Parrado: si el infierno existe, es con hielo y oscuro
"Milagro en los Andes" es el título del libro que Fernando Parrado acaba de presentar en Montevideo, luego del éxito editorial que tuvo en Estados Unidos. "Todo el mundo tiene Andes en la vida. (...) Les cuento y cada uno agarra un pedacito de la historia y lo aprovecha lo mejor que puede", dijo hoy el autor. Explicó el por qué de su obra, recordó la tragedia de 1972 y, en especial, su peripecia personal.
(Emitido a las 9.10)
EMILIANO COTELO:
Nuestro invitado de hoy podría no haber llegado nunca aquí. En más de una ocasión estuvo a punto de terminar sepultado en un glaciar en los Andes. No lo digo yo. Lo ha dicho él muchas veces.
Se trata de Fernando Parrado, uno de los 16 sobrevivientes de aquel avión Fairchild que el 13 de octubre de 1972 cayó en la cordillera cuando llevaba a Santiago al equipo Old Christians, que se disponía a jugar un partido amistoso de rugby.
Junto a Roberto Canessa, Fernando hizo posible el rescate, 72 días después, luego de atravesar penosamente, a pie, montañas de cuatro o cinco mil metros de altura. Sin embargo él insiste: "Yo no era un héroe, siempre estuve asustado, siempre fui débil y estuve confundido, siempre estuve desesperado".
Para compartir sentimientos tan fuertes como esos, Fernando decidió escribir su propio libro sobre aquella experiencia. "Milagro en los Andes" es el título.
Un testimonio removedor que, según el New York Times, ha figurado en la lista de los 10 libros de no ficción más vendidos en Estados Unidos y que esta semana ha sido presentado finalmente en Montevideo.
Sobre este libro, su porqué y sus resultados, vamos a conversar con Fernando Parrado en los próximos minutos EN PERSPECTIVA.
Quiero empezar preguntándote ¿por qué este libro?, ¿por qué 33 años después de aquella tragedia, o el milagro, tu propia versión de aquellos hechos?
FERNANDO PARRADO:
Mi vida siempre se encuentra con cosas. Yo me pego de frente con cosas Me pego contra montañas. Me pego contra gente. Me pego contra relaciones. Me pego contra una mujer que ha sido la más importante en mi vida estoy hablando de Veronique, el amor de mi vida y me pego de repente contra una experiencia. Desafíos no quiero más, ya tuve demasiados en mi vida. Experiencias, tomo todas las que vengan. Yo viajo mucho, estoy muchos meses fuera de Uruguay a veces y estoy solo muchas veces. Tenía una computadora, una Sony, y empecé a escribir cosas de mi vida. Escribí porque tenía tiempo. Lo hacía en inglés, porque yo vivo en inglés fuera de Uruguay y estaba escribiendo en inglés como un trabajo para mí, para mejorar mis expresiones en ese idioma y mi conocimiento. Y empecé a tener cosas. A los dos años tenía dentro de una carpeta de mi computadora un montón de cosas. Es un milagro que se haya escrito este libro. Porque yo pensaba - en un futuro lejano- a lo mejor publicar algo aquí en Uruguay...Un librito de hojas recicladas, marroncito. Hacer 100 o 200 ediciones y regalar a mis amigos y a mi familia. Pero por esas casualidades de la vida una señora que es amiga mía en Estados Unidos leyó una vez una de las cosas que yo había impreso y estaba corrigiendo. Y me dijo: "me encanta esto que escribiste, ¿se lo puedo enviar a un amigo mío que es agente literario en New York?". Y yo le dije "Enviálo, total lo va a leer y lo va a tirar a la papelera en cuanto termine de leerlo". Así comienza una nueva historia en mi vida. Porque esas hojas en New York fueron leídas por unos agentes literarios, fueron enviadas a 10 de las casas editoras más importantes del mundo de libros y a los dos meses las diez querían ese libro. Un libro que no estaba escrito. Me llaman a New York, yo voy y me dicen: "mire, nos pasó una cosa muy interesante con lo que nos mandaron. Lo leímos aquí en la agencia. Nos pareció que era muy bueno, que era sensacional. Lo mandamos a las casas editoras, todas nos están llamando que quieren publicar su libro". Y yo le digo "pero yo no tengo un libro, yo tengo capítulos, páginas, no tiene forma". "Bueno, ahora vas a tener que escribir un libro", me dijeron. Luego de que Crown y Random House, que son las editoras más importantes del mundo, compraron los derechos de este libro, me pusieron un editor a trabajar conmigo. Y trabajamos dos años y medio en este libro, dándole forma. Porque yo escribía en forma cronológica, más o menos. Con Vince Rause fuimos dándole forma como a un cuadro. Él me decía "el capítulo uno no es el uno, esto tiene que ser el cuatro, y preciso algo en el medio, vamos a ir dándole forma a esto". Fue una experiencia fantástica.
EC - Tú cuentas en el libro cómo cambió tu percepción a propósito de cuál podía ser el interés de lo que tú tenías para contar la primera vez que te enfrentaste al auditorio de una conferencia. En 1991 te insistieron mucho desde México para que fueras a dar una conferencia sobre `el milagro de los Andes´. Tú dudaste, te resististe...Primero dijiste que no, finalmente fuiste.
