Entrevistas

Corresponsal de guerra Julio Alonso: "Saber que te pueden matar te hace contar muy bien cuál es el papel de las víctimas"

Corresponsal de guerra Julio Alonso: "Saber que te pueden matar te hace contar muy bien cuál es el papel de las víctimas"

¿Cómo es la vida de un corresponsal de guerra, un periodista que pone en riesgo su vida para reportar lo que sucede en los conflictos armados? En Perspectiva conversó con Julio Alonso, un famoso corresponsal de guerra español que ha registrado con su cámara la mayoría de los conflictos bélicos de los últimos 30 años, para profundizar en las distintas aristas de esa profesión tan especial y peligrosa. "Encontré un oficio precioso, un oficio muy jodido pero muy bonito", dijo Alonso, quien considera que en los escenarios bélicos "el periodista debe involucrarse con la gente que está sufriendo". Calificó al periodismo como "un arma para la sociedad" y un oficio que debe llevarse a cabo "con un compromiso". Pese a no considerarse a sí mismo un "valiente" o un "gran ser humano", aseguró que el "pasar sed y pasar hambre te hace saber contar muy bien qué es pasar sed y pasar hambre", al igual que el estar en un escenario de riesgo "te hace contar muy bien cuál es el papel de las víctimas".


(emitido a las 8.56 Hs.)

EMILIANO COTELO:
¿Cómo es la vida de un periodista que elige la profesión de corresponsal de guerra?

En una guerra hay muchos protagonistas. Están los enemigos que se enfrentan. Y están, claro, los civiles que quedan atrapados en medio del fuego cruzado. Pero también están los corresponsales de guerra, esos periodistas que le cuentan al mundo qué es lo que está pasando en un conflicto armado.

En la profesión se los considera una raza aparte. Gente corajuda y, al mismo tiempo, adicta a la adrenalina. Algunos se plantan como meros espectadores del horror de la guerra. Pero otros tienen una concepción diferente, y se involucran. Ayudan en lo que pueden o incluso llegan a tomar un fusil para defenderse.

Hoy tenemos el gusto de recibir a Julio Alonso, un famoso corresponsal de guerra español que ha registrado con su cámara la mayoría de los conflictos bélicos de los últimos 30 años.

Este hombre, al que Arturo Pérez Reverte cita en su libro "Territorio comanche", con el que se despidió del periodismo, circula por el mundo con dos condenas a muerte sobre sus espaldas y asegura que "para hacer periodismo en la guerra, hay que estar donde se mata y se muere".

JULIO ALONSO:
Estoy abrumado, gracias por definirme así, me encanta.

EC - Y recibimos también a Mauricio Rabuffetti, colaborador de En Perspectiva, que hace años que conoce a Julio y ha sido un poco el puente en este contacto.

MAURICIO RABUFFETTI:
Sí, hace un tiempo, pero además sigo la trayectoria de Julio te diría que desde que era niño, porque yo te veía en tus informes, Julio, en un televisor RCA blanco y negro con mi abuela durante la guerra del Líbano en los años 80.

JA - Esa fue de mis primeras guerras, además.

MR - Sí, lo sé. Veía tus informes y los de Arturo Pérez Reverte, y desde ese momento sigo la trayectoria de varios conflictos y la de Julio también.

JA - En el fondo es como que te reconozcan por la letra.

EC - Vayamos a la historia de este hombre. Julio César Alonso es español, nació en Valencia en 1960 y es periodista desde los 16 años. Y desde el vamos se fue a la guerra. Sus primeros trabajos fueron en América Central. ¿Cómo fue que empezaste en periodismo cubriendo lo más difícil, la guerra?

JA - Fue por un reto con mi padre, que era periodista. Mi primer artículo lo escribí a los 16 años, pero cuando cumplí 18 empezaba la guerra en Nicaragua, y una discusión con mi padre sobre lo que se debía hacer y lo que no me llevó a viajar a Nicaragua. En un principio yo pensaba que la guerra a la que iba a cubrir la podía apoyar desde mi cámara de fotos, pero cuando llegué allí me di cuenta de que mi papel era otro y durante un tiempo formé parte de una brigada internacional que combatimos en Nicaragua. Yo iba como periodista, pero en un momento dado estuve a punto de dejar esta profesión.

EC - ¿Cómo fue que te involucraste?

