Griezmann, el uruguayo
Si Francia cae eliminada del Mundial de Rusia, el corazón de Antoine Griezmann se pondrá del lado de Uruguay, un país que aprendió en España a través de los amigos que tiene de ese país, pero también por la concepción "charrúa" que tiene del fútbol.
Griezmann no es solo amigo de Diego Godín y José María Giménez, sus compañeros en el Atlético de Madrid, sus rivales el próximo sábado en Niznhy por un puesto en semifinales del Mundial de Rusia.
Su conexión uruguaya comenzó en San Sebastián, el club que le formó desde los 14 años, donde dio el primer gran salto futbolístico, en buena medida de la mano de Martín Lasarte, el técnico que devolvió a los donostiarras a la primera división y que lanzó al francés.
Allí se cruzó también con Carlos Bueno, que tenía 30 años cuando Griezmann, de 17, comenzaba a pedir paso. Con él se aficionó al mate, pero también se hizo hincha de Peñarol, donde había jugado el uruguayo.
"Venía a buscarme a casa para llevarme a los entrenamientos. No le importaba que compitiéramos por el mismo puesto, había una solidaridad, es algo que solo he visto en el fútbol sudamericano", asegura el galo.
También le invitaba a ver todos los partidos de su club, de ahí la afición, y le mostraba una forma muy peculiar de entender el fútbol, de colocarse en el campo, de usar su cuerpo para ganar posiciones. En resumen, le enseñó el fútbol "charrúa".
Cuando dio el salto al Atlético de Madrid no perdió la conexión con Uruguay, porque se encontró con Diego Godín.
"Diego es un gran amigo, estoy todos los días con el, en el vestuario y fuera del campo, por eso es el padrino de mi hija pequeña (...) La primera vez que firmé le llamé a él, me habló bien del club, es lo que me dio ganas de firmar por el Atlético de Madrid", indicó.
Godín le acogió en su seno, le enseñó Madrid y el universo rojiblanco y le puso frente a un fútbol que él conocía, aguerrido, solidario, de brega, el catecismo de Diego Pablo Simeone.
A Griezmann le costó entender aquella filosofía, pero traía el ADN de Lasarte y de Bueno y pese a que no es un futbolista grande, no es fuerte ni físico, supo entender que un atacante no solo ataca y que en un equipo todas las piezas tienen que encajar en el mismo engranaje.
Así creció en el Atlético y su figura fue cobrando peso en un equipo que escribía las líneas más brillantes de su historia. Griezmann fue tercero de la carrera del Balón de Oro de 2016, solo superado por Messi y Cristiano Ronaldo.
Con Simeone, quizá el más "charrúa" de los técnicos argentinos, aprendió que las estrellas son más grandes cuando, además de crear arte, son capaces de trabajar por el equipo y esa idea la ha alimentado hasta el punto de querer sublimarla en el Atlético, pese a los cantos de sirena que le llegaron de otras ideas futbolísticas.
De nuevo apareció Godín, que no dudó en acudir a su domicilio para convencerle de que se quedara, según aparece en el documental en el que reveló hace unas semanas su futuro.
También en Francia fue cobrando peso, de la mano de un seleccionador que le situó en el centro de la escena, pero que le dijo que no valía solo con mirar adelante, también tenía que defender.
Admirador de la estética de David Beckham fuera del campo, Griezmann ha aprendido a amar un fútbol como el que hace Edinson Cavani, al que no dudó en calificar "el mejor delantero porque trabaja para el equipo, hace diez mil desmarques, nunca abandona y en el área solo necesita dos ocasiones para hacer gol".
Ante Uruguay, Griezmann jugará contra un espejo. Tendrá enfrente a amigos -"será un partido con mucha emoción"- y un estilo similar al que practica en el Atlético de Madrid.
"Se van a tomar su tiempo, van a presionar al árbitro, es su juego, es lo que hacemos en el Atlético de Madrid. Vamos a tener que acostumbrarnos a eso, el partido va a ser agobiante, tenemos que mantener la calma y presionar a su defensa", resume.