FP - Eso fue en el 91 y lo de los Andes sucedió en el 72. Era 20 años después. Yo estaba muy ocupado viviendo mi vida, mirando hacia delante y nunca había mirado hacia atrás.
EC - Era una conferencia para un público de escuela de negocios. Tú tenías que rescatar de aquello que habías vivido algunas enseñanzas que pudieran servirle a un empresario. Trabajosamente armaste apuntes, y llegado el momento de hablar, de exponer, te bloqueaste, no había manera, no podías, no te salían las palabras de la boca. Tras un silencio feroz, al límite de la tolerancia del público, dejaste los papeles a un costado y largaste, en una exposición que terminó siendo larguísima pero que el público atendió desde la primera hasta la última palabra, que terminó con un aplauso, una ovación. Y después el contacto con la gente, que te mostró ¿qué? ¿que cuál era la clave del interés por lo que estabas diciendo?
FP - Esta es una historia que relaciona a la gente de una forma muy personal, a cada uno con la historia. Fue la primera vez que di en mi vida una conferencia. Era muy difícil para mí. Eran 1.200 personas. Yo la había preparado durante seis meses. Y cuando subí al estrado y miré hacia abajo y había 1.200 personas me congelé y no pude leer un papel. No pude leer nada. Fueron 15 o 20 segundos en los que no me salía una sola palabra. Y comencé diciendo: "vamos arriba el uruguayo, hay que hacer algo". Me olvidé de todo y comencé con una frase parecida a la que tú dijiste hoy, "yo no tendría que estar acá, tendría que estar enterrado en un glaciar hace 20 y pico de años". Hablé durante dos horas y media, cuando tenía que hablar una hora y cuarto nada más. Perdí la noción del tiempo.
EC - ¿Y qué empezó a decirte la gente?
FP - Cada uno relaciona parte de su vida o de lo que piensa con un aspecto de esta historia. Muchos dicen "¿cómo habría hecho yo en ese momento?", "¿qué habría hecho ahí?", "¿qué habría hecho en la avalancha?", "¿qué habría hecho cuando siento en la radio que no me buscan más?", "¿cómo es el frío con 30 grados bajo cero?", "¿qué habría hecho yo?". Mucha gente se pregunta eso y lo relaciona con sus problemas locales o de cada día. Entonces dice:"si estos chicos pudieron hacer esto, a lo mejor yo puedo hacer lo que tengo que hacer y no es tan difícil, sino que es un problema, una situación de ahora, no un problema de vida o muerte". Mucha gente magnifica los problemas cuando son realmente situaciones de vida y nada más.
EC - Tú dices "todos tenemos nuestros propios Andes".
FP - Es una frase que utilizamos mucho. Todos tenemos nuestros propios Andes. ¿Cuánta gente tiene problemas en la vida, de cualquier tipo, económicos, pérdida de trabajo, accidentes familiares, enfermedades? Todo el mundo tiene Andes en la vida. ¿Por qué las vidas tienen que ser absolutamente planas, perfectas y sin ningún altibajo? Todos tienen Andes en la vida. Y los nuestros no tienen por qué haber sido los peores. Algo que me impulsó también a escribir el libro fue una señora que viene hacia mí en Estados Unidos, llorando como nunca había visto llorar a una persona antes, tenía la blusa llena de lágrimas. Viene abrazada por una amiga y me dice: "Gracias por esta conferencia. Hoy vuelvo a nacer, hoy vuelvo a tener una vida". Le digo: "¿Qué te pasó?". Y me dice: "Me pasó lo peor que le puede pasar a una mujer en su vida, lo peor, lo peor. Pero hoy me doy cuenta de que hay que seguir adelante. Yo tengo dos hijos. Tengo un marido, y a mí me pasó lo peor: hace dos años y medio di marcha atrás con mi auto y maté a mi propio bebé en el garaje. Hace dos años y medio que no puedo pensar, que no puedo cocinar, no puedo llevar a mis chicos al colegio, no puedo hacer absolutamente nada, no atiendo a mi marido, estoy muerta. Pero hoy me doy cuenta de que después de una tragedia hay vida, que la vida sigue a pesar de las tragedias, a pesar de las guerras, a pesar de las muertes, sigue para delante". Esa mujer hace años que me dijo eso. Y es como tú me preguntabas, ¿qué les das a esas personas? Yo no les doy nada. Yo les cuento y cada uno acepta y agarra un pedacito de la historia y lo aprovecha lo mejor que puede.
