Una mirada al 2019
El investigador en Historia John Moor realizó en la Mañana de El Espectador una perspectiva para el 2019, a raíz de dos publicaciones, una hecha por The Washington Post y otra por The Economist.
En el caso del Washington Post hay dos miradas al 2019 que vale la pena destacar. La primera es acerca de la situación del Polo Norte o del Artico. Es ya una realidad indiscutible hasta por la posición más escéptica o hasta contraria del cambio climático de que el Artico se está derritiendo a una velocidad mayor de la que se estimaba de acuerdo a los aumentos de la temperatura atmosférica.
Esta realidad es ya manifiesta por hechos físicos como por ejemplo que un buque de containers navegó a través del Pasaje del Norte, un cruce que hasta hace poco hubiera sido imposible. El problema del Artico es que alberga según el Washington Post cerca de 90 billones de barriles de petróleo y 47 trillones de metros cúbicos de gas natural bajo el agua, y la carrera por su acceso y control, especialmente entre los Estados Unidos y Rusia, en una competencia que se está empezando a calentar.
Los países pueden reclamar la asignación de una "zona económica exclusiva" en las costas del Mar Artico, de hasta 200 millas. Sólo Noruega e Islandia han hecho estos reclamos aprobados por las Naciones Unidas, mientras que reclamos marítimos hechos por Rusia, Dinamarca y Canadá no han sido aprobados por esta organización.
Quien gane este territorio, señala el Post, ejercerá un impacto significativo sobre el clima y la geopolítica por décadas, ya que el acceso a combustibles fósiles provocaría la baja del precio del gas, aumentará las emisiones de carbono y en lo geopolítico provocaría un acercamiento físico entre las naciones en disputa o reclamo, lo que preocupa a los EE.UU., en especial, la creciente presencia militar rusa en el Alto Norte, en donde Rusia tiene más bases al norte del Círculo Polar Ártico que todo el resto de los países con costa juntos y sigue construyendo más como capacidades militares.
De no mediar la sensatez, ni el temor a una intensificación del derretimiento de los hielos por el aumento de las emisiones, de no interceder un espíritu de moderación en la necesidad de seguir dependiendo de combustibles fósiles, entonces, es muy probable que veamos en esa zona crucial para el clima del planeta y para la viabilidad de la vida terrestre, una competencia cada vez mayor envuelta en la ceguera de la explotación de petróleo y gas a costa de causar un daño irreparable al planeta, además de convertirse, ante la ausencia de sentido común, en una nueva zona de conflicto latente y efectivo entre EE.UU. y Rusia, en una reminiscencia de la Guerra Fría.
Una segunda previsión del Washington Post es sobre la evolución de las relaciones entre los Estados Unidos y China. Si bien Donald Trump resalta su gran relación con el presidente chino Xi Jinping, pero, advierte el Post, en materias como el comercio y la seguridad, las dos principales economías del mundo se están alejando cada vez más.
Es posible que esta separación se amplíe en el 2019, preparando un conflicto que los analistas chinos ya están calificando como una "nueva Guerra Fría". El primer factor, según el Post es el comercio, tomando en cuenta el hecho que Trump ha hecho una prioridad el cambio en los términos de las relaciones de los EE.UU. con China, arrojando tarifas en cientos de billones de dólares en productos chinos. El gobierno estadounidense acusa a China de prácticamente engañar a los EE.UU. al apoyar y favorecer a las empresas chinas al forzar transferencias tecnológicas y apoyar en forma tácita el robo de propiedad intelectual y el cibercrimen.
El Post señala que el arresto de Meng Wanzhou, la directora de finanzas de Huawei e hija de su dueño y fundador el 1° de diciembre acusada de violar las sanciones con Irán sólo agrega más fuerza al argumento largamente sostenido por China que los Estados Unidos apuntan a impedir el crecimiento de China.
Un segundo factor de tensiones entre Washington y Beijing es de una abierta naturaleza geopolítica, y así lo afirmaba el vicepresidente de EE.UU., Mike Pence el pasado 4 de octubre, quien en un discurso considerado "histórico" por el Post, expresó una fuerte reprimenda a China afirmando que Beijing "estaba usando herramientas políticas, económicas y militares como también propaganda para expandir sus influencias y beneficiar sus intereses en los Estados Unidos". Y advirtió o amenazó a China acerca de sus movimientos de dominio sobre el Mar de la China, que los Estados Unidos "no serían intimidados, y que no íbamos a retroceder", afirmó Pence, de acuerdo al Post.
The Guardian destacaba que en en la voz de su propio presidente, Xi Jinpin, en su discurso para celebrar los 40 años de apertura al mundo el pasado 18 de diciembre China advirtió al mundo y en particular a Washington, y en un intento de reforzar su autoridad y liderazgo frente a una economía que se viene enlenteciendo, que "nadie debía dictar al pueblo chino lo que debe o no debe hacerse, no debemos reformar lo que no debemos y no debe ser cambiado"
La reflexión o comentario que cabe aquí es el siguiente ante el curso que han tomado las relaciones entre estas dos potencias. El conflicto actual entre China y EE.UU. era inevitable, por dos grandes motivos que son fuente de fricciones y de tensiones, y, eventualmente de un conflicto mayor. Cuarenta años más tarde, la economía china, de naturaleza capitalista y que en algunos de rasgos deja al neoliberalismo como una variante del socialismo por la forma en la que el régimen comunista aplica al capitalismo industrial en materia de recursos humanos y condiciones laborales, ha ido evolucionando hasta convertirse en el principal motor de crecimiento de las economías emergentes y de una buena porción de las principales economías del mundo.
