El odio nuestro de cada día
Si es que alguna vez queremos cambiar, hay que empezar por reconocer los problemas. Desde hace mucho tiempo se verifica el crecimiento de la violencia en nuestra sociedad.
Ocurre que siempre se adjudican las actitudes violentas a otros, no sólo a los delincuentes, pero nadie se reconoce parte. Aunque basta que algo provoque divergencias para que el estallido de odio se produzca.
La aprobación de la ley trans es un buen ejemplo. Las redes se llenaron de mensajes falsos, discriminadores, violentos.
"Esa sensación de desarraigo de la sociedad, de ver al otro como un distinto, es germen de violencia", dijo hace un tiempo Pablo Bartol, director del centro educativo Los Pinos. Coincido con Bartol.
Tal vez ahí esté el origen del problema. El reconocimiento de derechos nos mostró la ausencia que de los mismos han tenido muchísimas personas a lo largo del tiempo.
Pero también exhibieron las diferencias, la ausencia de empatías y la pérdida del sentido social para exacerbar el yoismo.
"Les dan a ellos, pero no me dan o me quitan a mi", síntesis perfecta de un pensamiento generalizado.