EC - "Viven" fue la versión oficial de la tragedia de los Andes. Pero era un libro muy diferente de este. El autor, un periodista, Piers Paul Read, lo que había hecho era reconstruir los hechos a partir de una serie de entrevistas con algunos de los sobrevivientes. Obviamente había una limitación: Read no había estado allí. Este otro libro es otra cosa. Está contado directamente por uno de los protagonistas. Entonces, por un lado aporta información, agrega datos, agrega episodios que no se conocían, pero sobre todo lo que más me impresionó, agrega todas tus vivencias. Es un libro eminentemente subjetivo. Todo el tiempo Fernando Parrado va volcando sus sensaciones, sus reflexiones, sus miedos, sus dudas, sus conclusiones. Es muy fuerte ese contenido. Realmente revuelve a quien lo lee. Pero me imagino que para ti mismo debe haber sido duro sacar todo eso a luz. ¿Cómo fue esa experiencia?
FP - Una vez que uno se decide a escribir un libro y está en contacto con gente que conoce mucho más de esto que uno, y mi editor, Vince, me decía "lo que tú has escrito está muy bueno, tenés que seguir escribiendo así, pero tenés que ser muy honesto con lo que escribís, porque si no, se nota. Y además cuando sos honesto, vos escribís desde el corazón. Y eso se nota, se lee...Y si tú querés cambiar algo después que lo has escrito, no queda bien, no es bueno, no es un libro bueno, no es un libro honesto, no es un libro verdadero". Me asombraba a veces lo que escribía, pero decía: "yo no puedo cambiar esto, esto es lo que sentía en ese momento".
EC - Pero me asombra cómo tú reconstruís lo que ibas sintiendo en cada uno de aquellos días. Lo tenés muy marcado, muy presente.
FP Claro. Cuando la gente piensa sobre Los Andes dice "72 días". Yo siempre digo "no fueron 72 días, fueron 72 noches". Para mí las noches fueron mucho peores que los días. Los recuerdos vienen mucho de las noches que pasamos allí. La gente piensa 72 días y se imagina una montaña con luz, con pinos, con gente esquiando. No, lo peor son las noches, son 72 noches. Además había días, pero las noches eran terribles.
EC - Las noches implicaban el peor frío, por ejemplo.
FP - El peor frío, la oscuridad total. Si el infierno existe, no es con fuego, te puedo asegurar que es con hielo y oscuro.
EC - Ese frío que a ustedes, para calentarse, los obligaba a acurrucarse unos sobre otros, a necesitar vitalmente el aliento del que estaba al lado para que algo levantara la temperatura.
FP - Tú buscabas el aliento de la persona que estaba al lado o arriba, porque era la única fuente de calor que existía allí. Muchas veces me parece que es como un libro que he leído, excepto algunos momentos. Hay momentos que están grabados como a fuego en acero inoxidable y no se pueden ir, no se van. No es que uno viva pensando en el pasado, sino que cuando volvés, sacás de tu archivo de carpetas el tema Andes de la mente y vas a las noches y vas a cierto momento. Están todavía muy vívidos allí, pero solamente voy a ellos cuando es necesario, no es que viva pensando en ellos. Y escribiendo el libro tuve que ir, tuve que ir muchas veces a esas carpetas y decir "mi vida fue así".
EC - Es un libro escrito en primera persona. Algún lector puede pensar "es un libro en el que Fernando Parrado se coloca en un lugar jerarquizado de la historia. Se coloca como un héroe". Le tocó ser un héroe, especialmente en el final, en la travesía rumbo a la civilización. Pero le tocó pasar quizás de las situaciones más duras que tuvo el conjunto de los sobrevivientes. Porque Fernando Parrado tuvo tres días inconsciente, con una lesión muy seria en el cráneo. A Fernando Parrado allí se le murieron la madre y una de sus hermanas. La madre en el momento mismo del accidente. Se enteró de eso cuando despertó del coma. Y la hermana, que quedó gravemente herida, murió en el octavo día. Murió en tus brazos además, estuviste muy cerca de ella...Eso hace que el papel de Fernando Parrado en esta historia sea muy complejo; mucho más complejo de lo que en principio se ve o se tiende a pensar cuando se piensa que fuiste uno de los dos, con Roberto Canessa, que llegaron y lograron que apareciera el operativo de rescate. ¿Cómo te ves a ti mismo en el conjunto?
FP - Uno es como la gente lo ve de fuera, no como uno piensa. La gente te ve de una forma diferente de como tú pensás, de como yo pensaba en ese momento y de como pienso ahora. Yo estaba absolutamente aterrado. No podía respirar del miedo que tenía. No tenía futuro. Estaba muerto, no había ninguna posibilidad absolutamente de salir de allí. Había perdido a mi familia, a mis amigos y estaba al borde de congelarme en mis acciones, en todo eso. Creo que el miedo me impulsó a hacer cosas, no tengo otra explicación. Yo busco hacia atrás y busco ¿yo decidí plenamente hacer esas acciones conscientemente pensando "voy a hacer esto porque tengo que hacer esto"? No. Actué con impulsos cuya energía fueron el miedo y el terror. Estaba convencido de que me iba a morir. Tal vez vi el guión de esa película, lo tenía muy calcado en mi cabeza. En el momento en que sentimos en esa radio que nos abandonaron ya vi la letra FIN al final, se bajaba el telón y ya estábamos todos muertos. Porque no había posibilidades. No teníamos agua, no teníamos comida, no sabíamos dónde estábamos, no teníamos ropa, no teníamos forma de combatir el frío y encima nos abandonan. Pasó como una película rapidísima en segundos en mi mente y dije "nos vamos a morir de inanición acá, congelados, nos vamos a morir. ¿Cómo va a ser mi muerte? Pero no quiero morirme". Y los impulsos me llevaron a hacer cosas. Yo no era consciente. Puedo asegurar sinceramente que no era consciente de lo que hacía. De afuera parece, uno estudia y parece: "qué decisión tuvieron estos chicos, qué bárbaro lo hicieron". Yo tenía un miedo absoluto y creo que ese miedo me impulsó a seguir. Pero no tenía decisiones concretas, estudiadas, con una meta final. No sabía casi lo que estaba haciendo.
