Especial El Espectador

Cárcel de Punta de Rieles: una ciudad dentro de la ciudad

Los presos emprenden sus propios negocios, circulan libremente dentro de sus muros y se reúnen sin ningún tipo de vigilancia. De los 508 reclusos, la mayoría tiene trabajo en uno de los más de 30 emprendimientos que funcionan en el centro penitenciario. El Espectador visitó la cárcel de Punta de Rieles: un modelo de rehabilitación, una ciudad dentro de la ciudad.

Por Manuel Jarovisky

Edición de video: César Giacosa

Suena Tremendo realizó un programa especial desde el centro penitenciario y Espectador.com aprovechó la oportunidad para conocer en profunididad la vida dentro de la prisión.

Calles empedradas, mucho calor y un camino poco frecuentado para llegar al centro penitenciario. En las entrañas de un descampado, a 14 kilómetros del centro de Montevideo, se encuentra esta cárcel modelo.

En 1968 fue adquirido por el gobierno de Jorge Pacheco Areco y convertido en lugar de reclusión de presos políticos. Al inicio del mismo año fue destinado a cárcel de alta seguridad para detenidas políticas.

Se abrió con 175 presas en 1973 y se calcula que hasta 1985, cuando las presas fueron liberadas por la Ley de Amnistía, pasaron unas 700 mujeres con estadías prolongadas.

En la entrada dominaba el fuerte sol, la presencia de guardia policial y una sensación de control, que me resulta absolutamente ajena.

Antes de ingresar se debe dejar la cédula, pasar por el detector de metales y por el control de todas las pertenencias. "Anotá que ingresa con dos celulares", dijo un policía. "Y este entra con plata", dijo otro, mientras pedía que cuenten el dinero en voz alta para dejar registro. Tras atravesar los controles, ingresamos a Punta de Rieles.

Los nervios y la tensión me ganaban, pero ya estábamos intramuros y la necesidad de registrar todo me superó. Caminamos por el patio entre los reclusos sin ningún tipo de custodia policial. Nos dirigimos hacia la bloquera donde nos esperaba Julio con el fuego prendido y el asado encaminado.

Julio es uno de los tantos casos de la cárcel que logró superarse. Comenzó con una bloquera manual y terminó con una fábrica de bloques y 12 personas a su cargo.

Recorrido por Punta de Rieles

En general, los emprendimientos son propiedad de los reclusos con mayor motivación, algunos son cooperativas y el resto están financiados por capitales privados. Casi todos sus trabajadores son convictos o exconvictos y cada proyecto funciona correctamente.

Además de emprender, los presos llevan adelante una vida rutinaria y circulan libremente dentro de los muros de 7 de la mañana a 7 de la tarde. Se reúnen en el patio, trabajan en la huerta, en las industrias, compran sus provisiones y hasta van a la peluquería. "Hasta se compite en los precios, porque hay una que cobra 40 pesos el corte y otra que cobra 50", contó un recluso.

Además, los presos pueden estudiar, participar de actividades culturales y desarrollarse académicamente.

Dentro de los muros los presos tienen una oportunidad, incluso la de no hacer nada, simplemente la de vagar por sus instalaciones.

El centro penitenciario, ubicado en la cercanía de la cantera de residuos de Felipe Cardoso, luce cierto abandono en las paredes exteriores, pero intramuros, la realidad es distinta. Los militares que vigilan el perímetro casi no tienen tarea y el personal penitenciario que gestiona la organización interna de la cárcel, mayormente psicólogos y trabajadores sociales, circula con tranquilidad.

Desde que la nueva dirección transformó la prisión en una "ciudad", los reclusos no intentan fugarse, cuenta su director, Luis Parodi.

Punta de Rieles deja atrás los muros para trabajar en una prisión que consiguió colocar el índice de reincidencia de los reos al 2% contra una media nacional del 50%. Sin embargo, Parodi insiste en que prefiere no hablar de cifras.