JA - Yo me fui con una brigada de voluntarios, y pensaba que el papel de un voluntario era el de aportar su trabajo; en este caso yo era fotógrafo, entonces decía "puedo echar una mano a los sandinistas haciendo fotos". Cuando llegamos a Piedras Blancas, en la frontera de Costa Rica, de pronto me di cuenta de que ahí o entrabas con un fusil, con la 3030 o lo que te tocara, porque eran fusiles antiguos, o no entrabas. Y de pronto, por el fervor y porque tenía muy claro quién tenía razón en aquella guerra, dije: "Si la única manera de entrar es de soldado...", pues entré, me hice parte de la brigada Simón Bolívar.

EC - ¿Cuánto tiempo fue eso? ¿Qué consecuencias tuvo?

JA – En los primeros tiempos de combate estuve seis meses hasta que ganó la revolución. Nos quedamos en el frente de Matagalpa y estuve cuatro meses más en el frente del río Cocos. Ahí me di cuenta de que yo no había nacido para soldado, que no podía mantener la disciplina, y tenía demasiadas contradicciones, y volví a encontrarme la cámara. Volví a mi casa, le dije a mi padre: "He ido a una revolución, la hemos ganado, luego la perdimos". Y de pronto mi padre me dijo: "Ahora ¿qué vas a hacer?, ¿vas a ser soldado o vas a ser...?". "Yo quiero ser periodista", le dije. Agarré la cámara y empecé a hacer periodismo.

Así empecé en el periodismo, después de mi primera guerra, agarré la cámara y me fui para El Salvador. En El Salvador tenía la suerte de que como periodista ya tenía contactos de compañeros que habían estado en Nicaragua, y empecé a cubrir Nicaragua, El Salvador, Guatemala, un principio de guerrilla que hubo en Honduras y Colombia. Esas fueron mis primeras guerras. A partir de ahí además empecé la Facultad de Ciencias de la Información de Madrid, e hice una carrera muy particular, porque yo en el fondo llegaba a la facultad, decía "hola" y me iba, porque me iba a hacer un reportaje. De pronto me llamó la atención África, empezó la guerra del Chad y empecé a visitar las guerras africanas. En el fondo yo iba, hacía mis crónicas y las mandaba por una cosa que se llama télex, que ahora nadie conoce. Era una cosa que tú picabas y hacías agujeritos en un papel y de ahí salían palabras. Esas fueron mis primeras crónicas, metido en los télex de los hoteles o en telégrafos por todo el mundo, porque igual que ahora hay internet, siempre había una estación de télex en cualquier poblado. Así empecé a cubrir guerras.

EC - Y cubriste una cantidad, cubriste la crisis de los Balcanes en Eslovenia, Croacia y Kosovo. Fuiste quien denunció al gobierno de Sudán por el genocidio de Darfur y gracias a tu denuncia se cursó una orden de procesamiento internacional contra el presidente de Sudán, Al-Bachir. También estuviste en Irak y la lista puede seguir. Mi pregunta es: ¿qué es lo que te impulsa a seguir haciendo esto, después de todo lo que has vivido, todo lo que has pasado?

JA - Que soy periodista. Yo encontré un oficio precioso, un oficio muy jodido pero muy bonito. Yo no pienso en el periodismo como algo que tú cuentas y dices "qué bien, lo he contado yo", entiendo que haya gente que lo haga y lo respeto. Creo que el periodismo es muy bonito porque yo puedo llegar a ponerme con la cámara delante de un soldado que va a disparar a una mujer, es jugarme la vida, pero sé que teniendo una cámara tengo más posibilidades de vivir que la mujer que tengo detrás. Son situaciones que he vivido.

EC - ¿Hiciste eso?

JA - Sí, sí.

EC - Concretamente eso, te has puesto con tu cámara entre un soldado y una mujer que va a ser fusilada.

JA - Sí, y he dicho: "Si quieres, dispara", y he empezado a grabar. Yo lo he hecho, pero lo hace mucha gente. Yo lo puedo contar, a veces hay compañeros que lo hacen y o no saben o no quieren contarlo.

En Somalia tuvimos una emergencia con un compañero, sabíamos que había una epidemia de cólera y que había 400 niños al otro lado de la frontera con cólera, pero el equipo de Naciones Unidas más cercano no correspondía a Somalia, sino a Kenia, y no podía actuar. Y los de Somalia, que viven en Nairobi por seguridad, no iban a ver qué pasaba en Somalia. Entonces un amigo que era el jefe de emergencia de Acnur [Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados] en Kenia nos dijo: "Si yo llamo a Ginebra y digo que hay dos periodistas que van a dar la noticia, puedo mandar un convoy". Hicimos una noticia al principio falsa, hicimos una crónica y se la pasamos al amigo de Naciones Unidas. Todavía no la habíamos enviado, pero Adams le dice a Acnur: "Hay unos españoles que han mandado una crónica". Acnur en vez de decir "vamos a hacer algo", llamó a la televisión que estaba recibiendo en ese momento nuestra crónica para decir "avisa que hay una crónica además". Todavía no se la habíamos vendido, eso era lo gracioso, pero la televisión fue a ver la crónica y dijo: "Sí, y la vamos a emitir, ¿tenéis algo que decir?". Y la respuesta de Acnur fue: "Esta tarde va a salir un convoy".