EC - Fue la desesperación la que te empujó a salir. No querías quedarte más ahí. No sabías cómo salir...Porque técnicas de alpinismo ustedes no habían aprendido nunca y por supuesto tampoco tenían la infraestructura, los elementos, las herramientas que cualquiera que se dedique a subir un cerro o una montaña de 4.000 metros hoy entiende imprescindibles.
FP - Lo que me impulsó fue "estoy muerto, de cualquier manera". Al escuchar la radio me di cuenta de que estábamos muertos. Hoy estamos vivos algunos. Pero estábamos muertos. No había posibilidad ninguna de salir. Entonces, dije: "entre morirme acá, que me voy a morir sentado, que va a ser una muerte terrible, prefiero morirme pegándome contra estas montañas". Después que decidí eso mi miedo era pensar cómo me iba a morir. El miedo mío era caerme de una grieta o de un precipicio. Ese momento en que uno pierde el apoyo y la gravedad toma el comando y uno cae mil o dos mil metros, cómo hace el cuerpo cuando pega contra las rocas al final. Durante meses iba pensando "me voy a caer de un precipicio, me voy a caer de un lado y no quiero sentir esa agonía de la muerte cayéndome. Prefiero morirme rápido". No tenía la certeza de que iba a vivir. Hasta el último segundo de esos 72 días y noches, yo no pensé que iba a vivir. Hoy me ven, tú me ves, me estás mirando. Yo estoy acá hablando. Pero yo no sabía que iba a vivir, no tenía la más mínima idea.
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EC - No sé cuántas entrevistas y conferencias te ha tocado protagonizar en estos 33 años. Pero en todas ellas llega un momento en que te preguntan por el hecho de que - para sobrevivir - ustedes tuvieron que recurrir a la carne de los cuerpos de los compañeros que habían muerto. ¿Cómo te resulta esa pregunta? ¿Cómo enfrentas esa pregunta que sabes que indefectiblemente va a venir, que se te va a plantear?
FP - Es una pregunta que es lógica, que ha hecho que esta historia también sea muy conocida en el mundo y que tiene dos o tres respuestas que son tan claras y tan fascinantes después. Primero, la gente que lee, que escucha o que hace la pregunta o que tiene interés en el tema muchas veces no se pone en el lugar que nosotros estábamos, ni tiene en su mente la información que teníamos nosotros en nuestra mente como para poder tomar esas decisiones. Nosotros estábamos abandonados en un glaciar, teníamos un promedio de 19 años, no teníamos comida, no teníamos agua, la radio nos dice que estábamos abandonados. ¿Cómo funciona tu mente? No es la misma mente de la gente que está aquí escuchando, o en sus casas, o en el auto en ese momento. Es como si los que están aquí escuchando y en la radio, mañana de mañana fueran a su médico particular, entraran al consultorio, el médico se levantara, les pusiera la mano en el hombro y les dijera: "Lo siento, te queda una semana". Tú no sos la misma persona que entró al consultorio. Tú tenías que ir a unas reuniones, tenías proyectos, tenías vacaciones en el verano, tenías cosas que hacer, pagar el seguro del auto, pero te queda una semana de vida. ¿Qué hacés? Tu mente ya no es la misma. ¿Subís al auto y vas a tu trabajo, o vas a tu casa a abrazar a tu mujer? ¿O te golpeás la cabeza contra la pared? No sabés. Pero te queda una semana de vida. Nos pasó a nosotros. Nos abandonaron, no teníamos agua, no teníamos comida, no teníamos nada. Había 30 grados bajo cero. La mente es diferente, es muy diferente. Cuando hay opciones hay opciones. Cuando no hay opciones, no hay. Nosotros fuimos tan avanzados allí...Absolutamente tan avanzados, que la sociedad décadas después hace exactamente lo mismo.
EC - ¿Cómo es eso?
FP - ¿Cuánta gente hoy firma documentos y dice: "Si yo muero, por favor, dono mis órganos para que otros vivan"? ¿Cuánta gente dona sangre? ¿cuánta gente da su hígado o parte de sus órganos para que vivan sus hijos, su mujer o su esposo, o su amigo? ¿Cuántos? Hoy es muy común. Nosotros, a esa edad, en el medio de un glaciar, fuimos tan avanzados que logramos hacer eso. Y nosotros hicimos un pacto. Todos los que estábamos vivos, 29. Porque hacer eso no significaba que ibas a vivir. Los 29 lo hicimos y sólo 16 salimos fuera. Fue una cosa muy hermosa, de una grandeza absoluta y una forma muy avanzada de pensar.
