mamá, continente familiar? Se trata de dar elementos para desarrollar un aparato mental que pueda simbolizar y tramitar todo eso. Los videojuegos pueden ser tan válidos como cualquier otro instrumento para canalizar esa necesidad; como lo era el deporte, nadie dice que el deporte en sí mismo sea generador de esta clase de sucesos, depende de quién y cómo.

JAE - ¿Puede ser un punching ball?

LC - Puede ser, por supuesto.

JAE - Pienso en el programa "Knockout a las drogas", que si bien tiene el objetivo específico de quitar a los jóvenes de las drogas, también tiene un componente de violencia o de agresividad que se canaliza por ese lado. ¿Puede ser una interpretación?

LC - Sin duda que funciona de esa manera. Pero en todas las cosas hay que tener cuidado con no caer en excesos. Natalia Trenchi aquí mismo ha explicado que el exceso de exposición a estímulos violentos, por más que sean simbólicos, tiene efecto sobre el psiquismo. Si a mí me dicen que un chico juega videojuegos donde se trata de matar enemigos y toda esa historia, [hay que preguntarse] ¿cuántas horas por día?, ¿es el único videojuego que juega?, ¿entiende que eso es un videojuego, o tiende a trasladar lo que vive en el videojuego a su conducta cotidiana con sus compañeros, con sus hermanos y demás? Ahí está la pregunta. Pero no son los videojuegos en sí, por más que algunos son moralmente muy discutibles.

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EC - En el Congreso "Contextos inestables, sujetos vulnerables" de la Audepp, ¿van a hablar de algo de esto?

LC - Sí, va a haber mesas dedicadas a estos temas, y va a haber presencia de otros profesionales que ponen el cuerpo en estas situaciones, que trabajan en estos campos y que tienen mucho para decir.

EC - ¿Cómo es eso de "sacar el diván a la calle"?

LC - Esa es una expresión que se usó en un congreso en Brasil para señalar la necesidad de renovación del psicoanálisis. El diván es apenas un símbolo en algunas situaciones, porque lo que importa es la posibilidad de operar con un encuadre teórico, con una comprensión, con un pensamiento psicoanalítico a propósito de las situaciones. Lo que pasa es que en el éxito del psicoanálisis ha estado también su pobreza.

EC - ¿Por qué?

LC - Porque cuando se dice "psicoanálisis" uno enseguida se imagina consulta privada, tratamiento largo, caro, consulta individual. Eso es la clínica psicoanalítica tradicional, que sigue siendo aplicable en una cantidad de situaciones, pero lo que importa del psicoanálisis es cómo concibe al hombre, la dimensión inconsciente de los sucesos, y otra cosa muy importante y que tiene que ver con esto, que es que la transformación, el cambio psíquico siempre ocurre a caballo de un vínculo afectivo, el concepto de transferencia que el psicoanálisis señaló. La transferencia fue pensada por primera vez para la clínica individual, pero lo que logra la gente que consigue transformaciones en estas situaciones es hacerse significativa para estas personas y ofrecer desde el afecto, desde el vínculo afectivo, posibilidades de tramitar de otra manera las cosas que las llevan a hacer eso.

EC - Estos enfrentamientos que ocurren entre jóvenes, entre barras o pandillas de jóvenes, pero que también abarcan a adultos, que no están solo en el ámbito del deporte, que cada tanto se manifiestan entre alumnos de un liceo y de un colegio cercanos, por citar nada más que un caso, ¿son algo nuevo? ¿Desde cuándo se vienen dando? Antes, en los sesenta, en los setenta, ¿no teníamos estas formas de violencia? ¿Cómo se emparentan estos choques con los choques entre "fachos" y "tupas", o "jupos" y "bolches", oligarquía-pueblo?

LC - O "bolches" y "tupas"... (risas). Desde el punto de vista psicológico no hay diferencias sustanciales; y lo digo con propiedad porque yo fui estudiante en las décadas de los sesenta y los setenta. Lo que ocurre es que en aquellos años este tipo de enfrentamientos estaban respaldados en lo que llamamos los grandes relatos, visiones globales de la realidad y proyectos de transformación del mundo, de la sociedad, que encajaban en una tradición que todos admitimos, que es el uso de la violencia para defender una idea superior.

EC - Pero los enfrentamientos llegaban a ser igualmente ciegos, igualmente frontales y a veces sin sentido.

LC - En ese momento y para esas visiones del mundo no eran sin sentido. Para estos chicos no es sin sentido, esto es lo terrible del asunto y lo que tenemos que asumir. Uno escucha las declaraciones y las cosas que dicen, y se asombra y se aterra y se angustia, y está bien que nos pase eso, pero no son monstruos que viven en otro planeta. Tampoco son "nuestros gurises", como se dice casi con mala conciencia pensando que como sociedad tenemos la culpa de haberlos formado o deformado de ese modo, pero sí son fenómenos sociales que ocurren y personas que se forman en el seno de las condiciones sociales que creamos, y sobre todo de las condiciones culturales, de los discursos que trasmitimos. Porque acá hay una mezcla explosiva, que es la permisividad y la falta de límites, y la idea compartida y que atraviesa a toda la sociedad de que nos tenemos que preparar para vivir en la selva, que es la ley del más fuerte. Y esto no pasa solamente en los barrios marginales de Artigas, esto pasa acá, en el Centro, en cualquier esquina del Centro donde no funcione un semáforo, esta especie de imposición del narcisismo a toda costa, de un yo hiperinflado y al mismo tiempo vacío de contenido, porque el proyecto individual se pone por encima de todo, aunque no tenga un contenido trascendente, esto nos atraviesa como sociedad y es un discurso que estos chicos expresan de la manera más dramática posible. No importa la vida del otro.

