En Primera Persona

¿Cómo nos afecta el conflicto con Argentina por las plantas de celulosa?

¿Cómo nos afecta el conflicto con Argentina por las plantas de celulosa?

Por Emiliano Cotelo.

(Emitido a las 7.50)

¿Cómo nos afecta el conflicto con Argentina por las plantas de celulosa?

En estos días se ha hablado mucho sobre el perjuicio que los bloqueos de los puentes implican para el turismo, el comercio, los servicios de transporte y, en general, para la libertad que las personas tienen de circular por la frontera.

Pero yo planteo hoy la pregunta en otros términos. Toda esta crisis con Argentina, que tiene su origen en las plantas de celulosa, ¿cómo nos afecta colectivamente a los uruguayos? ¿Cómo nos afecta como sociedad?

Y si busco respuestas, lo primero que me aparecen son las consecuencias negativas. 

País frenado

A mí, sin ir más lejos, me desanima que esta polémica crezca y se prolongue tanto, porque es otro episodio más de esos que padecemos desde siempre y que van construyendo la sensación de que Uruguay es un país trancado al que le resulta casi imposible despegar. 

Me hace recordar lo que ocurrió en gobiernos blancos y colorados, cuando determinados proyectos que los presidentes de la época consideraban emblemáticos terminaban frenados por recolecciones de firmas, plebiscitos o tan solo amenazas de referendum.  Pienso, por citar dos casos, en 1992 con la ley de empresas públicas o en 2003 con la Ley de Asociación de ANCAP. Seguramente se trataba de iniciativas discutibles y que implicaban riesgos pero las autoridades las calificaban como prioritarias dentro de sus planes de desarrollo y tuvieron que resignarse a dejarlas sin efecto porque entre la gente había pesado más la sospecha o la duda que la apuesta a una transformación audaz. 

Las plantas de celulosa son para el gobierno del Frente Amplio algo parecido a aquellas leyes.  Es cierto que se gestaron en las administraciones anteriores y en su momento no contaron con un cálido impulso de la izquierda pero la Presidencia de Tabaré Vázquez los asumió con fuerza porque permiten crear puestos de trabajo en cantidad y dinamizan de un plumazo la economía del país. Y si bien, igual que aquellas leyes que terminaron derogadas, estos emprendimientos también tienen aspectos controvertidos, en poco tiempo el gobierno logró acorralar y desactivar las objeciones que amagaron aparecer desde sectores de la izquierda radical, algunos gremios y organizaciones ambientalistas.  Pero con eso no fue suficiente. El freno apareció igual. Esta vez se descolgó del otro lado del río, protagonizado por los militantes de Gualeguaychú, el gobernador Jorge Busti y el propio presidente Néstor Kirchner. Resultado: otra vez la incertidumbre, otra vez nos aplasta una polémica que se arrastra durante meses y meses. ¿Es tan obvio que las plantas seguirán adelante, de todos modos? ¿Habrá que aceptar una suspensión temporal de las obras?  Si es así, ¿cuánto durará realmente?  Son preguntas terribles que, lamentablemente, nos acompañan todos los días, desde hace meses, cimentando esa sensación de que en Uruguay no se puede.

Mentalidad de víctimas

Muy ligado a lo anterior está la consecuencia que todo esto puede tener en la imagen del Uruguay entre los inversores del exterior.  Esos agentes seguramente valoran la firmeza con la que el gobierno y la oposición respaldaron las plantas de celulosa ante el embate argentino, y, paralelamente, deben juzgar de manera muy crítica la conducta del gobierno Kirchner, que opta por no disolver los piquetes en los puentes, con lo cual tolera  y hasta termina asumiendo las peores costumbres patoteras que anidan entre los argentinos. Pero al mismo tiempo, esos inversores pueden sentirse tentados a sucumbir ante el realismo y concluir, entonces, que si piensan instalarse en esta región, mejor no hacerlo en Uruguay porque lo cierto es que los socios mayores del Mercosur pueden llegar a hacerle la vida imposible. Después de todo, ya hay varios antecedentes de ese tipo, por citar uno solo: la cantidad de veces que Brasil ha dejado varados en la frontera los camiones con nuestras exportaciones de arroz. 