EC - Les propongo a los oyentes que cerremos esta parte de la conversación ubicándonos el 28 de diciembre de 1972, cuando volvieron a Montevideo los sobrevivientes y dieron aquella conferencia de prensa en el gimnasio del colegio Stella Maris. Le tocó a Pancho Delgado hablar de esto. Y lo hizo empleando un recurso que impresionó hondamente a todos los uruguayos.
(Audio Pancho Delgado.)
"Uno se levanta de mañana y mira para los costados esos picos nevados, impresionantes. El silencio de la cordillera es majestuoso, sensacional. Es una cosa que aterra, que solo frente al mundo... y les puedo asegurar que Dios está ahí. Todos lo experimentamos dentro de nosotros. Porque no éramos unos muchachos de una fe de comer rosarios y cosas por el estilo en cuanto a la parte ritual, pero teníamos nuestra base religiosa. Pero ahí uno sí lo siente a Dios. Y siente sobre todo lo que se llama la mano de Dios, y la interpreta... Llegó el momento en el cual todas las provisiones y las cosas que teníamos a mano después que nos habíamos recuperado anímicamente para salir en la expedición y todo ese tipo de cosas se habían terminado.
A los dieciséis días viene el alud y nos mata a nuestros mejores compañeros. Los compañeros que han muerto, todos, todos, yo creo... perdón, creemos nosotros, que Dios los llevó porque eran los mejores. Porque cada uno en su momento cuando murió nos dejó a todos una enseñanza, un ejemplo de valor... (aplausos) de todo lo que se puede decir.
Decirlo con palabras es achicar la dimensión de todo aquello. Y nosotros lo llevamos cada uno dentro de nuestros corazones y mencionar nombres o hechos concretos de valor, de entereza, sería achicar todo eso. Así que prefiero no mencionarlos, pero quiero dejarlo claro. Llegó ese momento en el cual ya no teníamos ni alimentos ni cosas por el estilo y pensamos: si Jesús en la última cena repartió su cuerpo y sangre a todos sus apóstoles, ahí nos estaba dando a entender que debíamos hacer lo mismo. Tomar su cuerpo y sangre, que se había encarnado. Y eso que fue una comunión íntima entre todos nosotros, fue lo que nos ayudó a subsistir... Y fue una entrega de cada uno.
No queremos que esto que para nosotros es una cosa íntima íntima, íntima sea manoseado ni tocada, o cosa por el estilo. Por eso es que en países extranjeros tratamos de hablar de esto con la mayor altura posible... A ustedes, que son nuestro propio país, se lo decimos como debe ser. Pero debe ser interpretado y tomado en su real dimensión, y tienen que pensar en todo lo grande que fueron aquellos muchachos... (Fin del audio)"
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EC - Se incorporan a la charla Carmen Tornaría, Mauricio Rosencof y Carlos Maggi.
A propósito del libro, que ustedes estuvieron escuchando también en estos días, a propósito de lo que Fernando venía contando...
MAURICIO ROSENCOF:
Para mí es emocionante compartir la mesa con Parrado. Yo me enteré de esta epopeya, de esta odisea, de esta hazaña, diez años después de que se produjera. No tengo la menor duda de que -de haber tenido presente esta historia- este acto de resistencia, esta fuerza tremenda de prenderse a la vida como hiedra al muro habría sido un factor más, un elemento más y fundamental para plantearse la resistencia.
No sé si Parrado es consciente de la proyección que tiene lo que ellos hicieron. Hay pocos hitos en la historia de la humanidad de situaciones de esa naturaleza, desde Aristóteles. A propósito de Aristóteles y de la historia que contabas, de la mujer que tuvo esa tremenda tragedia y que sintió que lo que tú estabas escribiendo o diciendo la hacía vibrar de esa manera. Esa mujer hizo lo que Aristóteles ( después lo tomó Freud) se llamaba catarsis. Esa catarsis se producía en el teatro de Dionisio en la Antigua Grecia, cuando la gente veía espectáculos donde Edipo se arrancaba los ojos, mataba, moría, tragedias, se había acostado por designio de los dioses con la madre... La gente ponía en su sitio los problemas. Esa expresión tuya de que cada cual tiene sus Andes dentro es tal cual. Hay situaciones, desde Álvar Núñez Cabeza de Vaca hasta la historia del naufragio del Medusa, a la historia de Serrano y a los sobrevivientes del Holocausto, ese libro de Primo Levi que se llama El sobreviviente, que recoge fijate el sincretismo desde Aristóteles al Chongo, que cuando estaba en avanzado estado dejaba esta frase, que aprendí a recordar en situaciones muy especiales "cuando la luz es ciega nadie quiere morirse".