Cuando salimos de hablar con La Sexta estaban todos los de Acnur (keniatas, somalíes, etcétera) gritando y aplaudiéndonos. Habíamos logrado mover un convoy sin sacar la noticia.

EC - En lo que venimos escuchando ya tenemos más de un ejemplo de los dilemas éticos con los que estás lidiando en este trabajo permanentemente. Por ejemplo, ahora estás hablando de una noticia que no era realidad.

JA - Era realidad pero todavía no se había emitido. La mentira en un momento dado es decir "va a salir". Nosotros como periodistas sabíamos que teníamos una noticia, pero si somos sinceros, Somalia no interesa.

MR - Es que Julio es un personaje, con todo lo que tiene que tener un personaje, incluso muy polémico dentro de la profesión. Tú sos consciente de eso porque tenés una visión muy distinta de la de otros periodistas, algunos periodistas dicen: "Yo soy un observador, mi cámara es el testigo, doy la información pura y dura". Sin embargo tú tenés la idea de que el periodista debe involucrarse, no necesariamente involucrarse en el conflicto, pero sí con la gente que está sufriendo. Recuerdo algo en particular, cada vez que uno te pide un consejo a la hora de ir a zonas de guerra decís "lleven medicamentos para la gente", por ejemplo.

JA - Claro.

MR - Entonces tal vez la pregunta más general es: ¿cómo te ves como corresponsal de guerra, cuál es tu papel como corresponsal en el momento en que estás cubriendo una guerra?

JA - Yo soy útil como corresponsal de guerra en este estudio, para mi periodismo. Es decir, yo como corresponsal de guerra hago lo mismo que todos, grabo con la misma cámara. Tengo a lo mejor la suerte de que soy de los que van tres pasos más para allá, no por ser inconsciente o valiente, sino porque me meto en la cámara, voy viendo una película y de pronto me doy cuenta de que estoy dentro de un bombardeo y tengo la suerte de grabarlo. Por eso en un momento dado la gente me respeta. Pero yo soy útil aquí contando esto, para que cuando la gente que ve las imágenes de guerra y dice "pobrecitos los periodistas que están allí", no piense eso, piense "pobrecita la gente que está allí". Y de pronto se plantea a través de nuestra profesión que todos tenemos que echar una mano en lo que sea.

Vosotros ahora mismo vais andando por la calle y llega un autobús y atropella a una mujer, y estáis solos en la calle. ¿Qué hacéis, hacéis la foto o ayudáis a la mujer?

MR - Se ayuda a la persona.

JA - Ese es el planteamiento en una guerra, lo que pasa es que hay una realidad distinta. Una guerra huele a sangre frita, y si no, probad, agarrad la sangre de un toro o de una vaca, ponedla en una sartén y freídla hasta que se queme. Ese es el olor de una guerra. Quemáis un poquito de pólvora y así huele una ciudad en guerra. Solo que esa sangre es humana. Hablamos de los horrores de la guerra, yo a mi hijo lo protejo de muchas imágenes, porque, claro, el paisaje de una guerra es un niño destripado en la calle, muerto a machetazos, que podría ser tu hijo o no, pero es un niño. O de pronto saber que has entrevistado a una mujer violada y por desgracia a los violadores los tienes enfrente.

MR - A ti eso te pasó.

JA - Sí, y busqué un arma para matarlos. Y mi compañero, que no tiene la experiencia de vida, estaba de acuerdo. El que nos convenció fue uno de los testigos contra el presidente de Sudán, que nos dijo: "Si no, no salimos y lo que habéis grabado no es útil". Habíamos grabado unas cosas y teníamos los testimonios. Luego lo piensas y dices "este tío nos salvó la vida", pero en ese momento me hubiese tomado la justicia por mi mano. Ahora tengo la suerte de pensarlo, y discuto y todo lo que queráis, pero cuando estás ahí, cuando ves el cuerpo humano podrido o la cara de una mujer que te está diciendo "vinieron cuatro soldados, mataron a mi marido, me agarraron entre tres y uno tras otro me violaron", y ese soldado está ahí, si tú no eres capaz de hacer algo... Como periodista he aprendido a sacar la foto de ese violador.