En Punta de Rieles, cualquier recluso puede encontrar trabajo o montar su propio negocio. Todos sus trabajadores están vinculados de una u otra forma y el funcionamiento de estos emprendimientos se da gracias a la existencia "del único banco del mundo que no cobra intereses", cuenta su director.

La entidad financiera de Punta de Rieles, cuya comisión administradora está conformada por funcionarios de la prisión y presos, ofrece créditos para hacer realidad las ideas emprendedoras y consigue financiación extra mediante el cobro de impuestos, explica Parodi. No obstante, "si el negocio no funciona, se cierra y listo".

Al no poder manejar dinero, la salud de la industria y los comercios carcelarios dependen del pago que los clientes externos abonan al banco y de los tickets que los familiares de los presos compran en la entrada de la cárcel y que luego utilizan para canjear por productos.

Los beneficios de los patrones y los sueldos de los trabajadores se depositan directamente en la cuenta corriente del banco de la prisión o se transfieren a las de las entidades financieras elegidas por sus beneficiarios.

Según explicaron los reclusos, algunos ahorran pensando en el día que termine su condena, mientras que otros optan por contribuir a los gastos de los familiares que están afuera.

El andar de los funcionarios lo dice todo, están cansados, pero la sonrisa se impone en su rostro y reflejan una expresión de satisfacción  por su labor. Asistentes sociales, docentes, educadores, cuidadores, médicos y reclusos conviven en una cárcel que busca la rehabilitación real.

"Parodi ¿Cómo anda? Mañana cumplo años y quisiera invitar a mi familia a comer un asado", preguntó un recluso mientras recorríamos las instalaciones. "Haga el pedido formal por escrito, como siempre", replicó Parodi, mientras continuaba la recorrida con nosotros. Unos metros más adelante, mientras pasábamos por la cancha de fútbol comentó en un susurro, como lamentando: "Es una lástima la cantidad de botijas que hay acá dentro".

De acuerdo al informe 2012 del excomisionado parlamentario para el sistema carcelario, Álvaro Garcé,el 38,88% de la población reclusa del Uruguay tiene entre 18 y 25 años de edad, un 34,80% tiene entre 26 y 35 años y el 26% cuenta con más de 35 años de edad.

Al igual que en la zona de comercios, donde se ven emprendimientos como el almacén social, la pizzería o la peluquería, el  gimnasio o la huerta,  Punta de Rieles cuenta con una zona industrial, que incluye negocios como las fábricas de bloques de construcción, el taller de chapa y pintura, la herrería, la panadería o la fábrica de ladrillos. 

Además, el centro penitenciario tiene un espacio cultural donde dictan clases, un espacio para radio, que se encuentra sin funcionar porque le falta transmisor o un templo que alberga algunas Iglesias.

Punta de Rieles va a la vanguardia. La imagen de la libertad de movimiento y comunicación intramuros sorprende, ya que los presos circulan de un lugar a otro sin restricciones, pueden utilizar sus celulares y la mayoría de ellos duerme en celdas que permanecen abiertas las 24 horas.

En la cárcel, donde conviven por diversos delitos y crímenes, "la rapiña es la vedette", explica Parodi, pero no alberga convictos por violencia sexual. "La forma de llegar hasta acá (cárcel de Punta de Rieles) es ‘molestando’ [solicitando mediante carta un traspaso] y la condición es tener una conducta intachable", recuerda uno de los reclusos.

La recorrida terminó y llegó la hora de comer el asado: pollo, pulpón, chorizo y alguna gaseosa coparon la mesa. La salida fue por el mismo punto de control, pero los nervios y la tensión, desaparecieron por completo.

En un país en el que hay alrededor de 10.000 presos, el modelo Punta Rieles, que brinda una oportunidad real de rehabilitación, nos obliga a preguntarnos si realmente puede trasladarse hacia otras cárceles. "No queremos más cárceles, queremos más Punta de Rieles", resumió un preso antes de emprender la retirada.

A continuación el programa especial de Suena Tremendo:

Especial Suena Tremendo