CARLOS MAGGI:
La primera condición que tiene este libro, está muy confirmada con la presencia de Parrado aquí. Yo lo miraba y lo escuchaba con una enorme atención porque pocas veces se puede configurar, se puede comparar el trabajo literario de escribir un libro con la autenticidad del que lo escribe. Es uno de los libros más auténticos que he leído. Porque tiene como principio el volcar una verdad hasta hacerla profunda y verdadera. Me resultó fantástico. Yo admiro muchísimo, más que ninguna otra forma de la valentía, el coraje del aguante. Creo que ahí se ven los guapos. Ahí se ve lo que es un hombre que tiene realmente riñones. El aguante es la forma más admirable, la más profundamente humana de la personalidad, de la fuerza del hombre. Parrado ha contado este libro desde la verdad absoluta. Y es una experiencia única. Porque por lo regular los grandes héroes no están dotados de la condición de intelectuales de pupitre.
EC - Fernando dice que él no es un héroe.
CM Sí. Los grandes héroes no frecuentan las mesas y las bibliotecas. Están en otra cosa, son gente de acción. Basta verlo a él, es un animal grande y poderoso todavía. Lo que menos se puede pensar es que pudiera haber puesto toda su fuerza para dar la verdad de lo que sucedió. Eso es un espectáculo único. Yo lo miraba hasta dónde, porque no se sabe nunca, hasta dónde hay ficción, hasta dónde hay imaginación y hasta dónde hay apunte al pie de la realidad. Pero basta oírlo hablar y ver por dónde piensa, por dónde sale. Lo que me importó más de este libro fue la relación de Parrado con él, cómo durante todos estos hechos, al rehacerlos, se contempla. Dice "no, lo que pasa es que estaba asustado". De ahí viene la fuerza del coraje. Si no se hubiera asustado sería un inconsciente, no le importaría nada. El asunto es estar asustado, saber que no hay salida y aguantar. En eso consiste el carácter, los grandes están en eso. Por eso este tipo es literariamente muy importante. Yo pienso en Hemingway, que es el autor que se dedicó exactamente a este punto que estoy refiriéndome, a la grandeza del aguante. Tiene un libro muy paralelo a lo que tú escribiste que se llama Las nieves del Kilimanjaro. Es un hombre que tiene un accidente, un trauma terrible que le impide bajar de la montaña en la cual está no es una montaña tan solitaria y tan terrible como la que tú viviste, es el drama de ese que se enfrenta a la muerte y sabe que la gangrena se lo va a llevar. Después tiene otro que es El viejo y el mar. El viejo que está solo en su barca en medio del océano, pesca un pez espada enorme y ve que los tiburones se lo van a comer y lucha una noche entera sin ninguna esperanza contra ellos. Tiene el aguante de morirse defendiendo lo que quiere. Son todas las formas hemingwaianas de plantear ese problema maravilloso que es enfrentarse al aguante. Nosotros lo vivimos todos acá. Yo lo viví también, atenuado, en la medida menor que se daba. Pero estar en la dictadura acá y no irse era una forma de aguante. Yo lo sentí mucho. Por eso me importó tanto este libro. Porque durante la dictadura me sentía muy mal. Me sentía traicionando porque no me pasaba nada grave y pensaba que la única compensación que tenía era aguantar, no irme, no esquivar nada, quedarme y hacer lo poco que era capaz de hacer. Eso, para mí, es la forma de la grandeza. Así que yo he tenido una experiencia oyéndote ahora muy importante, después de haber leído tu libro. Tu libro es un libro formidable. Es un punto de referencia.
EC - La edición en inglés ya tiene casi 500.000 ejemplares en circulación. ¿Cómo te suena eso para un autor uruguayo? Carlos, tú que estás de toda la vida en el negocio editorial.
CM - Es un hecho muy importante. Porque el perro no habla y acá oímos hablar al perro. Los grandes héroes no cuentan cómo es la cosa. No saben contarla, no están hechos para eso. No sé de dónde sacó este tipo facultad para contarlo. Pero lo cuenta muy bien. Por algo le llevó tanto tiempo entrar a su profundidad, ir de a poco con una linterna mirando lo que había pasado y ser capaz de escribirlo. Es un hecho muy raro, tan raro como lo de los Andes es que se haya podido producir este libro. Por eso es un libro extraordinario.
FP - Yo estaba prisionero de una circunstancia que no tenía salida. Y en Uruguay no hay montañas. Muchas veces no sabíamos dónde estábamos, pero nos dimos cuenta de que las montañas no perdonan. Las montañas están allí hace millones de años. Tienen sus reglas, sus reglamentos. Y si tú te quedás el tiempo suficiente, te matan. Ellas rigen ese lugar, son las que dominan eso. Los grandes montañistas suben, escalan y se van lo más rápido posible, porque las montañas te matan. Y esas montañas me estaban sacando a mí la posibilidad de tener una vida. Y yo mientras respiraba decía "no tengo futuro, pero si estoy respirando estoy vivo todavía. Pero esas montañas espero que no me saquen la posibilidad de tener una vida", una vida que yo había soñado cuando tenía 17, 18, 19 años. No sé si todo el mundo pensaba igual que yo o no. Pero decía: "estas montañas me están sacando la posibilidad de sentir el amor". Para mí el amor es la energía más fuerte que existe en el mundo. El amor hacia mi padre me mantenía vivo. Yo decía "en algún lugar del mundo hay una chica en este momento que nunca me va a conocer porque yo me voy a morir acá. Si yo no hubiera subido a ese avión me habría encontrado con ella. Pero esta montaña me está sacando la posibilidad de sentir eso".