Luego lo que pasa es muy curioso, porque por más que lo denuncies en un medio, si no tienes un medio que te respalda, tienes que hacer otro esfuerzo, que es irte a los juzgados. Nosotros fuimos a La Haya: "Toc, toc, toc, tenemos las pruebas del genocidio de Sudán". Y las perdieron, tuvimos que volver: "Toc, toc, toc, somos los que [hemos traído] las pruebas que ustedes han perdido, tomen las pruebas". Y lo logramos. Nos costó saltarnos toda esa ética periodística, que está muy bien para aquí, es una ética con respecto a nuestra sociedad. Pero la sociedad donde están los salvajes... Y salvaje no es ni un color ni otro, yo he visto salvajes blancos, he visto a un profesor de historia croata llevar colgadas orejas humanas. Ese profesor de historia tomaba café dos meses antes conmigo y era un tío que se oponía a la guerra. Esa es la realidad.

MR - Precisamente, sobre tu experiencia en los Balcanes, recuerdo el taller que diste el año pasado en la UTU. Después llevaste las mismas imágenes a la Universidad Católica y mostraste una secuencia que me marcó profundamente, que fue la de una persona herida, con las piernas destrozadas, en el medio de una calle, a la cual ustedes no podían rescatar, estaba a merced de los francotiradores. Te quería preguntar cómo fue la experiencia de esa guerra en los Balcanes, que, si no me equivoco, fue una de las guerras en las que se perdieron más vidas de periodistas. ¿Cómo te marcó eso? Porque tú siempre haces referencia a la guerra de los Balcanes.

JA - Creo que fue en la frontera. Ese hombre herido que se arrastraba por la calle se llamaba Ora Nivich y murió tres meses después de gangrena. La guerra de los Balcanes fue la última guerra en la que los periodistas nos pudimos mover a nuestro antojo. A partir de ahí se ha estructurado muy bien, tanto por unos bandos como por otros, el control de los periodistas. Fue tan salvaje, como nadie estaba preparado para una guerra en Europa, nadie se preocupó por controlar la noticia y nos pudimos mover.

Eso tenía una ventaja, que era que tú como periodista podías estar en todas partes, pero tenía una desventaja, que cada vez que salías a la calle sabías que podías no volver. Nosotros por ejemplo en Bosnia teníamos la costumbre de no desayunar, tomábamos un vaso de agua y un trago de whisky para calentarnos, y a la calle, porque si te revienta una granada no puedes tener mucho líquido ni comida en el cuerpo para que te puedan operar. Parece una tontería, porque la bomba te podía caer en cualquier momento, pero era una costumbre.

Aprendimos a pactar, que parece de humor, pero yo llamaba a los serbios y les decía: "Soy Julio, vamos a salir". "No, tienes que esperar una hora, pero ponte de acuerdo con los bosnios." Entonces iba al check point bosnio y decía: "Tengo que cruzar". Se ponían de acuerdo, llevábamos botellas de whisky, entonces le dábamos una botella de whisky y un cartón de tabaco al bosnio para que no nos disparara ni disparara al serbio, y cuando llegábamos allá el serbio no nos disparaba porque sabía que llevábamos el cartón de tabaco y la botella de whisky. Parábamos la guerra en un momento. Era una libertad. Eso sí, qué precio se pagó, 74 periodistas muertos solo en Sarajevo durante el primer año de asedio.

Porque también hay un peligro, vosotros hoy hablabais de la adrenalina, pero yo paso un miedo que me cago en las guerras, cuando vas a entrar en eso que Arturo llama "el territorio comanche", donde tú solo pisas cristales, donde se hace un silencio y lo que estás deseando es que revienten los tiros, porque es cuando el cuerpo te hace "blum". Te dan unas ganas de buscar un baño, y tampoco te puedes salir a hacer tus necesidades fuera, porque lo más ridículo es que te mataran en esa situación. Y luego vivías situaciones, yo me quedé en Sarajevo aislado un mes sin agua, sin luz, el hotel de la prensa tenía luz, pero me pareció que tenía que estar con los trabajadores de la televisión y la radio de Bosnia, y me quedé en un sitio donde no había luz. Y pasar sed y pasar hambre te hace saber contar muy bien qué es pasar sed y pasar hambre, y saber que te pueden a matar te hace contar muy bien cuál es el papel de las víctimas.

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EC - Enseguida retomamos la entrevista con Julio César Alonso, periodista español, fotógrafo y camarógrafo, corresponsal de guerra.

