Inseguridad

La cultura del robo

Inseguridad. http://kathalejo.blogspot.com.uy/2011/09/blog-post.html
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Desde hace tiempo estamos discutiendo mal el tema de la inseguridad. Porque una cosa son las políticas sociales a largo plazo y otra cosa las políticas policiales inmediatas. Pero además aquellos que proponen alguna solución o realizan estudios se focalizan siempre en el mismo sector social.

Pues tengo malas noticias, vivo muy cerca del balneario más famoso de América Latina que en gran parte fue construido y desarrollado con dinero robado. Por algo les están permitiendo blanquearlo ahora. Y a nadie le importó mucho eso.

Para muchos los delincuentes provienen de los barrios marginales. Pero si sumáramos todo lo que han robado los 10.000 presos que tiene Uruguay, estoy seguro que sería muchísimo menos de lo que robaron los Peirano y los Rohm. Claro individualmente afecta más una rapìña o el robo en tu casa que el saqueó al banco. 

Todos piensan en políticas sociales para recuperar a los jóvenes infractores, pero no tenemos ni un esbozo de políticas anticorrupción para enfrentar a quienes se apropian de dineros públicos.

Para peor quien debería bajar la pelota y poner el énfasis en enderezar el debate para tratar de encontrar soluciones comunes, prefiere patearla fuera del campo de juego.

Tengo para mi que la epopeya del ser humano es alinear su pensamiento con su acción.
Es ahí donde fracasa el debate. Porque para ser escuchado hay que tener autoridad moral. "Como te digo una cosa te digo la otra"; se convirtió en un principio de acción.

La ética política es un bien escaso hoy. Todo se termina justificando en aras de un presunto proyecto político que nos conduciría a la felicidad pública.

Voy a recurrir al tramo de un texto mucho mas extenso que publicó hace unos días en Uypress la socióloga y docente universitaria Adriana Marrero, precisamente sobre la cultura del robo.

"La lógica de producción social sigue siendo, como antes, la acumulación y el consumo, y eso no tiene por qué variar. Lo que se adquiere, se acumula, se consume, y se exhibe. Con la caducidad de las reglas "pequeño burguesas" del ahorro, el mérito y la medianía de expectativas, como inspiradoras de la cultura de la vieja pobreza uruguaya, la idea de diferir recompensas carece de sentido y el esfuerzo se vuelve impensable.

Por eso esta cultura es, también, una cultura no sólo de la búsqueda del disfrute perpetuo, como explican algunos postmodernos, sino además de la "pereza" legitimada, y por eso, en cierta medida, constituye una "cultura del robo". Propia de todas las clases sociales, no es la cultura de quien no tiene, sino de quien "siente" que no tiene, no hace, pero que igual, quiere. Es una cultura del querer tener, pero sin tener que hacer. Es también una cultura de la envidia, donde importa más qué es lo que el otro tiene y yo no, que lo que yo puedo hacer para tener lo que yo quiero tener. Como el aire que respiramos, esta cultura está en todos lados, pero proviene sobre todo, del nuevo funcionariado ascendente.

Mucho de esta cultura perezosa y de su legitimación, se percibe en la educación, cuando los pedagogos se empeñan en negar el valor del mérito y del esfuerzo para el logro de proyectos personales, como si el mérito y el esfuerzo no fueran valorados nunca por las propias maestras y docentes; como si nunca tuvieran reflejo en el mundo del trabajo y en la vida diaria. O también, en la negativa a las tareas domiciliarias. Se percibe con nitidez en las propuestas para adjudicar las banderas entre el alumnado de las escuelas de Uruguay: no hay que premiar al que estudia más, justo en ese lugar de igualdad y reconocimiento republicanos. No sea cosa que quien no estudia se sienta damnificado de algún modo posible, por lo que, si no todos pueden tener el derecho a ese honor, robemos ese honor a quien sí se lo merece. Hay robo, claro, y de este tipo. en los plagios, las copias, los fraudes.

No es difícil encontrar esto también, en las políticas sociales asociadas con la educación. ¿Por qué hemos de exigir a padres y madres que envíen a sus hijos a la escuela, como establece la obligatoriedad Vareliana? Si necesitan el dinero, ¿por qué no darlo igual, sin esperar de la contraparte el esfuerzo de cumplir con el deber de que los niños estén en la escuela?.

Agrega Marrero: Perezosa hasta la exageración, la cultura envidiosa del robo convierte en apropiable cualquier cosa. Los títulos universitarios son el nuevo botín de los nuevos perezosos institucionales. Nadie sabe quién fue primero, ni quién será el último; o si ni siquiera se sabrá, porque dejará de ser noticia. Sendic fue del primero de quien se habló, y ante la justicia, no dudó en decir que se dice "Licenciado" porque "se siente" así. Su subjetividad no coincide con la objetividad de lo evidente: ese título es "robado". Igual, y antes, lo hicieron Gustavo Belarra, quien perdió su cargo en el Instituto Nacional de Rehabilitación tal vez por adjudicarse falsamente un título de sociólogo, y Gonzalo Reboledo -Director del IMPO y Secretario Político del Frente Amplio- quien, mejor parado, y sin tener que pagar por lo (mal) "habido", culpó a alguien más -no se sabe a quién-de haberse hecho pasar como sociólogo durante largos años de ejercicio en el ámbito público. Hacer la tesis le da pereza a mucha gente. Pero sólo algunos hacen de cuenta de que no hacerla, no es importante para "sentirse" sociólogo. Las calificaciones y los conocimientos también han sucumbido al relativismo de la cultura perezosa del robo. Cualquier saber complejo se convirtió en "viru-viru", lo que suena a una especie de penoso discurso para enmohecidos aristócratas monocordes en sus torres de marfil. La cultura, las artes, han sido banalizadas e instrumentalizadas hasta lo indecible, y con frecuencia han sido ridiculizadas. Al parecer, los ministros y funcionarios no necesitan saber. Ni saber hacer. Pero eso, nos lo recuerdan a diario, no es importante"; – dice Marrero en su columna.

Lea la columna aquí

Creo que tiene razón aunque no me inscribo entre quienes consideran que alcanzar un título universitario sea el paradigma. Hay otros expertizajes imprescindibles para el desarrollo igualitario de una sociedad. Pienso por ejemplo en el albañil que construye nuestra casa o el colegio donde estudiamos.
Si creo que todos debemos estudiar día a día. Pobre de aquel que crea que lo sabe todo. Pero no todos sabemos todo de todo. Ahí es donde entran otras condicionantes.

Si creo que la gran tarea es educar para ser buenas personas, buenos ciudadanos, responsables del presente y el futuro colectivo. Porque si algo debe quedar claro es que sólo no se salva nadie. Y que sólo el dinero no nos hace mejor a nadie.

Aquí es donde hemos fracasado absolutamente. Porque no nos sentimos parte de un todo, sino seres individuales que sobreviven como pueden.

Y entonces cada uno sobrevive de acuerdo a como haya sido criado por su familia, educado en su escuela, aceptado en su barrio. De acuerdo a las circunstancias que le generó el Estado y a las que también les proporcionaron otros.

Pero vivimos en un país donde creció y proliferó la cultura del amiguismo para obtener un trabajo, un servicio público, zafar de tus impuestos y hasta para no ir a la cárcel. No nos olvidemos de esto, porque formó parte de nuestra cultura durante décadas.

La cultura del robo no sólo existe en los barrios pobres. Lamentablemente ha permeado todos los estamentos. Porque finalmente ¿cuál es la diferencia entre robar una garrafa o cobrar el 10% para adjudicar una licitación?.

La columna de Carlos Peláez