EC - Daniel de Canelones, que está mandando mensajes muy interesantes, dice: "La película ‘La naranja mecánica’ fue una anticipación del futuro que es hoy y nadie trabajó sobre eso".

LC - La solución científica de "La naranja mecánica" es terrible, y es una de las salidas que de manera más o menos inconsciente el "enano fascista" que todos llevamos dentro a veces encuentra. Cuando se habla irreflexivamente –porque puede haber fundamentos– de que hay que bajar la edad de imputabilidad o cuando en Argentina –para ver lo que nos pasa acá tenemos que mirar a Argentina, que va dos pasos adelante, después nos pasa igual– empieza a reclamarse la pena de muerte, está la idea de que no se puede hacer nada y que por lo tanto hay que eliminar al monstruo. Es terrible la muerte de esos chiquilines, no pretendo quitarle importancia, que tú tengas un hijo de 15 años que va a estudiar, que va a practicar básquetbol y termine muerto porque dijo "arriba Nacional" y "arriba Aguada" es una locura, no pretendo quitar el sentido terrible a la banalidad de la muerte. Pero hay que comprender el fenómeno en su totalidad, que además no tiende a disminuir...

EC - Te metiste en el tema de las soluciones, que los oyentes también reclaman: ¿cómo se encara esto?

LC - Se encara multidisciplinariamente, con paciencia y asumiendo el asunto como colectivo. Las responsabilidades están repartidas. Para empezar, tenemos que restituir el valor simbólico de las instituciones, si es posible. Para empezar, del Estado. El Estado como fábrica de ciudadanos ha descaecido en su valor, no solo en Uruguay, ha pasado en todos lados; en Argentina está toda esta polémica en torno al daño que puede llegar a hacer la parodia a los políticos. Acá se hace parodia a los políticos desde hace mil quinientos años en Carnaval, y no pasa nada, el problema no es que el cómico se ría del político, el problema es cuando el político, el que tiene una representación institucional que inviste una autoridad simbólica, se hace burla a sí mismo. Cuando hay un presidente payasesco, como hubo en Argentina, no es la parodia, es la parodia que significa el ejercicio de un cargo que tiene el valor simbólico del padre desde el punto de vista psicoanalítico, el presidente de una nación, que se burla de sí mismo y de la propia investidura.

EC - Esa es una primera línea de acción ¿de cuántas que se podrían citar?

LC - Para los chicos en particular la cosa empieza en la escuela, y empieza en la asistencia a las familias, para que no se sigan disgregando y para atender las condiciones en que los chicos vienen al mundo, que muchas veces son extremadamente complicadas. Es un problema que nos compete a todos.

JAE - Pero eso cuando hay familia; cuando no hay familia se complica.

LC - Por lo mismo. ¿Y qué alternativas hay? Las hay, y muchas veces funcionan muy bien. Muchos chicos se crían en hogares sustitutos y tienen vidas de lo más honestas y promisorias. El asunto es que hay que llegar a todos. A veces es peor cuando hay un mal grupo familiar que cuando hay este tipo de contenciones.

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LC - El eslabón débil de la enseñanza es la educación secundaria, porque estos fenómenos que atraviesan a toda la sociedad, que se dan en niños y también en adultos, tienen su eclosión especial en la adolescencia, por la necesidad de pertenencia a un grupo en la adolescencia. Porque hablamos de barras y barras violentas, pero barras y grupos de amigos en la adolescencia que se identifican en torno a determinada música existieron siempre y está bien que existan porque es una necesidad de construcción del psiquismo. El problema es que en esa etapa, cuando ellos construyen su propia forma de sociabilidad, no haya un referente suficientemente consistente desde el mundo de los adultos y de las instituciones que los adultos hemos creado para acompañar a los adolescentes –básicamente los liceos y las herramientas de educación secundaria– que funcione de una manera adecuada y que les proponga como proyecto a estos muchachos algo que ellos puedan asumir como válido.

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EC - A partir de este congreso de la Audepp, y teniendo en cuenta el temario y el eslogan con el que convocan, parecía bastante claro que el profesor Correa podía examinar algunas de estas inquietudes que teníamos. Al final nos concentramos en algún aspecto y sin siquiera agotar el asunto.

LC - Sin duda, apenas empezamos. El congreso no es solo de Audepp, sino también de la Federación Latinoamericana de Asociaciones de Psicoterapia Psicoanalítica y Psicoanálisis (Flappsip), a la que pertenece Audepp, y vienen especialistas de otros lugares de América que viven y han avanzado antes que nosotros en estas temáticas.

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Transcripción: María Lila Ltaif