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EC - No sé si lo han pensado, pero las guerras serían peores si no existieran periodistas dispuestos a informar sobre ellas al mundo.

Con uno de estos corresponsales de guerra, con Julio Alonso, español, nacido en Valencia en 1960, que trabaja free lance, que ha colaborado para diversos medios del mundo, que es autor de varios documentales sobre conflictos armados, estamos charlando esta mañana en En Perspectiva.

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EC - Una de nuestras oyentes, Nelly, pregunta: "Pero ¿quién está hablando?, ¿Julio César Alonso o Gila?". Porque tu manera de hablar se parece a la del humorista español, que además ha tenido toda una línea de cuentos a propósito de la guerra, muy "graciosos".

JA - Para mí es un honor. Es que la guerra es de Gila, luego lo que pasa es que tiene unas consecuencias dramáticas, y hay veces que se cuenta tanto la guerra que a lo mejor hay que volver a Gila para que la gente la mire sin decir "uy, qué impresión". Pero hay que mirar las guerras.

Tú vas a un sitio donde te hinchas de muerte. Yo en cada viaje –suena raro– si no veo morir 15 niños no veo ninguno; si no me como 15 testimonios de mujeres violadas, maltratadas, machacadas, no me como ninguno; si no grabo gente que ha sufrido lo que es que le pase una fuerza armada irregular por encima no me he comido ninguno. Y con todo eso te vuelves.

EC - Esa es otra de las preguntas: ¿cómo carga Julio César Alonso con todas esas experiencias impactantes: bombardeos, asesinatos, torturas, testimonios de víctimas de violaciones? Uno de ellos, dos o tres de ellos nada más le alterarían la cabeza y el corazón a cualquier ser humano. ¿Cómo vivís tú con toda esa herencia a cuestas?

JA - Hay un ejercicio que yo hago. Por suerte mi compañera es periodista y una gran persona, entonces cuando llego a mi casa –tengo un hijo, llevo una vida normal– me encierro en mi cuarto y empiezo a volcar las imágenes de mi cámara al ordenador para empezar a editar. Y hay dos canciones que me pongo, una la conocí aquí y otra me acompaña desde que admiré a mi padre por ser periodista. Una es "Grândola, Vila Morena", que es el himno de la Revolución de los Claveles en Portugal. Yo recuerdo a mi padre y a todos los periodistas esperando que bajaran los tanques, y yo de la mano de él; de hecho tengo una foto en la que estamos seis corresponsales y un chaval de 14 años curiosamente sujetando una botella de coñac, porque me la dieron para hacerse la foto ellos y al final salí yo con la botella. Y otra es una canción que se llama "Montevideo", con una murga, una canción a Montevideo muy bonita, de Tabaré Cardozo.

Me pongo esas canciones, empiezo a ver las imágenes, no escucho el sonido, y me harto a llorar, me harto a llorar de que me salga todo, es como pegarte una ducha. Mi hijo ha entrado un par de veces y se ha asustado, y le he explicado: es que yo me desahogo así. Para mí ese es un ejercicio. Y luego el tener muy claro quién soy, dónde voy y lo que pienso. Yo sé que muchas veces digo cosas que son políticamente incorrectas para un periodista, pero es que me parece que lo otro es hipocresía.

MR - Vamos a contar que Julio tiene dos hijos, una hija de 22 años y un hijo pequeño, Miguel, de seis. Y sos un hiperactivo total, permanentemente haciendo cosas por el mundo, desde documentales hasta reportajes, hasta series, dando talleres, organizando ideas de peluquería u oficios en países como el Congo o Haití. ¿Cómo afecta eso tu vida familiar, tus tiempos con tu familia? ¿Cómo le contás a tu hijo lo que hacés para vivir?

JA - Muy fácil, diciéndole que en el Congo hay un volcán y hay unos señores que pegan a las mamás y que si no vamos gente como nosotros a ponernos en medio del volcán y les decimos a los niños que no se acerquen al volcán y a los que les pegan a las mujeres que no les peguen, pues les pegarían. Hasta que no haya alguien que me sustituya, me toca ir a mí. Yo he sido muy injusto con mi hija Manuela. Tiene 22 años, es una excelente persona, está estudiando arte dramático y la adoro, pero me comí su infancia.

EC - No estuviste con ella.