Y en la medida que esta China fue adaptándose a ese rol crucial como palanca del crecimiento de Occidente, era una certeza que el régimen chino comenzara a vislumbrar un liderazgo mundial y un rol protagónico ya no sólo en lo económico como en lo geopolítico. Este ascenso geopolítico chino, que es por cierto un fenómeno histórico sin antecedentes previos en la historia mundial contemporánea, es decir, que estamos lidiando con algo desconocido y de imprevisibles consecuencias en el orden mundial existente hasta ahora, no vendría libre de fricciones con el bloque occidental de naciones.
Además de significar una gran paradoja histórica en materia del capitalismo moderno, de la economía y de las relaciones internacionales, el simple hecho de que las economías capitalistas y democráticas de occidente dependan en buena parte del único régimen comunista que permanece tras la caída de la Unión Soviética, no podía venir gratis, libre de conflictos actuales y potenciales. Se trata actualmente de una auténtica trampa o brete para cuyo estado y evolución el 2019 será un año decisivo.
En su edición de El Mundo en el 2019, The Economist refiere a algunos de los hechos principales que tendrán lugar en el continente.
La polarización política se hará sentir en América Latina se hará sentir en el 2019 señala The Economist, afirmando que la cantidad de seis elecciones que tendrán lugar no arrojan un patrón muy claro más allá del enojo del votante con el status quo y el "establishment" político, destacando además que los nuevos gobiernos de México y Brasil tendrán un margen de maniobra fiscal muy justo. Para The Economist, las elecciones más importantes serán las de Argentina y Bolivia con un gobierno liberal de Mauricio Macri minado por la crisis cambiaria y un Evo Morales que se juega la permanencia tras 13 años en el gobierno.
En materia económica The Economist hace una referencia panorámica a las previsiones económicas de la región.
La observación principal es que desde el punto de vista económico la región está rengueando, perdiendo fuerza en relación al resto del mundo. El estimado de crecimiento económico general para la region sería de apenas un 2% ya que los números se ven afectados a la baja por el impacto depresivo de Venezuela y en menor cuantía Argentina y Brasil, mientras que Chile, Perú, Colombia y Bolivia crecerán un estimado de 3 a 4% y las boyantes economías de República Dominicana y Panamá crecerán un 5%.
Además de la polarización y la disparidad en cuanto a los crecimientos estimados de las economías lo que destaca The Economist es citando el caso de Brasil es el colapso del centro político mientras que se registra un retorno a la centro derecha en Chile, Colombia y Perú.
Sobre estas previsiones de The Economist cabe agregar un par de comentarios: en primer lugar que se encuentra en gestación un nuevo mapa político y geopolítico en América Latina. Podríamos hablar de tres Américas diferentes: las de centro, moderadas en lo político y con economías estables y en recuperación como Chile, Perú, Colombia, Paraguay, Panamá y Costa Rica. Un segundo mapa lo conforman Venezuela, Nicaragua y Cuba con regímenes en declive y en proceso de colapso político y económico, en particular las dos primeras, mientras que en Cuba hay un gradual debilitamiento económico sin la asistencia del chavismo y no muy lejos del fin de la era del castrismo.
En cuanto a Honduras, Guatemala y El Salvador, miran a Nicaragua como un destino a evitar en medio de una criminalidad y corrupción sistémica y una compleja situación de sus economías.
Una mayor apertura de Cuba al mundo y ciertas reformas políticas no serían improbables en el 2019.
Un tercer mapa lo componen por el momento Argentina, Bolivia, Brasil, México y Uruguay que en materia política son "terra incógnita" en el sentido que en los dos grandes países del continente se estrenan nuevos gobiernos pero, fundamentalmente, se trata de dos grandes cambios en el paradigma político interno de ambos países: la izquierda de sesgo populista de López Obrador y una aparente "ultra derecha populista" de Jair Bolsonaro.
El común denominador en lo económico es que necesitan introducir profundas reformas fiscales y previsionales, recuperar el crecimiento, replantearse el lugar que deberán ocupar como grandes economías emergentes en el mundo del siglo XXI y, sobretodo, acabar con la corrupción sistémica que viene debilitando los fundamentos de las instituciones en ambas naciones.
En Argentina se juega la reelección de Macri o el regreso al kirchnerismo como así lo proyectan las encuestas actuales, o bien la remota posibilidad de una victoria de un peronismo de centro renovado. Cualquier hipótesis deberá atravesar las presiones crecientes del ajuste económico y el conflicto social latente. En Bolivia un cada vez más resistido Evo Morales se juega la permanencia aunque las encuestas muestran a Carlos Mesa como el favorito. Su derrota podría significar un retroceso casi definitivo del populismo progresista y sus variantes continentales. De Uruguay, con elecciones en octubre hablaremos en un momento.
Estos mapas en los que confluyen las disparidades políticas y económicas muestran indicios de un posible retroceso del progresismo pero no de los populismos, sujetos a los rumbos definitivos que tomen los gobiernos de López Obrador y de Bolsonaro durante sus primeros 100 días de gobierno. Los procesos a observar serán entonces los posibles focos de tensión entre Colombia, Venezuela y Brasil, las tensiones en Centroamérica y el rol de México entre Estados Unidos y esta región complicada. . Según The Economist América Latina seguirá sin norte y permanecerá decepcionando por debajo de su potencial.
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