Todo eso, obviamente, es muy negativo para nuestra economía. Pero también lo es para nuestras cabezas, para nuestra gente, en la medida que alimenta esa mentalidad de víctimas que tan poco nos cuesta asumir a los uruguayos.

Por supuesto que tenemos que cuidarnos de terminar siendo el "enano-siempre-quejoso", como nos han calificado más de una vez desde la Cancillería brasileña. Pero, sin ir tan lejos, tampoco es sano para nuestra sociedad quedar ganada por el síndrome del "chiquito-maltratado-por-sus-hermanos-mayores". 

Chauvinismo

Y, para redondear la parte negativa del balance, todos coincidiremos en que resulta lamentable que la agresividad y la desconfianza se hayan ido instalado no sólo a nivel de los dos gobiernos, sino también entre la gente de un lado y el otro. 

Una cosa era la rivalidad casi folklórica que nos separaba hasta ahora.

Muy diferente es esto de los últimos meses, que ya  alcanza tintes preocupantes, y que se da, por ejemplo, cuando el visitante argentino que llega a Montevideo o a Punta del Este intuye que ya no lo reciben con los brazos abiertos y que cualquier encuentro puede depararle una indirecta o un comentario filoso. Otro tanto empieza a pasarle al uruguayo que pasa por Entre Ríos o aterriza en Buenos Aires. Esas miopías chauvinistas no auguran nada bueno a largo plazo y, en lo inmediato, pueden derivar en actos de violencia en cualquier momento. Todos tenemos que hacer el máximo esfuerzo por controlar esos demonios.

Al fin, una política de Estado

Hay que pulverizar esos pujos de nacionalismo exacerbado y, en todo caso, aprovechar la otra cara de esa moneda, que es el hecho mismo de que los uruguayos estemos reaccionando tan unidos ante esta adversidad.  El respaldo a las plantas de celulosa y al manejo que ha hecho el gobierno del caso no es unánime, pero alcanza a porcentajes  altísimos de la población. Es interesante que estos proyectos se hayan ido consolidando como una causa nacional (o, por mirarlo de otra forma, como una política de Estado). 

Pero es auspicioso, además, que ese apoyo generalizado no sea algo necio o ciego. 
Los uruguayos que apoyamos estos desarrollos sabemos que existe el riesgo de la contaminación y queremos que se lo calibre previamente con el máximo rigor y que, una vez en marcha las fábricas, se las controle con eficacia y profesionalismo. 

Todo indica que los sistemas de inspección van a ser más estrictos que los que se había previsto al principio. Y ello, hay que admitirlo, es otra consecuencia positiva de este enfrentamiento que, desde otros puntos de vista, resulta tan asfixiante.

Un debate atrasado

Para terminar, y hablando de las reacciones de la gente, quiero hacer notar otra derivación valiosa de toda esta controversia: es el debate que se ha instalado en la sociedad uruguaya sobre si conviene o no que nuestro país siga siendo del Mercosur. 

Lo que hasta hace poco tiempo eran discusiones que circulaban a nivel académico o en la élite política, se ha convertido ahora en una inquietud que se palpa en la calle. 

Yo no creo que debamos irnos del Mercosur, entre otras cosas porque la geografía nos impone algún grado de pertenencia a este acuerdo de integración regional.  Pero, en caso de quedarnos, ¿no habrá llegado el momento de plantear en términos de ultimátum las exigencias sobre las reformas que debe encarar el bloque para que nos sirva a los países pequeños?  Y si, como desde hace años, seguimos sin tener éxito en esa demandas, ¿no habrá que pasar a un vínculo más flexible, por ejemplo convirtiéndonos en miembro asociado, como Chile o Bolivia?  Son preguntas muy pertinentes que hoy están en boca de casi todos, porque hemos asumido que hay que analizar a fondo cuál es el modelo más conveniente para la inserción de Uruguay en el mundo. 

Se trata de una verdadera asignatura pendiente, que los uruguayos pateábamos sistemáticamente para adelante, pese a que de ella depende buena parte de nuestro futuro. Pero ahora hay más chances de definirla como política de Estado, algo que, según nos estamos dando cuenta, requiere reflexionar sin prejuicios, sin visiones en blanco y negro. 

Vaya si allí hay otro coletazo positivo, y sin duda inesperado, de la crisis por las plantas de celulosa.