JA - Ni yo con ella ni ella conmigo. Ahora que tiene 22 años lo hemos hablado, y lo bonito es que a Manuela le mereció la pena. Pero yo siempre tendré esa culpa. Ahora, ¿qué me pasa con Miguel? En este viaje que es supertranquilo, que es Uruguay, que es un sitio que conoce, los echo de menos, pero es porque más que mi familia son mis cómplices. Yo no voy a las guerras para ganar dinero, aunque vivo de eso, mi compañera sabe que si voy corro el riesgo de ir en vez de 15 días un mes, y que luego voy a estar 15 días trabajando y 15 voy a terminar en un campo de refugiados o intentando sacar una familia, pero qué bueno que es nuestro compromiso. Entonces yo lo siento por Manuela, pero me encanta que Manuela a los 22 años diga: "Merece la pena, y yo soy la primera que te eché la culpa, ¿dónde coño está mi padre?". Además de pronto me daban por muerto en una guerra o volvía a lo mejor de la guerra de Croacia y me decían "vete a la de Angola", daba un beso, me llevaban una maleta al aeropuerto y me iba. Ganaba dinero, pero sobre todo hacía otras cosas. A mi hija le ha merecido la pena, y no ha tenido padre.

EC - ¿Y no has pensado en retirarte ya, a esta altura del campeonato?

JA - Lo hablaba con Mauricio. Yo estoy entregando la cuchara, estoy quitándome la mochila. Tengo 52 años, voy a seguir yendo todo lo que pueda a los sitios donde me necesiten, pero tiene que venir alguien detrás, tiene que haber algo. Yo sé que esto se me acaba, no tengo los 30 años ni los 19 con los que empecé. Sé que soy muy útil para muchas cosas, pero otras de pronto alguien más joven que yo y más preparado puede hacerlas mejor. Yo no soy maestro de nada, lo único que tengo es una bolsita con experiencias que me parece que puedo poner en una mesa y decirle al periodista: "Yo he hecho esto y se hace así". Pensamos en el periodismo como una profesión de triunfo, pero no, tenemos que fracasar, nos tienen que derrotar siempre, porque nosotros tenemos que luchar por la honestidad, por los derechos humanos. El periodismo es un arma en la sociedad. Vale que haya entretenimiento en los medios de comunicación, este programa puede ser periodístico y de entretenimiento, pero cuando hacéis periodismo lo hacéis con un compromiso, y es el mismo periodismo que puedo hacer yo sobre el terreno. El periodismo es eso.

MR - La guerra ha cambiado desde que empezaste, hay otro tipo de armas, hay otro tipo de riesgos. Los periodistas se convirtieron, mucho más que antes, en blancos. ¿Cómo afecta eso tu percepción del riesgo que corrés en tu trabajo? ¿Tiene algo que ver con eso de que quieras "pasar la cuchara"?

JA - No, qué va. Yo voy donde me llamen por ahora, lo que pasa es que sé que tengo un tiempo limitado, y por desgracia sé que las guerras no se van a acabar. Los conflictos que está habiendo ahora mismo en el norte de África se van a extender. Hay conflictos mediáticos a los que todo el mundo va, pero hay otros, como el de Mali, donde muy pocos han ido, salvo los periodistas franceses. Y en Mali han pasado muchas cosas que van a repercutir, y hay muertos, las mujeres lo han pasado mal y los niños lo han pasado mal. Pienso que hay que seguir yendo. Yo sé que me van a matar, y mi mayor honor será que me maten en una guerra.

EC - Está la otra posibilidad, que te maten acá en la esquina. Tú estás cargando con dos condenas a muerte encima.

JA - Sí, además eso. Se supone que cualquier musulmán... Hay buenos y malos musulmanes... Es verdad que los que han evacuado a los niños heridos por armas químicas de Hezbollah hemos sido Iván Durán y yo. No había ONG que se atreviera, no había organización islámica que se metiera, y nos metimos nosotros, los sacamos y denunciamos a Israel por la utilización de armas químicas.

EC - Sin embargo...

JA - Sin embargo, soy un enemigo del Islam porque considero que un tío que hace un genocidio tiene que estar en un tribunal internacional.

EC - Por ejemplo, cuando circulás por Montevideo, ¿estás protegido de alguna manera especial?

JA - No, mi protección soy yo, y mis amigos. Yo no puedo ir con ese miedo. Mi riesgo es ínfimo en comparación con el de mucha gente que ha asumido otros riesgos. Al revés, si yo tuviera que ir protegido habrían ganado. A mí me han amenazado en Santa Cruz de la Sierra, en Sudán, en Croacia, en Albania, por meter la cámara donde me llaman, gente armada que de pronto tú has grabado. En el Congo grabamos cómo desembarcaban armas, y claro, eso no se podía grabar, nos pegamos una carrera desde Kisangani hasta no recuerdo dónde, fueron como 100 kilómetros mirando a ver si nos cazaban o no. Ese es el riesgo, no es ser Superman, yo ni soy el campeón del mundo de atletismo ni me entreno con alpinismo, es una cosa muy de personas comunes, no hay que tener un entrenamiento especial. Veo que es un riesgo, pero si nos asustamos del riesgo nos ganan, y ya hemos hincado bastante la rodilla los periodistas y la sociedad y todo el mundo como para que el miedo vuelva a ganarnos.