CM - Nando, te quiero hacer una pregunta, que para mí es una clave muy importante. Lo que yo aprecié al leer tu libro fue un fenómeno muy extraño, que es la ausencia de la piedad. Tú no tenías lástima ni te tenías lástima. En ningún momento te paraste a mirarte y decir: "pobre de mí, cómo estoy, qué lástima me tengo". No lloraste por vos mismo. Y eso te da una distancia muy importante sobre la acción. Si te hubieras tenido lástima, no habrías podido hacer las cosas que hiciste. Esa es la impresión de las cosas que en el libro no están escritas pero que surgen de la lectura. Hay una dureza, una impiedad.
MR - Hay un aspecto que tiene que ver con el éxito del libro.
EC - ¿Por qué eso de la falta de piedad?
FP - Yo no me tenía lástima. No me tenía piedad. Lo que pasa es que el cerebro funciona en otra frecuencia. Hubo un instinto que se sobrepuso a mi mente lógica; un instinto que comandaba lo que yo pensaba y me decía "tú no podés llorar, si llorás vas a perder lágrimas, vas a perder sal, vas a perder agua que necesitás para sobrevivir en esta situación". ¿Cómo puedo yo pensar esto acá en este café donde agarro un vaso y hay agua? Allí estábamos en un desierto donde no había agua. Había nieve, pero la sed es peor que en el Sahara allí arriba. Uno se deshidrata cinco veces más rápido que a nivel del mar. Entonces mi mente era instintiva, absoluta. No me tenía lástima. No me tenía piedad, porque no estaba comandado por una mente lógica.
CARMEN TORNARÍA:
Cuando supe de la experiencia, cuando leí Viven, cuando vi la película, ahora cuando leo este libro, Milagro en los Andes, vuelvo a reafirmar que la experiencia que se relata es la experiencia de la inteligencia humana. Yo discrepo con el título del libro, creo que lo que sucedió en los Andes no fue un milagro no soy creyente, creo que es un ejemplo y por eso hice que mis hijos se interesaran por el tema. Es un tema que es común para los estudiantes y los jóvenes, no sólo ahora con este libro, en las clases formales, y es un ejemplo de aplicación de la inteligencia humana. Cada cosa que tú señalás, es para mí una respuesta a una situación en la que se rompen las barreras civilizatorias. Es como si se volviera al origen del hombre y de la mujer enfrentados directamente con la fuerza de la naturaleza. El hombre y la mujer para sobrevivir tienen que aplicar inteligencia, que es la capacidad de resolver problemas. Ustedes tenían que resolver 50 problemas por día y los resolvían por ensayo y error, por conocimiento previo. Esa es la gran ventaja frente al hombre prehistórico. Ustedes tenían cultura acumulada y por lo tanto tenían facilitadores para la aplicación de la inteligencia. Y ese instinto no era un instinto loco que le ganaba al cerebro. Para mí, viéndolo de fuera, era un instinto guiado por inteligencia humana, aplicada para conseguir agua, para abrigarse, para comer. Es un ejemplo. Yo tenía dos amigos allí, Cotemale y Vázquez, y estoy segura de que si no hubieran muerto en el avión se habrían sumado a ese equipo de aplicación de inteligencia, porque los conocía a los dos. A Vázquez le llamábamos James Bond por su capacidad de resolver problemas. Y lo comparo también con la suerte que corrieron Mauricio y otros tantos durante muchos días y muchos meses en condiciones adversas, con violencia. En el caso de ustedes de la naturaleza. En el caso de ellos, violencia humana, de Estado, terrorismo. Y también naturaleza, dentro de un pozo, con frío. También sobreviven porque responden inteligentemente a la violencia de fuera. Para mí es un ejemplo de que el ser humano es capaz de resolver problemas. No me asusta lo de la carne. Yo habría hecho lo mismo, no le doy un contenido religioso al tema tampoco. Me parece que el instinto de supervivencia, las ganas de vivir, y más en gente joven, supera esas barreras civilizatorias en condiciones de normalidad. En condiciones de anormalidad, todo vale.
CM - La legislación, las leyes reconocen eso y lo llaman estado de necesidad.
CT - Exactamente.
CM - Enfrentado a una contingencia de vida o de muerte todo acto es permitido, aún el homicidio, si está en esa situación. No hablo de la legítima defensa. Hablo del estado de necesidad. Se podría matar a otro para comérselo si es necesario y la ley lo toleraría y no lo castigaría. Es lo que se llama estado de necesidad. Pero desde el punto de vista moral, nosotros reaccionamos siempre, si entramos en la situación, a favor, creo que nunca encontraste alguien que te dijera que no.