***

EC - Julio, en el final de esta entrevista sería bueno que los oyentes conocieran por qué estás acá. ¿Cómo viene tu vinculación con el Uruguay?

JA - Un día estábamos enfrente de un campo de refugiados en Kiwanja, al lado de Rutshuru o en Goma, en República Democrática del Congo, y nos enteramos de que las tropas de CNDP [Congreso Nacional para la Defensa del Pueblo] iban a entrar e iban a sacar a todos los huérfanos menores de cuatro años y se los iban a llevar. Llevárselos suponía que los iban a matar, porque lo que querían eran las madres sin hijos. Y tuvimos la suerte ese día de cruzarnos con un blindado uruguayo, y en ese momento se nos ocurrió: joder, un ejército que habla español, nosotros hablamos español, nos van a entender enseguida.

Pedimos hablar con el que mandaba allí, llegamos al puesto uruguayo, hablamos con un oficial y le contamos, le dijimos: "Van a matar a 40 niños, échanos una mano". Igual que llamamos a los uruguayos, llamamos a los jesuitas para que nos dejaran los coches. Era un operativo que había que hacer a toda leche, es decir, tú te enteras de que van a matar a 40 niños, tienes los coches, buscas los choferes, les dices "nos la jugamos pero vamos a por ellos". Eran tres jesuitas, dos españoles y un mexicano, y salimos. Y según pasábamos por el cuartel de los uruguayos teníamos dos jeeps que nos estaban esperando, uno se puso delante y otro detrás. No podían entrar a Kiwanja, pero dejaron la caravana justo enfrente, salieron de su jeep e hicieron que los de CNDP vieran que nosotros estábamos protegidos por ellos.

Entramos y sacamos a los 40 niños. Meter 40 niños en cuatro Land Rovers era como poner pastelitos, pero fue precioso, y volvimos además diciendo: como se den cuenta de la trampa nos matan a los niños y a nosotros. Pero por otro lado veíamos a los uruguayos, que son un ejército muy gracioso, no son los marines, pero tenían muy claro que les habían dicho que esos niños salían. Cuando pasamos eso les dimos las gracias y les dijimos: "Oye, ¿podemos...?". "No, esto no se puede contar." Estoy hablando del 2008, no se podía contar a la ONU. Yo tenía un concepto muy distinto del ejército uruguayo. Me fui a verlos, a darles las gracias, entré en el cuartel y empezamos a charlar de todo y les dije lo mismo: "Yo pensaba que erais poco más que el ejército del terror". Ahí empezamos a hablar y se dieron cuenta ellos también de que hacer este tipo de trabajos era parte de su misión, y que compensaba mucho, sin que nadie lo supiera.

Nos volvimos porque nos llamó una ONG que no podía hacer un trabajo en una zona alejada para construir tuberías. Dijimos: "Venga, al Congo vamos nosotros". Llegamos y dijimos: "A lo primero, a los uruguayos". No conocíamos el comandante nuevo y le volvimos a proponer: "Tenemos que ir aquí por el agua", y los ingenieros y los civiles de la compañía de agua se vinieron con nosotros y diseñaron un proyecto que las ONG no eran capaces de diseñar. Y echaron horas.

Cuando volvíamos ya eran ellos los que nos estaban diciendo: "Lo que hacéis está muy bien y a mi gente y a mí me compensa, proponednos algo". Y les propusimos proteger a unos niños de una casa, que son niños con polio, y lo hicieron. Había un soldado que se llama Navarrete que es un ejemplo –para no poner a un oficial, sino a un soldadito–, que vive además en un barrio humilde en Toledo, el tipo se dedicó a cuidar todo su tiempo libre a los niños de la polio. Yo tenía relación con los niños de la polio, cuando me fui me despidieron, fue muy bonito. Pero cuando se despidió Navarrete los niños lloraron, tuvo que venir el sustituto de Navarrete a jurarles que él iba a seguir con lo de Navarrete, porque había sido un tipo que todos los días les había llevado la comida, los bañaba. Bañar un niño con poliomielitis es mover casi un mecano, y lo hacía con una dulzura que te mueres. Yo decía: joder, merece la pena.