FP - No, nunca, por supuesto que no. A lo largo de 34 años jamás. Estoy muy de acuerdo con lo que se habla aquí, con lo que ella estaba diciendo. Y nosotros formamos una sociedad allí muy buena, muy perfecta, y siempre que nos juntamos... Yo siempre digo: mi gloria fue haber tenido semejantes amigos allí, muchos de los mejores no volvieron, Arturo, Marcelo, Gastón, Guido, Platero, el Coco, chicos que lucharon igual que nosotros o más y entregaron su intuición, su instinto, su educación igual que nosotros. Luego vino una avalancha. Vino el frío, unos murieron y otros no, por decisión de Dios para el que crea o por decisión de la naturaleza para el que no crea. Pero todos dieron el máximo y siempre decimos: nunca fuimos mejores hombres que allí, nunca.
EC - Tú insistes mucho en que la carne de esos cuerpos fue fundamental, pero no fue decisiva.
FP - No fue decisiva, el frío, la sed...
EC - Hubo que poner inteligencia, como decía Carmen. Hubo que organizarse, hubo que tener la valentía de salir. Tú insistes mucho en cómo jugaron los sentimientos entre ustedes para salir adelante.
FP - Los sentimientos. Y nunca fuimos mejores hombres que allí, que no había ninguna influencia externa absoluta. No había dinero, no había política, no había ascenso de trabajo, no había un lugar para ganar en el equipo de rugby, no había nada. Todos dimos absolutamente el 100 por ciento y absolutamente honesto. Porque íbamos a morirnos. Cuando tú te vas a morir y salís del consultorio del médico, ¿vas a mentirle a alguien? Te queda una semana de vida.
CT - Iban a morirse pero querían vivir. Me parece que lo que querían era vivir y eso los llevó a no morirse.
FP - Exacto, las posibilidades eran muy pocas, en el fondo sabíamos que iba a ser muy difícil.
EC - Tu libro es de algún modo también un homenaje a aquel grupo, a los que murieron y a los que sobrevivieron. Te detienes en particular en varios de tus compañeros en aquella historia. Incluso procurando reivindicar de manera especial a algunos de ellos que quizás en otras versiones, en el propio libro Viven, no salían muy bien parados. ¿Cómo han tomado los familiares este libro? Porque tú terminas desnudándolos en sus mejores facetas y también en sus flaquezas. ¿Qué te han dicho los familiares de quienes sobrevivieron y los familiares de los muertos?
FP - Todos mis amigos, los sobrevivientes, los que han hablado conmigo sobre el libro están absolutamente encantados. Les gusta. Estuvieron en la presentación que hice hace un par de días. Eso me agrada y me gusta que estén contentos con el libro. Pero lo que más me agrada, lo que más me ha sorprendido es la reacción de los familiares de los que no volvieron, que muchos me han agradecido "finalmente sé cómo fue verdaderamente eso", "finalmente sé cómo Arturo o Marcelo o Numa pasaron, y lo valientes que fueron, la grandeza que tuvieron". Esos chicos de los que yo hablo bastante en el libro, de los que no se habló tanto en Viven, me inspiraron allí y me han inspirado después a lo largo de mi vida también. Arturo Nogueira, un tipo absolutamente fascinante, con una edad tierna de 19 años, con una grandeza, que sabiendo que iba a morir decía "la vida vale la pena ser vivida, aún en estas situaciones". ¿De qué me puedo quejar yo después de haber salido de ahí? Tendré problemas en mi vida, lo que sea, pero Arturo ha sido un inspirador a lo largo de toda mi vida por lo que él significó allí.
MR - Recién preguntabas en qué se basaba el éxito del libro. Aparte de lo impresionante de la epopeya, hay dos elementos subyacentes que llegan mucho a la gente y yo te diría que es un himno al rescate de esos dos aspectos. Uno, en un país donde el diálogo con la gente generalmente incluye la palabra depre, depresión, bajón o bajonearse, llegar a la conclusión de que eso está prohibido, que a partir de ahí viene el alud del individuo, cae, desaparece. Y la segunda cuestión es la que mencionaba Maggi, que en una situación límite empezar a sentir eso yo lo pude percibir en prisión con muchos compañeros, a partir del momento en que uno empieza a sentir lástima por sí mismo, que empieza a sentir ¿por qué me pasó esto a mí? Tú lo expresás cuestionando a Dios, incluso algunos de tus compañeros, ¿por qué hizo esto? Otros lo piensan de otra manera ¿por qué a mí?, ¿qué hice yo?, a partir de ese momento comienza el otro alud. Rescata dos valores que están integrados en el individuo y los exalta. Entre los factores determinantes de haber pegado la vuelta, el haberse rescatado y haber rescatado la historia, rescataron además un ejemplo de vida.
CM - Fernando, importa mucho lo que te dice Mauricio, vos lo sabés y yo también, porque es otro rey del aguante, otro corajudo del aguante. Le tocó una dura, larga, y aguantó bien. Yo lo oigo y me resulta conmovedor oír decir eso.
Sitios relacionados
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Lea:
Fragmento, en inglés, del capítulo I de "Milagro en Los Andes" de Fernando Parrado
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Edición: María Eugenia Martínez