La siguiente fue decirle al estado mayor del batallón: "Oye, ¿y si organizamos –porque había habido violaciones– un sistema de protección para las mujeres?". A las 24 horas un teniente coronel del ejército uruguayo tenía un plan de defensa de las poblaciones para las mujeres. Y de pronto entendimos que ellos empezaban a entender o que se estaban transformando y que entendían que su misión no era esa que nos imaginábamos nosotros, de guerra, sino de protección a civiles. Dijimos: estamos hablando el mismo idioma con gente que tiene toda la herramienta que nosotros no tenemos, y encima no es la gente que nosotros creemos, sino al revés. Es decir, esto ha evolucionado, son gente como nosotros, que tienen ideas unos muy parecidas y otros muy distintas, pero nos sentamos a hablar. Había una cosa que poníamos encima de la mesa, que eran los derechos humanos, con lo que significa esa palabra, y el militar dijo que era su misión. Y dijimos: lo aprovechamos, porque es un ejército que está bien, pero que no tiene a lo mejor los medios para hacer ayuda humanitaria. Sería como si tienes agua y tienes un cubo lleno de agua y hay gente que tiene sed y tú agarras el cubo. Y a partir de ahí no sé cuántos proyectos han salido con el ejército.

MR - Uno fue el del año pasado, el taller sobre cobertura en zonas de conflicto, que hiciste aquí en San José, en Uruguay.

EC - Y el vínculo ha continuado, ¿cuántas veces has estado ya en Uruguay?

JA - Ya van cinco, creo. Yo vine a cubrir por el programa "Informe semanal" las primeras elecciones democráticas. Recuerdo que entré por el antiguo aeropuerto de Carrasco y había un tipo con una mala hostia y un agente con una mala hostia en la calle. Yo iba con un cámara y le decía "de aquí nos echan", porque todavía había un ambiente raro. Cuando volví aluciné, con la experiencia que venía del Congo digo: este país por lo menos en eso ha cambiado.

MR - Sí, y el ejército le ha dado la Medalla 1811, que es un reconocimiento al trabajo voluntario.

JA - Es un detalle extraño para mí, porque yo en mi vida me hubiera visto condecorado por ningún ejército.

MR - Le hiciste una permuta al ejército.

JA - Lo que pasa es que tenemos objetivos comunes. Yo la única manera que tengo de celebrar la medalla es con un proyecto, entonces la medalla va en un camino en el que hay una peluquería, hay un proyecto de un peluquero Heber Vera que se ha comprometido a dar clases de peluquería a las mujeres haitianas. Ya que me reconocéis el trabajo, vamos a celebrarlo con otro trabajo, y lo bueno es que esa peluquería en Haití puede traer otra en el Congo. En el fondo es un toma y daca, estamos todos en lo mismo. Y lo de la medalla, es muy gracioso que el ejército se la dé a una persona como yo, con mi experiencia de vida, con mi barba y mi pelo. Pero al revés, para mí es una cosa muy entrañable, que no puedo olvidar en mi vida.

***

EC - Has logrado conmover a varios de nuestros oyentes.

Mariana: "Estoy llorando emocionada por los uruguayos".

Eduardo del Cordón: "Muchas gracias por esos relatos. Me conmovieron, me hicieron sentir orgulloso".

Lilián, que utiliza tu jerga: "Joder, esto me reconcilia con mi gente".

Nury de Toledo: "Qué maravilloso ejemplo de ser humano, lleno de coraje y valentía. Lo felicito de corazón".

JA - Hay una cosa, yo como periodista televisivo, como fotógrafo, todas las historias que os he contado las tengo grabadas en video, por desgracia documento todo. Luego, yo no soy un gran ser humano, qué va. Tengo un compañero que cuando negociamos, que siempre crees que te van a engañar, piensa que nosotros somos un 80% menos honestos que la gente con la que trabajamos.

MR - Igual, vamos a decirles a los oyentes que se emocionaron otra cosa que también los puede emocionar: que en setiembre Julio decidió casarse con su compañera en Uruguay.

EC - Te tendremos de nuevo.

JA - Sí, 16 años juntos. Sobre todo que es lo único que podemos regalar a nuestros amigos de aquí. Nosotros que hemos sido tan felices en lo personal –y en lo personal yo englobo el trabajo humanitario–, nuestro regalo a la gente nuestra de aquí es eso, decir: algo para vosotros que en un momento puede ser importante o no, pero que sabemos que tiene cierto significado.

EC - Va a ser un gusto volver a recibirte.

JA - Y estáis invitados a la boda.

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Transcripción: María Lila Ltaif